Actividades esenciales
No sé por qué me he acordado estos días de la famosa “Pirámide de Maslow” –que no está en Egipto, como una vez dijo un listillo-; la que concreta en un dibujo geométrico coloreado las necesidades humanas: desde las más básicas hasta las puramente espirituales. En realidad, para vivir lo primero que hace falta es el aire; después la comida, luego el cobijo –ropa/cueva- y después ya vamos hilando más fino y nos metemos en terreno de expertos que nos dicen qué es esencial para el ser humano. ¡Cómo si no lo supiéramos sin necesidad de saber quién era Abraham Maslow y sus teorías humanistas!
Ahora mismo las prioridades han mutado bruscamente, las costumbres se han medio hundido en un pantano y lo que hasta ayer mismo era el pan nuestro de cada día (y del que nos quejábamos por estar poco tostado, con demasiada miga o no llevar masa madre), todo esto junto, digo, se nos presenta ahora como un batiburrillo de aspecto nada agradable que tenemos que aceptar si no queremos volvernos locos. O precisamente nos estamos volviendo locos por haberlo aceptado, que todo puede ser.
Así que he hecho la lista (adoro las listas) de mis “actividades esenciales” al margen de las que oficialmente están permitidas o subvencionadas a golpe de boletín oficial de donde sea.
- Pasear al aire libre. Hacer inventario exhaustivo de cuanto parque, paseo, bosquecillo, monte, playa, lago, río o montaña sea accesible para mis perjudicadas rodillas. Caminar (con o sin bastones), subir y bajar, entrar y salir, alejarme del ladrillo, acercarme a la naturaleza. Respirar a pleno pulmón. Que el cuerpo (físico, mental y espiritual) se vuelva a conectar con lo natural y primigenio.
- Los abrazos. A mí que no me los quiten porque entonces me muero de verdad. ¿Truco? Pues buscando la forma de hacerlo mirando “Tú a Boston y yo a California”, sin hablar y con la boca y nariz bien tapadas. Bastan pocos segundos (entre cinco y diez) para sentir el corazón de la otra persona y que se sienta el tuyo propio latir al unísono. Recuperar el calor cercano, ir “en busca del achuchón perdido”, seguir sintiendo a los seres queridos…y que nos sientan a nosotros.
- Comidita rica. Que no tiene por qué ser marisco ni solomillo, sino ponerle un plus de cariño y de delicadeza a la ingesta de alimentos. Ni soñar lo que viene de fábrica ya preparado. He hecho la prueba de no comer nada que venga en bote, lata o envase de papel metálico. Todo fresco, todo. Y con el lujazo añadido de poder comer pescado de la mar, verduritas de la huerta y frutas del país. Cada día, cada comida y cada cena consigo que sea un pequeño placer gastronómico. ¡Hasta las lentejas las como suspirando!
- El “Comando Chardonnay”. Esto es algo puramente intelectual a pesar de que parezca que es una cuadrilla de txikiteros (bebedores de vino). La esencia es el trueque/préstamo de libros, con charla incluida y bien regada. Somos bastantes y, como ahora está feo que nos juntemos en grupo, lo hacemos en petit comité. Un plaisir para las emociones intelectuales y de las otras.
- El masajito. Nada de esperar a tener una contractura en el hombro o que la espalda pegue gritos por la zona lumbar. Mejor prevenir que lamentar, así que, cada cuatro semanas me derrito en las (benditas) manos de mi masajista favorita para que me recomponga y salgo con la sensación de ir flotando a diez centímetros del suelo.
- El menú del día con una amiga/o. Con tiempo primaveral las terrazas de cafeterías y bares son el refugio de quienes preferimos el aire libre para compartir un buen rato de charla. Mi ciudad está “llena” de lugares agradables que ofrecen un “Menú del Día” por cantidades nada exageradas (12€). Según el parte meteorológico voy marcando en la agenda los días y quedando con mi gente de dos en dos. Una maravilla.
- Bailar. En casa y con la música a tope. Si hace falta, con una copa de vino en la mano. Hasta sudar, hasta agotarme, hasta perder el pie y marearme… y luego sentir que todo mi cuerpo se ha removido para bien.
- “Lo de cada uno en particular”. Aquí se mete en el mismo saco todo aquello que nos dé gusto, regusto o gustirrinín. Desde el placer corporal -compartido o no-hasta el placer intelectual individual. La creatividad silenciosa, la ensoñación, la meditación. Yo me apaño muy bien leyendo libros, escribiendo (esto que tú lees ahora), pintando mis cuadritos y visionando el cine “de toda la vida”. Y la música, para mejor valorar el silencio.
Por ideas que no falten. Y se admiten sugerencias.
Felices los felices.
LaAlquimista
*Ilustración: Maria Hesse
También puedes seguir la página de Facebook:
https://www.facebook.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario