jueves, 28 de abril de 2022

Ancianos solos. ¿Quiénes son los culpables?

 

Ancianos solos. ¿Quiénes son los culpables?

En la mayoría de ciudades españolas existen asociaciones –algunas públicas y otras privadas aunque subvencionadas- que aglutinan la buena fe de voluntarios que se brindan a “dar acompañamiento” a personas que lo demandan por su situación de soledad. No son más que un par de horas semanales para dar un paseo o jugar al parchís o simplemente charlar alrededor de una mesa camilla. Lo que solicite el demandante, en su mayoría mujeres ancianas.

Sé de lo que hablo porque alguien con quien me unen muchas vivencias y también mucho amor, dedica dos mañanas a la semana a acompañar a sendas mujeres que se sienten “profundamente solas”. Por su formación y preparación le admitieron enseguida en la ONG a la que ofrece generosamente su tiempo y porque tienen más demandantes que voluntarios, cosa que me ocurrió justamente al revés cuando quise colaborar con una ONG local en la que había más voluntarios que demandantes.

Ella, la voluntaria, mi sister, me cuenta lo que está viviendo, no como cotilleo o falta de discreción, sino como necesidad de desahogo ante las situaciones que está conociendo de primera mano, que le afectan profundamente y de las que tiene que “tomar distancia” salvo exponerse al abatimiento total y absoluto. Ellas, las demandantes, son mujeres ancianas que viven solas en condiciones que no son como para lanzar las campanas al vuelo. En pisos de alquiler de renta antigua, con pensiones mínimas de viudedad y, la mayoría, con HIJOS y NIETOS.

Ahí duele, ahí duele. ¿Cómo se puede entender que una mujer de ochenta y tantos años con cutro hijos y siete nietos tenga que recurrir a una ONG para obtener un poco de compañía? La respuesta ya la conocemos todos. Y no es otra que la consabida cantinela de que “los hijos tienen su propia vida” y “los nietos, ya se sabe”.

No es un caso aislado, ni muchísimo menos. Más abundan los ancianos solitarios “abandonados” por su propia familia –y no hablo de residencias geriátricas donde los usuarios socializan entre sí y nunca están solos-, que eligen de alguna manera seguir en su propia casa hasta el final porque sienten que necesitan esa protección emocional, la de las cuatro paredes en las que han criado a sus hijos y han vivido toda una vida.

Obviamente, son ancianos que no pueden permitirse pagar a una cuidadora personal –ni siquiera recolectando el dinero entre sus hijas e hijos-, que tienen que racionar la calefacción además de los comestibles sanos y eliminar cualquier tipo de capricho por mínimo que este sea.

Una buena mujer de casi noventa años tuvo que renunciar al “acompañamiento solidario” porque su propia familia se revolvió ante esa demanda. -“¡Como si no le bastara con nosotros”!, explotó la nuera enfurecida. Como si no le bastara a esta mujer con recibir una “visita de médico” una vez a la semana…

Otra mujer lloraba por la soledad tan terrible a la que se veía abocada. –“¡Con tantos nietos como tengo, no viene ninguno a verme, que dicen que no tienen tiempo!”. Quejas tristes, quejas justificadas que conmueven y nos hacen reflexionar.

Y esta persona voluntaria, tan generosa y de corazón tan grande, me lo explica con palabras desgarradas: -“A mí también me pasará lo mismo cuando me llegue el momento. Los hijos de ahora consideran que “todo les es debido” y la culpa es nuestra porque les hemos educado así. Nos abandonarán como trapos viejos sin remordimiento de conciencia alguno. Su lema es: “Yo tengo mi vida” y, nosotros, sus padres, asentiremos sin levantar la voz, no vaya a ser que se vayan a enfadar con nosotros”.

Terrible. Y real también, ¿no?

Felices los felices, malgré tout.

LaAlquimista

 

Reflexionando, que es gerundio

Me suelo parar a reflexionar como otros van a lavar el coche, hacen la compra semanal o van al ambulatorio cuando les duele el estómago: por pura necesidad. Quiere esto decir que de siempre he sido de darle vueltas a las cosas para comprenderlas, que cuando algo me chirría no paro de escudriñar el tema hasta dar con la tuerca aflojada aunque luego no sepa cómo apretarla.

