viernes, 31 de octubre de 2014

Otra vez a votar, qué cansancio



Es de los pocos derechos democráticos que nos quedan: votar cuando ellos lo deciden. Y claro, no están los tiempos como para desperdiciar las migajas que nos dejan, así que –otra vez- a intentar decidir quién se lleva el gato al agua este viaje, sabiendo que el pastel se lo van a repartir entre “demócratas y republicanos” –otra vez- aunque oficialmente haya pluralismo político y opciones diversas por doquier. Al pan, pan y al vino, vino y a las elecciones, lo suyo. Es decir: un circo en el que los payasos se ríen del público y no al revés.

Pero a mí no me gusta hablar de política porque es como dar vueltas a una farola corriendo en pos de la propia sombra, que cuando te cansas –porque te cansas- reflexionas un segundo y llegas a la misma conclusión : “¿para qué?”. Además no me gusta hablar de política porque me faltan datos, porque se me ocultan las verdades (como al resto, por lo demás) o, lo que es peor, me mienten directamente y servidora, en su camino cansado en pos de un poco de honestidad, se desubica ante la falsedad, el oprobio y la vergüenza (ajena casi siempre).

Ha llegado a mis manos un libro interesante titulado “Hay alternativas”, escrito por Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa. “Propuestas para crear empleo y bienestar social en España” es la leyenda que aparece en portada, una frase que pocos esperaban volver a leer sin torcer el gesto. Nos relatan –es un símil que yo hago- cómo le han pillado a nuestra pareja en flagrante delito de infidelidad, con luz y taquígrafos nos lo cuentan; y comprobantes de pago de todos los regalos que se han hecho con nuestro dinero. Y todas las reuniones de trabajo desmontadas y los viajes falsos de negocios y… (lo mejor de todo) a pesar de ello no nos lo queremos creer.

No queremos creer lo que todo el mundo sabe menos nosotros, que ya se sabe que el marido engañado o la mujer traicionada son los últimos en enterarse, los que seguiremos yendo a votar(les) para que nos sigan poniendo los cuernos. Porque es el acto de votar en sí, el ejercicio de un derecho democrático y constitucional lo que nos llena el pecho de satisfacción, como si realmente estuviera en nuestras manos encumbrarles o derribar sus pies de barro, si el único mensaje electoral que cala en el individuo de verdad –hasta las entrañas- es el mensaje del miedo, del miedo a que todo vaya “peor” de lo que ellos mismos han conseguido con su ambición desmesurada y falta de vergüenza.

A pesar de todo, iremos a votar. Por sentirnos importantes, por creer que todavía somos “alguien” o que nuestra opinión cuenta para algo. Y como siempre, se volverá a votar “el mal menor” que, como hemos comprobado, se volverá a convertir en el mal asumido, aceptado, el más votado, ese patético, más vale malo conocido que bueno por conocer… Igual espabilamos, aunque no lo creo, y hacemos como inventaba don José Saramago en su preclaro “Ensayo sobre la lucidez”.

¡Qué cansancio, de verdad, qué cansancio…! (Y ayer noche, hasta las uvas dejando que nos enturbiaran el ánimo y nos quitaran el descanso)

En fin.

LaAlquimista

Noviembre 2011--





Sevilla, luna llena y poesía


 
 
Dame una noche tibia de fin de septiembre en Sevilla, con el último sueño del verano acariciando el reflejo del primer sueño del otoño; dame un recuerdo por estrenar y dos horas de tiempo para inventar la vida. Dame amigos y cariño, dame música, dame alegría y, para que todo sea perfecto, dame también poesía.

 Marta (Fernández Portillo) es joven y es poeta; es de Triana y es guapa como la noche de jazmines y esas vírgenes que los sevillanos adoran cantar.

Marta tiene reservado un espacio en mi tiempo, con sus letras y su fuerza, y yo no lo sabía...hasta esta noche de luna llena y poesía.

 
 
“Cantes de ida”

 No me dejes              Muda

Fría. Estéril.       Sin sentido

No me dejes con mi brújula

                         (suicida)

Oscura

Entre árboles iguales

No me sueltes en esta

Cucaña infinita

Circo enjabonado.

 
No me empujes a lo hondo

con cemento en los bolsillos.

No le quites

el tapón

a la bahía”.        

 
La noche empieza en “El perro andaluz”, sala surrealista en la calle de Bustos Tavera, donde entramos de la mano y salimos con las alas desplegadas. Noche de luna llena y poesía; noche de amores que siguen estando vivos porque así lo quiere la poeta; morirían de otra forma si nadie los cantara con música de voz quebrada.

 Marta desgrana su poesía sintiéndola desde el vientre; con música compuesta a la sombra de sus letras, las palabras invaden la noche y hacen enmudecer al público entregado. Se sirven cervezas que se beben con cuidado, no se escape ninguna rima desgarrada de su sitio y haga ruido al caer. Ella no lee sus poemas como otros rapsodas desgranan versos desde el papel; ella los arroja -a la cara- fuera de su cuerpo como el aire que le sobra. Los siente, los versos, desde la sangre y así se le escapan, así los deja marchar, agonizando en cada estrofa.


 
Marta ha publicado un libro: “Extraviada”, que ahora guardo en mi bolsillo, dedicado. Y en el alma el recuerdo de la poesía. La noche murió envuelta en nubes que arroparon una luna grande y fría. Algunos amantes acudieron a la cita; otros, como siempre, cerraron las ventanas para no sentir lo que ocurría fuera, para ahogar durmiendo lo que pugnaba por dentro. La vida es menos sin poesía.

 
“Punto de fuga”

 
Que mi boca se abra y no pare

Mi cuaderno de sábanas que abrazan y escupen.

Que me salga el amor y la ira, la condena y el tedio

Mis tobillos morados pegados a tierra.

Que las palabras me vuelvan para ponerlas al filo

Que la música me conjure

Que la música me conjure

Que mi boca se abra y no pare”

 
Gracias, Marta, por empujar a una mujer “extraviada” dentro de la profunda poesía que emanas.

 (Y la noche siguió su rumbo, camino de casa, mientras Sevilla se mojaba de agua regalada por el Ayuntamiento).

 
En fin.

 
LaAlquimista

 
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"Vergúenza hay que tener sólo para pecar"



Hace unos años, en esta ciudad nuestra tan fina, tan chic y con tanta clase, decir que comprabas la ropa en Zara era poco menos que confesar que eras asidua del mercadillo. Hoy, afortunadamente, se ha ido descolgando la tontería y hasta los franceses vienen aquí a comprar en “Sagá”.

