Día 21.- (11 de Julio)
Hoy es día de ir a tope, de
aprovechar hasta el último minuto juntas porque lo breve queremos hacerlo
eterno cuando del amor se trata. La rubia retomará su camino esta tarde y nos
despediremos con las pilas cargadas para dos o tres meses, tope máximo que nos
concedemos para nuestras personales añoranzas. Así que hemos estrenado la playa
junto con las gaviotas, en ese momento en que está todo casi virginal; los
peces dando brincos a dos metros de la orilla, la brisa peinando las olas
suavemente y la espuma transparente –sin aditivos- besa la arena con lo que
imagino es la dulzura de la naturaleza mediterránea y estival. Apuramos las
horas con los últimos comentarios y alguna confidencia medio olvidada; los
consejos que me da continuamente, que si “cuídate ama, por favor”, el mundo al
revés, quién nos iba a decir a los adultos mayores que tendremos a la juventud
pendiente de nuestra respiración o angustiados por si nos duele la cabeza por
algún peregrino motivo. Hemos comido las sobras (muy ricas) de la cena de ayer,
aquí los restaurantes ni te preguntan, si sobra cantidad aparente, te plantan
el tupper en la mesa junto con la cuenta, deberíamos tomar nota. El día se nos
va entre el mar, la piscina y recoger la casa. Yo también ahueco el ala pero
por imperativo socio-familiar; el primer turno ha terminado y comienza el de
otra de mis hermanas y su familia, así que me desplazo treinta metros al
apartamento de mi buen (y ausente) amigo Jesús. Preservar el propio espacio es
norma en esta tribu que reparte sus chozas y sus tótems a la distancia de
seguridad más adecuada: ni juntos, ni revueltos, digamos que socializando según
las apetencias. Acompaño a la rubia al tren que le lleva a Barcelona y a sus
amores que son muchos. El abrazo de despedida no se acaba: que si le rasco la
espalda, que si me la rasca ella, que si le doy cinco besos, que si me los
devuelve, que si el corazón late y brinca y al conejito viajero me lo llena de
babas. Todo es alegría y gozo por el regalo que nos hemos ofrecido mutuamente
en esta semana de íntimo y feliz encuentro. Las lágrimas son para la tristeza,
mejor quedarse con un buenísimo regusto en la boca y el corazón. Ya falta menos
para el próximo encuentro. La noche se avecina extraña en cama extraña y
energías nuevas. Coloco mis telas fetiche, mis cuadros, los libros, el
ordenador y mis copas de cristal bien a la vista: cada lugar donde voy a estar
procuro transformarlo en mi hogar, una pequeña alquimia a la que estoy muy
habituada. ¿Mañana? Ni idea, oiga, me encantan las sorpresas. Felices los
felices.
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