miércoles, 11 de noviembre de 2020

Estamos de paso

 

Estamos de paso

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Que hemos venido a este mundo con la obsolescencia programada, con caducidad insoslayable y que nada de lo que consigamos poseer se irá con nosotros el día que se acabe la propia luz, es una de esas grandes verdades que los humanos, una y otra vez, nos empeñamos en ignorar. En estos tiempos duros de pandemia es algo que se puede observar por doquier ese afán –humano, claro está- por pretender “durar más y más”, o acaso ser eternos, qué cosa más absurda.

La triste realidad de contagiados y fallecidos por la Covid-19, convertida en omnipresente “noticia” de cada día gracias a los mamporreros de la política que andan desorientados como pollo sin cabeza, se ha transformado en una psicosis colectiva que afecta a los más vulnerables, a los menos informados y, por qué no decirlo, a los más cobardes.

Estamos de paso por este mundo y la muerte nos va a alcanzar a todos; quienes consiguen llegar a los ochenta o noventa años están en su mayoría hechos polvo y con la salud y la calidad de vida muy mermada por más que esta “sociedad del bienestar” se empeñe a fondo en atemperar la senectud, la decrepitud y el deterioro humano con unos paños calientes que mala función hacen porque no son más que eso, paños calientes.(2)

Vivimos como si fuéramos eternos; o por lo menos no queremos hablar de la muerte –otro tema tabú que habría que partir en cuatro- y cuando nos vamos acercando a esa “estación términus” ineludible todavía hay muchísimas personas que niegan la mayor de una forma que no deja de ser sorprendente.

Hoy más que nunca deberíamos tomar conciencia de lo efímero de nuestro paso por este mundo, de lo banal de nuestro miedo a la enfermedad, del desperdicio de vida al que nos agarramos por puro miedo en vez de APROVECHAR lo que quede de ella: los coletazos de buena salud, la mucha o poca fuerza que subsiste en los músculos (el corazón también lo es) y encarar la recta final con el espíritu tranquilo y la satisfacción de haber vivido una vida plena, cada uno a su manera, en vez de estar aterrorizados sin relacionarnos con el mundo o sin salir apenas de casa por miedo a que se nos cuele un virus por el costadillo de la mascarilla.(3)

Siento que estoy de paso incluso por mi casa, por las paredes que teóricamente son mi refugio pero que en la realidad no me van a proteger de morir cuando canten mi número en el bingo de la muerte. No me siento más segura encerrada que pateando la Selva Negra, ni prefiero “quedarme quieta sin moverme” -esperando a que los vientos cambien y se lleven al virus o nos traigan un remedio en forma de vacuna- a arriesgarme a vivir.

La vida tiene que seguir aunque dé miedo lo que pueda suceder mañana u hoy mismo antes de que se ponga el sol. Y este pequeño reproche va dirigido a las personas que, jubiladas y recibiendo su pensión de un Estado al que critican profundamente, se quedan en su casa muertas de miedo, echando leña al fuego, criticando a la juventud, rezando por sus hijos y nietos y contribuyendo a construir una gran pira de miedo y negatividad de la que se va contagiando (y chamuscando) todo aquel que se les acerca.(4)

Están los que siguen al pie del cañón trabajando, apuntalando la economía, luchando por sacar adelante a la familia; están los que estudian para forjarse un porvenir que les permita trabajar, apuntalar la economía y apuntarse a la batalla donde hay que sacar adelante a la familia. Y luego están, estamos, los que vamos para viejos quejándonos de todo, alimentándose de telediarios y mentiras encubiertas o de fake news y cargando sobre la sociedad nuestras pequeñas (a veces, grandes) miserias de ambulatorio.

Estamos de paso, qué verdad de Perogrullo para recordar a personas de setenta, ochenta y noventa años que miran con terror el calendario. Yo, por si las moscas, intento aprovechar cada día como si no hubiera un mañana…que nadie puede garantizar que lo vaya a haber. Estoy de paso en estos momentos entre las montañas, la luz, el agua y el aire… (5)

Felices los felices.

Fotografías: Cecilia Casado.

(1) Duna de Pilat (Francia)

(2) Lago Thun. Interlaken (Suiza)

(3) Triberg. Selva negra (Alemania)

(4) Conejito viajero, mi fiel compañero

(5) Colmar. Alsacia. Francia

LaAlquimista

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