Y se atrevía con todo. Lo mismo ponía estopa en un grifo que goteaba, que silicona en los bordes de la bañera. Las lámparas y los enchufes los tenía en posición de firmes y con su pequeño soldador pelaba y juntaba cables como el que hace un huevo duro. Ruedas, patas, manillas, persianas, clavijas, junturas, cristales. Lijas, formones, alicates, destornilladores, llaves allen y de las otras y su gran colección de tornillos, puntas, hembrillas, alcayatas y toda la estirpe familiar colateral. Tenía un pequeño habitáculo, un armario grande más bien, con banco de trabajo incluido, al que denominaba pomposa e ingenuamente “el taller”.
Habiendo vivido de esta manera, era de cajón que me casara con un “manitas”. A ver si no. Y cuando me divorcié del manitas, seguí buscando en el hombre (en este momento es cuando mi psicoanalista de cabecera –si lo tuviera- se echaría las manos a la cabeza) habilidades manuales varias además de bondades del alma y las capacidades del cerebro.
Ahora me diréis que para qué están los gremios, que hay que darles de comer también, pero es que no puedo, me resulta imposible, es como si le dicen a Elena Arzak que si se le estropea la cocina de su casa, pida la comida a un chino. Pues no.
Y aquí ando, peleándome con el casquillo de una lámpara que no quiere abrazarse a la rosca de la bombilla, pero es que con los cables yo no me atrevo, me da un miedo espectacular, que es mejor no tocarlos con mano inexperta no se vayan “a cruzar”. Necesito un electricista. A poder ser amigo. Que me arregle la lámpara de leer en la cama. ¿O tendré que, por primera vez en mi vida, pagar por los servicios de un hombre?
En fin.
Laalquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario