El tonillo irónico festivo con el que mis hijas me regalan de vez en cuando esta frase topicazo me suele poner de los pelos; obviamente no me ensalzan por mis virtudes sino que se congratulan de la ‘unicidad’ de la que les ha tocado en suerte. En estos casos me suelo agarrar –como a un clavo ardiendo- a la teoría filosófico-espiritual que dice que elegimos a nuestros padres, que venimos a este mundo a aprender para mejorar en nuestra próxima reencarnación, etc.
Pero no cuela. Mis hijas –cuánto las quiero- tienen un ojo agudo y perspicaz para verme tal y como soy: con toda mi grandeza y adornada de mis miserias. Aquí no hay trampa ni cartón, una madre no tiene la más mínima posibilidad de falsear, ocultar o hacer pequeñas trampas con lo que es como persona humana y como mujer. No hay maquillaje ni artificio capaz de engañar a un hijo.
Nos conocen desde siempre, desde antes incluso, han percibido nuestros latidos y los gritos al parir, el llanto emocionado y las penas acumuladas. Nos han escuchado hablar en susurros las más bellas palabras de amor y han bebido la leche y las lágrimas de las que ahora están ellos formados. No hay engaño posible. Ellos saben.
Por eso, porque nos conocen profundamente, saben de nuestras debilidades y, a veces, meten el dedo en ellas; porque ‘pueden’, a veces, se aprovechan de ese amor que saben incombustible; y cuando quieren –tan sólo cuando quieren- te miran a los ojos y te dicen ‘amá, eres la mejor’.
Y una se emociona –cómo no hacerlo- a pesar de saber que… precisamente, “madre no hay más que una.”
En fin. Por nosotras.
Pero no cuela. Mis hijas –cuánto las quiero- tienen un ojo agudo y perspicaz para verme tal y como soy: con toda mi grandeza y adornada de mis miserias. Aquí no hay trampa ni cartón, una madre no tiene la más mínima posibilidad de falsear, ocultar o hacer pequeñas trampas con lo que es como persona humana y como mujer. No hay maquillaje ni artificio capaz de engañar a un hijo.
Nos conocen desde siempre, desde antes incluso, han percibido nuestros latidos y los gritos al parir, el llanto emocionado y las penas acumuladas. Nos han escuchado hablar en susurros las más bellas palabras de amor y han bebido la leche y las lágrimas de las que ahora están ellos formados. No hay engaño posible. Ellos saben.
Por eso, porque nos conocen profundamente, saben de nuestras debilidades y, a veces, meten el dedo en ellas; porque ‘pueden’, a veces, se aprovechan de ese amor que saben incombustible; y cuando quieren –tan sólo cuando quieren- te miran a los ojos y te dicen ‘amá, eres la mejor’.
Y una se emociona –cómo no hacerlo- a pesar de saber que… precisamente, “madre no hay más que una.”
En fin. Por nosotras.
LaAlquimista
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50
Por si alguien desea contactar:
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