jueves, 31 de julio de 2014

Como pulga zumbando en la oreja

 
Una se acuesta con la conciencia tranquila y el cuerpo en penitencia y cree que va a dormir y descansar a la vez –que no siempre forman dúo estas dos actividades- y resulta que el runrún de la maquinaria cerebral, esa sordina fastidiosa e inevitable, hace de música de fondo al sueño, zumbando como pulga en la oreja.

Pequeñas cuestiones que se archivaron sin zanjar, problemillas modelo “el tiempo pone a todos en su sitio”, asuntos a medio plazo que esperamos se solucionen por intervención divina y ese caballo de batalla inconfesable al que todos damos forraje haciendo como que el espíritu no se entera.

Pero el cuerpo es sabio porque la mente funciona aunque no queramos que funcione, y enciende todos los chivatos habidos y por haber –rojos, amarillos y sonoros- de forma que nos va avisando de que quedan cabos sueltos que pueden hacer que las velas se vuelvan locas cuando queramos hacer una simple bordada.

¿Por qué si sabemos que la madre del cordero está ahí delante, bien identificada, con un cartel enorme en el que pone “He aquí el problema” hacemos como si no fuera con nosotros la cosa y nos dedicamos febrilmente a cualquier otra actividad que sirva de parche sor virginia o de inane distracción?

¿Por qué me hago preguntas raras a esta hora de la madrugada en que sólo deberían estar despiertos los que trabajan o los que están compartiendo la noche?

La respuesta sigue zumbando en la mente como pulga en la oreja mientras espero que llegue el amanecer para poder dedicarme a otros menesteres.

En fin.

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Post escrito y publicado en Julio 2011

miércoles, 30 de julio de 2014

Curiosidades veraniegas. "El Homo Sapiens Sapiens en la playa"


Me gusta mucho la playa; me gusta tanto que tan sólo voy a disfrutarla cuando está desperezándose por la mañana o a punto de descansar de su intensa jornada al caer el sol. Es un placer sin igual recorrer un par de kilómetros arriba y otros tantos abajo con los pies en el agua, salpicando los sueños que me quedan con la espuma limpia, despejado el horizonte y la mirada y centrado espíritu y corazón en el placer de la contemplación del espacio amplio, solitario, fresco, virgen de nuevo como cada día. Somos pocos los madrugadores caminantes que sabemos elegir el único momento del día en que la inmensidad del azul nos pertenece, que practicamos el cotidiano ritual de saludar al nuevo día dejando que la belleza circundante nos limpie un poco por dentro.

Como hormigas con una desmesurada carga a cuestas van accediendo a la playa por los entresijos de caminos que a ella llevan; espectáculo sorprendente de equilibrio imposible y absurdo, aparecen a eso de las ocho y media de la mañana. Siempre son hombres y mayores los que cargan –a dos manos y en las espaldas o arrastrando carrito- tumbonas varias y toldos diversos. Van en línea recta sin levantar la mirada; tanto les da cómo esté la mar y el cuadro lleno de belleza circundante. Ellos tienen una misión: reservar sitio para su grupo en primera línea. Y avanzan desafiantes hasta la orilla, calculan la subida de la marea (mínima) y comienzan a plantar su bosque de parasoles, sillas y tumbonas. Son elementos viejos –de propaganda o herrumbrosos (no los vayan a robar). En menos de cinco minutos han dejado frente al mar, en primera fila preferencial, un bosque de hierro y caradura.

A la vuelta del largo paseo, cuando me zambullo en el mar que me llama irremisiblemente, si me alejo un poco de la orilla, diviso el extraño y horrible panorama que han plantado estas personas que cumplen con la labor social de reservar el mejor sitio en la playa desde el punto de la mañana para que, descansados y plácidos de desayuno, lleguen hacia las once los miembros de la tribu para la que han cumplido tan extraño y antisocial cometido.

De vez en cuando, alguien que accede a la playa “in person”, decide que tiene derecho al mejor sitio disponible y patea y tumba hamacas y sombrillas vacías para instalar su propio campamento. Nunca me he quedado a contemplar la batalla. A esas horas en que ellos vienen, yo ya no estoy.

En fin.

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Post escrito y publicado en Julio 2011 desde el Mediterráneo

martes, 29 de julio de 2014

Al final, únicamente una lágrima



“Amor bajo el espino blanco” de Zhang Yimou y “Blancanieves” de Pablo Berger son dos estupendas películas que he visionado estos últimos días. Ambas cuentan una historia de amor, ambas con final infeliz. Sin embargo no me parecieron grises ni me dejaron embargada de esa emoción tan poco acogedora como es la tristeza.

La primera película nos muestra el amor en su estado más puro, un amor casto, que no necesita de la carne para nacer y crecer, un amor que va más allá de la lógica, las conveniencias e incluso de la razón. Es amor a secas, ése que hemos relegado al ámbito novelesco o cinematográfico, convencidos todos de que en la vida real no podría existir ni subsistir. Es amor hecho poesía o poesía hecha amor, ausente de palabras, rica en miradas y silencios. ¿Cómo es posible transmitir ese sentimiento tan hermoso al espectador, hacerle partícipe del cosquilleo en los lacrimales tan sólo mirando en los ojos de los actores? Ellos, los actores protagonistas, tenían que estar enamorados, por fuerza, imposible fingir la profundidad de las emociones, no puedo pensar que eran ficticias las miradas, impostadas por exigencias del guión…

“Amor bajo el espino blanco” es un regalo para los sentidos, un bálsamo para el corazón, una caricia dulce para dormir con una sonrisa, aunque sea en una cama grande como un páramo y fría de madrugadas solitarias. Cada una de las escenas en las que los amantes –amantes porque se aman, no porque tengan contacto sexual- aparecen juntos en la pantalla queda ésta iluminada con un efecto especial que no proviene de la técnica cinematográfica sino de los ojos de la espectadora emocionada que he sido.

En la última escena brota una lágrima. Sólo una. Y es el poema de amor más hermoso que pueda hacerse visualmente.
 
 
“Blancanieves”me sorprendió desde la primera escena, cuando vi a mi adorada Sevilla –no tenía ni idea de la adaptación del cuento de los Hermanos Grima- y escuché las palmas, el cante y me vino a los ojos la imagen de la flor del naranjo, su olor imaginado en mi sala de estar, el escalofrío de lo hermoso por visionar.

Una historia de amor narrada a través de miradas, silenciosas secuencias en las que las palabras –como en el amor- sobran por innecesarias, profundidad en blanco y negro sin matices ni sombras, el amor presente y compartido, imposible y lejano, doloroso y brillante. Amor que muere y amor que mata, amor imposible y casto, dulce y poético, sentimiento vivo en los ojos del amante que sabe no tiene ninguna posibilidad de lanzar al vuelo el sentir de su corazón.

