jueves, 16 de abril de 2015

Buscar el amor por Internet


 

Me enviaron hace tiempo una invitación para poder acceder gratuitamente a una página de contactos on line, esas “celestinas cibernéticas” que por un eximio estipendio garantizan de por vida la solución a la soledad que emana de lo más profundo de la esencia del ser humano, esas bases de datos llenas de gente joven y guapa que busca pareja porque no la encuentra en su cotidianeidad discotequera, perfiles que no desmerecerían en un casting para anunciar colonias en la época navideña, hombres de diseño y mujeres de fotoshop, todos sonrientes, invitando al incauto o incauta cincuenteañero a depositar lo que queda de sus ilusiones en la falacia tan extendida de que el buen vino con los años mejora cuando todos saben que lo más habitual –y lógico por otra parte- es que se avinagre.

Piqué y entré, porque me ofrecían la cueva de AliBaba y no se veía a los ladrones por ningún lado, y porque era una oferta irresistible: por 1€ (sí, por esa moneda con la que ya casi no se puede comprar una barra de pan) me ofrecían una semana de navegación intercontinental para detectar -perseguir y/o acosar- al hombre de mis sueños que seguramente estaría también –como un loco silencioso, su soledad disimulada- buscándome a mí, aunque fuera en las antípodas, eso es lo de menos, el amor no tiene fronteras con el skype y nos creemos que realmente no hay fronteras cuando sí que las hay y si no que se lo pregunten a los que arriban por las noches, mojados y desesperados, a nuestras costas sureñas.

Entré a fisgar y con el escepticismo a flor de piel, pero entré. Reduje mi búsqueda a varones de entre 50-60 años, con foto, no fumadores y con estudios universitarios. En un entorno de cien kilómetros a la redonda por aquello de no pisar terrenos demasiado desconocidos. El catálogo de lo expuesto era, literalmente, inconmensurable. Es decir, que había páginas y páginas –cada una con casi treinta perfiles- de supuestos candidatos/buscadores/zahoríes de su media naranja o su compañera del alma. Pensé –y pensé bien- que no todos los perfiles podían ser reales, que era IMPOSIBLE que hubiera TANTOS hombres de entre 50 y 60 años deseosos de entablar relaciones tan cerca de mi casa, cualquier tipo de relación, desde la aventura de una noche por el método del “aquí te pillo, aquí te mato”, hasta el soltero recalcitrante que por fin ha decidido sentar la cabeza y encontrar a alguien que le sirva de criada para todo, pasando por el divorciado o viudo que no se adapta a la soledad de la plancha o la aspiradora.

Acompañaban los perfiles de estos “caballeros” fotografías de ciudadanos que aparentaban entre 60 y 70 años como mínimo, exentas de técnicas de photoshop por lo rudimentario de las instantáneas, con fondos de armarios de cocina o cuadros de salón con ciervo perseguido por la jauría de perros en cromática barbarie.

Fotos de gente que aseguraban ser “amigos de sus amigos”, frase que siempre me ha chirriado muchísimo, -lo extraño sería que dijeran que no fueran amigos de quienes se consideraban como tales-, gente tranquila a la que le gustan los viajes exóticos, gente tímida a la que le encanta salir a bailar o, lo más común, hombres “cultos” cuyas preferencias de ocio se cifran en la televisión y salidas al restaurante con amigos. Románticos casi todos, porque seguramente saben o sospechan que es el romanticismo cualidad importante para la mujer a la hora de decidirse a elegir pareja aunque el hombre que prometa tal romanticismo lo circunscriba a pasar el brazo por el hombro cuando se da un paseo por los escaparates de la ciudad un sábado por la tarde antes de regresar al hogar a cenar –lo que haya preparado la mujer, cualquier cosa, lo que tú prefieras- mirando la tele hasta que el bostezo o el hartazgo, acaso la náusea los catapulte a ambos hacia el tálamo y quien sabe, quizás esta noche toque o para qué si ya a estas alturas lo que importa es la compañía, no sentirse solos, creer que ya hemos hallado la felicidad que se nos quebró por el camino con una compañera, con un compañero que nos acompañará en taxi a urgencias cuando haga falta, que lo hará.

