Estaba el otro día sentada en un banco del paseo de La Concha, ensimismada en “el marco incomparable” y con la mente perdida en los espacios siderales cuando un señor, inequívocamente un turista, se dirigió inequívocamente a mi persona y en francés de Molière me preguntó donde estaba la estación.
- “Où est la gare?”.
Ni “bonjour” ni cristo que lo fundó, a palo seco y directo a matar. Le miré con cara de no comprender y él, ni corto ni perezoso, volvió a interpelarme en su lengua:
-“Où est la gare?”.
Ah, bueno, pensé, es el típico espécimen maleducado que se cree que aquí somos tataranietos de Asterix y que todos hablamos su lengua. Así que, me levanté –por aquello de ponerme a su altura- y le dije en francés de Flaubert:
-“Bonjour, Monsieur, voulez-vous quelque chose?”
Entonces él se esponjó y pilló carrerilla para explicarme que tenía que coger el topo para ir a Hendaye pero que andaba un poco perdido… Entonces, haciendo acopio de paciencia, insistí:
-“BONJOUR, Monsieur”.
Pues nada, que vuelta y dale a lo del topo y que de “buenos días” rien de rien. Así que extendí mi brazo derecho –como la estatua de Colón- y señalé inequívocamente hacia el túnel del Antiguo. Cuando ya se alejaba de mí, le dije:
-”De rien!”
Luego me dio un poco de pena y pensé que podía haber sido menos cruel con él; pero eso lo pensé con el cerebro, no lo sentí con el corazón.
Así en la vida, a veces nos avasallan, a veces avasallamos y en ambos casos se restablece el equilibrio que pone las cosas y a las personas en su sitio. Tan sólo hay que esperar un poco y cada pieza vuelve a encajarse. Indefectiblemente.
En fin.
LaAlquimista
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