Y por eso, en la última escena, cuando por fin se atreve a amar, aunque sólo sea con un beso, brota la lágrima. Sólo una.

Yo también he llorado recordando los amores que no pudieron ser y, los más tristes, los que quisieron ser y no fueron por culpa de la pereza…

En fin.

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Escrito en Julio 2013

lunes, 28 de julio de 2014

Pérdidas de tiempo




Decimos que el tiempo es oro y a veces lo menospreciamos vilmente dejándolo caer por huecos que llevan a ninguna parte o se esconden en penumbras absurdas. Pensamos que la vida hay que aprovecharla minuto a minuto, jugamos a ese “carpe diem” que no se sabe muy bien qué es pero que incita a vivir un poco más intensamente y, sin embargo, recurrentemente, como malos alumnos que piensan en las musarañas cuando la vida imparte sus lecciones, malgastamos ese bien tan preciado en situaciones que no valen prácticamente nada.

Le llamamos “distraerse” o “relajar el estrés”, pero en realidad lo que se hace es “desalimentar” nuestra mente y nuestro espíritu en una especie de retroceso de esos que no hay que dar ni para tomar impulso.

Y cada quien tiene su “estilo” en este afán de no centrarse, de no encarar la vida, de no agarrar el toro por los cuernos, dejándola pasar, día tras día, como si fuéramos a vivir eternamente, como si no formáramos parte de una “obsolescencia programada” también nosotros…

Pero no hablo únicamente de esas horas del día en que tenemos que reponernos del cansancio, la fatiga, los agobios y las preocupaciones, recurriendo a métodos tan poco ortodoxos como hacer zapping, hacer sudokus, crucigramas o chatear compulsivamente. Hablo también de ese encadenarse a situaciones hueras y vacías que pensamos van a llenar el hueco que se siente de continuo cuando no se centra uno en la vida en sí, cuando el cansancio perenne sigue molestando y se acuesta en la misma cama que la esperanza.

De poco sirve entonces aislarse, encerrarse en las paredes de cemento o de carne entre las que se malvive, de poco alivio es volver a estar con las mismas personas que lanzan su discurso cansino, aburrido y desesperanzador; no hay solución repitiendo cada día los mismos rutinarios errores. Todo esto es una absurda pérdida de tiempo.

Como mirar el sol naciendo un lunes por la mañana y creer en que las cosas se van a arreglar por sí solas, sin que tengamos que mover un dedo, como si la vida no tuviera nada que ver con nosotros y fuera un tren que corre hacia su destino sin que nada lo pueda parar. Los trenes se detienen cada cierto tiempo para que podamos subirnos a ellos hacia otro lugar, otra vida mejor que ésta, para que desciendan en nuestra estación otras personas que no saben que las estamos esperando y que se mueven porque no quieren perder el tiempo.

¡Qué gran pérdida de tiempo tantas relaciones que se mantienen con cansancio inmenso e infinito! Como si no supiéramos que sólo se empieza a vivir cuando se es verdaderamente libre… el resto no es más que una pérdida de tiempo.

En fin.

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Post escrito en Junio 2012



domingo, 27 de julio de 2014

"Here comes the Sun"







Es pronto por la mañana. A pesar de haberle quitado las pilas a mi despertador biológico sigue funcionando: las siete menos veinte y sereno. Levanto la persiana y abro la ventana; la mejor manera de dar la bienvenida al nuevo día es permitirle la entrada con los brazos abiertos –como se recibe a los buenos amigos- con una taza de té caliente –Earl Grey siempre-y arrebujada todavía entre las sábanas.

El mundo está convulso, la gente infeliz. Además de las guerras lejanas está el conflicto interno en una Europa que sigue poniéndose la zancadilla. Y eso sin contar con el tufo a alcantarilla que se ha destapado estos últimos tiempos en el propio país; porque ladrón no es el que roba, sino al que le pillan… y es larga la cola de desenmascarados adeptos al latrocinio inmisericorde que, como reyezuelos miserables de algún país oscuro y corrupto, han instaurado el modelo en lo que otrora fuera una sociedad del bienestar para dejarla convertida en puro y duro malestar.

Pero no quiero hablar de política, ni siquiera del descalabro social que os invade. Queda a la conciencia de cada uno el parloteo del “pepitogrillo” que seguramente muchos llevamos todavía dentro, como recuerdo de otros tiempos en los que se sonreía hablando de valores humanos, de utopía, de solidaridad, de amor al prójimo como a uno mismo. Ahora, si acaso, una sonrisa torcida y desangelada.

De lo que quiero hablar hoy es de pequeñas lucecitas internas que nos ayudan a no perder el camino, de esos reflejos de otros tiempos, otras ilusiones, otros esfuerzos que nos sorprenden en una mañana gris con el recuerdo de lo que fuimos alguna vez: jóvenes luchando por un mundo mejor. Ahora, me temo, no somos más que adultos (o personas mayores) luchando por nada y dejando que el mundo sea cada vez peor.

Hace dos años el movimiento 15-M hizo nacer un atisbo de esperanza en esta sociedad malhadada y corrupta, desilusionada y casposa. Pero también propició mofa y befa, escarnio y desprecio en los bienpensantes o“cristianos viejos” del cotarro, incluso en profesionales desencantados que nunca están de acuerdo con nada y siempre lo están criticando todo. El Movimiento 15-M trajo un rayo de esperanza a una juventud que llevaba ya varios años viviendo en la penumbra gracias a que sus mayores (nosotros) habíamos dejado que las luces fueran tan pobres como aquellas bombillas de 25 watios de la postguerra. Con el rayo de esperanza llegó el sarcasmo y los perroflautas, las burlas hacia los esperanzados, la ironía inmisericorde cuando no la burla declarada.

Las revoluciones llevan su tiempo; son gestaciones lentas y pesadas y que también pueden ser como “los ojos del Guadiana”… ¡Pobre del que las olvide o las ignore!

(Espacio para la sonrisa benévola o el gesto conmiserativo y perdonavidas)

Miro de nuevo por la ventana y los árboles del monte cercano me saludan con un bello reflejo. “Here comes the sun”, aquí está el sol, ya está llegando a mi vida, a la tuya, a la de todos…

Es nuestra elección darle la bienvenida después del frío invierno; un tiempo en el que hemos estado atemorizados y puede que faltos de ilusión, unos meses grises, plagados de malas noticias, de descalabros, de desesperanza… “Here comes the sun”, como cada día…!apreciémoslo hoy! Y hagamos los coros… porque alegrar el corazón no depende más que de nosotros y de las ganas que tengamos de seguir viviendo, de afrontar un nuevo reto, de volver a amar… sin miedo.

