Sí, ya sé que conté hace tres semanas que me prejubilaba, pero todavía no ha transcurrido el tiempo suficiente como para que mi mente (y mi cuerpo, que no mi espíritu) se acomode a la nueva situación. Para empezar, el despertador biológico que tan sabiamente supo programar en su día el “Gran Hermano” empresarial sigue sonando a las siete menos veinte de la mañana. Y la verdad es que tampoco me importa tanto porque me ofrece la oportunidad de hacerle un guiño –o corte de mangas- al Calendario Laboral, darme media vuelta y seguir durmiendo con plena satisfacción.
Otra de las ventajas que estoy columbrando es el hecho de que si paso una mala noche por la ingesta indebida y exagerada de cualquiera de los alimentos –sólidos o líquidos- que tanto me hacen disfrutar, no pasa nada. Se supera el bache como se puede y se sigue durmiendo hasta las diez. ¡Qué se le va a hacer…¡ Y si luego hace falta rematar la faena con una siesta pues…más de lo mismo. Y además no tienes que ir al Ambulatorio a contarle tus pejigueras al médico de cabecera para que te dé una baja laboral. Por fin tengo derecho a ponerme enferma!
Me dicen en casa que estoy exagerando, que eso de sacarle únicamente ventajas al hecho de la prejubilación no puede ser sano y yo digo que, vale, que de acuerdo, que de lo mío gasto, que ya va siendo hora de que pueda sacar a pasear a ese “bicho” que todos llevamos dentro y que se ha pasado lustros amordazado y constreñido por mor de tantas y tantas reglas, leyes e impedimentos.
Y cocinar… darle la tabarra a mi “cashera” favorita (Carmen, del Mercado de San Martin) divagando sobre la textura de los tomates que cultiva y la vida en general, para volver a casa y, sin prisa, demorarme con regocijo en un sofrito, pelar unas vainas con la ventana abierta y la música a tope, sabiendo, consciente, con regodeo incluso, que comeré cuando esté la comida y con el reloj de la cocina castigado de cara a la pared.
Estoy empezando a vislumbrar muchas posibilidades nuevas para la cosa esa de la felicidad. Ya iré contando.
Lo de pararme a ver las obras que se hacen en la ciudad, eso lo dejo para el otro género; no quiero invadir terrenos.
En fin.
LaAlquimista
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