miércoles, 11 de noviembre de 2020

Esquelas

 

Esquelas

7

Mi padre decía –con la retranca que le caracterizó toda su vida- que la mayoría de la gente no tendría más oportunidad de salir en el periódico que cuando se muriera, y eso si había dejado pagada la esquela. Mi amona Julia –su suegra- nos dio la vara durante sus últimos diez años de vida para que “no le pusiéramos la esquela más pequeña”. Y mi madre, la última de la familia que ha formalizado el tránsito, dejó escrita la suya de puño y letra para publicar su “epitafio periodístico”.

El caso es que, sin entrar a saco en el tema -que no me gusta tirar piedras contra mi propio tejado-, leo todos los días las esquelas. Puede que sea patético, pero soy consciente de que he llegado a “esa edad” en la que se mira a ver quién se ha muerto, sobre todo para comprobar con pesadumbre que ya hay mucha gente de mi edad –e incluso más jóvenes- a la que se le acaba su tiempo en este mundo; quizás también ese pequeño regustillo morboso de haber esquivado a la parca de momento, pequeñas miserias que a todos nos acompañan, qué le vamos a hacer.

A mí no me publicarán una esquela en ningún periódico ya que lo he prohibido expresamente; tengo dicho que ese dinero, en vez de desperdiciarlo en una última y fútil vanidad, lo utilicen para irse a un buen restaurante, inflarse de comer cosas ricas y brindar a mi “salud” con champán. Cosas mías.

Las esquelas son gran caldo de cultivo para otro estudio sociológico más ya que permite atisbar entre líneas la biografía del finado según y cómo haya sido redactada la misma. Muere un hombre joven y la esquela dice: “Sus padres X e Y. Su madre fulanita. Hermanos, tal y tal… Todo un culebrón hay detrás del telón, vaya que sí. O esta otra: Fallece una señora muy mayor y pone: “Viuda de D. Fulano de Tal y Viuda de D. Mengano de Cual. Hijos: A (fallecido), B (fallecido) C (fallecido). Hermanos A (fallecido), B (fallecido)… Era como el Ave Fénix esta mujer, vaya que sí.

Las más tristes son las que omiten a la brava el nombre de un familiar como si nunca hubiera existido a pesar de haber sido imprescindible su concurso para que naciera el finado o la finada.  “La señora X. Su padre Y. Hijos, tal y cual…” ¿Y la madre? ¿Estaban tan enfadadas? Habituales son las que se omite el nombre del padre del fallecido con total alevosía y como puntilla de un divorcio que debió dejar tristes secuelas. Anecdótica también la esquela de un abuelito muy mayor en la que se incluyó hasta los nombres de los bisnietos… ¡Incluso el de uno al que su madre, nieta del fallecido, no había dado a luz todavía! Cuarto de página de periódico, claro está.

A mí me han llegado a llamar por teléfono para decirme que se había muerto no sé quién. –“¡Pero si no la conocía de nada! -Ya, ya, pero era la mujer del que tenía la tienda de chuches de la plaza del colegio ¿no te acuerdas?” Pues no; no me acuerdo, qué le voy a hacer… Qué mal gusto por cotillear la defunción de personas con las que no teníamos trato alguno, me suele poner de mal humor ese gesto inane y antipático.

Hablamos de los muertos ajenos con morbo culpable, a la vez de relamido en lo interno, porque no nos ha tocado a nosotros todavía, no sé si para sentirnos superiores, afortunados o simplemente darle todavía a estas alturas de la vida un brochazo de maquillaje al ego, ese ego tan hecho polvo, cansado y lleno de arrugas morales que ya no sirve apenas para dar la más mínima satisfacción a nadie.

Me horrorizan las esquelas, me espantan las esquelas, y las sigo leyendo, me parece tan absurdo que cueste un dineral pagar una publicidad póstuma que va a durar tan sólo veinticuatro horas en el periódico. ¡Ah, claro, que es para avisar de que el funeral se va a celebrar en tal iglesia, tal día, a tal hora! Y ver luego cuántos amigos o conocidos tenía el finado o la finada, como si media hora en un acto religioso pudiera compensar la ausencia de trato real con el fallecido durante años.

Hablar de la muerte es tema resbaladizo, soy consciente. Pero también me impongo la mínima cordura para no obviar lo inevitable ni hacer como si fuera a vivir hasta los 120, que alguien ha dicho por ahí que va a ser la próxima cota de durabilidad del ser humano.

A veces, muy pocas, en la lectura cotidiana de las esquelas en la web, me tropiezo con algún viejo amigo, un lejano conocido o una más que olvidada persona con la que tuve agrios desencuentros en el pasado. Entonces me siento como “culpable”, no sé, como si una parte de mí se alegrara en lo más profundo de que haya fallecido alguien que me hizo daño. Supongo que será humano ese sentimiento, entristecerse por el fallecimiento de la buena gente y quedarse indiferente (o alegrarse) cuando alguien que nos hizo daño se va. Ya tengo para pensar un rato más después de la siesta…

Felices los felices.

LaAlquimista

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario