domingo, 26 de abril de 2015

Se me cae la cama encima

 

No, el título no es una errata digital –de mis dedos-, no, no he tecleado la “m” en vez de la “s”, es la cama la que me pesa desde el canapé hasta el relleno nórdico, pasando por los sueños que habitan debajo de la almohada y los reflejos de la bombilla que me provee de luz para leer. Llevo ya un mes entero durmiendo en la misma cama y me ha surgido la inquietud al filo del amanecer, propiciada quizás por una granizada violenta que nos ha sobresaltado –a Elur y a mí- cada uno a un lado de la puerta. Él queriendo entrar y yo queriendo salir…

Me vuelve el espíritu nómada a susurrar al oído y me alienta las ganas de respirar otro aire; soy fuerza dentro de mi piel, energía desde la punta del último cabello, ilusión que vuela desde el corazón hasta las manos que teclean, acarician, cocinan con amor. Llevo treinta días esperando a que se abra la última orquídea de mi cumpleaños, treinta días enteros retando a la vida cada mañana cuando ha hecho falta –durante la enfermedad y convalecencia de mi perro Elur-, treinta noches y dos lunas llenas que pesan como las piedras.

A pesar del tiempo inestable de la primavera tengo ganas de ponerme al volante de mi coche rojo y partir a darme una vuelta por la vida que bulle al otro lado de mi ventana, fuera de estas paredes acogedoras que me protegen del desatino circundante. Desatino, bonita palabra que significa “locura, despropósito o error” y a la que algunas personas que todavía están en mi órbita dan carta de naturaleza con sus acciones. ¿Qué tendrá que ver conmigo todo lo que cuentan, lo que callan y lo que hablan, lo que inventan y lo que maquinan?

Casi todos estamos “atados” por cuerdas invisibles –pero resistentes al paso de los años- a afectos espurios que no han podido superar la famosa “prueba del algodón”, esas relaciones que presentan una superficie pulida y brillante, pero tras las que se ocultan las asperezas del rencor y la inquina. ¿Qué otra cosa podemos hacer –como me decía mi buen terapeuta- sino alejarnos de ellas lo máximo posible?

Ah… ¿no he contado nunca en este blog que estuve acudiendo a terapia durante casi un año en un tiempo lejano a este tiempo presente? Bueno, pues lo digo ahora. Si cuando el coche hace ruidos lo llevamos al taller, cuando la mente emite pitidos y chirridos también hay que hacerle una revisión de urgencia antes de que la solución tenga que estar en manos de neurólogos o psiquiatras. Un buen psicólogo es una joya; uno malo te puede llevar a la ruina (emocional y económica).

Me voy de la ciudad amada a la naturaleza más amada todavía. Me voy adonde no llega la envidia ni la rabia. Como una huida inteligente y necesaria para librarme del tsunami emocional que se avecina. Aquí dejo, protegidas en su capullo inviolable, a las personas que no me quieren bien. Hay que saber renunciar incluso a ciertos afectos que creíamos para siempre… o alejarnos de ellos como medida prudencial en evitación de males mayores que, por desgracia y casi siempre, va a sufrir quien esté ahí en medio del campo de batalla.

Maravillosa libertad que me permite desaparecer del mapa durante los días que necesito para reforzar mis tesis, airear mi mente y dejar que mi espíritu fluya sin opresiones ni ningún tipo de –predecible- chantaje emocional.

Seguramente que mis palabras resonarán en algunas personas como algo conocido, un déjà vu que es tan común al ser humano, pero creo que hay que ser valiente y decirlo claramente: “me voy porque lo necesito, me voy porque busco aire limpio y gestos amables, me voy porque adonde me llevan mis pasos me espera el cariño sincero de quienes forman parte de mi vida afectiva.”

Ya siento abandonar el “campo de batalla”; pero la primera sorprendida en no querer seguir participando en ninguna lucha soy yo. Será que los años me están dando la posibilidad de contemplar la vida de una manera más “pacífica” o de demostrarme que no vale la pena ninguna guerra, que las victorias pírricas duelen casi tanto como un jaque mate emocional. Antes enrocaba mi rey y dejaba la partida en tablas; mucho antes me despellejaba el alma buscando el triunfo. Entre aquel tiempo en el que no sabía nada y éste de ahora en que sé menos todavía hay una importante diferencia: ya no me siento a jugar.

Felices vacaciones para quienes las disfruten en lugares hermosos; felices días también para quienes permanezcan con sus seres queridos. Lo importante no es el dónde, sino el con quién… Ah, y este post NO es para que me deseéis feliz viaje sino para que cada quien se plantee el suyo…por si le hace falta.

En fin.

LaAlquimista

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