domingo, 5 de abril de 2015

¿Acabaré pareciéndome a mi perro?


 

Aburrida estoy de escuchar frases manidas con respecto a mi perrillo del tipo: “ya verás cuánta compañía te hace” o “dan mucho cariño”, porque yo respondo invariablemente que, para compañía y cariño, yo prefiero la de las personas/humanas no la de ningún animal por muy leal, generoso y dócil que sea. Ya lo siento, por ahí no paso, igual es que es “corporativismo de género” y me gustan más los humanos que otras especies.

También dicen que son muy inteligentes los perrillos como el mío y no sé yo si son inteligentes, pero desde luego, a cabroncete al mío no le gana nadie, ni siquiera un novio mosqueado. Basta con ver lo que hace cada vez que me voy sin él a la calle, no importa que sea por poco o mucho tiempo, a la compra o de cena por ahí, le explique yo o no adónde y con quién voy –manda narices- o me vaya dando un portazo sin decirle ni adiós. El caso es que a mi vuelta, ya puedo estar segura de que me voy a encontrar con el “regalito” pertinente en la cocina. Y si te descuidas, marca hasta la propia camita donde duerme… (Un poco elemental le veo yo).

Tampoco importa demasiado si le pongo su comida en el cuenco cuando le toca comer y se la traga a bocados sin masticar nada, una auténtica máquina succionadora de lo que le pongas; si al cabo de diez minutos me siento yo a comer, él pide y pide más. Obviamente, darle algo contribuiría a producirle un empacho más que notorio. (Qué elemental es mi perrito)

Ya ni te cuento si se trata de compartir el mismo espacio; estoy viendo una película y me mira con ojillos de cordero degollado; menea la cola y se acerca como pidiendo perdón para ver si le acojo en mi regazo o en el sofá a mi lado. No para hasta conseguirlo, cosa de veinte segundos y ya está otra vez saltando al suelo, habiendo comprobado que puede salirse con la suya y dominarme. (Qué ingenuo eres, pobrecito mío).

Compañía, lo que se dice compañía, más bien poca, excepto que le llamemos así a pasarse unas veinte horas al día enroscado sobre sí mismo durmiendo –otras veces lo hace a lapatalallana, abierto como un pollo esperando a la barbacoa-. Cuando está despierto suele ser porque lo he sacado a la calle en cuyo caso no está pendiente de mí aunque le llame a gritos o le tire de la correa. Él a lo suyo, a olisquear orines o rastros de hembras en celo aunque hayan pasado por ese lugar dos días antes; ¿de dónde saca tanta capacidad de miccionar, aquí y allá, levantando la pata cada dos minutos cada vez que necesita “marcar” el territorio? Porque agua bebe poquísima, se parece a mí, si no hace mucho calor no le gusta ni por asomo.

Algunos días me lo llevo en mis correrías y lo único que quiere es sentarse quieto al lado de la silla donde yo esté; si voy de pintxo-pote va comiendo las migajas de croquetas o tortilla de patatas que caen al suelo –supongo que algo más también pillará, digo porquerías, claro. Cuando se agobia de tanto humano pide cuartelillo y como es pequeño –no llega a 4 kgs. de peso- siempre hay un alma caritativa que lo coge en brazos –es decir, yo- o una amiga con un bolso de Prada que se lo guarda dentro.

Otras veces le hago que me acompañe a patear la ciudad y va con su trotecillo ligero hasta la desembocadura del Urumea sin quejarse. Allí, debe de haber una muga imaginaria canina, se sienta y descansa. Si pasamos por el Boulevard tira de la correa hacia las paradas de los autobuses y, cuando le cojo en brazos preceptivamente, apoya sus patas en la ventanilla y mira pasar la ciudad camino de casa.

Y vuelta a empezar. Todos los días lo mismo. Ni se cansa ni se aburre ni protesta ni está especialmente alegre. Es un perro “de diseño” que ha perdido –si es que alguna vez la tuvo- su conciencia lupina. Ideal para “dar cariño y hacer compañía”, pero después de un año viviendo juntos seguimos sin cogernos el tranquillo. Soy una mujer demasiado movida para el perro tranquilo que es él.

Dicen que los dueños de perros acaban pareciéndose a sus perros; no sé yo si ese es el futuro que me espera, como no sea que se me vuelva todo el pelo blanco, como lo tiene él.

Es obvio que Elur “es” el perro de mi madre; tiene su mismo ritmo de vida, pausado, tranquilo. Si lo hubiera elegido yo en vez de “heredarlo” tendría ahora un podenco andaluz…

En fin.

LaAlquimista

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