miércoles, 11 de noviembre de 2020

Lo que me cuesta entender

 

Lo que me cuesta entender

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Cuando algo no entra en la mollera de una persona que tiene en la azotea los muebles necesarios se suele aducir que es porque la explicación no era lo suficientemente clara o estaba mal argumentada. Es decir: que la culpa no es del que no entiende sino del que no se sabe hacer entender. También es verdad que “quod natura non dat, Salmantica non prestat” que es la forma fina de decir que “donde no hay mata, no sale patata”.

Todo este prolegómeno para que sea escudo en mi defensa ya que tonta no soy, así que un día y otro más, cuando me voy enterando de lo que se cuece en los mentideros sanitario-políticos (que parece que comparten despacho aunque en mi opinión deberían estar en edificios bien separados) se me instala un amargor en la boca del estómago que quiero pensar que es debido a los antibióticos que estoy tomando para asesinar la infección bucal que me ha okupado durante semanas hasta que me he decidido a echarle encima los “antidisturbios”.

Ahora en mi ciudad se las están apañando los próceres del fútbol para conseguir el permiso de asistencia de cientos de espectadores al estadio para presenciar no sé qué partido entre los locales y los visitantes. Lo primero que pensé es que “esto es un bulo”, una broma de mal gusto habida cuenta de que lo que aconseja el buen criterio sanitario es “amogollonarse” lo menos posible. Me cuesta entenderlo, que alguien me lo explique.

También estoy un poco mosca porque mi médico de cabecera me ha recetado POR TELÉFONO –y expedido la consiguiente receta electrónica- los antibióticos que estoy tomando, basándose en la información que le he proporcionado y no en la constatación visual y personal de que tengo una infección de caballo en la boca. (Pieza 46, según se mira abajo a la derecha). Me cuesta entenderlo, que alguien me lo explique.

Pero la guinda de mi pastel de incomprensión particular consiste en el hecho de que sea obligatorio ponerse la mascarilla para pasear por el parque, la naturaleza o la orilla del mar, donde el “aforo” es mínimo tirando a milesimal y esté permitido quitársela en cualquier terraza donde se juntan la familia, la cuadrilla, las conocidas del café de media mañana o los adeptos a la caña de media tarde. Voy al monte y estamos cuatro gatos cruzándonos durante cinco segundos en tramos de medio kilómetro y la gente lleva puesta la mascarilla con una mirada de resignación que parece decir “esto es como ducharse con calcetines”; regreso al barrio y los veo a todos tan felices, desembozados, con el rostro y la sonrisa al aire bastante cargadito del humo de los cigarrillos además y… no es que no lo entienda es que el cabreo me impide razonar.

Me cuesta entender todo esto y máxime cuando no creo que haya nadie capaz de dar una explicación coherente sin que se le caiga la cara de vergüenza por intentarlo. Quejas, protestas, críticas y argumentos variopintos a favor y en contra los hay por arrobas.

Luego está la realidad que contagia y mata. Ésa parece que tampoco tiene explicación alguna a la salida del fútbol o a la entrada del bar porque, total, les pasa a los demás… Que alguien me lo explique para que yo lo pueda entender, por favor, que esto es un sinvivir…

Mientras llega esa iluminación me voy a la punta del monte donde no hay nadie. Y no digo a cuál no vaya a ser que me envíen una patrulla de las que ponen multas… aunque tampoco sepan explicar el porqué.

Felices los felices.

LaAlquimista

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