Salo hace un tiempo a los medios el escándalo del fabricante francés P.I.P. que vendía implantes de silicona de baja calidad a bajo precio con posibilidades más que certeras de “autodestruirse” y arrastrar consigo la salud de la paciente que las lleve en su seno. (Me ha salido la ironía sin querer, lo juro). El ministerio de la Salud francés se ofreció a retirar las prótesis de esta marca y sustituirlas por otras no dañinas corriendo los gastos de hospitalización y nueva reconstrucción mamaria a cargo de las arcas del Estado. Como tiene que ser, faltaría más. El Estado es el último Responsable de lo que autoriza, de aquello para lo que da licencias, de todo por lo que cobra impuestos; que sea capaz o no de gestionarlo bien, controlarlo y regularlo es obligación suya, que para eso están los Ministerios y sus Ministros.
Hasta aquí vamos bien. Una noticia más con su morbo añadido y su polémica servida. Y al leerla, muy poca gente cae en la cuenta de que estamos hablando de miles y miles de mujeres que han tenido que implantar en su cuerpo un asqueroso trozo de silicona en forma de prótesis mamaria porque han padecido un CANCER de seno que a ello les ha obligado. Que parece que hablamos de modelos, actrices, faranduleras y culibobas en general que se hacen una “escultura pectoral” a medida porque forma parte de su trabajo y no les queda otro remedio. Que tampoco hablamos de esos miles de mujeres normales y corrientes que sufren complejos por tener los pechos pequeños y a las que la sociedad (en forma de un compañero intransigente y nada respetuoso) les empuja a “abrirse el pecho” –literalmente- para poder equilibrar su autoestima y dar gusto –visual y táctil- a los demás y sentirse mejor, más felices y más seguras ante la vida.
Porque no todas las mujeres que llevan un implante mamario lo llevan “por necesidades del guión”, es decir, como consecuencia de una horrible y traumática mastectomía que socava, sin lugar a dudas, cualquier moral, cualquier autoestima, cualquier gana por vivir que pueda quedar después de ello. Son muchas más las mujeres que han recurrido voluntariamente a la cirugía para “verse más guapas” que las que han arrastrado su cuerpo por mesas de operaciones intentando salvar la vida, sencillamente. Y no me parece justo. No me parece justo que la sociedad eleve a la categoría de culto los pechos de las mujeres, instándolas –subliminal o directamente- a creerse “menos” o “más” en función de la talla del sujetador.
Reían algunos (y algunas) en mis años adolescentes con chistes del tipo “campeona de natación: nada por delante, nada por detrás”. Se hicieron habituales –entre adolescentes estúpidos que luego serían adultos estúpidos también- las frases “más vale tener que desear” y “más lisa que una tabla de planchar” y las altas y delgadas no teníamos con qué competir frente a las bajitas y rechonchas como no fuera una natural inteligencia, una desbordante simpatía y nos quedábamos en la lapidaria frase de: “la suerte de la fea la guapa la desea”, entendiéndose por “fea” la que tenía las tetas más pequeñas, faltaría más.
Pero de aquellos polvos –no literales- vinieron estos lodos y ahora resulta que se habla de las prótesis mamarias como si fueran zapatos para no ir descalzas, como si aquellas mujeres que no fueron capaces –que no lo son todavía- de mantener su autoestima al nivel del mar, creyendo que serían mejor aceptadas por el hombre, por el espejo, por la sociedad y por ellas mismas si tenían una talla 110, fueran a pasar por la vida “de rositas” frente a todas aquellas que han sufrido una amputación traumática y la prótesis forma parte del mínimo paliativo necesario para volver a recuperar la sonrisa.
Porque el escándalo no viene únicamente del abuso y negocio del fabricante P.I.P. vendiendo porquería a cuatro euros (o cuatrocientos) sino que lo que se cuestiona es si la Seguridad Social tiene que correr con los gastos de arreglar el entuerto en las mujeres afectadas. Pues faltaría más, pues claro que sí, incluso para las que pasaron por el quirófano por cuestión puramente estética, que de estos desaguisados –y de muchos otros- somos responsables civiles subsidiarios todos sin excepción. Por la parte que nos toca o nos pueda tocar en el futuro. Y al que le vuelva oir lo de “ante la duda, la más tetuda” me lo como crudo por imbécil y desconsiderado.
En fin.
LaAlquimista
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