También hace unos años, cuando abrieron sus tiendas las cadenas de supermercados de descuento Lidl y Dia (la una alemana, la otra española), casi nadie quería ir a comprar allí porque… ”¿y si me ven?”.

Es decir, y esto es tan viejo como el hilo negro, que había que cuidar las apariencias por encima de todo. Esos supermercados son para…ya se sabe, gente de otra forma de vivir o para dejarnos de eufemismos, para pobres e inmigrantes.

¡JA! De verdad que tenemos lo que nos merecemos, nos lo ganamos a pulso día a día (broma fonética). Porque hay uno de estos centros en la misma Bretxa y claro, como es TAN barato, pues va gente de todo pelaje y el ama de casa de toda la vida (la etxekoandre de bien) no va a ir a ese sitio a comprar porque, será más barato, claro, pero vienen los productos de vete tú a saber dónde y así y…no, no, quita, quita.

Tonterías. Estupideces. Pero a lo que vamos.

Pues resulta que hace muy poco he descubierto en mi propio barrio un supermercado de descuento de la empresa DIA. Como está en una calle que no me pilla a mano ni me había enterado. ¿Cómo es posible que no me hayan hablado de esta tienda mis amigas, mis vecinas, mis conocidos y conocidas? Si aquí se sabe todo y se habla de todo…

Así que lo ví, aparqué el perro en la puerta y entré a curiosear. Había productos de casi todas las marcas conocidas que se anuncian en tv y además, claro está, la marca blanca. Al precio de marca blanca, pero que MUY blanca. Como no tenía previsto hacer la compra, me limité a adquirir una barra de pan de leña, de esas crujientes con harina por encima, al módico precio de 50 cts. La misma barra de pan por la que piden 1,30€ en la “boutique del pan” de la esquina. ¡JA!

A los pocos días, cuando ya tenía una lista de cosas para comprar, agarré mi “carrico del helado” y me fui derecha a dicho supermercado. Compré lo que tenía que comprar y a la hora de hacer la cola para pagar -con tan sólo una caja operativa-…empecé a observar. Para empezar, había poco público. Acababa de pasar por delante de un SuperBM, un SuperAmara y un Eroski y todo el barrio estaba afanado en sus compras arrastrando carritos y bolsas reciclables. Pero allí, en el DIA de Eustasio Amilibia, estábamos cuatro y el tambor.

Miré a las personas que formábamos la cola y pude hacer la siguiente lista (mental). 50% de inmigrantes; el resto, jubilados, prejubilados y parados. (Lo de parados me lo he imaginado o lo he supuesto, porque tenían una mirada entre triste y desesperada. A los otros grupos se nos identifica claramente, incluyéndome a mí en el de prejubilada). Nada de amas de casa “de toda la vida”, no, ni hablar. Inmigrantes y personas mayores, algunos chavales comprando refrescos y bollería industrial… y poco más.

Entonces comprendí. Comprendí aquello que me decía mi abuela de que: “Vergüenza hay que tener solo para pecar”.

Desde entonces, vuelvo allí cada vez que me hace falta algo que puedo comprar a mitad de precio que en otro sitio. Y no me da vergüenza ninguna. A la vista está.
 
En fin.
 
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jueves, 30 de octubre de 2014

Leemos para no sentirnos solos


 

Llevo siempre conmigo una pequeña agenda en la que voy apuntando cosas: citas con personas, citas con palabras, números de teléfono y todo aquello que creo me puede servir para apuntalar mi caminar. Pequeños “bastones”, yo les llamo.

No son más que cinco palabras y no se me ocurrieron a mí; vienen en el libro de C.S.Lewis “Una pena en observación” y cada vez que las pienso me resuenan en el alma como un chirrido indeseado. Las he analizado, sopesado, incorporado a mi cotidianeidad… ¿Serán la forma del fondo de una gran verdad?

Yo que leo tanto, que he leído siempre tanto y tanto, creyendo que es por deseo de conocimiento, inquietud insoslayable o, simplemente, la curiosidad unida a la huída del aburrimiento vital, llevo varios días dándole vueltas en la cabeza al fulminante concepto que lleva adherido la frase en cuestión.

Cierto es que la lectura me ha ayudado a paliar miles de minutos solitarios por obligación y en los que me he cubierto del bálsamo de las palabras, pero siempre pensé que era una “salida digna” en vez de ponerme delante de un televisor y atontarme directamente. Los peores momentos de mi vida los he soportado gracias a la lectura y no de novelas precisamente. Cuando las circunstancias me zarandearon, casi siempre porque yo había ido a su encuentro, busqué en los libros el apoyo necesario para no derrumbarme del todo.

En aquellos tiempos míos no existía el concepto “libro de autoayuda”, no eran palabras bendecidas por el marketing todavía, pero sí que nos agarrábamos a Krishnamurti, a Anthony de Mello o, en el mejor de los casos, a un JuanSalvadorGaviota que nos prestaba sus alas durante unas cien páginas para ayudarnos a aprender a volar. Buscando siempre el camino espiritual desde la huida necesaria de unas enseñanzas que se estrellaban de frente con el mínimo sentido de los valores humanos que todos traemos de fábrica.

Hubo después la época en que preferí leer a Cioran. O a Sartre. Incluso fui capaz de coquetear con las palabras tristes de Proust; lo que hacíamos casi todos en aquella época en que la vida empezaba a mostrarnos su cara sin censura, cuando aprendimos que la palabra “eufemismo” era una inmensa carpa de circo bajo la que todos éramos payasos tristes.

Leer para no sentir la soledad interior. Leer para vivir vidas ajenas, recorrer caminos de otros y hacerlos propios. Leer para pensar y pensar mil veces que la vida que hemos elegido es tan importante como la de quienes la han puesto en palabras, impreso en papel, colocado en mis manos para que yo pueda aprender la lección.

Quizás quienes no tengan el hábito de leer porque no tienen tiempo material de hacerlo sea porque siempre están rodeados de gente, de cosas que hacer, de ritmos rápidos y estruendosos que no les dejan ni un minuto de silencio, de paz, de pensamiento libre. Quizás quienes nunca leen sea porque se sienten arropados por la gente, la familia, el ruido o los personajes ficticios que ven por televisión. Quizás nuestro Presidente de Gobierno que se ufana él, alma de cántaro, de leer únicamente prensa deportiva, sea el vivo ejemplo de lo que somos los ciudadanos de este país.

Feliz amparo el que me ofrecen los libros. Por si fallan los amigos, por si me escamotean el amor, por si me llega la soledad y no sé qué hacer con ella…

En fin.

