miércoles, 11 de noviembre de 2020

"...Y no perecer en el intento"

 

“y no perecer en el intento”

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En realidad el título completo del post iba a ser el siguiente: “Como sobrevivir a la Covid-19 estando sola y no perecer en el intento” pero, obviamente, se pasaba de largo de lo que tiene que ser un flash para atraer la atención de los lectores, amén de desvelar a las primeras de cambio las intenciones de quien esto escribe. Pero vayamos a por uvas, que es tiempo de vendimia.

Por cierto, tengo que puntualizar que cuando relato mis cosas utilizo el femenino singular y el masculino genérico; el primero porque hablo desde mi esencia de mujer, de hembra de la especie o del extrañamente llamado género femenino, o sea que hablo de lo que sé, de lo que experimento y de lo que siento. Para hablar de lo de los hombres, del macho de la especie o del extrañamente llamado género masculino tengo que tomar prestados conceptos, vivencias o referencias desde fuera. Literariamente, sigo utilizando el “masculino genérico” y así nos entendemos todos, que hay mucho quisquilloso por ahí suelto.

Cerrado el paréntesis aclaratorio y eximente de cualquier responsabilidad o intención discriminatoria, la verdad es que se me ha ido el santo al cielo y se me ha escapado la idea mater del asunto. Ah, sí, el tema de cómo nos lo podemos montar las mujeres adultas mayores que vivimos solas para sobrevivir a la psicosis colectiva que nos ronda por obra y gracia del llamado coronavirus.

Contaré aquí mi receta, aunque imagino que habrá muchas más, es cuestión de gustos o de posibilidades, como cuando haces paella, que hay quien hace “arroz con cosas” y quien sigue fielmente las directrices clásicas de tal exquisitez culinaria.

Somos multitud, así de entrada lo digo. Sin entrar en cifras aburridas, creo que salta a la vista que hay más mujeres viviendo solas que hombres viviendo solos. Por las razones que sean, es un hecho constatable en todo pueblo, villa, ciudad o gran urbe. Como decía aquel presidente autonómico letraherido: “A los hechos me repito”. Pues eso. Y esto va para largo, poneos cómodas.

Consejos sanitarios no daré ni uno más de los ya por todos conocidos; por contradictorios y controvertidos dejaré que se cuezan en su propia salsa (los consejos). Sugerencias con autoridad moral tampoco daré porque no tengo ninguna (autoridad moral) a pesar de que parece que en estos últimos tiempos han brotado como setas (estamos en temporada) expertos, gurús, versados, especialistas y peritos que saben mucho mejor que los demás lo que tienen que hacer (los demás) y lo proclaman ex cathedra con altavoz o sin él.

Lo que sí contaré es lo que me ocurre en primera persona del singular (nada de plurales mayestáticos, tan de moda últimamente) y cómo me bandeo y me las apaño con ello.

Primera regla de oro –que no ha fallado hasta el momento- es la SUPRESIÓN TOTAL Y ABSOLUTA del visionado de telediarios y la escucha de partes radiofónicos horarios, extendiendo esta regla a cualquier tipo de programa, tertulia, informativo o resumen televisado o radiado. La lectura de alguna prensa en papel o digital queda circunscrita a noticias globales del tipo: la salud del Papa de Roma, las últimas estupideces de Trump o cuántas pelucas tienen las Kardasian. Ah, y el tiempo que va a hacer el fin de semana. Poco más es necesario y preciso para sobrevivir.

Segunda regla de oro –que tampoco ha fallado hasta el momento- es CORTAR DE RAIZ las conversaciones recurrentes, en bucle y obsesivas sobre el tema del “bicho” con familiares, amigos, conocidos y compañeros de ascensor. Rien de rien, como si hoy no tocara hablar de ello.

Con estas dos primeras reglas de oro se consigue, a saber y en orden aleatorio: no comerse el coco, no permitir que el miedo nos entre ni por los ojos, ni por los oídos ni por los sentidos emocionales, en resumidas cuentas, preservar la salud mental del bombardeo informativo/ideológico.

