miércoles, 11 de noviembre de 2020

Diógenes del siglo XXI

 

Diógenes del siglo XXI

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Nunca he sufrido trauma alguno por deshacerme de las cosas viejas, estropeadas o que resultaban inservibles para la función para la que fueron concebidas. Si se me rompía algo iba a la basura sin esquela ni funeral. –“Por las cosas no se llora”, fue el mantra con el que aburrí a mis hijas durante años y que les ha servido para transitar por la vida ligeras de equipaje.

Quizás esta forma de ser mía, de desprendimiento no traumático, venga marcada por lo visto en la infancia a una madre que valoraba los objetos tanto o más que a las personas y con un padre que guardaba –yo creo que más bien atesoraba- enchufes viejos, clavos, alcayatas, cables de colores, brocas y cualquier trozo de cosa que él pensase que podía servir para algo algún día. Cuando ambos fallecieron, con muchísimos años de diferencia, las “cosas” que dejaron fueron directas a la basura. A paletadas, sin conmiseración alguna.

Quizá sea por eso que hago limpieza muy a menudo, quizá con una prontitud rayana en la necesidad para que no me alcance emocionalmente ningún moho del pasado. No quiero para nada –porque para nada me sirven a día de hoy- las cartas de amor que recibí hace lustros; ni las fotografías de personas por las que ya no sólo no siento nada sino que hasta me cuesta recordarlas y cuyos rostros no traspasan el filtro de mi memoria.

Mucho menos tengo apego a la ropa de cuando tenía la talla 38 y era joven y pinturera y vestía a la moda de una manera más o menos rabiosa. Me niego a tener armarios, baúles, altillos o cajas de cartón llenas de “cosas” viejas porque sea incapaz de desprenderme de ellas amparándome en una mezcla de nostalgia absurda y un más absurdo todavía sentido de la “necesidad”. Como quien compra una olla ultramoderna y guarda la vieja, roñosa y con el asa rota “por si acaso”.

“Por si acaso” no sirve de nada si ha perdido su razón de ser. Ni objetos, ni sentimientos, ni personas, ni ilusiones. Y si no sabemos –esa es una ignorancia superable, doy fe- deshacernos de esa carga absurda, innecesaria y superflua tocará apechugar con una rémora que impedirá levantar el vuelo, atándonos a la tierra con un lastre emocional insalvable.

Luego uno va al psicólogo o al vendedor de humo o al bingo y cree que echando los balones fuera, lo que está adentro, enquistado, podrá disolverse como por arte de magia.

Cuando veo a alguien agarrado (con garras) a las COSAS miro detrás de lo que oculta y es muy fácil descubrir que también está esa persona agarrada (con garras) al pasado, a lo que le hizo sufrir, a lo que ella hizo sufrir; a errores y traumas, a lágrimas viejas que ya no tienen razón de ser.

Cuando veo eso en los demás es el mejor ejemplo para darme cuenta de si yo también lo sigo haciendo de manera subrepticia. Entonces me da el arranque y agarro una bolsa de basura de esas negras extra grandes y empiezo a vaciar, una vez más, armarios, cajas y cajones, bolsos y bolsas, recuerdos y nostalgias. Todo está viejo excepto lo de hoy que está nuevo y reluciente. Como cuando te miras al espejo que no se ve más que lo que se es en el momento presente. El Photoshop nostálgico es una porquería, de verdad.

Cuanto menos tenemos menos necesitamos y menos polvo tenemos que quitar de los rincones. De la casa exterior y de la otra.

Felices los felices.

LaAlquimista

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