La vida pausada sabe mejor
Quién me ha visto y quién me ve, toda mi vida corriendo de un lado para otro, afanosa por llegar a todo –y llegar puntual- activista de la actividad, corredora de fondo hasta romperme, tantos lustros con el motor a punta de gas, apurando las fuerzas como se exprime el zumo de un limón, hasta la última gota…
¡Cuántas personas –sobre todo mujeres- se verán reflejadas en estas líneas que señalan con el dedo a todo un estrato social! Estudiar para trabajar o trabajar directamente sin intermediario alguno, cuidar, proveer, organizar, mimar, deslomarse diecisiete horas al día porque era lo correcto, lo habitual, lo necesario… Con el reloj encima de la cabeza -aunque no se supiera quién era Damocles- machacando minutos y horas de no parar para poder llegar a todo. ¡Cuánto cansancio acumulado a estas alturas de la vida! ¿Cuándo llegará el descanso?
Yo ya no vivo con prisas sino con la tranquilidad del monje de las películas coreanas (del sur). Hablo poco, duermo lo que necesito, me canso lo justo, como lo que el cuerpo me demanda. No voy corriendo a ninguna parte, ya no. Me gusto más ahora que antes aunque parezca que mi fuerza vital ha disminuido, porque lo que ha ocurrido es que he cambiado mi eje de lugar para equilibrarme de una vez por todas.
Procuro no dispersarme con cosas fútiles que me distraigan del verdadero objetivo que me ofrece cada día al despertarme. A veces dejo de lado tareas previstas “por no poder atender”. Si estoy cansada, no me fuerzo; si voy a algún sitio salgo media hora antes para poder ir paseando y no a paso ligero. Miro muy poco el reloj; de hecho, me lo quité cuando dejé de trabajar y tengo que mirar el del horno en la cocina si no me basta con seguir con la mirada la posición del sol. Si estoy en la calle me reconforta la sirena que aúlla a mediodía desde una relojería histórica y me reubico al instante.
Cuando voy a ir de viaje, preparo mi “hatillo” con mucho tiempo de anticipación; total, tardo lo mismo haciendo las cosas con tranquilidad que con las prisas de última hora; ya no me agobio por nada. Mantengo provisiones suficientes como para no tener que salir cada día a hacer las colas que hay en todas partes; hace mucho que descubrí que la gente sale a hacer las cosas todos juntos a la misma hora, movidos por un toque de corneta interior que me resulta sorprendente; a primera hora llegan las acelgas, las alcachofas y las fresas que esperan aburridas a quienes irán más tarde empujados por la prisa.
Me gusta seguir el recorrido del sol –error objetivo puesto que no se mueve, pero ya nos entendemos-. La luz nos conforta y reconforta a todos y hacer la “fotosíntesis emocional” recarga las baterías invisibles que todos llevamos a cuestas. Cada vez más hago como los gorriones y las plantas: vivir con el sol, dormir con la luna.
Dice un viejo proverbio árabe: “Celui qui est pressé, est dèjá mort”. Pues eso. Que si corres llegas el primero… pero a la muerte, que es la meta definitiva para todos los corredores que en el mundo hay.
Quizás es que he encontrado para mi propio beneficio la manera más efectiva y tranquila de no andar con prisas en esta vida, que no es otra que propiciar un buen espacio en soledad donde no tengan cabida los agobios y angustias ajenos… que con los propios ya tenemos más que suficiente.
Felices los felices.
LaAlquimista
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