LaAlquimista

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Con la casa patas arriba


 
Ya era hora. Después de treinta y cuatro años voy a lavarle la cara a mi casa. Aunque en realidad, más que un “lifting” va a ser un trasplante integral de energía, que son muchos lustros ya de “carga emocional”. Y me explico; aunque quizás no haga falta porque ya se me ha entendido justo en la primera frase, sobre todo las mujeres que sabemos bien cómo se prenden las nostalgias en la pintura de las paredes y los suspiros en el sofá del salón. En un par de días, los gremios –y mi decoradora particular- han tomado medidas, me han dado consejos y han soltado su veredicto: mejor tirar lo viejo y ponerlo todo nuevo.

Así que ayer mismo comencé –con la ayuda de unos brazos fuertes- a desclavar de la pared las estanterías que durante lustros han soportado parte del acerbo cultural de esta casa. Aparte de astillas, clavos, alcayatas, puntas y polvo, se me quedaron entre las manos unos quinientos libros. Los de arriba con polvo cosecha 1977, el resto en orden de funcionamiento y ordenados por temas y autor.

Es curioso y ya presentía lo que me iba a pasar… Una no puede tener libros en sus manos, pasarles un trapo y almacenarlos en cajas –hasta nueva orden y nueva librería- sin que la vida se detenga el tiempo de recordar… “Journal et lettres de prison” de Eva Forest , las joyas de Esther Vilar, “Le Seigneur des anneaux” –en francés, cuando aquí no se había editado todavía- los libros de una época, de un tipo de vida, de unos sueños y otras modas.

Todo Herman Hesse y Torrente Ballester, los diarios de Anaïs Nin y los trópicos de Miller, la Beauvoir, la Sontag, la Woolf y la Duras. “La náusea” y “El extranjero”, “La peste” y alguno más… Libros con dedicatoria y alguna flor seca en sus entrañas, libros de mi otra vida –la anterior a ésta- cuando yo no era yo todavía sino tan sólo la que quería llegar a ser…

Así que me quedé sentada, rodeada de millones de letras, miles de páginas y unos cuantos amores viejos que me chistaban desde los montones informes de recuerdos y nostalgias como diciendo: la vida sigue, tú sigues, nosotros hemos sobrevivido aunque llenos de polvo y olvido…

Hoy toca armarios; no quiero ni imaginar qué fantasmas me harán cosquillas cuando pasen por mis manos los disfraces de veinte años, un chaquetón de pieles de cuando yo llevaba chaquetón de pieles, la ropa de esquiar que se usó dos veces, el primer anorak, el primer plumífero, la primera bomber; los sombreros y los bolsos de todos los colores, tamaños y formas, todo un atrezzo que desaparecerá en unos cuantos días porque la compañía ya no va a representar más la misma obra que llevaba lustros en cartel. Vienen tiempos nuevos, vienen tiempos mejores. “Pa' fuera telarañas”

En fin.
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Noviembre 2011

martes, 28 de octubre de 2014

Son las cinco de la mañana ..



Seguramente muchas personas estarán ya peleando con sus obligaciones para levantarse de la cama; seguramente serán los trabajadores “de base” –que ya sabemos que los líderes madrugan más bien poco. Yo no sé porqué mi inconsciente decide que mi cuerpo ya ha descansado lo suficiente y conecta el despertador mental si el otro, el que va a pilas, dejó de funcionar hace años, pero creo que voy acercándome a la solución del enigma. Y es que, cuando algún chirrido anda dando vueltas por mi mente, el escáner de ahí arriba lo detecta, lo separa del batiburrillo inane de pensamientos y lo pone en primera plana con interrupción del sueño incluida.

Este fin de semana ha sido intenso a lo largo y a lo ancho; profuso en cantidad y calidad, ha habido de todo. Pasando por lo superficialmente social para llegar a lo estrictamente importante, desde el viernes por la tarde me ha sido dado recorrer el camino amable de la amistad, he estado a punto de entrar en el recinto beligerante de la discusión política, he debido esquivar un par de dardos lanzados desde la distancia por un familiar que ha perdido el sentido del decoro y me han masajeado un poco el corazón quienes me quieren de verdad.

Y así no puede ser, lo juro, hay semanas enteras en las que no pasa nada digno de reseñar en la vida de una y, de repente, llega el aluvión de vivencias, suena el fijo y el móvil a la vez, no cesan de ocurrir pequeñas incidencias que me distraen del camino a seguir y, como no podía ser de otra manera, acabo despertándome a las cinco de la mañana con una serie de flecos sueltos encima del edredón.

Así que me pega el ramalazo egoísta e insolidario y me revuelvo contra los problemas ajenos que se meten en mi cama cuando estoy con la guardia baja, me digo que qué me importan las tribulaciones de otros, -que no se solucionan con que me las cuenten a mí, sino con el trabajo de quien las padece-, y que tengo que aprender a dejar expedito el canalillo que va desde mi oído izquierdo hasta mi oído derecho para que los problemas que no son míos no se me queden en la mente y me despierten antes de que mi cuerpo termine de descansar.

Voy a practicar desde ya mismo. Aunque me llamen antipática.

En fin.
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lunes, 27 de octubre de 2014

MIEDO


 
Así, con mayúsculas. El miedo es una emoción connatural al ser humano que hace que nos alejemos del peligro intuido o del peligro conocido. Se produce en alguna región del cerebro de nombre difícil y va de la mano de las otras emociones primarias: la alegría y la tristeza, la sorpresa, el asco y su hermana mayor la ira, y ya desde bebés está instalado en nuestro sistema límbico para ayudarnos y/o fastidiarnos la existencia.

Que el miedo ayuda a evitar los peligros no hay más que verlo en cualquier animalito poco pensante; pero que el miedo actúa paralizando al ser humano se puede comprobar en situaciones de gran intensidad emocional; por ejemplo, en víspera de unas elecciones (Como ahora mismo, que gracias al bombardeo preelectoral de noticias de corte económico negro y malos augurios se consigue que el personal varíe su intención de voto hacia quienes prometan “protegerlo”. Paradigma de la falacia donde los haya)

Pero el miedo más importante de todos es el miedo a vivir. Ese gusanillo que corroe las tripas durante el día y hace chirriar las neuronas durante la noche, impidiendo la concentración diurna y el descanso nocturno, ese miedo atávico, pertinaz, difícil de combatir que aleja al ser humano de los objetivos vitales, emocionales y afectivos relegando los sueños a la trastienda de lo inservible, al trastero donde se guarda lo nuevo por estrenar que se volverá viejo sin ser utilizado.

