Hay soledades peores que otras; quizás estén en este grupo las que aíslan el espíritu del individuo alejándolo del espíritu común, conformando un espacio desangelado, inerte, frío como una noche sin luna ni estrellas. En esa soledad el individuo queda paralizado, viene el agarrotamiento de tan adentro que es muy difícil anular el bloqueo y ya no queda más que la infelicidad que lo envuelve todo. Y una terrible melancolía que puede transformarse en depresión. De esta me he librado hasta el momento.
Aunque hay soledades compartidas; “no hay peor soledad que la de dos en compañía” que a tantas personas alcanza y que hace creer que más vale estar a la vera de otro ser humano que sentirse inmensamente solo. Aunque esa persona no aporte más que su propia soledad interior a la causa común. Hubo una época de mi vida en la que estuve a punto de caer en las garras de ese monstruo de muchas cabezas que, susurrando en la madrugada, colaba una corriente de aire gélido en el cuarto compartido. Contra esa soledad existe remedio expeditivo aunque no exento de fatiga y temor al resultado; no obstante, funciona siempre. Quien ha tenido una dura experiencia matrimonial sabrá de qué hablo.
Hay otra soledad que es un poco tonta, y digo tonta porque no debería ser y sin embargo es. La que ataca a personas con vida propia, no dependientes del prójimo para encontrar su camino como seres humanos, los que han llegado a la senda de la realización interior y saben sortear todas las piedras (después de haberse tropezado con unas cuantas de ellas). Son esas almas que se relacionan desde lo más profundo, que entregan y dan, tienen y comparten, transmiten y enamoran. Esos seres que, una vez que han finalizado las horas comunes, cuando las calles se vacían y las puertas se cierran, encuentran el silencio, la calma, la paz… y no tienen con quién compartirla. (Porque la casa en la que viven está vacía). Eso también es soledad y dicen que duele muchísimo. Me temo estar abocada a probar de estas hieles después de otras mieles.
Es un tema importante; y doloroso. No obstante podemos compartirlo. Explicar los momentos en los que, a lo largo de la vida, nos hemos sentido verdaderamente solos. Aun estando con otros.
En fin.
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LaAlquimista
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