En fin.

La vie est belle!

LaAlquimista


“Here comes the sun”

The Beatles

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Escrito en Julio 2013

jueves, 24 de julio de 2014

Sinsabores de los "mileuristas"



No penséis que el título de este post es una boutade de las que se me escapan de vez en cuando, no. Responde a una realidad de aquí mismo y que, obnubilados con los problemas de los “mileuristas” e incluso con los que están en el paro sin cobrar subsidio, no estamos sabiendo ver.

Leía el otro día en un diario extranjero un artículo acerca de que “las revoluciones las hacen los burgueses”, no los obreros. En realidad, el artículo se titulaba “El día en que se rebele la clase media” y se basa en las ideas del filósofo polaco Marcin Krol –con quien estoy completamente de acuerdo.

Pero yo me he puesto a mirar alrededor y he visto lo que voy a contar: los sinsabores de los “seismileuristas”, llamados así porque ése es grosso modo el monto mensual familiar que ingresan entre marido y mujer. (Es estandar hablar de marido y mujer, hablo de dos individuos que hacen la Declaración del I.R.P.F. conjunta porque les sale más a cuenta). Lo de adjudicarles 6.000€ al mes entre los dos es una media aritmética simple; muchos ingresan mucho más y algunos un poco menos.

Estos dignísimos ciudadanos –sin ironía alguna y que no se me adjudique- son profesionales trabajadores que se ganan lo que obtienen a través del desempeño honrado de su profesión. Han sabido elegir bien su camino e incluso puede que les haya favorecido la buena suerte. Puede que tengan un negocio, una pyme pequeñita o que sean médicos, fontaneros o funcionarios de carrera. Son dos trabajadores iguales a los trabajadores que han sido sorprendidos por un E.R.E. y lo están pasando mal. No hay que envidiarles porque nosotros mismos podríamos haber sido como ellos en otras circunstancias no siempre determinantes.

Bueno, pues estas personas de “clase media” también lo están pasando mal a su manera. Son los que se están hartando de verdad de que cada año les suban un par de puntos más el I.R.P.F. –que ahora tienen que pagar el 25% de sus ingresos declarados-, son los que tienen un par de pisos vacíos porque no les interesa alquilar ya que los guardan para los hijos o para venderlos cuando se recupere “el ladrillo”; son los que pagan 2.000€ al mes de hipoteca del chalet en las Landas –o donde sea- y tienen (quizás) algún hijo estudiando en una universidad extranjera. O, simplemente, son las personas que ahorran todos los meses un buen dinero para tener los riñones cubiertos por si llega“Paco con la rebaja” (o Rajoy con una de las suyas).

Sé de lo que hablo, no ando inventando historias ni haciendo hipótesis a partir de alguna encuesta de esas que andan por ahí. Hablo de lo que antes se llamaba “clase media” y ahora es ya “clase privilegiada” porque pueden permitirse el lujo de seguir yendo de vacaciones tres o cuatro veces al año a destinos exóticos –todo lo que vaya más allá de Pancorbo se está convirtiendo en tal-, siguen manteniendo su “estatus” a base de ropa carísima, de asistir a “cenas gastronómicas” y no les duelen prendas en seguir manteniendo su tren de vida a pesar de que el vecino les mire de soslayo con un punto de envidia verde y cochina. Antes, alardeaban; ahora, están callados por si las moscas.

Pero también lo pasan mal –y sigo sin ironizar-, porque es la clase media la única que tiene la posibilidad de pergeñar una revolución, de quitarse de encima a tanto político corrupto, a tanto ladrón institucionalizado y, sobre todo, son los únicos que pueden mover ficha para que esta locura acabe. Cuando vean que están en peligro -todavía más en peligro- sus bienes muebles e inmuebles…entonces, quizás –y sólo digo quizás- reaccionen y den un golpe de timón para salvarse ellos mismos de chocar contra el iceberg. No lo harán por los que se hacinan en las bodegas del barco…sino para poder seguir bailando al son de la orquesta en los salones de lujo.

A ver si hay suerte y no tardan demasiado…

En fin.

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Post escrito y publicado en Julio 2013




miércoles, 23 de julio de 2014

Nadie quiere una vida vulgar



Los miércoles me tomo el día libre. En mitad de la semana laborable hago un pequeño paréntesis y “me retiro a mis aposentos”. Pero como no me gusta dejar este blog abandonado publico algo ligero que no me mueva a responder a los comentarios de los participantes.

El caso es que, estas últimas semanas, he ido publicando un relato titulado “El divorcio de Lola”, en el que se narran en primera persona

las cuitas de una mujer que, traspasados los cincuenta, decide agarrar el toro por los cuernos y poner su vida patas arriba. Después de cada capítulo, he ido pidiendo “ayuda” literaria a los lectores de forma que, dejando volar la imaginación –o quizás una proyección personal- de cada uno, fuera conformándose un relato más o menos interactivo o, simplemente, real como la vida misma.

Pero no; no ha sido así en absoluto. Las contribuciones, aunque imaginativas, han sido sorprendentes. Nadie quería ver a Lola –y a Damián, su marido- como lo que son, personas vulgares y corrientes, y se les ha ido dotando de rocambolescas posibilidades hasta llegar a convertir su vida en un verdadero “culebrón”.

Hasta ahí todo más o menos predecible. Pero ayer, un participante dijo –por fin- lo que se tenía que haber dicho desde el principio; es decir, que la vida de Lola es vulgar, aburrida y que ella misma no es paradigma de ningún modelo a seguir ni a envidiar.

“Lola”, pobre de mi Lola inventada, tan real como la vida misma…

¿Quién quiere una vida vulgar? ¿Quién no sueña con ser“diferente” de los demás aunque sea en algo muy pequeño y bueno para sentirse un poquito más feliz?

“El divorcio de Lola” nos cuenta nuestra propia vida. O casi. Está lleno de topicazos desechables porque son lo que hemos vivido toda una generación y que nos ha costado quitarnos de encima, como si fuera la maldición de la caspa. Hijos de nuestro tiempo, modelos de una educación e (in)cultura que nos abrumó y que, sobre todo y lo más terrible, nos enseñó a agachar la cabeza, a conformarnos, a tener miedo y callar.

De aquellos polvos, estos lodos –dicen-, y es ahora el momento de enfrentarnos a nuestra propia historia, a no renegar de la responsabilidad intransferible de tener una vida vulgar y corriente, como la de esta “Lola” que, con los cincuenta cumplidos, se da cuenta de que no puede más, de que está harta, de que quiere volar…aunque sea para volverse a estrellar, pero con la necesidad de, tan siquiera por una vez en la vida, haberlo intentado.