Pienso mucho sobre muchos temas sobre todo en las madrugadas en las que me despierto después de haber dormido cuatro horas como si mi mente –que no mi cuerpo- se aburriera de no hacer nada; aprovecho, pues, para repasar los asuntos pendientes (por molestos) e intentar aplicarles un baño de pragmatismo, teoría que practico con bastante buen ojo. Ya sé que es locura hacer esto de madrugada, pero la mente va por su cuenta y es mejor no llevarle la contraria. El foco de mis reflexiones orbita –cómo no- alrededor de mi vida (o de mi ombligo, para ser sincera). Miro y remiro cómo hago las cosas, sopeso las consecuencias de mis decisiones pasadas –que son las que llevan las riendas del presente- y “rectifico de sal” si es preciso.

En esto de reflexionar el problema estriba en que no tengo con quién comentar la jugada; es decir, que pienso y me insto a mí misma a actuar de manera razonable de una manera subjetiva porque carezco de mano amiga o compañera que comparta mis reflexiones y, si éstas son erróneas, pueda avisarme de los errores en ciernes. Es lo que tiene ser independiente y sacarse una misma las castañas del fuego cuando pintan bastos.

Reflexiono sobre si vale la pena empecinarse en nada que no sea seguir respirando lo mejor posible el aire más limpio posible. Reflexiono sobre las “verdades” que nos cuentan los políticos y gobernantes y que nacen descaradamente manipuladas y maquilladas o edulcoradas precisamente para que no reflexionemos sobre el fondo de ninguna cuestión. Me resulta como el puré que se da a los niños para que se lo traguen fácil aunque no sepan lo que están comiendo –ni falta que nos hace a las madres explicárselo-.

Reflexiono, más que nada, sobre mi propia vida, buscando el truco para hacerlo mejor y sentirme todo el rato en paz conmigo misma y con el mundo, no a saltos y en días alternos. Ahí descubro muchos flecos por recortar y, en vez de procastinar sine die, agarro las tijeras de podar (figuradas) y pego el tajo sin misericordia. Como John Wayne cuando se sacaba las puntas de flecha mordiendo un sucio pañuelo con la quijada. (El alcohol de alta graduación ni lo toco que entorpece el proceso).

Reflexionando dejo de hacer cosas que “ya sabía que las hacía mal” y me embarco en la aventura de nuevos y pequeños retos que una parte de mi ser (de mi mente racional) me estaba pidiendo a gritos que emprendiera.

Reflexionando -en estos últimos meses de forzoso parón físico- decido aparcar los viajes exóticos, me sacudo como pelusas en la ropa las costosas socializaciones, dejo de mirar escaparates soñando con la nueva colección de lo que sea y, last but not least, vuelvo a hacer otra criba más en el listado –cada vez más magro- de amistades y conocimientos por comprender que no vale la pena el esfuerzo.

Reflexionar sirve para gestionar mejor las circunstancias que nos han caído en suerte y modificarlas o ponerles un freno para que no nos superen. Reflexionar tiene el poder y la virtud de hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos y nuestras omisiones. Es un desnudar el alma ante el espejo y no apartar la vista aunque no nos guste lo que vemos.

¿Duele? No demasiado porque aporta satisfacción y uno se siente más libre, más consciente y auténtico. Y, obviamente, que caiga quien caiga.

Felices los felices.

LaAlquimista

Últimamente no escribo cosas bonitas

 

Últimamente no escribo cosas bonitas

 

No sé qué me pasa que llevo una temporada en que me salen las palabras como con telarañas añadidas, sacudiéndose el moho de tardes tristes, digo yo que será por el miedo a todo en general además de por la incertidumbre, no ya del futuro, sino de pasado mañana, que se cuelan en el ánimo como la niebla por una ventana mal cerrada.

Cuando era joven al completo (de edad y mentalidad) daba lo mismo que cayeran chuzos de punta, que no había meteorología capaz de frustrar mis pasos, ya que las emociones no tenían que guarecerse bajo un paraguas sino que salían a disfrutar de la lluvia si lluvia había o se envolvía en lanas el frío y seguíamos con la vida aunque nos salieran sabañones.  Ahora ya no. Ahora no apetece salir de casa si hace demasiado  viento o demasiado frío;  cuesta el esfuerzo de compensar la grisura con una suite de Bach y una taza de chocolate caliente.