Sé del alma humana hasta donde me llega el conocimiento empírico –cincuenta y ocho años más dos meses y tres días- y sobre todo la percepción observada y reflexiva; y como entre almas humanas me muevo, de almas humanas hablo sin rigor científico alguno, pero con las tablas de muchas representaciones a cuestas; y esto del miedo cada vez me molesta más. Sobre todo observarlo en los demás y que me estalle en la cara.

Miedo al compromiso por temor a que se repitan experiencias pasadas traumáticas, miedo a gastar el amor que queda en el corazón no vaya a ser que las cosas no salgan como está mandado, miedo a emprender un nuevo proyecto afectivo para preservar la poca integridad emocional que queda después de algún que otro desastre. Miedo reconocido, miedo tangible, miedo utilizado como excusa para no vivir con mayúsculas, miedo –al fin- para utilizarlo como escudo ante la gran aventura de la vida.

Y así no hay quien juegue, de verdad, dan ganas de romper la baraja o de marcharse a otro país donde la gente reconozca al enemigo y luche contra él –oportunidad donde las haya el próximo domingo- o de subirse a la punta de un monte a gritarle a la vida el grito valiente de los sin-miedo ante el amor. Que esa es otra…

En fin.

LaAlquimista


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domingo, 26 de octubre de 2014

Pequeños placeres dominicales. Un paseo por la ciudad dormida


 
Somos muchos, pero no tantos, y nos vamos reconociendo aunque todavía no nos saludemos. Esos medio locos que estamos en pie un domingo a las siete de la mañana –por placer, por hacerle un corte de mangas al despertador- y que paseamos a lo largo del tramo final del Urumea respirando la marea alta y soportando la baja, para llegar hasta el mar bravo de la Zurriola donde no hay surferos madrugadores y saludar a los gatos del muro de Sagüés hasta el adoquín final, allá donde dicen habrá una pasarela que desafiará la mar y sus embestidas. Y entonces, cansados ya de los kilómetros, dar media vuelta a paso ligero todavía, buscar el amparo del bar/hospedería donde tomar un café y seguir, con el vivificador sabor en el paladar, por el Kursaal hacia el Paseo Nuevo dejando a la espalda el rosicler del amanecer.

Encarar la circunferencia del monte Urgull con el frescor marino golpeando la cara y desvelar las brumas que remolonean sobre la rada de la bahía; y bajar hasta el muelle del puerto abriendo mucho los ojos para que la luz de tanta hermosura nos impregne de lo que hemos ido a buscar, quizás algo parecido a la paz…

Los que trabajan limpiando los restos de la mala educación noctámbula puede que no estén receptivos a la poesía del entorno, pero tampoco se lo pregunto; quedaría pretencioso e incluso fuera de tono. Así que sigo caminando en silencio acariciando la barandilla y bajo a la playa por la primera rampa; me libero del calzado y dejo que la vida que bulle bajo la arena me contagie su canción, refresco mis pies ya algo cansados en el agua fría de la mañana y miro al horizonte con el pensamiento detenido, simplemente dejando que la brisa me cante al oído su canción de bienvenida. (Estos paseos tienen dos tipos de caminantes: los que van con pinganillo y los que no. Entiéndase bien la diferencia…)

Caminar por la arena de buena mañana tiene su bucolismo pero no es nada práctico, así que retomo el paseo y sus adoquines cuando empiezo ya a cruzarme con los otros paseantes mañaneros. Emboco la dirección de vuelta a casa, pues todavía tengo que ofrecer a Elur su paseo matutino que no es como el mío, rápido, vigorizante y sin detenerme en todos los alcorques.

En fin.

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Foto: Cecilia Casado

sábado, 25 de octubre de 2014

Te vas lejos de mí y mi corazón no llora


Te vas lejos de mí y mi corazón no llora.-


Porque nunca he querido poseerte ni atarte con las cadenas sutiles del amor, ahora que te vas no voy a sentir pérdida alguna.

Porque no he sentido que me pertenecías ni que formabas parte de mí, ahora que te vas no quiero sentir que me arrancan un trozo de mi ser.

Porque te amé en libertad dejando que crecieras con tus propias alas, ahora que las despliegas en su hermosa enormidad, no voy a vivirlo como un abandono.

Porque el amor no tiene fronteras ni precisa de tocarse cada día en la mañana, aunque te vas, seguiré sintiendo el calor de tu abrazo cada vez que lo necesite.

Porque tu vida y la mía están engarzadas con el mismo hilo de oro que parte de mi esencia hasta la tuya y no acabará nunca, ni siquiera cuando llegue mi muerte, que no existe más que en los corazones muertos.

Y no me llora el corazón porque te vayas, tan lejos y por tanto tiempo. No puedo llorar porque es tu felicidad la que te empuja y si te amo tan sólo puedo desear lo mejor para ti. El amor también precisa de coherencia.

El amor que me tienes se queda conmigo; lo cuidaré día a día, cada instante en que piense en ti, lo protegeré del frío que se avecina y de los vientos que me zarandeen, para que, si vuelves, cuando vuelvas, lo encuentres vivo y esperándote. Y si lo necesitas, iré tan lejos como tú te vas ahora para llevarte el trocito de corazón que dejas ahora entre mis manos.

Feliz viaje, hija de mi corazón, feliz vida plena para ti.

Tu alquimista favorita.

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viernes, 24 de octubre de 2014

La vida encharcada


 
El pasado fin de semana llovió tanto que se nos desbordaron los ríos y barrios y pueblos que quedan a la vera de los mismos padecieron la avalancha de agua y quedaron anegados. O inundados. E incluso muchos, hundidos. Hundidos en la miseria, se entiende. Yo no soy de ver la tele, pero leo la prensa por Internet y me entero. También hablo con la gente en los comercios, con los vecinos en el ascensor (diecisiete pisos dan para mucha filosofía) y me entero de casi todo. El tema del lunes, obviamente, fue los destrozos padecidos en nuestra provincia por culpa de un temporal de agua y viento.