No tengo demasiada imaginación para escribir relatos –y mucho menos una novela. Escribo siempre de lo que sé, de lo que vivo y padezco, de lo que observo alrededor. No quiere decir esto que mis palabras reflejen siempre una situación personal, sería IMPOSIBLE que me ocurrieran tantas vicisitudes, pero sí que reconozco que no soy más que una “escribidora” que toma nota de lo que ocurre para ordenarlo con palabras y que no quede desperdigado en la desmemoria habitual.

Es tan sencilla y corriente nuestra propia vida… que cuando la vemos reflejada nos puede parecer hasta vulgar. Ya lo siento.

En fin.

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Foto: Cecilia Casado

martes, 22 de julio de 2014

Un milagro de lo más normal


Ocurrió la semana pasada y tal como me lo contaron lo voy a relatar yo. Hechos escuetos sin florituras ni mensaje subliminal y que cada uno piense lo que le apetezca o mejor le cuadre. (Los hechos transcurren en Bilbao)

De regreso a la ciudad, después de pasar el día haciendo trabajo de campo, un hombre joven coge a última hora de la tarde el Metro en la estación de Baracaldo. Hace calor, él está muy cansado –por motivos laborales y preocupaciones personales- y el trayecto lo utiliza para embeberse en sus pensamientos. Lleva la típica bolsa con su ordenador Mac y su soporte. Cuando llega a su estación de destino, sale del vagón olvidando en el asiento la bolsa con el computador, pero cuando se percata del error ya es demasiado tarde; el tren y él han abandonado la estación.

Más por desesperación que por confianza, se pone en contacto con la oficina pertinente donde le indican que no se haga ilusiones, pero que habrá que esperar cuarenta y ocho horas para ver si alguien ha recogido (y devuelto) lo olvidado. Como es fin de semana intenta aceptar lo ocurrido pues él bien sabe que por “las cosas materiales no se llora”.

Pero el lunes, confiando en una corazonada, telefonea a la oficina de Metro Bilbao donde le comunican que en la central de Baracaldo custodian la bolsa con el ordenador que fue recogida y entregada por una persona que viajaba en el mismo tren.

A partir de aquí tendría que terminar de llenar la hoja con diversas consideraciones acerca de que el Universo devuelve lo que alguna vez se le dio o de que si se participa en una continua “cadena de favores” siempre habrá recompensa. Cuando el protagonista de la anécdota me la relataba, no estaba especialmente exultante –ni mucho menos sorprendido- por el hecho de haber recuperado tan valioso objeto, es más, le parecía “lo más normal del mundo” porque, decía, “yo jamás me he quedado con lo que no es mío, así que pienso que los demás van a hacer lo mismo”. Bendita antítesis de esa porquería institucionalizada de “piensa el ladrón que son todos de su condición”.

No olvidemos que el verdadero protagonista de la anécdota no es mi amigo el olvidadizo, sino la persona que se encontró el ordenador y, siguiendo su instinto humanista, lo devolvió sin dejar más rastro que el de su honestidad.

En fin

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Post escrito y publicado en Julio 2011

lunes, 21 de julio de 2014

Las dos de la derecha son para vosotras



Cuantas veces me han preguntado si era supersticiosa he contestado rotundamente que no. No me he agarrado tampoco a símbolos religiosos–porque no hay religión alguna que se acomode a mi pensamiento- ni soy de colocar fetiches en la mesilla de noche. Pero sí que hago tonterías de vez en cuando a las que voy dando –con el paso del tiempo- un significado puramente personal y objetivamente intrascendente.

Como es encender un par de velitas en alguna iglesia dejada de la mano del dios para que esa pequeña y trémula luz viaje por unos instantes hasta el corazón de mis hijas. O como un recuerdo un poco inane hacia ellas o, seguramente, dándole un valor que nada tiene que ver con plegarias ni peticiones inmerecidas.

Ellas –mis hijas- suelen gustar de comprar un colgante, una pulserita o unos pendientes sencillos y llevarlos durante varios días, cargándolos de su propia energía y luego pasármelo a mí, para que lo lleve encima y pueda sentir de esa manera un poco más cerca el amor que compartimos. Son pequeños detalles amorosos que no tienen más significado que el que uno le quiera dar y que puede que susciten sonrisas de medio lado en otras personas. ¡Tanto da!

Mi tiempo en la vida de mis hijas se ha ido como llevado por una dulce brisa en la tarde; poco a poco, sin brusquedad de galerna. Ellas han elevado sus alas y vuelan hacia otros horizontes donde sienten que anida la esperanza de una vida mejor. Una vida mejor que la de aquí, la de esta ciudad o país en donde vive su madre. Forman parte de esa juventud suficientemente preparada en un país en quiebra.

Ya no puedo regalarme el placer de quedar con ellas cualquier tarde a tomar una cerveza o invitarlas a cenar a casa preparando mi“menú estrella”. No puedo porque están en la otra punta del mapa (de España, una y del mundo, la otra).

Las echo de menos a muerte. Me resulta paupérrimo verlas un rato a través de una video-conferencia, y cada vez más patéticos los mensajitos al teléfono móvil. Yo quiero tocarlas, estrujarlas, abrazarlas hasta que me pidan piedad, llenarlas de besos y de risas, sentir su olor, tan especial, tan amado. Quiero ejercer de “madre de las de toda la vida”, pero la política mal gestionada, los ladrones amparados por el Gobierno y “la alemana del mismo traje multicolor” no me lo permiten.

Las veo cada muchos meses, las distancias no perdonan y las tarifas aéreas tampoco. Algunas tardes miro el rastro que han dejado en casa: sus libros, sus cuadros, sus “pitxias”, la ropa en los armarios, las fotos colgadas en la pared, los albornoces siempre en el cuarto de baño, como si fueran a utilizarlos cada mañana.

Casi con toda probabilidad no vuelvan a esta pequeña casa que las vio nacer ni a esta pequeña ciudad en la que crecieron. Por eso les voy poniendo velitas en alguna iglesia pequeña que encuentro por ahí.

Para que sean felices en la búsqueda de su camino en la vida.

En fin.

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Foto: Cecilia Casado Pequeña iglesia en Paris.

Post escrito y publicado en Julio 2013

domingo, 20 de julio de 2014

Un domingo en la playa

 
Llueve desde la madrugada; llueve contra mi ventana con viento y furia despiadada, como si los elementos estuvieran en contra de la placidez de mi espíritu y de mi sueño recordándome que queda todavía mucho por lavar, muchas lluvias por llover.