Ayer mismo, sin ir más lejos, me armé de valor, -y de gabardina y paraguas grande-, y me obligué a salir a la calle. “Iré hasta el mar a ver las olas” –me dije. Y también pensé que el aire fresco me lavaría la murria incipiente y me levantaría la moral, aunque no fuera más que por la satisfacción de haber luchado contra el enemigo sibilino que se va adueñando del espíritu.

Pero no fue posible llevar a cabo la hazaña ideada: todo fue alejarme de los soportales de mi casa, salir al espacio arbolado del primer parque, recibir en plena cara el azote del viento y de la lluvia, para hacerme sentir como un soldado abandonado a campo abierto entre dos fuegos. Así que, cobardemente, emprendí la huida hacia la trinchera más cercana: mi casa.

Y es por eso que no escribo nada bonito últimamente, porque he dejado que mis pensamientos se centren excesivamente en lo que se me escapa por las rendijas. Se lleva el viento las voces de mis hijas y mis nietos, tan lejanos y anhelados. Siento que el no verlos y abrazarlos me agarrota los músculos del alma. Miro el calendario en sus fechas marcadas. Unos billetes de avión reposan sobre la mesa de las cosas bonitas, pero aún faltan algunas lluvias para el abrazo deseado.

Tengo menos tiempo en la vida ya y sin embargo quiero meterle prisa, que corra alocadamente para que llegue el momento que yo deseo…y no puede ser. Es absurdo sentirme sola o triste o con frío a estas alturas, cuando ya tengo hechos “los deberes” y me sé de memoria la lección que ideé para mí misma, el sonsonete que he repetido tanto tiempo de: da gracias por todo lo que tienes en vez de condolerte por lo que crees que te falta”.

Mis amigos no saben qué decirme; me ofrecen su compañía o lo que pueden en cada momento, sea mucho o poco. Ellos también tienen sus cuitas, muchas veces más reales que las mías que, a fin de cuentas, no son más que accesos de nostalgias o pequeños deseos de sentirme abrazada en una tarde –otra más- lluviosa, fría y gris de primavera.

Será por eso que últimamente no me sale escribir cosas bonitas… aunque esto también pasará. Estoy segura.

Felices los felices.

LaAlquimista

Preparando el "Día del Libro"

 

Preparando el Día del Libro

En dos meses he leído casi veinte libros. ¿Cómo así? ¿No he dormido? Es lo que tienen las averías de los cartílagos de la rodilla (menisco vulgaris) que si se rompe hay que rehabilitarse y para ello nada de pegarse largas caminatas sino fisioterapia diaria y muleta al canto. Si a esto le añadimos que el invierno se suele caracterizar en el Norte que habito por lluvias, vientos y algo de frío pues lo que pide el cuerpo y el ánimo es quedarse en casita sintiendo que también esto es la vida que me habita.

He leído libros buenos, alguno buenísimo, bastantes pasables y con alguno me he tropezado miserablemente. (Será cosa de mi “menisco intelectual”. Ahora que llega el Sant Jordi de los libros…(23 de Abril) igual sirve para algo compartir mi afán lector.

Lecturas livianas: (para pasar un buen rato y quizás hasta para reflexionar otro rato.)

“La señora March” de Virginia Feito (2022) Una genialidad de “domestic noir” en el más puro estilo de Patricia Highsmith. Para leerlo del tirón pero degustando la buena literatura. Curiosamente, la escritora es una “jovenzuela” de 33 años que ha escrito la novela en inglés y se la han tenido que traducir para su publicación en Spanish. Una crack. (Comprado, para el Comando Chardonnay)   8/10

“Rosy & John”  de Pierre Lemaître (2013) Alta tensión del maestro del polar francés que dificulta la pausa lectora. Un thriller perfecto como corresponde a un icono literario del género.              (De la biblioteca de la Casa de Cultura)                                                                                                          8/10

“El profesor A. Dónda” de Stanislaw Lem (2016) Novela inédita. Una sátira de ciencia ficción en estado puro. Todo queda inmerso en un mundo inventado ¿? del absurdo. Puro Lem. (Aportación generosa de quien tiene muchos libros y los comparte).                                                                     7/10

