Esta es otra de las preguntas del millón para todos aquellos que tenemos más de cincuenta años.
Por supuesto que cada familia es un mundo, y no siempre es válida para nosotros la solución que ha encontrado el vecino. El problema comienza cuando fallece uno de los progenitores y el que queda decide que quiere seguir viviendo en su casa mientras pueda. Mientras pueda… pero pasan los años y ya no puede o se ha cansado o los hijos ven que no es conveniente que siga en soledad.
Hemos desarrollado –supongo que para bien- un grado alto de independencia, una especie de orgullo mezclado con ganas de no molestar y de que no nos molesten, que hace poco apetecible la convivencia de padres ancianos con hijos y nietos. “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”… La fórmula del siglo pasado de que los padres ancianos, al quedarse solos, pasaran a vivir con los hijos, al menos en el ámbito urbano, está prácticamente obsoleta por inviable. Todos trabajan y nadie puede ocuparse del anciano abuelo. Así que miramos alrededor a ver cómo lo ha hecho el vecino.
Y el vecino ha contratado los servicios de una inmigrante, casi siempre sin papeles, que está dispuesta a convivir con nuestro padre o nuestra madre y cuidarle, darle de comer, acompañarle a pasear y levantarse por la noche si es menester. Los hijos estamos, mal que bien, conformes con esa solución puesto que nos libera de la mala conciencia de no poder atender a la abuela (hay más viudas que viudos, ya lo siento).
Vienen, las inmigrantes, sabedoras de que van a vivir en casas lujosas (en comparación con las que abandonan), que van a tener unos ingresos extraordinarios (en comparación con la renta de su país de origen), que van a poder acceder a una asistencia sanitaria jamás soñada, que van a tener casa, comida, salario, un TODO INCLUIDO, por hacer algo que en su país es un deber sagrado para todo hijo: cuidar a la madre o al padre anciano.
Seguro que piensan que somos unos ‘monstruos’ sin corazón. Igual por eso nos miran como si lo fuéramos y se niegan a integrarse y a pagar impuestos y se acomodan a decirle a la abuela: “dígame doña Josefa, ¿le traigo ya su vasito de leche de antes de dormir?”.
En fin.
Por supuesto que cada familia es un mundo, y no siempre es válida para nosotros la solución que ha encontrado el vecino. El problema comienza cuando fallece uno de los progenitores y el que queda decide que quiere seguir viviendo en su casa mientras pueda. Mientras pueda… pero pasan los años y ya no puede o se ha cansado o los hijos ven que no es conveniente que siga en soledad.
Hemos desarrollado –supongo que para bien- un grado alto de independencia, una especie de orgullo mezclado con ganas de no molestar y de que no nos molesten, que hace poco apetecible la convivencia de padres ancianos con hijos y nietos. “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”… La fórmula del siglo pasado de que los padres ancianos, al quedarse solos, pasaran a vivir con los hijos, al menos en el ámbito urbano, está prácticamente obsoleta por inviable. Todos trabajan y nadie puede ocuparse del anciano abuelo. Así que miramos alrededor a ver cómo lo ha hecho el vecino.
Y el vecino ha contratado los servicios de una inmigrante, casi siempre sin papeles, que está dispuesta a convivir con nuestro padre o nuestra madre y cuidarle, darle de comer, acompañarle a pasear y levantarse por la noche si es menester. Los hijos estamos, mal que bien, conformes con esa solución puesto que nos libera de la mala conciencia de no poder atender a la abuela (hay más viudas que viudos, ya lo siento).
Vienen, las inmigrantes, sabedoras de que van a vivir en casas lujosas (en comparación con las que abandonan), que van a tener unos ingresos extraordinarios (en comparación con la renta de su país de origen), que van a poder acceder a una asistencia sanitaria jamás soñada, que van a tener casa, comida, salario, un TODO INCLUIDO, por hacer algo que en su país es un deber sagrado para todo hijo: cuidar a la madre o al padre anciano.
Seguro que piensan que somos unos ‘monstruos’ sin corazón. Igual por eso nos miran como si lo fuéramos y se niegan a integrarse y a pagar impuestos y se acomodan a decirle a la abuela: “dígame doña Josefa, ¿le traigo ya su vasito de leche de antes de dormir?”.
En fin.
LaAlquimista
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
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