Quien conocía a alguien afectado contaba de primera mano las angustias y los malos ratos padecidos –como quien cuenta una anécdota entretenida; quien tenía algún familiar sufridor ponía énfasis especial en la crudeza del mal rato y las consecuencias. Y a quien le había tocado en su propia carne se desesperaba a la espera de soluciones ajenas, como si la culpa de la ciclogénesis fuera de alguien…

Uno contaba que a su hermana se les había inundado el trastero y que sólo pudieron sacar a tiempo dos bicicletas y un horno microondas ¿?. Otro se explayaba en la angustia padecida viendo cómo el nivel del agua subía sobrepasando los neumáticos de su coche, la matrícula de su coche y acercándose al motor de su coche…

Todos cuentan su participación –son protagonistas por un día aunque sea por una desgracia- y acaparan la atención de quien quiera –y de quien no quiera también- escucharles.

Supongo que también habrá los que estén agradecidos y contentos de que el agua no se haya llevado a ningún ser querido –como ha ocurrido en Irún-, supongo que alguien también hará la reflexión oportuna de que la vida vale más que el coche, más que lo material… de que lo importante es poder contarlo aunque sea una auténtica desgracia tener que esperar a que los seguros empiecen a devolver lo que se les ha pagado. (Alguien había con su vivienda sin asegurar –ya se sabe, por ahorrar unos pocos dineros y con mucha inconsciencia; supongo que ahí está la responsabilidad de la consecuencia de los actos propios)

La vida se ha quedado encharcada durante unas horas, pero la marea baja y seguimos vivos para achicar el agua. Que todas las desgracias sean así y que no haya que lamentar pérdidas humanas. Si esto pasa en Tailandia –que pasa- los muertos se cuentan por docenas porque la gente no tiene viviendas en las que refugiarse a la espera de que deje de llover. Incluso para las desgracias, vivimos en una sociedad con un alto caché.

Sin embargo, parece que sí tenemos –nosotros también- ciudadanos de segunda e incluso de tercera categoría. Parece, a la vista de las quejas y protestas, que algunos conciudadanos afectados no están siendo atendidos convenientemente por quien tiene como obligación hacerlo. Parece, sólo lo parece, que si hubieran vivido en Miraconcha –es un decir- no estarían padeciendo las secuelas del desbordamiento del Urumea con una más que indecente falta de atención por parte “de quien corresponde”.

Que no se diga que nuestros convecinos no tienen los mismos derechos que nosotros, que seguro que ellos también pagan sus impuestos igual que todos. Lo raro es que no haya ido ningún autobús de campaña electoral a hacerse una foto ayudando a quitar el barro…

En fin.
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Foto: Inundaciones en Txomin-Enea en el año 1785

jueves, 23 de octubre de 2014

Yo mudo la piel en otoño


Me suele ocurrir todos los años por estas fechas sin que yo lo propicie ni haga nada por evitarlo. De repente, una mañana cualquiera, me despierto al filo de mi propio amanecer y, en vez de ganas de desayunar, siento la necesidad imperiosa de darme un baño muy caliente. No una ducha vivificante, sino un baño de esos largos y relajantes, impropios de hora tan temprana. Pero yo me conozco y sé lo que viene a continuación, así que me dispongo a hacer lo que me toca sin resistirme a mí misma y mis deseos, práctica –por otro lado- de lo más sana e inteligente.

Desde el líquido caliente nos echa al mundo nuestra madre y alguna reminiscencia tiene que quedar puesto que no solamente el cuerpo se serena cuando nos sumergimos en este metro cúbico de húmeda paz. Los primeros cinco minutos sirven para tomar conciencia de mi propio bienestar, de la piel abriéndose y vaciando alguna pena que se ha quedado dentro sin querer, sintiendo el silencio acuático de sumergir los ojos, la boca ; manteniendo el ritmo de la respiración con el sonido del corazón que se agranda bajo el agua y se muestra como es y a veces no le dejamos ser.

La luz apagada –basta con el reflejo en el espejo del nuevo día que va entrando-, la sombra del cuerpo sumergido sirve para agudizar los sentidos, alerta y relajados a la vez. Los pensamientos se deslizan entre las piernas y nadan decididos hacia su efímero final, como burbujillas inventadas por mi imaginación que no sabe de descansos. Sin ningún tipo de jabón cosmético ni sales de olor, tan sólo el agua y la piel vieja de cuatro cansadas estaciones y que pide ser renovada, renacida, vuelta a inventar.

Conforme el agua va templándose añado más calor y cuando siento que me adormezco y que ya no sé qué hora es ni cuál mi segundo apellido sé que el trabajo está hecho y bien hecho. Salgo de la bañera, me envuelvo en dos toallas grandes y regreso a la cama, como una vieja conocida cansada y me entrego al sueño sin sueños que duermen los bebés.

Dos horas después, con la mañana teñida de nubes gris y plata y el viento agitando la vida de las gentes, emerjo de mi pequeño e inventado nirvana y me miro al espejo profundamente. Sí, ha vuelto a ocurrir y los ojos me lo anuncian; el agua del baño ritual me lo confirma: he vuelto a mudar la piel.

En fin.
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miércoles, 22 de octubre de 2014

Carnet de voyage. "Burdeos 3"




Mercados y cementerios, dos de los puntos clave en una ciudad. Los unos para alimentar a los vivos y los otros para alimentar recuerdos. El cementerio de La Chartreuse es el más antiguo de Burdeos y, aunque no alberga personajes demasiado ilustres fuera de la región bordelesa, teníamos curiosidad y ganas de salirnos de los recorridos habituales llenos de turistas españoles. Allí estuvo enterrado Goya –hasta que decidieron repatriarlo al pobre, cuando ya no tenía voluntad para resistirse, y hoy queda un cenotafio (bonita palabra) rodeado de arbustos horrendos.

Lo primero que nos llama la atención al entrar en el cementerio es un gran cartel detallando todo lo que está prohibido: fotografiar, perros, bicicletas, hacer picnic ¿? y fumar. Bien por los franceses que no dejan que nadie invada sus recintos sagrados, aunque hay que estar muy loco para sentarse encima de una tumba a pasar la tarde, pero en fin, ellos sabrán. Lo de las fotos es algo que llevamos mal mi hija y yo, porque me he olvidado la cámara en Donosti y soy de las que está todo el rato viendo fotos “imprescindibles” y ella es la artista que encuentra aunque no busque, amén de difícil esconder la cámara que abulta como un tomo de la Enciclopedia Británica… Quiero ver la tumba de Flora Tristán de triste recuerdo, -feminista, escritora y pensadora que vivió en 41 años dos vidas y media- pero ahí llega uno de los muchos funcionarios del camposanto, gesticulando y diciendo, non, non, non al vernos la intención y la cámara.