 “Instrucciones para salvar el mundo” de Rosa Montero (2008) Esta novela cuenta la historia de cuatro personajes aplastados por la vida y redimidos por el amor. ¡Casi nada! Pero está bien escrita y se hace amable…malgré tout. (De la biblioteca)                                                                     7/10

“Pecados originales” de Rafael Chirbes. (1994) Dos narraciones que conviven en la misma historia de la mano del Chirbes atormentado de siempre. Destilan amargura a pesar de estar bien escritos. O quizás, por eso…                                                                                                                        7/10

“Tokio estación de Ueno” de Yu Miri (2014) Historias de los sintecho que acaban viviendo en el parque de la estación de Ueno. La misma amargura en cualquier parte del mundo. Me ha gustado conocer a esta escritora surcoreana que escribe en japonés. Es guionista muy afamada en Japón. (Aportación generosa de quien tiene muchos libros y los comparte).                                                 7/10

“Vidas baratas” de Alberto Olmos. (2021) Historia de “lo cutre” y de cómo se ha instalado en el ADN nacional español (de cualquier autonomía, no se salva ninguna). Simpático, pero deprimente porque es real.  (De la biblioteca)                                                                                                               6/10

“La cucaracha” de Ian McEwan (2019) Kafka y su metamorfosis al revés… Tiene su gracia, pero pillada por los pelos. Menos mal que son pocas páginas (129) La historia del Brexit desde la ironía, sólo para británicos. (De la biblioteca)                                                                                                     6/10

“La forja de una rebelde” de Lorenzo Silva y Noemi Trujillo (2022) Aprobado raspado para esta novelita policíaca escrita a cuatro manos que queda como un arroz con cosas, pero con poca sal. La he terminado para saber quién es el asesino y poco más. (De la biblioteca)                                   5/10

“El peligro de estar cuerda”    de Rosa Montero. (2022) Expectativas demasiado altas –por mi parte- ante el nuevo libro de una escritora a la que tengo en mucho aprecio. Un ensayo lleno a rebosar de citas, bibliografía y aportaciones de otros escritores. Se me ha hecho tedioso. Al final, se ameniza un poco, pero me he sentido defraudada. (Lo siento, Rosa). Comprado.                        5/10

Lecturas enjundiosas: (que ayudan a incrementar el acervo cultural, a la vez que estimulan el intelecto)

“Máquinas como yo” de Ian McEwan. Adán y Eva son humanoides con ética superior a la humana de su propio creador. Lo que el sapiens sapiens no conseguirá jamás ser lo logran las máquinas: justos y buenos.  Recomendable sin duda alguna. De la biblioteca.                                               9/10

 “No soy yo” de Karmele Jaio (2022) Relatos para reflexionar sobre los reflejos que nos unen a las mujeres. Bien escrito y mejor resueltos. Un lujo al alcance de todas. (Del Comando Chardonnay)                                                                                    8/10

“El informe de Brodeck” de Philippe Claudel (2007) Una novela densa, densísima, a la vez que intensa. Testimonio de la agonía vital de cualquier ser humano. La deshumanización que trae la guerra. Inevitablemente. (De la biblioteca)                                8/10

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Ricardo Menéndez Salmón (2020) Una novela sobre cómo las personas enfermas suelen condicionar la vida familiar y hacer “enfermar” a cónyuges e hijos. La enfermedad paterna oscurece la vida del hijo y no hay más protagonista que el dolor del que se libra –el hijo- cuando fallece –el padre-. Y contarlo…(De la biblioteca)              8/10

“Oryx y Crake” de Margaret Atwood. (2003) Distopía apocalíptica. Una novela para después del fin del mundo tal y como lo conocemos ahora. Nos hemos cargado la vida humana a base de experimentos genéticos con animales y… (De la biblioteca)     7/10

“A prueba de fuego” de Javier Moro (2020) Biografía novelada de Rafael Guastavino, el arquitecto español que triunfó en EEUU a principios del siglo XX. Muy interesante y amena, debo reconocer que lo desconocía y he aprendido muchas cosas, además del morbo de un señor que tuvo su primer hijo a los dieciséis años y fue bígamo y trígamo y le perdió su “amor” por las mujeres. Inventó un sistema de bóvedas ignífugas –de ahí el título del libro- y expandió el Modernismo por doquier. (De la biblioteca)    7/10

Lecturas con peso específico: para abandonarse a ellas en cuerpo y alma y aprender.

