Bofetadas por todos lados
No hace falta tener un diploma colgado en la pared para saber que si te metes en medio de la pelea agria entre dos personas –aunque tu intención sea ayudar o hacer de cortafuegos- te van a llover las bofetadas desde ambas trincheras y, al final, te salpicará parte de la munición que están utilizando en destruirse mutuamente.
Esto ocurre muy a menudo tanto en enfrentamientos familiares como amistosos; dos se enconan y van haciendo “campaña” de sus razones entre los más allegados y, si te toca tomar partido y te niegas a tomarlo, alguien va a mirarte con malos ojos, como si el problema lo hubieras originado tú y no fuera “hijo legítimo” de quien lo ha provocado.
Me ha tocado alguna vez estar en campo abierto sin cobijo alguno de los proyectiles que dos personas –ambas de mi devoción- se lanzaban entre sí. ¿De qué lado ponerse? Es más… ¿tengo la obligación de definirme? El tema es que la gente conserva la ancestral costumbre –nunca de inteligentes- de “o conmigo o contra mí” y, claro, al que le pilla esa posición leonina lo pasa muy mal.
Es obvio que dan ganas de echar a correr en dirección contraria a los que se pelean al grito de “allá os las arregléis sin mí” o el más drástico “mataos si queréis, pero dejadme en paz”. Pero a veces el vínculo es cercano, estrecho y está comprometido por años de relación y retóricas promesas de lealtad.
En estas peleas hay mucha gente dispuesta a luchar por defender su posición o su ego o lo que sea que valoren por encima de todas las otras cosas. En el tema de la amistad –por ejemplo- cuando en un grupo bien avenido hay dos que se enconan lo usual suele ser que unos pinten bastos y los otros espadas, resultando que –obviamente- el grupo original se desintegra. Y si te he visto no me acuerdo.
En el tema familiar –por ejemplo- cuando dos se enzarzan en la pelea típica de reproches y pedir cuentas del “porque tú hiciste esto o lo otro y yo salí perjudicado”, hay muy mala solución porque la urdimbre de las relaciones familiares parece que sólo se puede romper a base de machetazos o golpes bajos. Hay grupos familiares enfadados entre sí durante lustros e incluso generaciones.
Durante gran parte de mi vida he intentado (re)conciliar a personas distanciadas e incluso mediar entre ellas por el bien común. La experiencia me ha demostrado que, a pesar de las buenas intenciones, las bofetadas te van a llover por todos lados.
Ahora, con mi casi provecta edad, dejo que los demás se peleen lo que les dé la gana pero siempre después de haberme puesto a salvo de los proyectiles que van a pasar por encima de las cabezas. Ahí os quedáis, de verdad, si tenéis ganas de pelea; ahí os quedáis, y no me busquéis más, si pensáis que vale la pena amargarse la vida con enfados, recriminaciones y venganzas.
Ya no quiero estar en medio porque luego salgo perdiendo yo. De la misma manera, cuando me enfado con alguien, cuando corto una relación de manera tajante, procuro no contárselo a nadie porque ya llega una edad en la que ni necesitamos aplausos ni empujones para hacer lo que tenemos que hacer.
Felices los felices (y los que se pelean, allá ellos).
LaAlquimista
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