Además, es domingo. Mi día nefasto por excelencia; día familiar, de paseos en grupo, de salidas al restaurante, al monte o a la playa. El día en que las personas solas –que no solitarias- nos mareamos entre tanto bullicio y nos sentimos más solas aún. Pero hoy la ciudad cambia de dueños…


 
Busco las calles vacías bajo árboles cargados de agua que saludan mi paso con breves duchas inesperadas; el parque aparece desierto con la hierba brillante, de un verde imposible, hermoso hasta lo difícil. El paseo que bordea la playa deja de ser el marco incomparable pasando a ser un reguero de charcos y corrientes de aire. Algunos como yo; cero turistas. Con chubasquero y paso decidido la arena recibe la visita de los no habituales, de quienes esperamos (y deseamos) un día de lluvia furiosa para recuperar durante unas horas la arena silenciosa de intrusos medio desnudos, el olor a mar sin paliativos, la visión de las olas vírgenes de náufragos del asfalto.


Un velero ha perdido el norte y queda varado en la arena. Como un cetáceo de fibra y metal que ha dado su última boqueada atrae mi atención y me acerco a contemplarlo de cerca; da un poco de pena. Cuántas veces me he sentido de esa manera, arrojada de mi elemento por un mal viento, un peor golpe de timón, encallada en una vida que no es la mía, necesitada de ayuda para volver al mar, al camino.

 
Un vigilante que cumple religiosamente su turno de trabajo vigila aterido a la media docena de temerarios bañistas que desafían el oleaje, la resaca, las medusas, en un reto inane, optando todos ellos al destemple, el enfriamiento, los calambres. Quizás lo necesiten para sentirse más vivos que quienes los contemplamos. No les entiendo y probablemente ellos tampoco me entiendan a mí que tan solo miro y pienso mientras ellos nadan y se dejan mirar.


 
Sigue lloviendo y el viento alborota mis cabellos y mis ideas. Llevo un paraguas en la mochila que no me apetece sacar; prefiero que mi rostro reciba la lluvia, hace bien. Unas gotas son dulces y otras son saladas. Me arrebujo en la capucha del chubasquero; si cierro los ojos me parece que ni siquiera estoy aquí…

En fin.

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Fotos: C.Casado

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sábado, 19 de julio de 2014

¿Por qué todavía tengo apegos?



Cuando no sé por dónde salir en una situación en la que me siento acorralada, hago el chiste y digo que “Doña Perfecta se murió hace mucho tiempo de aburrimiento” y así mi “atacante” se da por enterado de que me rindo, me rindo, que no me interesa la pelea…

Algo he mejorado porque antes, el siglo pasado por ejemplo, cuando me sentía acorralada, atacaba. Como los lobos más o menos. Ahora ya he conseguido que me importe menos tener razón, salirme con la mía o, simplemente, ganar una pequeña batalla con una victoria que, casi siempre, suele ser pírrica.

Pero todavía arrastro alguna rémora de esas que no se van ni con agua caliente. Yo les llamo apegos, una especie de dependencia emocional innecesaria que me hace estar demasiado pendiente de algo que me viene de fuera en vez de centrarme únicamente en lo que emana de mi interior.

Si fuera un apego mundano y superficial, qué fácil me resultaría desprenderme de él como quien combate una dependencia psicopatológica, dejar de fumar, por ejemplo, nunca nada me resultó menos traumático y doloroso. Pero cuando uno se autoconvence de que “necesita” a alguien porque esa persona solventa aunque de mala manera la carencia traumática que arrastramos –sabiéndolo o no- es como ponerse grilletes y tirar la llave al mar.

Nuestro cerebro reptiliano busca el cobijo mínimo y necesario para la supervivencia. Traducido a día de hoy, seguimos necesitando sentirnos “cobijados” por alguien que nos ofrezca protección. La familia quizás, la figura del padre o de la madre, casi siempre una pareja, marido o mujer en quien depositamos la difícil tarea de proveernos de aquello que no somos capaces de conseguir por nosotros mismos. Seguridad, cobijo, comida, tranquilidad. Y de ahí proviene el apego.

¡Qué terribles pueden llegar a ser! ¡Cuánto dolor inflingen a quien los siente y a quien está obligado a padecerlos como sujeto pasivo! ¿Qué me hace tener el convencimiento de que necesito vivir junto a una persona aunque esa persona no me haga feliz? ¿Por qué agarrarse con uñas y dientes a una situación puramente superficial sin afecto profundo? ¿Soy más feliz socialmente con una pareja a mi lado?

Poco a poco me voy apartando de esa línea terriblemente dolorosa que atraviesa el corazón para llegar hasta la mente donde encuentra la respuesta a la pregunta que me he resistido a formularme a mí misma.

¿Por qué todavía tengo apegos?

Porque estoy en el camino, porque soy mala alumna y no repaso las lecciones en casa, porque es más cómodo “copiar” en los exámenes que clavar los codos estudiando, porque le he dado valor a unos abrazos mendigados, no regalados con el corazón, sino con la falta de frescura de la rutina.

Por lo menos me doy cuenta de lo que estoy haciendo mal.

En fin.

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Post escrito y publicado en Julio 2012




viernes, 18 de julio de 2014

¿Qué vas a leer este verano?

 
Pues ya han pasado tres meses desde la última vez que compartimos nuestras lecturas –parece mentira, qué poco hemos leído- y como ya es oficialmente verano pongo la lista (incompleta) de lo que he leído en esta primavera que acaba de cerrar los ojos. Espero que sirva de algo (aunque yo no recomiendo los libros, tan sólo cuento lo que he leído y la impresión que me ha causado) y que se anime el personal a compartir sus lecturas.

Lecturas livianas: (para pasar el rato y sin que inviten a la reflexión profunda)

“La biblioteca de los muertos” Glenn Cooper. Una novela de misterio atrapante, pero tirando a no muy buena. 5/10

“Elogio de la madrastra” Mario Vargas Llosa. Leído de un tirón, pelín erótico, mailicioso y perverso. 8/10

“Riña de gatos” Aburre tanta historia sobre la misma guerra; esta vez centrada en la figura del Marqués de Estella. 6/10

“Las hijas del frío” Camilla Läckberg Thriller leído de tirón. 6/10

Lecturas enjundiosas: (que ayudan a incrementar el acervo cultural a la vez que estimulan el intelecto)

“Solar” de Ian McEwan. Una pequeña joya, mordaz e irónica a la vez que un poco truculenta. La estupidez elevada a premio Nobel. 8/10

“Vidas escritas” Javier Marias Anécdotas literarias más o menos interesantes. 7/10