 “WANDERLUST. El placer de caminar  de Rebecca Solnit (2001) Inteligente recomendación de mi hermana “la librera” que ama caminar tanto como yo o incluso más. Un libro para comprarlo y tenerlo y disfrutarlo en pequeñas dosis. Es un ensayo interesantísimo sobre el origen de la caminata como afición, como placer y no como necesidad. He aprendido mucho y ya está rulando por el “Comando Chardonnay” entre los amigos que aman caminar.                                                9/10

“Más animal” de Marian Fernández López (2021) Prosa poética balsámica. Ideal para antes de dormir –mejor que el Orfidal- o para comenzar el día en paz junto con una buena taza de algo calentito. Letras con amor animal hacia nuestros compañeros de vida, tantas veces maltratados y que nos regalan ejemplos que ojalá supiéramos imitar. (Regalo feliz de la autora)                          8/10

“Mañana no será lo que Dios quiera” de Luis García Montero (2009) (Relectura) Biografía novelada del genial poeta Angel González. Un recorrido por la España que sufrió lo que no estaba escrito…hasta que alguien lo escribió. Una delicia de novela, sensible y sensibilizadora. (Regalo de mi amiga Luisa)                                                                                                                     8/10

Lecturas atragantadas: (que pretendían ser interesantes y que no he podido llevar a buen puerto)

“Queridos niños” de David Trueba (2021) IMPOSIBLE. Con muchas expectativas a cuestas después de haber asistido a la presentación del libro en la Casa de Cultura de mi barrio, el argumento se traduce en marear la perdiz y las miserias de los políticos… Ya vimos la serie de “Vota Juan” que era buenísima y esto pues como que no… No resisto más que hasta la página cincuenta. (Lo siento, David) ————————–

“Cuatro amigos” de David Trueba (1999) Por ver si me quitaba el mal sabor de boca de su última novela, me pillé en la biblioteca la primera que escribió. Me ha parecido un esperpento machista –ver el año de publicación- que no ha resistido el paso del tiempo. Hoy en día no se hubiera atrevido a escribirlo. Ahí lo dejo a mi pesar en la página 96. (Lo siento, again, David)  ———————

“El faro del silencio” de Ibon Martin (2014) Leído atragantándome hasta casi el final por ver si mejoraba, pero no. Me alegro de que este autor haya evolucionado con el tiempo y sus siguientes novelas (que he comprado). Pero aquí, como que no…(Lo siento, Ibon) ———————

La puntuación es fruto de una opinión personal que no tiene más valor que el que uno le quiera dar…

Felices los felices (Y los que leemos…mucho más)

LaAlquimista

Somos privilegiados y no somos conscientes

 

Somos privilegiados y no somos conscientes

 

Estos últimos días están los periódicos salivando y relamiéndose contando cómo las reservas hoteleras están casi al 100% o las televisiones enfocando a turistas en bañador o caña en ristre. Es la “noticia” que todos necesitamos para sentir que dejamos atrás tristuras y prohibiciones.

Ya no importan la carestía de la vida, la inflación o la “reduflación”, los desmanes económicos o la guerra en Ucrania. Nosotros nos vamos de vacaciones y punto pelota. Pura supervivencia y anteojeras de pollino, todo es válido.

Pero igual deberíamos ser conscientes de los privilegios que (todavía) tenemos pudiendo arrastrar nuestros trolleis por aeropuertos libres o conducir nuestros vehículos por carreteras que no son bombardeadas. Igual habría que dedicar unos segundos –unos pocos- a mirar alrededor y VER lo que no nos apetece para que no se nos amarguen los días festivos.

Que una cosa no quita la otra, faltaría más, a ver si resulta que vamos a dejar de darnos un capricho –o dos o los que sean- porque parte de la humanidad lejana esté sufriendo violencia y desmanes varios; que qué culpa tenemos nosotros y qué le vamos a hacer si todo eso está lejos, que hay que preocuparse de lo de aquí, aunque “lo de aquí” sea una espeluznante iniquidad.