Mi tercera regla de oro se adentra en el tema familiar, que es mucho más peliagudo, pero que también tiene solución si queremos ponérsela. ¿Que tienes hijos que dicen que no pueden venir a verte –con nietos o sin ellos- porque se sentirían CULPABLES si te contagiaran de algo? ¡Pues mándales a freir espárragos y diles que, o vienen todos el domingo a comer o les desheredas! Que ya está bien, hombre, que no hay derecho, como si no fuera suficiente malestar ya saber lo que pasa como para no poder abrazar a nuestros seres queridos por puro MIEDO al que ahora llaman prevención.

En este punto, allá cada una, obviamente, pero ya va habiendo mucha gente, muchas mujeres adultas mayores solas que se están enfermando de pena y desequilibrando emocionalmente por la ausencia continuada del soporte cariñoso-afectivo del que antes tenían cumplida cantidad. A mí que no me vengan con el egoísmo de los hijos que reniegan de la eventualidad de contagiar a sus padres mayores y a cambio los condenan, sí, los están condenando a la mayor de las tristezas.

¿Cómo sobrevivo yo? Pues haciendo limonada cuando la vida me da limones. Con mucho azúcar, cierto es, pero no me empeño en lo que no hay y me apaño con lo que sí tengo a mi alcance. Ya me fui en plena efervescencia del virus con toda mi familia a México, y aunque salimos descalabradas porque las compañías aéreas cancelaban los vuelos de regreso como si hubiera una guerra mundial, por lo menos conseguimos estar juntas el tiempo suficiente como para que los corazones siguieran latiendo sin arritmias. No he dejado de ver a mi hija “alemana” este verano a pesar de los pesares, de los consejos en contra y de las prevenciones sanitarias.

Sobrevivo buscando (y encontrando) gente que es como yo, personas que no están todo el día en bucle hablando de lo mismo, quejándose, lloriqueando, sufriendo sin moverse del sitio; relacionándome con quien me conviene para mi salud mental, es decir, amigos con los que compartir una comida y mejor sobremesa, personas que quedan contigo para tomarse algo y se dejan el pavor en casa.

Encontrando escapadas a la naturaleza, salidas de la ciudad y del país –mi reciente viaje a Alsacia, Suiza y Alemania por carretera con un grupo de viajeras y gracias a un gran profesional con licencia en San Sebastián (Viajes Easo) ha sido un alivio en este verano demoledoramente atípico. Escapando de la rutina, descargando en mi app mental el mapa de las “carreteras secundarias” por las que transitar sola o en compañía de otros. Intentando hacer lo que más paz me da –que no es quedarme en el barrio mareando la perdiz del virus-, girando en la misma dirección que lo hace la Tierra y dejándome llevar por la fuerza natural de la vida que no es, desde luego que no es, estar encerrada entre paredes físicas o mentales que producen más estrés que seguridad, más angustia que certidumbres.

Tenemos que hacer nuestro trabajo para sobrevivir mental y emocionalmente a esta pandemia que se está llevando los fundamentos de la sociedad por delante; los sanitarios y los morales, los económicos y los afectivos, los solidarios y los generosos. No se puede, no se debe (yo no puedo, yo no debo) ponerme el cartelito de soy persona de riesgo y olvidarme de que formo parte de un mundo de seres humanos que cuentan conmigo. Tampoco puedo permitir que nadie, NADIE, me ponga el cartelito de “eres persona de riesgo para negarme el aire para respirar y el cariño para sobrevivir. Así de sencillo. Vaya rollo para empezar el otoño, es lo que tiene tener tiempo tranquilo en “mi otro mar” para pensar en las cosas. Para finalizar con una frase preciosa: “la vida no es para durar, la vida es para vivirla”.

Felices los felices.

LaAlquimista

Fotografías: Cecilia Casado (No reproducibles sin permiso)

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