miércoles, 11 de noviembre de 2020

Añoro a mi perro

 

Añoro a mi perro

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Ahora hace un año que tuve que sacrificar a mi perrillo, Elur, un bichón maltés de cinco kilos, cariñoso, simpático, guapo y más listo que el hambre. Lo maté porque era mío, como decía la canción, acogiéndome a esa LEY que discrimina a los animales racionales de los irracionales, muchas veces –demasiadas- cometiendo errores de gran envergadura.

La eutanasia animal está contemplada en el ordenamiento jurídico y es un profesional del gremio, un veterinario con licencia, quien se responsabiliza de autorizar y llevar a cabo la acción letal. Mi perrillo padecía ataques de epilepsia, producidos probablemente por un tumor cerebral que probablemente era lo que le descoordinaba la motricidad y que le convirtió en un enfermo crónico desde la edad de seis años, en su pleno momento vital, debiendo tomar medicación de manera continuada. A consecuencia de ello me aconsejaron que no lo cruzara con ninguna hembra puesto que podría transmitir la enfermedad, pero que no lo esterilizara, que le dejara las cosas en su sitio porque si no tendría un trauma natural además de las patologías que ya arrastraba.

Así que Elur perseguía perritas, intentaba ligar y se ponía contento como se ponen contentos los perrillos de cinco kilos cuando les pica la testosterona. Murió sin conocer hembra –que yo sepa. A mí me daba una mezcla de pena y de rabia no dejarle disfrutar de la vida, pero tuve que elegir entre dos males y elegí el que creí era menos agresivo para él.

Elur fue un perrillo que llegó a mi vida de rebote porque mi madre lo había comprado para su uso y disfrute –en plan perro de peluche- hasta que se aburrió de él y me lo endilgó. Fue algo sorpresivo que llegó en el momento oportuno al lugar adecuado ya que yo acababa de acceder a mi prejubilación y tenía tiempo para ocuparme de él.

 

 

 

Elur me enseñó muchas cosas, muchísimas; la más importante de todas a AMAR A LOS ANIMALES, cuestión que tenía más o menos aparcada en la trastienda por no haber vivido ni uno solo de mis años en contacto con ningún animal…irracional. A los otros, a los de mi misma especie, sí que los conocía de sobra…y de sobra sabía las barbaridades que somos capaces de perpetrar. Pero los perros…fue toda una sorpresa que iluminó la parte oscura de mi ser.

Hoy en día todavía me pregunto si no podría haber hecho más por él, no sé, haberle dejado dormir en mi cama o haberle alimentado a base de jamón dulce y solomillo, haberle bañado con champú especial blanqueador o vestido con abriguitos caros en invierno, lo que veía y me enseñaban otras personas que tenían perros domésticos a los que trataban como hijos pequeños o juguetes andarines.

Quiero decir con esto que, no conociendo el libro de instrucciones para tratar a una mascota doméstica, me dejé llevar por mi instinto natural y le dejaba que comiera o durmiera cuando más le apetecía sin fijarle horarios o normas. Tampoco le lavaba exhaustivamente las patas cada vez que entrábamos en casa , ni le obligaba a dar kilométricos paseos porque sí; él mandaba en su vida con buen o mal criterio, pero me parecía que bastante tenía ya el pobre con ser una “mascota” en vez de un “ser libre” como para encima “humanizarlo” con mis costumbres o manías.

Elur iba sucio muchas veces porque yo no me empeñaba en llevarlo como un pincel (era un perro); Elur correteaba libre por los jardines mientras yo me exponía a que me pusieran una multa (era un perro); Elur recibía lo que más le gustaba para ser feliz: un hueso para roerlo durante horas (se quedó sin dientes), una mantita con su olor a mis pies para dormitar a placer sabiéndose seguro y querido. Mucho más de lo que muchos humanos llegan a tener en toda su vida.

Ahora hace un año que no está y lo sigo extrañando, a mi perrillo guapo, a mi perrito bueno. Pero no hay ninguno como él, no tiene sustituto ni nunca lo tendrá, porque los animales, como los humanos, también son únicos y no hay amor que pueda llenar el hueco que quien nos ha querido ha dejado en nosotros. Por eso lo añoro, no nos engañemos, porque ME QUERÍA. Y cuánto…

No se me puede olvidar quien me ayudó, mi amiga Isabel, que sostuvo las riendas del disgusto a mi lado y me acompañó a la Protectora, nos abrazó a los dos, enjugó mis lágrimas y luego se tomó un café conmigo y me llevó a pasar unos días con ella a la naturaleza. Gracias, de corazón.

Con tristeza recuerdo también cómo hubo personas que, diciendo querer a Elur, no estuvieron a su lado (ni al mío) en el trance; unas dijeron no sentirse con fuerzas para ello, otras, simplemente, ignoraron mi petición de ayuda. Esas personas sabrán por qué actuaron de esa manera; yo no lo sé…ni creo que necesito saberlo, pero la desilusión ya hizo su trabajo, qué duda cabe.

Quizás algún día vuelva a adoptar un perro; no puedo saberlo. Pero lo que sí sé es que Elur es insustituible, al igual que cada ser vivo con quien compartimos un trecho de la vida no puede compararse con ningún otro porque cada uno ha estado ahí para enseñarnos una lección magistral… aunque fuera dolorosa

Felices los felices.

LaAlquimista

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