Me decía el otro día una amiga -cuya opinión siempre valoro- que no hay que ocuparse de lo lejano sino de lo cercano, que más vale solucionar los problemas de la propia familia o los del propio municipio que sentirse implicado en las barbaridades que la humanidad deshumanizada perpetra en otros lugares.

Y yo me quedé como así, mirándola con cara de WTF y le exigí que me dijera adonde se le había ido la vena empática y solidaria que siempre había mostrado. Me dijo que estaba cansada de casi todo y yo callé, mirándola fijamente por ver si era ella misma o había sido abducida por un alien psicópata y asocial. Al despedirnos la abracé como siempre y me fui rumiando intentando no juzgarla y deseando sobre todo no condenarla.

Me resulta difícil hacer como que no veo, disimular como si no fuera conmigo la cosa, aceptar en la misma portada las fotos de los turistas alegres y contentos con el vídeo de ciudades derruidas o cadáveres esparcidos por las calles. Sí, ya sé que la vida sigue, que la vida tiene que seguir, que a mí también me castigaron de adolescente sin ir de vacaciones con la familia por haber sacado malas notas y ellos se fueron a divertirse mientras yo maldecía y lloraba.

Pero los privilegios hay que ganárselos primero y saber valorarlos después y mucho me temo que a eso estamos poco acostumbrados pues damos por sentado que todo nos es debido y nos lo merecemos.

La supervivencia de la humanidad depende del despertar de una nueva conciencia. Ella exige la superación del ego, aún en el plano de la espiritualidad. Eckhart Tolle “El poder del ahora”.

En fin. Felices los felices.

LaAlquimista

Los jubilados y la Semana Santa

 

Los jubilados y la Semana Santa

Una de las muchas cosas que cambia para bien cuando te jubilas es que ya no eres rehén del calendario. Es decir, que te da lo mismo que los días estén en rojo o en negro, que haya puentes o que el día del patrón de la ciudad caiga en domingo o en lunes… porque todos los días son víspera de fiesta para nosotros, los que hemos dejado de trabajar por voluntad propia o por necesidad de la economía empresarial.

Dicho esto, se comprenderá fácilmente que es ventaja interesante no verse obligado a viajar en fecha fija –al pueblo o a la playa tropical- y, al inaugurar esa libertad que nos era desconocida, sintamos una especie de “pena” por todos aquellos que se ven obligados a “hacer algo” cuando pintan en rojo cuatro o cinco días seguidos en el calendario de la cocina.

No sólo se comprende sino que se envidia esa libertad de poder acceder al ocio en “temporada baja” y no pagando el doble de lo que realmente vale. Que bien absurdo es –desde el punto de vista de la lógica, no del empresarial- que el mismo vuelo en avión cueste hasta el TRIPLE según lo quieras hacer una semana antes o después. Que bien abusivo es que un hotel eleve su caché hasta el infinito y más allá porque puede –según la ley- y porque hay gente que lo paga.

La Semana Santa siempre fue una celebración de recogimiento religioso y espiritual. Por lo menos para los que nacimos hace más de cincuenta años, claro está. Luego la gente se fue desapuntando de pasar por la iglesia del barrio y buscó cualquier excusa plausible para dejar de lado algo que era más imposición social que auténtica creencia. La hipocresía se vino abajo –más o menos- y dejamos de ser oficialmente un país católico para ser otra cosa –que no sé muy bien cómo definir-.

El caso es que ahora mismo observo una tendencia que me deja con los ojos a cuadros y que no es otra que la de esas parejas jóvenes con hijos o perros, que dejan a estos en manos de los abuelos para largarse unos cuantos días “por ahí” ligeros de equipaje. Y me recuerda esto a cuando yo era niña y la mayoría de mis amigas desaparecían en verano de la plaza donde jugábamos porque sus familias las enviaban “al pueblo” a pasar el verano con los abuelos. Yo no tuve esa suerte y me chupé todas las canículas estivales entre las mismas cuatro paredes que me apretaban en invierno.

