Pequeños/grandes placeres
Teniendo en cuenta los tiempos que corren he dado en acomodar los restos del naufragio de mi vida social a las isobaras; es decir, ¿ Que va a hacer bueno el sábado? Pues quedamos. ¿ Que va a jarrear con viento del norte? Pues a cuidarse en casita que falta nos hace. Se le llama aprovechar las oportunidades, como comprar cuando todo está a la baja o vender cuando han subido los precios, nada del otro mundo.
Así que el sábado hice mi turno de vigilancia en mi terraza favorita a la espera de que se librara mi mesa preferida, la 9, que es donde da el sol cuando tiene que dar y la sombra cuando ya te has cansado de hacer la fotosíntesis. La pillé a la una menos cinco y –después de desinfectada (la mesa y las sillas)- me senté a esperar a mi amiga J. Tocaba aperitivo femenino con ración de sororidad y calamares y con intercambio de libros incluido. Todo un clásico y todo un lujo.
Previendo que hubiera prórroga en el partido amistoso, había dejado la comida preparada, tan sólo a falta de comprar el pan en el bar de abajo donde tienen un horno que convierte un trozo de masa de no sé qué congelada en una delicia olorosa y calentita.
Me gusta mucho estar con mis amigas…de una en una. Ya antes de que restringieran los grupos sociales a cuatro había yo cambiado mi modus operandi pasándome al petit comité, en realidad tan petit que ya era casi vis a vis. Decidí que no me gustaba perderme en los vericuetos de varios temas a la vez ni mucho menos desperdigar la energía como si fueran migas entre los pajaritos. No me gusta el “picoteo” en ninguna de sus muchas acepciones, cosas mías.
El caso es que ahí estábamos J. y yo tan ricamente, al solecito de marzo -ése que dicen que da con el mazo- charlando bien tapaditas: abrigo, sombrero, gafas de sol y la cosa ésa que hay que ponerse en la boca y cuyo nombre nefasto me niego a poner aquí. (Dicen que Corín Tellado escribió sus casi cinco mil novelitas de amor sin usar jamás la palabra “bragas” por considerarla poco romántica. Bueno, pues yo lo mismo pero con lo otro.)
Estábamos J. y yo charlando de cosas nada aburridas: de nosotras mismas, de literatura y de sueños volanderos, cuando de repente le dije: -“¿Sabes qué te digo? Que yo no me voy a casa con este tiempo, que voy a aprovechar la coyuntura y cuando tengamos que dejar esta mesa (reservada para comer a las dos de la tarde) y tú te vayas a tu casa a comer con tu marido, yo me iré de “aventura” por el barrio a seguir disfrutando del día que hace. No me nace encerrarme en casa.” (Estas pequeñas libertades que puede una tomarse cuando no tiene quien le espere ni perro que le ladre.)
Seguimos con nuestra conversación a fuego lento, saboreándola, dejándola hacer “chup chup” porque no hablamos de tonterías sino de cosas que nos importan y aportan. No discutimos casi nunca porque J. tiene muy buen carácter, qué le vamos a hacer.
Terminados ya los riquísimos calamares y las dos primeras tandas de vinitos ricos (J. su tinto de crianza y yo mi Chardonnay) empezamos a recoger los bártulos para dejar la mesa libre a los que venían detrás. Fue visto y no visto, en lo que tardé en ir a pagar y volver, a mi amiga le había cambiado la cara: tenía una expresión como de chavalita a la que le han dado una buena noticia.
-“¿Sabes qué te digo? Pues que yo tampoco me voy a casa a comer, que me voy contigo por ahí…!” Y agarró el móvil para llamar a su compañero de Libro de Familia y comunicarle que oye, chico, que lo siento, pero que el marmitako de salmón ya lo compartiré contigo mañana, que estoy muy a gusto aquí con Cecilia y el avance primaveral…
Parecerá una tontería, pero yo sé que es un “pequeño/gran placer”, que no todo el mundo puede permitirse –y sobre todo si eres mujer- eso de cambiar los planes sobre la marcha y decirle a tu pareja que no vuelves a casa a comer, porque hay demasiada gente que se enfadaría y te llamaría egoísta si le abocas a tener que comer en soledad para que tú lo pases bien. Egoísmo por egoísmo, la cosa está clara. Pero J. eligió bien a su compañero y éste se alegró de que ella estuviera feliz y contenta. (Suerte que tienen algunas)
Al final, nos dieron las cinco de la tarde en otra terraza al sol, comiendo esos pintxos de la tierra que tanto levantan el ánimo y rematando con café y pastelito. No nos quedamos al gintonic porque se levantó algo de viento…
Y colorín colorado este cuento de sábado se ha acabado. Por si a alguien le sirve para repensarse el romper las rigideces que a nosotros mismos nos imponemos.
Felices los felices. (Y J. y yo más…)
LaAlquimista
*** Ilustración: Sisters and the city
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