“Picasso, mi abuelo” Marina Picasso Sencillamente espeluznante 8/10

“Dali joven, Dalí genial” Ian Gibson. Biografía complementaria. 7/10

“Ella, tan amada” Melania G. Mazzucco. La historia de una mujer sorprendente en la Alemania de 1941 7/10

“1Q84” Haruki Murakami. Atrapante. Imprescindible. 8/10

“Oh, Jerusalén” D.Lapierre y L.Collins. Refrescando memoria. 6/10

Lecturas con peso específico: (para sustraerles la sustancia a base de neuronas)

“Generación Einstein” Jeroen Baschma Un mamotreto demasiado bien publicitado. 5/10

“Libertad conquistada. Memorias I” Hans Küng. Para poder opinar sobre teología sin hacer el ridículo. En pequeñas dosis. 8/10

“Les beaufs de gauche” Hervé Algalarrondo. Para seguir sin entender a las izquierdas que se las dan de izquierdosas. 8/10

“El poder del ahora” Eckhart Tolle. Relectura. Ya lo tengo como libro de cabecera. 9/10

Ahora os toca a vosotros…

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Post escrito y publicado en Julio 2011

jueves, 17 de julio de 2014

Aprender a (des)aprender



Mi abuela me lo repetía una y otra vez: “a esta vida hemos venido a aprender” y lo mismo daba que se refiriese a las lecciones de geografía del colegio como a los buenos modales en la mesa. Aprender a comportarme bien, aprender la educación que me enseñaban mis mayores, aprender los preceptos religiosos, escolares, sociales, familiares. Aprender era un ejercicio inmenso de interés, atención, dedicación y disciplina.

Así aprendí la retahíla de un sinfín de cosas que “no había que hacer” y otra lista igual de larga de cosas que “había que hacer”. Dos listas paralelas llenando el folio inacabable de las normas para “domesticar” a una niña de espíritu poco domable y carácter bastante imposible.

Huelga decir que aprendí la mitad de la mitad y seguramente con “malas notas”, es decir, poco interés. Sin embargo, lo que sí me interesó, a eso le dediqué esfuerzo, atención, voluntad y muchas horas. Me gustaba cuando me decían que la cultura era importante porque si no, hasta la universidad se llenaba de asnos (esto lo debió de decir alguien famoso cuyo nombre no recuerdo). Me gustaba dedicar mi esfuerzo a lo que consideraba imprescindible para andar por la vida a la edad de diez años; jugar al ajedrez, revelar fotografías, escribir a máquina, escuchar música clásica y leer a Allan Poe. (Rarita sí, pero no tanto)

También aprendí “valores”. Los de la época. Que la mujer era generosa y abnegada en todas sus posibilidades: hija, esposa y madre. Que habíamos venido a este mundo a sufrir –lo del valle de lágrimas-; que en la vida no se puede conseguir siempre lo que uno quiere y hay que saber resignarse. Que hay que obedecer al que manda: el alcalde, el cura, el pater familias, el marido, el jefe. Bien.

Pues no. Porque resulta que ha pasado la vida –la mía- y ahora se está demostrando que no hacía falta aprender todas aquellas cosas que parecían tan importantes porque se ha comprobado que es mucho mejor educar a las personas en libertad, coherencia, honestidad, tolerancia, sinceridad y solidaridad. Con todas las variantes habidas y por haber de la lista de valores humanos.

Se educa en inteligencia emocional donde antes tan sólo se hablaba de “coeficiente intelectual”; por fin nos hemos dado cuenta de que tenemos que desarrollar nuestros sentimientos, valorar las emociones, gestionarlos ambos para recorrer con éxito el camino que lleva a la posible –ya no quimérica- felicidad. El hombre autorrealizado es probable y posible. Todo un logro, un avance, un cambio radical.

Así que llego a los cincuenta con una serie de“conocimientos” en mi haber que –descubro anonadada- no me sirven apenas para nada. Ni me sirven a mí ni son ya válidos a la sociedad en la que sigo viviendo. Es decir, que están obsoletos, como el télex, la taquigrafía y las máquinas polaroid.

Y no es que tenga que aprender “lo nuevo”, estar al tanto de tecnologías, desarrollo y diversos avances, sino que ADEMÁS tengo que revisar qué aprendí mal y darle al botón del “Borrar” en mi ordenador cerebral central. Un trabajo de Hércules, qué duda cabe.

Hay dos opciones: llevarlo a cabo o quedarse inmovilizado en lo que uno aprendió. Mi opción es (des)aprender lo que haga falta y hacerlo lo más rápidamente posible para no seguir contaminada con conceptos, valores y normas que ya no me sirven para nada. En esta ardua tarea gozamos de la ayuda de la gente joven que ofrece perspectivas saludables mental y psicológicamente para desprenderse de tantas y tantas normas de conducta aprendidas en el siglo pasado y que ahora no son más que rémoras para seguir navegando hacia Itaca.

En fin.

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Escrito en Julio 2013

miércoles, 16 de julio de 2014

Obras son amores y no buenas razones



Hay personas que jamás hacen una promesa, que se guardan sus sentimientos en lo más hondo, bajo siete llaves, no vaya a ser que alguien los pisotee, no vaya a ser que alguien los comparta y llegue el amor y después el desamor y el dolor y el sufrimiento. Como una hermosa flor relegada al interior del corazón, donde no llega la luz del sol ni la brisa de la tarde, morirá.

Hay personas que una vez amaron –o dos o tres- y les hicieron daño. Y ya nunca más han vuelto a confiar en los sentimientos de los otros; por miedo y prevención de repetir la mala historia se retraen en sus aposentos emocionales y allí viven, cómodos aunque aburridos.

El miedo es el agente paralizador más potente que existe para el ser humano. Por miedo no se actúa, por miedo se omite, por miedo uno puede convertirse en “otro”, en un desconocido que invade la propia personalidad. Como en una mala película de serie B, ya no eres el protagonista de tu propio guión sino que estás “abducido”, “poseído”, o simplemente tumbado a la bartola afectivamente.

Obras son amores y no buenas razones. ¿Quién no ha escuchado hermosas palabras de amor poco consecuentes con lo que venía después? El piropo cariñoso antes del silencio ominoso. Una carta llena de promesas acariciadoras y la ausencia después, ofensiva.

