Gente feliz en el amor hay más bien poca tirando a escasa. Lo habitual es que la felicidad y el contento lleguen por otras vías diferentes: desde lo profesional, del ámbito social o de la tranquilidad cómoda de la familia tradicional. El amor romántico es un invento relativamente reciente que no tiene nada que ver con el matrimonio perpetuador de la estirpe y generador de seguridad y continuidad.
Todos queremos amor y creemos vislumbrarlo fugazmente en algunos momentos. El matrimonio es otra cosa, para qué engañarnos. Estar casado da prestigio social –en cualquier estamento- y presupone al individuo una estabilidad, una cordura y una sensatez que, aunque no tenga mucho ver con la realidad, es lo aceptado socialmente.
El problema es cuando se anda bajo mínimo de besos, caricias, abrazos y revolcones en general. Y ahí da lo mismo estar casado o no, que el contrato matrimonial no es garantía de coyunda fecunda. ¿De dónde se sacan esos momentos inefables que todos hemos vivido alguna vez (o muchas veces) y que parece que se han evaporado con el tiempo? Ah, el amor no es mercenario, es regalado, generoso, imprevisto… y los besos y los abrazos no aparecen con las témporas ni tienen fecha en el calendario… vuelan por el aire, con el polen de la primavera y a veces se posan en un corazón distraído y siguen bailando con el viento hasta que encuentran una ventana abierta donde esperan unos brazos amorosos que no figuran en ningún papel, que no están previstos en el Orden del Día.
Entonces es cuando hay que aprovechar y recargar las pilas; al precio que sea, que la ternura de un instante o la locura de una noche sin dormir pueden hacer recuperar la ilusión por la vida incluso al más desencantado…
En fin.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50
LaAlquimista
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