Los jubilados no siempre sienten júbilo por haber podido dejar de trabajar, sobre todo si les han caído encima las “horas extras” con las que tienen que apechugar cuidando de los nietos y, para más inri, GRATIS. Luego están los otros, los que se han sacudido las “caenas” familiares y se largan por ahí en algo parecido a las antiguas excursiones del colegio y comienzan la cuenta atrás del regreso a la infancia sin preocupaciones de casi ningún tipo más allá de llevar en el neceser el stock de pastillas sin el que ya no pueden vivir.

Llevo ya muchos años no moviéndome a golpe de silbato sino eligiendo a mi libre albedrío cuándo, cómo y dónde. Así que, un año más, me quedo en mi casa, pertrechada en mi barrio para que no me zarandeen las hordas de visitantes que invadirán mi hermosa ciudad para regocijo de comerciantes y hosteleros. Me queda el monte y la playa al amanecer. Siempre hay “carreteras secundarias” para transitar sin sobresaltos.

Felices los felices.

LaAlquimista

¿Vaciamos el congelador de una vez por todas?

 

¿Vaciamos el congelador de una vez?

 

Cómo nos cuesta tomar esas pequeñas decisiones que tenemos en el archivo mental de “pendientes” pero que se enrocan en una especie de pereza ancestral, como si se nos cayera encima el peso de la insoportable gravedad del ser, como decía –más o menos- el Sr. Kundera.

Que levante la mano quien no tenga el congelador lleno hasta la bandera de envases con comida cocinada o sin cocinar; de barras de pan en trozos, de restos de lentejas o alubias o pisto a la manchega o croquetas de las navidades o lo que sea. A ver quién se libra de la maldición de guardar “por si acaso…”. Luego llega ese lunes tonto en que no sabes qué poner y en vez de tirar del “fondo de armario”, compras un tomate y una lechuga y un asco de pechuga y te lo haces a la plancha y lo comes como si fuera rancho carcelario sintiendo la culpa de la desidia en la boca del estómago. (Y con razón)

También me ha pasado tres cuartos de lo mismo, que he guardado comida en plan hormiga boba en vez de disfrutar como las cigarras listas, hasta que me ha dado por pensar si esa costumbre no tendrá algo que ver con la manera de gestionar mi vida. Es decir, si no será que todo lo que soy, lo que pienso y siento no se ve reflejado en mil pequeños detalles de la vida cotidiana. Acaparar de todo como si no hubiera un mañana. Ese mañana poético al que se alude para justificar inanes furias consumistas; el sol va a salir cada día aunque nos neguemos a levantar la persiana de la vida.

Después de eso, avergonzada y como para querer compensar, me da por querer contemplar la vida en modo zen o pensar que viajo ligera de equipaje cual monje budista o poeta exiliado. Y nada de eso es verdad se mire por donde se mire. Estamos a ras de suelo y el congelador (haciendo escarcha) nos lo recuerda cada vez que lo abrimos para guardar alguna otra sobra.

Me he pasado dos semanas -¡DOS!- alimentándome de lo que había en el frigo y en los tres cajones del congelador. Aprovechando el parón físico para darle caña a lo psíquico; es decir, darme cuenta de que tan sólo puedo vivir horas de sesenta minutos -que pasan lentas- y días de veinticuatro horas iguales entre sí, con el mismo decorado, cual hámster pateando estúpidamente en su rueda.

Hice una lista del stock bajo cero. Una de lentejas, dos de puré de calabaza. Coliflor y vainas sin cocinar. Hongos troceados, pimientos del piquillo, boquerones en vinagre. Y dos lomos de merluza, una docena de anchoas, un chicharro y un montón de langostinos. Todo estaría podrido y apestoso de no haber permanecido bajo un manto de frío durante semanas. Como algún sentimiento que tengo por ahí al fondo, según se late a la izquierda, guardado por si algún día me encontraba a falta de cariño, mimos y esas cosas tan ñoñas que los humanos necesitamos para sobrevivir.

Me lo he ido comiendo todo con santa paciencia y bendita dedicación. TODO, hasta dejar el electrodoméstico casi con telarañas. También ha sido una limpieza emocional. Ahora, con mucho amor y mejor tino, vamos a ir haciendo acopio otra vez. Por si acaso…

Felices los felices.

LaAlquimista