Hubo un tiempo en el que guardé las cartas de amor. Las que me escribieron hombres que dijeron amarme, en el tiempo añorado en el que las palabras daban fe en un papel de los sentimientos del corazón. Cartas escritas a mano, temblorosas palabras algunas, firmes promesas de amor eterno otras. Alguna vez las volvía a leer, sobre todo cuando me sentía abrumada por la soledad, y como si quisiera recordarme a mí misma que alguna vez me habían amado, que allí, en aquellos papeles amarillentos estaba la prueba…

Y ahora son tiempos en los que el amor está ausente del orden del día de las personas adultas, mayores como yo que voy a cumplir los sesenta, donde ya no se escriben cartas porque ni sabemos siquiera la dirección real de la gente, justo el apellido y ya eso es mucho. Un tiempo en el que no se ha memorizado el número de teléfono de la gente con la que se habla, ni hay fotos en la mesilla de noche, ni una pequeña flor seca entre las páginas de un libro, porque las acciones, las “obras” han traspasado el plano real para refugiarse en lo cómodamente virtual.

¿Dónde están las flores que huelen para adornar mi habitación? ¿Acaso me hace más feliz un video de youtube con gente que canta al amor en vez de la voz, el contacto, el olor de una persona?

Mis cartas de amor están ahora guardadas en carpetas del servidor de correo electrónico de mi ordenador. Ya no puedo llorar mientras las leo y recuerdo porque no me inspiran nada…

Una historia de amor no debería quedar para la posteridad guardada en imágenes en un teléfono móvil, en conversaciones tecleadas, en mensajes crípticos, cortos, inanes.

Una historia de amor sólo puede ser como antes: con besos y abrazos reales, con la piel tocándose, con el silencio compartido en el mismo atardecer. Paseando un domingo por la mañana, ensuciando la cocina mientras el puchero anticipa el placer de comer de a dos, siendo dos, juntos, pero siendo…

Sin embargo, y desgraciadamente para muchas personas que seguimos creyendo en el amor, éste se ha reducido a razones. Hoy te quiero porque PIENSO que esto está bien, hoy te evito porque PIENSO que necesito estar solo. “Me conviene esta relación” o “estoy cómodo con esta persona” y el pavoroso “cada uno en su casa y Dios en la de todos”..Valorando los pros y los contras, en un puro ejercicio de egoísmo absurdo por el que se pierde mucho más de lo que se gana: una supuesta tranquilidad ausente de calor humano e ilusión compartida. Una victoria pírrica.

Harta estoy de tantas “razones” que me regalan diciéndome que soy una mujer estupenda y bla bla bla. Harta estoy de ver alrededor que el amor se escapa a tantas personas por miedo… simplemente a vivirlo.

En fin.

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Post escrito y publicado en Julio 2013

martes, 15 de julio de 2014

Primera Comunión...¿primera mentira?



Uno de los valores que más intento integrar en mi vida es el de la coherencia, pero no me sale bien, me resulta muy difícil aunque a veces, unas pocas, lo consiga. Dicho esto, quede claro que no soy ejemplo de nada para nadie, sino observadora pertinaz de lo que acontece en el radio de acción que me compete.

Llega mayo florido y hermoso y las primeras comuniones vuelven a ponerse de moda indefectiblemente. Recuerdo la mía, un veintidós de mayo de mil novecientos sesenta; aquí al lado tengo un álbum blanco con desconchones nacarados en el que mi madre se empeñó que escribiera, con mi letra de seis años, seis, que “este es el día más feliz de mi vida”.Supongo que lo fue, me acuerdo poco, pero ese no es el tema.

Lo que sí recuerdo es que para hacer la Primera Comunión había que ir a la Catequesis, estudiar el Catecismo y saberse los Mandamientos diversos como los ríos de España en los colegios de la postguerra: al pie de la letra. También se hacía alguna que otra promesa o juramento leve en plan, “renuncio a Satanás a sus pompas y a sus obras y prometo firmemente.., etc.” Y recuerdo también –y me temo que esto no ha cambiado en absoluto- que se adquiría el compromiso por parte de los padres de los comulgantes de cumplir los preceptos de la Santa Madre Iglesia en cuanto a liturgias, misas y sacramentos varios.

Pero ahora –de hecho desde hace ya muchos años- aquí cada uno se salta a la torera lo que promete sin que el menor rubor le invada. Estoy hablando –ya se veía venir- de esas familias “cristianas” que no van a misa más que si les toca funeral o boda, pero que bautizan a sus retoños y al cabo de los años, les mandan a hacer la Primera Comunión como angelotes con su cruz de pacotilla a cuestas. Porque ahora se llega al sacramento de la comunión con “uso de razón” más que suficiente, es decir, con diez años casi y digo yo que las criaturas son perfectamente conscientes de que les están metiendo en la noria de la mentira únicamente para quedar bien ante la familia o en el colegio o grupo social.

Los que no son coherentes con sus creencias y comportamiento religioso lo transmiten a sus hijos sin darse cuenta de que están refrendando el engaño y la mentira –además de la incoherencia- entre lo que se dice que hay que hacer y lo que se hace de verdad. (También llamado hipocresía)

Después de un domingo fastuoso de trajes de princesa o de almirante, comilona tipo boda con familiares y amigos…¿cuántos volverán al domingo siguiente a cumplir con el compromiso que han adquirido de asistir al rito religioso semanal implícito?

Algunos dirán que son costumbres muy arraigadas y que nada tienen que ver con las creencias firmes y profundas del individuo, que no es más que “la forma” de mantener el histórico cuento de que España es un país católico–y el País Vasco ni te cuento, vaya-. Y yo digo que es un paso más hacia la hipocresía, la incoherencia y la contradicción.

¿Por qué enseñar a unos hijos a seguir unos mandatos que los padres mismos son especialistas en eludir?

Algunos se dan cuenta y cortan la cadena, tirando el eslabón sobrante al cubo de la basura. Esos son los coherentes y honrados. Como también lo son quienes aceptan un credo religioso, lo ponen en práctica y viven de acuerdo con sus principios.

Es demasiado fácil prometer hacer algo para quedar bien y luego… escurrir el bulto y hacer como si no pasara nada. Pues sí pasa. Y no hablo únicamente de cumplir preceptos religiosos sino de las promesas que hacemos…

En fin.

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Post escrito y publicado en Julio 2013

¿Es posible recuperar la ilusión?



No siempre que una relación amorosa va de capa caída es porque se necesariamente haya acabado el amor. En no pocas ocasiones, ocurre que la sinceridad con uno mismo obliga a confesar que “no es por ti, es por”, que es algo así como decir “yo te sigo queriendo porque eres una persona estupenda, pero hay un vacío donde antes había ganas de besar”. Y como nos han enseñado que hay que encontrar culpables para todo pues hacemos lo más sencillo, que no siempre es echarle la culpa “al otro”, sino–desgraciadamente- cargarla sobre los propios hombros.