Diré que es una pequeña satisfacción conseguir el mimetismo preciso para no parecer extranjera en un país extranjero, y de paso conseguir que te respeten más y te timen menos, y a la pregunta de si hemos venido a visitar a nuestros deudos, le digo que sí –ante la mirada estupefacta y recriminatoria de mi hija. -Pues sí, M. Violet –como reza en su plaza- le digo yo, queremos ver la tumba de Mme. Tristan ya que su ascendencia vasca nos puede resultar relativamente cercana (lo que es pura invención, evidentemente) y el buen hombre, amable donde los haya, nos conduce hasta la tumba y se da la vuelta pícara y ostentosamente mirando hacia el sur, lo que interpretamos como su aquiescencia para sacar la instantánea vedada. Nos dijo que las fotos están prohibidas porque la gente “comercia” con ellas, lo que expuso sin saber explicar a qué tipo de comercio se quieren referir…


Nos lleva por aquí y por allá, mostrándonos las “joyas” del camposanto: tumbas en forma de pirámide (sic), con ornamentos de esfinges y columnas dóricas mal conservadas y la curiosidad de una tumba china a la que le van dejando de vez en cuando incienso, flores, frutas y cuencos de arroz, así como la de un joven de 27 años, fallecido en 2003, a quien su familia, año tras año, ofrece flores de cerámica y una nueva placa recordatoria, fotos, poemas y oraciones en una locura que lo invade todo. (Ya es triste, ya). La tumba de un niño llena de angelitos de escayola –como los enanitos de un jardín- y el pequeño cementerio de un batallón entero de soldados de una guerra que, a los pies de cada cruz, tiene un tiesto enorme con flores y un sistema de regadío con mangueras y llaves de paso automáticas. Por si no llueve lo suficiente…


Poca gente de visita, es la hora del Angelus y ya se sabe que los franceses o comen a mediodía o les da una especie de urticaria, así que nos despedimos de M. Violet y su bicicleta y nos vamos nosotras también en busca de otras emociones.


Justo enfrente de la puerta principal está la iglesia de San Bruno, inundada de sol que atraviesa sus vitrales y confiere aspecto inusual a sus innumerables “trompe l’oeil” –trampantojos que dicen los castizos- que inventan paredes, coro y cúpula. Bastante kitsch –hortera le digo yo-, pero curioso en cualquier caso.

El día es tan bueno que no apetece volver a casa a comer, así que buscamos una de las muchísimas terracitas del centro donde dan un menú más que decente por 15€, que no es que sea regalado, pero para una ensalada landesa y un pavé de saumon con salsa mantequillosa, gâteau basque de postre incluido y jarra de agua fresca, no está tan mal. Y es que hay que aprovechar el solecito, que ya nos han cambiado desde Europa el reloj y hecho la puñeta a los que nos gusta estar más en la calle que en casa…


Hoy nos saltamos la siesta porque vale la pena tomar el aire –que sigue siendo gratis- y hablar de lo divino y de lo humano, disfrutándonos mutuamente como madre e hija –que eso de ser coleguis a mí no me va nada, yo reivindico mi papel de madre a ultranza-, haciendo planes para volar a Mexico en cuanto ahorremos lo necesario y compartir otra ciudad –algo más grande, me temo- con la querida morena que se nos ha ido tan lejos.


Una pequeña digresión de vuelta a casa en el moderno tranvía que articula la ciudad; el transporte público que no pasa por el conductor/cobrador se presta a la picaresca y malintención de muchos caraduras. Viajar sin pagar es algo que no he entendido jamás, porque si todos gorroneamos… ¿quién paga los sueldos de los conductores, la limpieza y el mantenimiento y el precioso convoy de vagones lustrosos y recién salidos de fábrica? Así que, religiosamente, 1,40€ de billete –por no tener un bonobús más barato-. Lleno hasta los topes, a la tercera parada lo invaden las huestes de revisores; seis de golpe en el mismo vagón, lector de código de barras en ristre, mientras que varios viajeros se levantan súbitamente y deciden apearse in extremis 

 
Hoy le hemos dejado a Elur con una vecina, imposible llevarle a sitios “sagrados” y le dejo que me arrastre por el parque cercano a casa mientras busca desesperadamente un trozo de hierba para hocicar un rato. Esa es otra: parques sin hierba y calles sin árboles. Piedras medievales y blasones entre calles peatonales que sólo tienen de verde el color de los cubos de basura. ¿Por qué no hay árboles apenas en esta ciudad tan bonita?

Por la noche, un asalto a las viandas que he llevado de regalo: jamón ibérico, queso del país y un paté que hemos comprado de vuelta a casa que nos eleva a los cielos aquitanos de la buena mesa por poco dinero. Para beber, sidra de Astigarraga, que mi niña andaba nostálgica… y las estrellas de otra noche cálida que son las mismas que veré desde mi ventana cuando vuelva a casa y sienta que seguimos las tres juntas porque vivimos en la misma casa/tierra y nos cobija el mismo cielo.

LaAlquimista
Fotos: Amanda Arruti y Cecilia Casado

Viaje realizado en 2011

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lunes, 20 de octubre de 2014

Carnet de voyage. "Burdeos 2"




He venido a esta ciudad no con intereses turísticos, sino a disfrutar de la compañía de mi hija que vive aquí este curso académico, así que la cámara de fotos se ha quedado en casa, el programa cultural lo he dejado de lado y tan sólo he entrado en algunas iglesias atraída por la inercia de la viajera que sabe que hay que mirar detrás de los púlpitos y encender velas por si acaso allá donde uno vaya… Pero lo importante para mí era impregnarme del ambiente en que se está formando mi retoño, captar los olores, atisbar por las mismas esquinas. Sentarme en sus terrazas, beber los mismos vinos y patear los adoquines que van a guiar sus próximos pasos; una forma de sentirle a ella, a la hija y a la ciudad. Demasiadas veces dejamos que las personas amadas comiencen otra andadura sin interesarnos más allá de lo puramente superficial o práctico y no nos damos cuenta de que la proximidad afectiva comienza por compartir el pan y la sal allá donde se esté…

 
La plaza de Saint Michel alberga los sábados el mercado semanal de todo un poco, el mercadillo integral que se dice; pero es el domingo cuando se transforma en una mezcla de brocante, marché aux pouces y vide-grenier, lo que por estos lares llamamos “rastro”. Es decir, que hay de todo lo habido y por haber. Así que aproveché para ejercer de madre y comprar lo que consideré faltaba en el apartamento de mi hija, a saber: un horno microondas a estrenar por 20€, una batidora también con su precinto, por 8€ del ala, una estantería de bambú (usada) y bonita a rabiar por 15€, amén de un juego de té, cubiertos emparejados, una cazuela, un colador para pasta y demás fruslerías que, mi hija, como buena artista, consideraba superfluas… y la reina del día, una bicicleta Peugeot de las de antes, “de chica”, guapa a rabiar por otros 40€ pavos del ala. No pudiendo evitar preguntarme porqué en Donostia somos tan remisos a todo lo que no sea “nuevo”, precintado, con garantía, sin mácula y a estrenar. Aparte de los famosos “traperos”, no hay tiendas de ropa “vintage” (Francia está llena de ellas) y vete tú a contar a tus amigas que te has comprado un vestido precioso, inmaculado y baratísimo ¡que perteneció a otra mujer…!

