jueves, 25 de marzo de 2021

Saber dar las gracias

 

Saber dar las gracias

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Cada noche, justo en el momento de apoyar la cabeza en la almohada, rasco treinta segundos para hacer un brevísimo repaso al día y me reconforta poder agradecer que no haya habido ni sobresaltos ni desgracias en mi entorno personal. Parecerá una tontería, pero ese pequeño agradecimiento al Universo me deja la mente en “modo avión” y el cuerpo relajado. Cuando me despierto, siete horas después –más o menos- doy las gracias por el descanso y por sentirme viva y con ganas para afrontar el nuevo día. (Releo el párrafo y parece que me ha dado un ataque agudo de mindfulness)

Ahora mismo –mientras escribo estas letras en una cómoda habitación- siento agradecido el estómago que acaba de disfrutar del rico desayuno que le he proporcionado. En un ratito, cuando me meta bajo la ducha, cantaré a mi manera la magnífica sensación del agua caliente, la caricia del gel sobre mi piel, el gustazo de sentirme purificada; y la toalla mullida, la ropa interior limpia y oliendo a suavizante. La cremita suave para la cara, el cepillo limpio sobre el pelo. (Releo el párrafo y parezco un anuncio de Rituals)

Me siento confortada y moderadamente feliz por vivir en un piso que no se cae a cachos, con todo pagado y luz que entra a raudales por las ventanas. Me voy a la calle cerrando tras de mí la puerta blindada, para andar con buen calzado y mejor abrigo, por los caminos que hoy elija transitar. (Aquí ya soy una medio-embajadora de Leroy Merlin e Ikea)

Si me tomo un cafecito de media mañana en el bar de abajo, le doy las gracias a Oscar por su amabilidad; al hacer la compra al colmado de la esquina respondo con alegría al chiste cotidiano de Koldo. Si me toca “masajito”, le digo a Ana que qué bien que me menee las carnes con cariño y me deje como una reina mora. A Mónica le agradezco con un buen té y dos abrazos cada vez que viene a casa a ayudarme a que no me coman las telarañas. (Aquí ya parezco la hija adoptiva de Teresa de Calcuta)

A mis hijas, Xixili y Amanda, les mando bendiciones a chorros por todo el amor que me dan; por saber cuidarse y ser felices y evitarme preocupaciones y disgustos. Agradezco a Alejandro y a Guillermo que trabajan con ellas codo con codo para hacer el mundo un poco mejor: y que las cuiden cuando enferman y les den mimos y les hagan masajito en los pies. Doy las gracias por mi hermosa nietecita Eila que ha venido a nuestras vidas para hacernos reflexionar sobre casi todo lo que hacíamos mal: ella, desde su especial mirada y su corazón limpio también me llena el frasco del amor. (Y, de repente, empiezo a ser yo misma…)

Doy las gracias por vivir en una ciudad hermosísima; por poder moverme con mis piernas, por respirar el aire limpio del monte y emborracharme con el salitre del mar. (Chardonnay aparte). No vivo en una celda oscura: mi mente amplía todas las grietas para que entre la luz. Doy gracias incluso cuando siento la tristeza porque sé que así apreciaré más la alegría que está detrás. Y  a mis amigas y amigos del alma que ocupan todas las letras del abecedario. Y sobre todo, feliz porque no me duele nada. Más agradecida estoy todavía por tener un espíritu que no me hace temer casi nada. Soy como el tonto aquel que se conformaba con un caramelo gordo, sólo que en mi caso el “caramelo” me lo he fabricado a mi conveniencia.

Al final, me aplico mi pequeña filosofía en zapatillas y la alquimia de andar por casa (como si fuera la crema hidratante de las mañanas) que tan bien me reconforta de las iniquidades, miserias y crueldades de este mundo en el que todos vivimos. Total, por el mismo precio… doy las gracias por todo lo que tengo en vez de condolerme por lo que creo que me falta. Y a tirar millas.

Felices los felices.

LaAlquimista

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