Somos seres cambiantes –la idea es evolucionar emocionalmente al menos- y nadie puede pretender que sigamos siendo hoy la misma persona que fuimos hace unos años. Nos ocurren cosas, sufrimos y gozamos, las circunstancias nos zarandean a veces y en otras ocasiones sentimos que la vida nos mima dulcemente. Ante todo eso no permanecemos impávidos sino que, como si hubiera un poco de plastilina en el espíritu, nos moldeamos a nosotros mismos según el modelo que hemos elegido. (Aunque suele ser terrible cuando alguien se moldea según el modelo que han elegido otras personas, pero ese es otro tema).

Y estás al lado de una persona que sabes que te quiere y a la que tú juras que también quieres, pero cuando el cansancio te despierta una madrugada y surge de lo más hondo la sensación de que da igual a quien tengas al lado porque la vida, tu vida, te la solucionas únicamente tú... ¿cómo no cuestionarse el papel de esa persona?

Entonces es cuando uno puede darse cuenta –si quiere- de que para estar bien en pareja hay un factor al que parece que no se le da demasiada importancia, pero que la tiene, independientemente de lo que“se opine” desde el corazón; y es la ilusión por que esa otra persona siga a nuestro lado compartiendo el pan y la sal.

En demasiadas ocasiones se sigue manteniendo una relación porque hubo un enamoramiento ardiente en su día, que luego se transformó en lo que quisimos llamar amor y quizás lo fuera, -que lo que siente cada uno en su intimidad no debe ser cuestionado-, pero que en esa madrugada esclarecedora se presenta como una gran ausencia.

Relaciones cómodas y confortables en las que hay una mutua ayuda con la que viene muy bien contar en estos tiempos revueltos en los que el individuo está cada vez más aislado de una sociedad en la que ya se va viendo como “potencial enemigo” al vecino de al lado, al colega del trabajo, al compañero de cama.

No son buenos tiempos –ni siquiera para la lírica- y son más extensos los silencios opresivos entre las mismas parejas que antes basaban la relación en comunicar al otro lo que bullía por dentro y que ahora, arrastrados por la decepción y el desencanto general, prefieren callar, faltos de ilusión.

Un diálogo a dos sobre el sempiterno tema del paro, la crisis, lo que se pierde día a día, el miedo a no poder trabajar –o no cobrar-,el cansancio de tantas malas noches, la falta de esperanza y, sobre todo, la muerte total y absoluta del sueño de un futuro mejor, han conseguido que lo que en su día fueron mariposas en el estómago se haya convertido en el hueco de un avispero.

¿Es posible recuperar la ilusión en la pareja cuando como individuos estamos faltos de ella?

Lo dudo mucho, no somos titanes en lo emocional, más bien medio analfabetos tirando a brutos. Y sobre todo, nadie aporta lo que no tiene.

Así que, aunque llega la primavera, cerramos las ventanas. Y hacemos como si la cosa no fuera con nosotros, dejamos que se escurra lo que quedaba de amor o de cariño y uno se dedica a apuntar en el calendario las fechas de obligado cumplimiento. El resto, un día a día marcado por la noria nefasta de lo que no controlamos, va mermando las reservas. Y al hacer como si no nos importara o como si no tuviera remedio dejamos que se vacíen totalmente.

Y entonces sí que estamos solos.

En fin.

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lunes, 14 de julio de 2014

¿Sabes diferenciar "precio" de "valor"?



Creo que estoy llegando a ser una experta en nanoeconomíay es porque me voy fijando en los pequeños detalles que, a fin de cuentas, es de lo que vivo rodeada ya mi pequeño mundo es eso: muy pequeño.

Hace un par de semanas pasé unos días de asueto, silencio y descanso en un bosque cercano a un pueblecito de las Landas de Gascogne, Aquitania, Francia. Un sitio donde “sólo” había UN pequeño colmado, UNA panadería/pastelería, UN carnicero y así hasta completar la gama básica de la subsistencia. La primera sorpresa la recibí cuando comprobé que el precio marcado en una baguette de pan (francés, qué duda cabe) costaba 40 cts. de euro. No me corté en absoluto de preguntarle a Monsieur le Boulanger cómo era posible que el precio fuera mucho más barato que en mi ciudad…a lo que, sonriendo, el hombre matizó mi pregunta para afinar su respuesta: “Una cosa es el precio del pan y otra cosa lo que realmente vale”.

Así que queda claro, meridianamente claro, que una barra de pan VALE unos céntimos, que su costo real no pasa de los pocos céntimos de euro, aunque luego le pongan un PRECIO de 1€ e incluso más, como en mi barrio donostiarra. Si el panadero del pueblecito gana dinero honradamente, no quiero saber el costo añadido que imputa el empresario del ramo a esa “baguette” de pan congelado que mete en un horno delante de la clientela para venderla a precio de jamón.

Por el contrario, estos últimos días se vendió en una subasta en Nueva York un cuadro del maestro Rothko (“Naranja, rojo, amarillo”) en 66,8 Millones de Euros = más de once mil millones de pesetas por si alguien no se aclara. Por cierto, un cuadro de una belleza emocionante. Un poco antes, una versión de “El grito” de Munch, alcanzó la friolera de 91 Millones de Euros. Un buen precio de mercado para los inversores de arte.

Mi concepto de la nanoeconomía se nutre de bucear en el conocimiento empírico. Comparo el maravilloso cogote de merluza, comprado en la pescadería de toda la vida, con un costo para mi bolsillo de 6€ (pagué por la mediana entera 18€ y el cogote no era más que la tercera parte) y los 45€ que figuraban en la carta de precios de un restaurante al borde del agua por el mismísimo plato de la tierra. (Eso sí, para dos personas) ¿Añadir alquiler, gastos estructurales, salarios del personal, impuestos y beneficios? Por supuesto, faltaría más. Pero las cuentas no salen; simplemente, a mí no me salen.

No salen para mi bolsillo cuando me pruebo unos pantalones–que me quedan perfectos- con un precio etiquetado de 19.95€, después de salir por piernas de una tienda de esas “de las buenas” donde un pantalón similar–que también me quedaba como un guante- llevaba una etiqueta colgando de 155,00€. ¿Uno es una porquería y el otro es mejor porque cuesta más? En absoluto.

Lo que pasa es que no sabemos diferenciar “precio”de “valor” y creemos que aquello por lo que pagamos un alto precio es más válido que aquello por lo que hemos de desembolsar menos dinero. Somos así de tontos muchas veces, demasiadas. Cierto es que el “valor añadido” es la firma, claro está. Como en el caso de Rothko o de Munch, salvando las distancias.

También con las personas suele suceder algo similar. Las hay que llevan pegada por la parte de atrás una etiqueta, bien visible, no ya con el precio, sino con “la marca”. Y se hacen de valer en función del precio que se ponen a sí mismas. Que, seguramente, no corresponde con lo que valen.

En fin.

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Escrito en Julio 2012