 
Para rematar la compra –que tuvimos que acarrear hasta su casa, deslomándonos vilmente y con el perro correteando entre nuestras piernas,- nos regalamos una increíble raclette à l’ancienne con sus ahumados, encurtidos y patatas calientes; todo un festín para los ojos, el olfato y el gusto. A tomar nota del siguiente detalle; en el restaurante La Raclette, de la rue Fernand Phillipart, nos permitieron entrar con el perro, previo compromiso responsable de que “no iba a molestar”. Allí se estuvo, este Elur bendito, a mis pies, oliendo a queso (el de la raclette, bien sûr) mientras sus amas se ponían las botas. Esta vez con un Muscadet sin alharacas, pero más que decente.


Para quien necesite aclaración, diré que una “raclette à l’ancienne” consiste en un aparato metálico, con forma de media luna, que ocupa un lado completo de la mesa, provisto de unas barras verticales que hacen de “grill” al rojo vivo y un pincho en el que se clava medio queso del tamaño de una ensaimada mallorquina. Con el calor el queso va fundiéndose de a pocos y cayendo –como un manantial imposible de lujuria gastronómica- sobre el plato colocado debajo. Con una paleta de madera se recoge el maná amarillo y se hace con él lo que es menester junto con el acompañamiento descrito en el párrafo anterior.

Tamaña ingesta de calorías, lípidos e hidratos no permitía más colofón que un paseo hasta Quinconces, mareándonos al pasar por el parque de atracciones que sienta sus reales durante todo el año en mitad de la ciudad, un despropósito inigualable, por el Quai siguiendo el curso del Garona –dos kilómetros arriba y otros dos abajo- cruzar el puente de piedra para asomarnos al Jardin Botánico y terminar en la Place du Grand Teatre, tomando un té al sol de la tardecita, con el magnífico edificio de la Opera justo enfrente. Ahí no pude entrar con el chucho, así que me limité a dejar que mi hija me contara su hermosura que ella sí había tenido el placer de disfrutar.

Con la hora cambiada –y el paso algo cambiado también- con la huída de la luz hicieron lo mismo las gentes. ¡Qué manía de meterse en casa a las siete de la tarde porque han retrasado los relojes! Si la temperatura era divina de la muerte, ¿cómo podíamos volver al hogar habiendo tanta noche por delante todavía? Así que hicimos el último esfuerzo y nos tomamos un par de vinitos (de Bordeaux, claro) en el Bar à Vins du Café du Theatre, justo al lado de casa, un sitio elegante y minimalista donde van a cenar los ministros (cuando van). Chulas que somos.

La reflexión del día nos llevó a intentar comprender el espíritu de los buses repletos de turistas que, cascos en ristre, habíamos visto dando vueltas por la ciudad, sacando fotos de arcos y portadas, campanarios e iglesias, fachadas y puentes, sin apearse del vehículo común y absorbiendo la cultura local en tres idiomas. Incroyable, mais vraie. Por lo menos no desgastarán suela de zapatos…

 
Al filo de las diez de la noche, habiendo cenado dos yogures desnatados (noblesse oblige), nos dirigimos al Port de la Lune, a la zona detrás de la Gare Saint Jean y sus “caves” de música alternativa. En el “Comptoir du Jazz”, cervezas bien tiradas (a 3,50€) y blues en vivo. Un sitio precioso, con pequeños sillones y altos taburetes, grande y mal ventilado, con gente de pelaje bohemio y edad similar a la mía (todo un detalle por parte de mi hija) donde pasamos varias horas descansando de los furores del día ecuchando lánguidos solos guitarrísticos, baladas desgarradas a lo Hendrix y acabar bailando ese rock francés almibarado que todos practican desde los doce años al son de no importa cuál ritmo musical. ¡!Hacía mil años que no me sacaban a bailar!!


El paseo de vuelta a casa, simplemente perfecto.
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Fotos: Cecilia Casado




domingo, 19 de octubre de 2014

Pequeños placeres dominicales: los churros


 
Desde siempre ha sido un placer cercano a la tierra eso de desayunar un buen café con leche con churros un domingo de buena mañana. Algo pelín inconfesable, eso de ponerse los vaqueros con la camiseta de dormir remetida, una chaqueta bonita para disimular, las gafas de sol y llegarse hasta la cafetería de la esquina donde practican el añejo arte de hacer los churros como los hacía mi abuela, como Dios manda.

El perro en la puerta, controlando que no me escape por la de atrás, oliendo la dulce fritanga y esperando, que es toda su función. Servidora con el periódico desplegado como las alas de un albatros a la espera del dulce manjar. Cuando ya las entrañas comienzan a agitarse por la ingesta visual de desgracias varias, el dueño –amable donde los haya- se acerca con el festín humeante. Entonces hay que dedicarse al ritual como si fuera sacrosanto y no la vulgaridad de coger y mojar, succionar y poner cara de orgasmo. Un churro es en sí mismo –y a ver quién me quita la razón- una pequeña obra de arte. Conjunción de lo dulce y lo salado, carbohidratos y lípidos estimulantes, un subidón para el ánimo decaído, el paso imprescindible hacia la pequeña felicidad dominical, olvidadas penas y teléfonos que no suenan…

El local suele estar en silencio a tan temprana hora, no es un barrio de madrugadores el mío –por lo menos los domingos. Agradezco la ausencia de hilo musical, radio y televisión. Como una capilla reverencial donde cada orante lleva a cuestas su propia penitencia para ser lavada por el “café bendito y los churros consagrados”. Una vez finalizada la noble (y carnal) ingesta, un paseo por el parque desierto se impone; es el momento ideal para la pequeña reflexión que ayudará a una buena digestión. Al cabo de media hora –más o menos- hay que regresar al hogar, a lo calentito de nuevo. Y si no queda otro remedio, volverse a meter en la cama para soñar una vez más con lo salado y lo dulce de la vida…

En fin.

