Tanto quejarse, tanto quejarse…
La queja la llevamos en la sangre, todos. Quiero decir que es “normal” que protestemos cuando estamos disconformes con algo porque para eso tenemos la boca y los derechos que nos otorgan la condición de ciudadanos. En el plano más personal, tampoco es disparatado mostrar disgusto por el comportamiento ajeno si este nos provoca malestar. Hasta aquí las definiciones. No obstante…
Mi amona Julia tenía un sonsonete como respuesta a mis cantinelas: “Es que siempre te estás quejando por todo” y su aseveración quedaba invalidada al instante (a mi entender) porque utilizaba dos de las palabras absurdas por antonomasia: “siempre” y “todo”, que forman cuadrilla con “nunca” y “nada”. Yo me quejaba ofreciendo soluciones y alternativas, no era mi lamento una forma de llamar la atención.
¿Qué me daban mucho asco las natas en la leche que me ponía para desayunar? Pues nada tan sencillo como separarlas y que hiciera mantequilla, así habría más. ¿Que me molestaba ir al colegio con calcetines cortos? La solución eran unos largos hasta la rodilla que me evitaban los catarros que –Julia dixit- “entraban por los pies”.
Mi lógica era buena incluso antes de saber quién era Monsieur Descartes. Mis propuestas alternativas eran coherentes y aportaban contenido al planteamiento primigenio cuestionado. Vamos, que no daba puntada sin hilo y eso me sirvió a lo largo de la vida (laboral y amorosa) para crearme muchos enemigos, como no podía ser de otra manera. (Pero esa es otra historia).
El caso es que he empezado a escribir pensando en cómo nos hemos vuelto todos de quejicas con esto de la pandemia en general y de las vacunas en particular. Me parto la caja (torácica) de reir cuando escucho a quienes me miran seriamente y hacen una disquisición filosófica entre los beneficios y perjuicios que aportan hipotéticamente los compuestos químicos creados en laboratorios lejanos por científicos desconocidos… en el tiempo que se tarda en tomarse un cortado.
Siento vergüenza ajena por la queja continua de “todo” lo que hace el Gobierno sin dar el más mínimo margen a los fallos que –aunque portentosos a veces- en su condición de humanos endebles, contradictorios y asustados, no pueden dejar de cometer. ¡Seguramente quien así habla sabría hacerlo mucho mejor! El caso es quejarse…
El ser humano está lleno de contradicciones y más vale que vayamos aceptándolo de una vez por todas, que ya tenemos una edad. Mientras se habla de fútbol, de ciclismo, de moda, de estupideces televisivas en prime time, de postureo –antes llamado hipocresía- no queda tiempo para la reflexión. Y si no se reflexiona cualquier manifestación de descontento se la va a llevar el viento en cuanto salga de nuestra boca.
Cuando escucho quejas, siempre pregunto: “Y tú, ¿qué propones?” y entonces es como la canción de Dylan, que la respuesta se queda “flotando en el viento”.
Por cierto, creo que ahora mismo yo también me estoy quejando así que (me) ofreceré una alternativa: me voy a la calle a tomar el aire y un buen desayuno para agradecer que estoy sana, con fuerza en las piernas para andar, tengo dinero en el bolsillo para darme el capricho y un router con el mejor wifi.
Felices los felices.
LaAlquimista
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