Día 30.- (20 de Julio).-
Ya hace un mes completo que estoy
en “mi otro mar” y apenada porque dentro de una semana volveré “a casa”. El
tema es que me encuentro tan bien aquí que siento tener que moverme, hacer
kilómetros, cambiar de hábitos (me refiero a dejar las chanclas y los pareos y
pasarme a la blusita con pantalón a juego y a llevar bolso y volverme a
transformar en urbanita en vez de seguir disfrutando de la esa paz extraña que
se siente al salir a echar la basura y que te saluden aquellos con los que te
cruzas por los caminos mal asfaltados, igual que en un pueblo. Hoy tenía mono
de playa y he caminado muchísimo hasta sudar la camisola –que no camiseta- por
completo de tal manera que me he lanzado al mar necesitadísima de frescor, de
yodo, de olas incluso. ¡Había olas y la gente no se bañaba! En esta playa dejada
de la mano de Dios y del ayuntamiento –sin baños portátiles, excepto en el
chiringuito previa consumición a precio de arenal de lujo- cuando el viento
agita el agua o llega una pequeña corriente el personal se repliega en sus
“castillos de arena” por miedo. Siempre el miedo. De repente me he encontrado demasiado lejos de
la orilla (para mi gusto, que soy nadadora tipo pato) y cerca de un hombre que
también chapoteaba a mi ritmo; ideal para ponernos a hablar a metro y medio y,
sin más cosa en común que el deleite de los baños matinales, me ha contado su
C.V. con muchos pelos y señales. ¡Qué ganas tenía de charlar el buen tipo! Y
yo, pues eso, que qué bien que dejó el trabajo estresante en Barcelona, que qué
bien que se separó y se quedó con la custodia de los hijos, que qué bien que
vive en una villa enfrente del mar todo el año habiendo superado el amago de
infarto que le movió a dejarlo todo; que qué bien todo y que ya nos veremos
otro día que tan sólo puede disponer de dos horas por la mañana porque tiene que
volver a su casa a atender a su (segunda) esposa que está enferma. Y es que, a
veces, por mucho que uno lo intente, la vida se pone cicatera y nos da la
espalda. Hoy me he prometido darle caña al cuarto cuadro que llevo pintado
aquí; son pequeños, ya digo, de 40x30 más o menos, -modelo 6P-, en esta fase de
mi vida no quiero retos ni trabajos que exijan gran inversión de energías,
prefiero que me traigan la paella a la mesa que tener que estar horas
haciéndola yo misma. El tiempo, las horas, los minutos incluso son demasiado
valiosos en este tercer acto de mi obra personal como para cansarse
innecesariamente. Así que los cuadros pequeños y las relaciones livianas, sin
cansancio ni desgaste, sin retos ni expectativas, dos adultos meciéndose en el
mar contándose las cuitas y sin pagar por utilizar un sillón. ¡La vida es bella
cuando uno no se la complica! La tarde ha sido “tecnológica”: un ratito por
video-conferencia desde el jardín saludando a mis cariñosas compañeras del
grupo Lagunkoia del Ayuntamiento donostiarra; qué ganas de reemprender los
temas aparcados por el coronavirus… Y sendos facetimes con Austria y México,
con mis hijas del alma que tanta alegría me dan cuando veo sus rostros. Luego
me llama una amiga para contarme que ha fallecido una conocida común de 48 años
de un cáncer fulminante. Ya no sé si la vida es bella, me quedo dudando…
Felices los felices, mientras se pueda. Fotografía: Después del paseo y antes del baño. Un espontáneo sacó la foto.
La vida es bella, no lo dude.
ResponderEliminarLo que pasa es que a veces, algunos no entendemos su manual de instrucciones. ��
NO hay manual de instrucciones aunque los curas se empeñen en asegurar que ellos tienen el único válido.
EliminarOMG