Día 28.- (18 de Julio)
Hoy tocaba limpieza y toda la parafernalia
que conlleva lograr sentirse a gusto en un lugar limpio y oliendo a nada, (una
vez me dijo un novio una frase de oro: “qué
bien huelen las mujeres que no huelen
a ná” –era sevillano, qué tiempo tan feliz Antonio); bueno, a lo que iba
que se me va la pinza con esta memoria gloriosa que tengo para acordarme (casi)
únicamente de lo que me pone contenta… decía que he arreado con escobón y
fregona en casa ajena y creo que la he liado con los productos, que había
tantísimos que al final acabo como cuando hago lentejas, echándoles de todo. La
lavadora es mi asignatura pendiente, qué parte “masculina” tengo –me apropio
del chiste, ya lo siento-, que si no hay instrucciones o pegatinas o letreros
tan solo soy capaz de darle a todos los botones a ver si se enciende alguno,
meter la ropa dentro junto con una de esas capsulitas que parecen blandiblú y llevan dentro jabón, cruzar
los dedos y que sea lo que Dios quiera. Así nos hemos tirado hora y media –la
lavadora y yo- mirándonos dar vueltas, ella fabricando espuma mientras yo casi la
echo por la boca. ¡Acaba de una vez, maldito aparato! Cuando he sacado la ropa
estaba ARDIENDO, vamos como si fuera la colada de un alto horno, menos mal que
solo había sábanas y toallas blancas que si no la lío parda. Y es que, para mí,
las lavadoras son como las personas, que no sé por dónde van a salir y como no
nacemos con un manual de instrucciones bajo el brazo, pues voy aprendiendo a
trompicones, a veces preguntando, otras tomando nota. Y hoy es el día, a mi
provecta edad, que todavía no acabo de cogerle el tranquillo a algunas personas
que se enfadan porque yo me enfado o que me reprochan que les hago reproches.
¡Vaya lío! ¡Qué peligroso es no “saber”! Al final, me he vuelto loca buscando
las pinzas de la ropa (imposible encontrarlas, he deducido que no había) y he
tenido que extender las sábanas en la barandilla de la terraza cruzando los
dedos para que Eolo no me dejara sin ropa de cama. Hacemos las cosas medio bien
tirando a mal, chapuzas domésticas y personales…la vida nos da
cuartelillo…hasta que se aburre de nuestras meteduras de pata y nos deja por
imposibles. Ahí estamos tantos, encallados en ideas caducas y tratando de
lidiar con lavadoras viejas que solo tienen un programa de lavado a 60º… Hoy he
comido ligero –una ensalada de berros, granada, nueces y pasas- en previsión de los excesos
nocturnos en un restaurante marinero de los pocos auténticos que quedan en esta
zona. Producto de la mar y fideuá artesanal hecha con mucho cariño. Para la
tertulia, desesperados hemos estado buscando una terraza donde hubiera
distancia entre mesas sin la gente apelotonada: nos ha costado, pero al final
ha habido suerte. Casi las dos de la mañana y todos felices bebiendo mojitos o
similar con las mascarillas sujetando la papada. Ya en casa, he rezado mis
oraciones de antes de dormir en el jardín, en la semioscuridad, en silencio por
fuera y por dentro. Me siento “culpable” por haber socializado a pesar de que
la distancia era notable entre las mesas del restaurante. Me confesaré mañana y
procuraré no volverlo a hacer, pero necesito ir preparándome para la que se nos
avecina. No saber es muy peligroso, pero esta vez SABEMOS más que de sobra, no
hay excusas. Felices los felices. Fotografía: Con y sin, la moda de este
verano.
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