Me leí casi doscientos anuncios, descripciones físicas y de sueños no realizados, declaraciones de intenciones honestísimas y promesas de amor eterno siempre y cuando la elegida lo mereciera, mujeres sin cargas familiares a ser posible, abstenerse las que no tengan independencia económica, abanico de edad deseada en su hipotética pareja por el hombre de 50-60 años, de 30 a 40 como mucho, algunos incluso se acercan al límite de los 50, pero que sea MUY femenina, atractiva aunque no sea guapa, picarona aunque no llegue a sexy, coqueta en su justa medida, que sepa valorar lo que ofrece la madurez del hombre a la siempre postergada madurez de la mujer…

Algunas fotos me gustaron, hombres “interesantes” de 60 años que buscaban una mujer de hasta 45 o profesionales licenciados superiores que tan sólo querían una mujer para amistad y lo que surja, no importa sin estudios, total para qué, supongo que en la cama no iban a hablar de filosofía con el cigarrito de después…Ah y el tabaco, los fumadores con fumadoras y los no fumadores dispuestos a lo que sea con tal de no seguir solos o de amortizar la cuota pagada, siempre creyendo que ellos habrán pagado más del euro que pagué yo por pasearme por el ciberespacio romántico y comprobar que ninguno de esos hombres estaba a mi alcance porque no entro en la franja de edad que ellos quieren.

Así que cambié mis datos de búsqueda y pasé a un rango de hombres de entre 60-75 años. ¡Bingo! Mi oportunidad se presentó como por arte de magia al descubrir que esos caballeros de edad más que provecta SÍ que estarían dispuestos a acceder a conocer a una mujer diez o quince años más joven que ellos, es decir, donde me sitúa para desdicha mía mi fecha de nacimiento, allá por los 50 del pasado siglo, una chavalita para ellos, jubilados con nietos y con apartamento en la Manga del Mar Menor con espíritu joven a pesar de los estragos producidos por el tiempo en su fotografía…y en su biografía.

Recibí muchos “flechazos” y unos pocos e-mails que me dejaron con la moral por los suelos porque en mi descripción puse cosas verdaderas y ciertas, siempre y cuando mis certezas y mis verdades tengan algo que ver con lo que el lector entienda como algo que le sea cercano y me describí como racionalista y amante de la cultura y ahí me dijeron que a ver qué me creía yo para andar poniendo el listón tan alto a mi edad, que por muy inteligente que me crea los cincuenta ya no los cumplo y que hay que dejar paso a la juventud que es la que viene pisando fuerte, como supongo yo pedí paso cuando tuve veinte años y como supongo que yo pisé fuerte hasta los treinta o los cuarenta, pero no recuerdo haber pisado a nadie ni apartado de mi camino a otro ser humano solamente por ser joven y guapa cuando lo era o creía que lo era, porque ahora ya ni lo creo ni lo soy.

Y descubrí que los señores que hubieran estado dispuestos a “darme una oportunidad”, caballeretes de cincuenta y cinco años declarados y que parecían tener diez más como mínimo, confesaban, al final siempre se confiesan las propias mentiras porque si no nos las descubren y a la vergüenza de la mendacidad hay que añadir la de la estupidez, confesaban haber falseado las fechas porque total, todo el mundo lo hace y sobre todo las mujeres que no hay una en el mundo que quiera -sin obtener nada a cambio- decir cuál es su edad verdadera, la del registro civil, esa que nos acompaña en silencio durante toda la vida y que se desvela en el momento final, ahí cuando se inscribe en el mismo registro que ya no vas a cumplir ningún año más porque ya los has gastado todos o desperdiciado, que muchas veces no está muy clara la línea que separa lo uno de lo otro.

Me he acordado ahora de esta experiencia pretérita cuando me he mirado esta mañana al espejo y he descubierto que tengo que volver a la peluquería a cubrirme las cuatro o cuatrocientas canas que tengo, no como adorno que eso es privilegio de los hombres, sino como fieles testigos de que, afortunadamente, todavía tengo ganas de ir a la peluquería a teñírmelas. Que no es poco.

En fin.

LaAlquimista

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