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Día Internacional del Cáncer de mama



Esto no lo voy a contar porque sea hoy el día Mundial del Cáncer de Mama –que ya es triste que haya que darle bombo y platillo a una enfermedad tan desgraciadamente común para que las mujeres tomen conciencia y los hombres se enteren un poco más- sino porque las mujeres seguimos considerando que eso “a nosotras no nos va a pasar” y utilizamos la técnica del avestruz.

Cuando a los cuarenta y un años de edad me sobrevino una menopausia precoz diagnosticada de la mano de un proceso psicosomático contundente –un trauma en mi vida afectiva y social-, mi querido ginecólogo me ofreció dos opciones: o comprarme un abanico para aventar los sofocos (y todo lo demás) o recomponer mi organismo a base de parches hormonales. No dejó por supuesto de informarme del riesgo que produce el aporte exagerado de estrógenos al organismo, (bah, un tanto por ciento mínimo, cruzaremos los dedos, pensé yo) y elegí la solución médica al desarreglo. Además, yo era fumadora, y ya se sabe que los fumadores son muy conscientes SIEMPRE de que el tabaco produce cáncer de pulmón y que la vida es correr riesgos cotidianamente…

Cinco años después, una mañana en la ducha, detecté un bulto inesperado en el pecho izquierdo, justo debajo de la axila. Y me asusté, claro. Ese mismo día llamé a mi ginecólogo y le dije: “Javier, me parece que me ha tocado la china”. Era un sábado. El lunes, ya en su consulta, me ofreció dos opciones: seguir cruzando los dedos o quirófano. Por la Seguridad Social o por particular, siendo la diferencia de aproximadamente un par de meses entre una y otra.

Lo consulté con mi familia, con mis amigos, lo compartí porque empezaba a tener miedo y necesitaba todo el apoyo posible. “¿En una clínica privada teniendo como tenemos la mejor asistencia médica del Estado?” o “Mira que eres exagerada, eso les pasa a casi todas las mujeres y no tiene importancia”. “Gástate el dinero, que para eso está” o “¿Al quirófano? Ni loca, por Dios”. Así que la ayuda, la empatía y el apoyo de los demás no servían más que para sumirme en el desconcierto y la incertidumbre.

Son situaciones en las que una se da cuenta de que está sola ante el peligro; es decir, que la decisión tiene que tomarla en la intimidad de las propias entrañas, haciendo lo que en el fondo siente que tiene que hacer. Así que, el jueves de esa misma semana, en cuanto quedó libre un rato de quirófano en la clínica privada donde metía horas extras como especialista en mamas “mi gine”, allá que me fui aparcando los temores y convencida de que todo iba a salir bien.

Tuve suerte y me salvó la campana. No todos los tumores son cancerígenos, pero no lo puedes saber hasta que los especialistas meten la mano en ellos. No todos los tumores en el pecho se producen por motivos tan claros como los que yo he detallado. El cáncer tiene su propio misterio y todavía no hay alquimistas capaces de desentrañarlo.

Tan sólo nos queda la concienciación de la importancia de la prevención y el cariño que deberíamos tenerle a nuestro propio cuerpo por encima de otro tipo de consideraciones que, casi siempre, no son propias sino ajenas.

Energía positiva y bendiciones para todas las que están en mala situación, porque con fuerza interna y resolución vital también se cura el cáncer de mama, no únicamente con los remedios que aporta la medicina a través de la química. Y con la única medicina milagrosa que existe a través de los tiempos: el amor.

Suerte para todas las mujeres en esta situación y para quienes las cuidan y aman.

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sábado, 18 de octubre de 2014

Carnet de Voyage. "Burdeos"




Lo primero que me gusta visitar de una ciudad es su mercado más tradicional; no aquel de las fotos de los turistas, sino al que van a hacer la compra diaria las gentes del lugar. Y en Burdeos, sin lugar a dudas, la palma se la lleva le Marché des Capucins –en otro tiempo, el “Vientre de Burdeos”- con su sencillez y autenticidad de toda la vida. http://marchedescapucins.com/ Hay que ir a hacer la compra, por supuesto, no solamente a mirar. Un poco de queso, aceitunas aliñadas de forma diferente, un buen pescado de nombre intraducible nos dará placer durante la cena, porque al mediodía es imposible resistir la tentación de sentarse en uno de sus pequeños barcitos, justo entre las hortalizas y los patés, y degustar una sopa de pescado (diferente, picante y con queso) y una docena de ostras de las finas, con su copa de Chablis y el pain d’épices y mantequilla salada. De segundo unas gambitas –que podrían ser de Huelva de lo buenas que estaban- y para rematar media tabla de queso por aquello de no cargar demasiado el estómago desde el primer día. Media botella de rouge Saint Emilion a buen precio y … la vie est belle!




El descanso preceptivo pasa por dejar en casa la compra y hacer la siesta del gato –rápida y profunda- para volver a salir a la calle, con un sol imposible de finales de Octubre y pasear el buen humor a lo largo del Garona, hasta la Plaza de la Bolsa, epicentro de todas las postales y donde el agua moja los pies y alguna que otra ilusión que no puede sustraerse al paso del tiempo, imparable. Pero no he venido a esta ciudad hermosa a ponerme nostálgica, que también podría ser, recordando otros tiempos en que la recorrí de una mano amante, que el amor no vuelve aunque lo llamemos a gritos y la vida sigue aunque se pisen los mismos adoquines.

 
Las terracitas del barrio Saint Pierre, rebosantes de gente que parece tener tanto y tanto que contarse, con su copa de vino y el ánimo calmo, a esa hora de la tarde en que los franceses parecen no tener otra cosa que hacer que sentarse a hablar, fumar, beber, mirar…

El café Utopia , en la plaza Camille Jullian http://www.cafe-utopia.fr/, antigua iglesia reconvertida en cine y restaurante, sorprende y gratifica. Todo es absorbido con avidez, como la vida, a grandes tragos, ya no sirve de nada la prudencia del poco a poco no te atragantes…

 
A las ocho de la tarde el hambre llama a la puerta, parece como si la empatía con las costumbres francesas de cenar pronto se hiciera presente y, arrastrando los pies sobre los adoquines medievales, volvemos a la casa donde soy -¡por fin!- invitada en vez de anfitriona.

La noche nos envuelve con su aroma otoñal dejando que se filtre el olor del pescado en el horno. Conversamos menos y nos miramos a los ojos más.

Es lo que tiene el quererse… aunque seamos madre e hija.

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Viaje realizado en Octubre 2011

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