miércoles, 11 de noviembre de 2020

Una tarde de cine

 

Una tarde de cine

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La primera parte de este relato es real como la vida misma; es la experiencia personal (y positiva) de una querida amiga el día que fue con su hijo al festival de cine. La segunda, negativa pero muy creíble, es la que yo me he inventado para darnos cuenta de que siempre hay “dos versiones de la película”. Allá vamos.

Versión original:

Pues ya te dije que a mi hijo le habían regalado dos entradas para el “festi” y me ha invitado, es un cielo, aunque la peli es japonesa, que no sé yo cómo será, pero tanto me da. Y a las tres y media de la tarde, la hora perfecta para ir al cine mientras mi marido echa la siesta. Llegamos al Kursaal y qué bien organizado todo, aunque las entradas eran juntas había que dejar una libre de por medio y las azafatas super amables, que cuando acabara la sesión que por favor que nadie saliera por su cuenta que ellas nos ayudarían a desalojar. Además cuando me vieron, para que no tuviera que subir hasta arriba del todo –que era de donde teníamos las entradas- me llevaron a un ascensor y cómo lo agradecí. La película, pues como todas las japonesas, que ellos también tienen que vivir con su cultura, unas pobres chicas que se quedan embarazadas y la manera en que las tratan, unos ayudándolas y otros despreciándolas. El caso es que me gustó y pasé un rato muy agradable más que nada porque estaba haciendo un plan con mi hijo y eso ya es un lujo… Pero al salir, uy madre mía, qué galerna nos pilló, que llovía barriendo las calles y teníamos que cruzar el puente porque el coche estaba en el parking de Oquendo y menos mal que íbamos bien amarraditos y… ¡unas olas magníficas saltando por encima del puente, qué espectáculo! Ya llegando a casa salió el sol a lo lejos y vimos, no uno, sino DOS arco iris, vaya remate tan precioso de la tarde, me lo pasé tan bien que estaba deseando llamarte para contártelo…”

Versión con subtítulos:

“Chica, pues que a mi hijo le habían regalado dos entradas para el festi y me propuso ir y yo, bueno, pues imagínate a las tres y media de la tarde fastidiándome la siesta, pero claro cualquiera le dice que no que luego que si me quejo de no ir a ninguna parte y tal… Total que llegamos al Kursaal y resulta que las entradas eran de las peores, de arriba del todo, vaya gracia, ya dije que yo no podía subir tanta escalera y una azafata me llevó al ascensor, menos mal que si no… Y la peli, una japonesa, casi me duermo, que las cosas de una cultura tan lejana a quien le interesan sino a ellos, y para colmo ni siquiera estábamos juntos mi hijo y yo que había que dejar una butaca libre entre persona y persona. El caso es que al salir nos pilló la galerna anunciada y qué horror casi salgo volando como Mary Poppins, y ni paraguas llevaba el hijo, ya le dije, y mira que dejar el coche al otro lado del puente y con las olas horribles que hay, me voy a empapar y me cogeré un catarrazo, vaya idea la del cine con este tiempo y por fin llegamos al coche y oye, qué locura, qué carísimo el parking, más que si hubiéramos pagado las entradas del cine y la circulación que había para llegar a casa y salió el arco iris, hasta dos me dijo mi hijo, pero yo no tenía más que ganas de llegar a casa y quitarme los zapatos mojados y tomarme un café caliente. La próxima vez que vaya con su mujer que para eso la tiene…”

Gracias, Alicia, por tu ejemplo de positivismo, tu saber estar y las lecciones de vida agradecida que siempre me das. La “otra” –que es inventada aunque en algún ejemplo de persona desagradecida e inconforme y quejica me habré tenido que basar- no existe. Y si existe…no es amiga mía, faltaría plus.

Felices los felices.

LaAlquimista

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