Día 24.- (14 de Julio)
¿De verdad hay que llevar
mascarilla a las siete y media de la mañana paseando por la orilla de una playa
más larga que un desierto y tan vacía como tal? Somos de extremos en este país;
como decía mi amona Julia “O calvos o tres pelucas”, refrán que me parecía una
tontería pero ahora veo que es la sabiduría popular que forma parte del acervo
cultural de cada región. El caso es que ando buscando mis atajos y recovecos
para respirar aire puro a la vez de respetar al resto de los humanos
veraneantes que se agolpan, hacinan y amogollonan como si no hubiera un mañana
a la hora del ángelus sobre la ardiente arena y en todo lugar donde haya que
pagar para sentarse que es la contraseña para poder quitarse legalmente la
mascarilla. Oséase: que yo paso por su lado caminando y me puedo contagiar de
sus exhalaciones, salivillas y estornudos varios, pero yo tengo que ir con el
bozal porque no estoy dando de comer a la hostelería. ¡Toma ya! André Breton
estará revolviéndose en su tumba viendo el surrealismo oficializado e impuesto
por decreto ley. En fin. Son las once de la mañana y siento como si “ya hubiera
hecho el día”: ejercicio, placer, buen desayuno, lectura, escritura y todo ello
al aire libre… ¡sin respirar asfalto ni ladrillo ni escuchar bocinazos ni más
decibelios que los de mi música privada y a buen tono. Creo que me quedaré
disfrutando de este “mi otro mar” un par de semanas más porque, total, “mis niñas
verdes” (las plantas) me las cuidan mis más que pacientes y amables vecinos
donostiarras, nadie me espera ni me necesita en Donosti, todas mis amistades
son tranquilas, sin agobios ni exigencias, “somos” mucho más que “estamos” y
eso da tranquilidad de ánimo y equilibrio emocional. Ahora estoy más en modo
“distancia sana” porque no quiero jugar a la ruleta rusa con el coronavirus:
hay que adaptarse y hacer de la necesidad, virtud. Un núcleo familiar que se
junta sin precaución alguna debería saber que el Libro de Familia no está
homologado como muro anti-contagio. Si uno trae algo, todos caen: bodas,
reuniones, comilonas, vacaciones y reencuentros. La idea unánime es que “se
contagiarán los otros” y nosotros no. Pues bueno, ojalá sea así y nadie vaya transmitiendo
el virus con amor y cariño. Yo guardaré siempre que pueda la distancia sana
para seguir estando sana y si alguien se enfada pues ya sabemos que tiene dos
trabajos: el de enfadarse y el de desenfadarse. Felices los felices. Fotografía:
Como una boya en medio del mar estoy.
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