miércoles, 29 de julio de 2020

Me niego a la "no vida"



¿¡Pero qué nos ha dado ahora por recrearnos en la negación de todo lo que se mueve!? ¿A qué viene esta sinrazón de anular la esencia de las cosas? Que si la no Semana Grande, que si las no fiestas de aquí o de allá, que si la no nueva normalidad… ¡Basta ya de ahondar en el vacío! Que las cosas tienen un nombre y su contrario, también. Si no va a haber Semana Grande, pues no hay y punto, a ver si voy a tener que decirles a mis hijas que soy su “no madre” porque no podemos estar juntas celebrando y compartiendo la vida, a ver si resulta que soy la “no amante” porque con esto del coronavirus no hay hijo de vecino que se arrime a nadie por miedo a convertirse en un “no sano”. Rebobino y bajo el tono que estoy a punto de escribir con mayúsculas…
Ahora en serio, pero que muy en serio. Primero nos obligaron a “desescalar” los picos montañosos que nunca habíamos escalado, en un giro de birlibirloque que se inventó uno que había suspendido las clases de lengua en la ESO. Luego nos dijeron que se implantaría la “nueva normalidad” y no les dio reparo en utilizar una mera contradicción entre los dos términos: nueva y normalidad. Después –y esto no tiene visos de terminar- nos hablan del “Nuevo Orden Mundial” como si hubieran inventado la pólvora, sin explicar al que no sabe –supongo que porque “ellos” tampoco saben-, que ese término (Nuevo Orden Mundial = New World Order) es más viejo que la pana y se lo han apropiado para hablarnos de conspiraciones paranoicas que la gente comienza a creer con la misma fe con la que desde hace dos mil años vienen creyendo las teorías fantásticas e indemostrables del Antiguo y Nuevo Testamento.
Ahora estamos en el “no” esto y “no” lo otro. Pronto terminarán las no vacaciones, llegará el nuevo no curso, ya se ha celebrado la no Liga de futbol (a saber si los partidos se jugaron primero y se editaron después para transmitirlos), en mi barrio hay un local que ya es una no discoteca aunque siga abierto y un colega que, por cierto cada día está más trastocado con todas estas no informaciones, me ha dicho que a partir de ahora va a ser mi no amigo ya que no podemos vernos ni rozarnos comme il faut, o como mandan los cánones de toda la vida.
Siguiendo esa línea ahora podría llegar a ser la no Alquimista porque ya sólo puedo dar no abrazos y tengo que limitar el no intercambio de energías porque todo esto está prohibido por el no gobierno que no gobierna sino que se limita a decir lo uno y su contrario con la única variación del cambio diario de mascarilla. Se ve que se las dan  cada día gratis y no como al común de los mortales, que me consta que la de 0,96€ que compraron muchas personas a finales de junio todavía la siguen usando sin darse cuenta de que llevan colgando (de la papada, del codo, de la muñeca o de la oreja de Van Gogh) una no mascarilla que sirve para no proteger ni a quien la lleva ni al que está enfrente.
Miedo me da despertar cada mañana y conocer qué nueva boutade han pergeñado los que cobran el sueldo por contarnos como es en estos momentos la no vida que estamos viviendo y que ellos se dedican a no arreglar. En esta última frase SÍ que está bien escrito el adverbio de negación, mecachis.
Por cierto, la “no vida” es la muerte, sin más florituras lingüísticas y ya estamos en ese camino sin retorno del que habló el padre del existencialismo (Sören Kierkegaard), ese “morir en vida” que se enraiza con la actual no libertad. Por no liarme más: tengo la certeza de que nos están liando malamente.
Felices los felices.
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lunes, 27 de julio de 2020

Mediterráneo sin ti

Este es el primer año en casi una década que no me has acompañado en mi periplo anual a “mi otro mar”. Qué gran verdad es que el ser humano se acostumbra sin mayor esfuerzo a todo aquello que le es grato, cómodo y placentero. Tu compañía la he dado tan por supuesta que tomar conciencia de que ya no vas a estar más a mi lado en vacaciones ni en ninguna otra época del año es una bofetada emocional que me está costando digerir.
Y mira que yo siempre soy la que habla de apegos y desapegos, que hay que vivir el momento presente y dar gracias por lo que se tiene en vez de condolerse por lo que creo que falta…y ya ves, aquí me tienes después de más de un mes respirando Mediterráneo y no ha pasado ni un solo día sin que te echara de menos.
A veces los afectos se quedan “interruptus”, con esa sensación culpable de que se podía haber hecho mucho más, haber pronunciado más palabras, regalado más abrazos, compartido más sonrisas y sueños; es un tópico, a quién no le ha pasado alguna vez, eso de tomar conciencia de lo profundo de un afecto cuando ya éste ha tomado el camino del adiós.
Tú ya me venías avisando –aunque sin palabras- de que las ilusiones se troncarían y que no nos quedaba demasiado tiempo juntos y yo… en mi egoísmo e inconsciencia a veces lo comprendía y otras, las más, cruzaba los dedos y ponía una vela imaginaria para que no me dejaras. Qué imbécil fui.
En Septiembre del año pasado, cuando volvíamos de regreso a casa después de unas vacaciones tardías en el Mediterráneo, tu pertinaz silencio durante todo el viaje, tu indiferencia –o así lo interpreté- a mis palabras amables o a la música que hacía sonar para amortiguar el sonido del motor del auto, me clavaron la puntilla de todo aquello que no había querido ver ni aceptar esperando ese milagro que todos los que amamos hemos necesitado alguna vez.
En Donosti me lo dijo bien claro una buena amiga en cuanto nos vio juntos por la calle, que se notaba que aquello ya no funcionaba más y que debía afrontar la situación sacando de mi interior esa supuesta valentía con la que me he llenado la boca durante tantos lustros de mi vida adulta.
Tomar decisiones que rompen el corazón… ¡A quién le convienen!
Este es el primer año en casi una década que no me has acompañado en mi periplo anual a “mi otro mar”. Algunas noches me he despertado soñando que sentía tu respiración en la habitación y no han sido pocas las tristes sorpresas de abrir la puerta de casa y no encontrarte al otro lado, esperándome, moviendo la cola y mirándome con tus ojitos bonitos llenos de amor.
Cómo te añoro, mi querido perrillo guapo, mi precioso Elur, no has de morir jamás porque en mi recuerdo seguirás vivo y eso es todo lo que necesitan los que “se van”, que alguien los recuerde con emoción, afecto y agradecimiento por todo lo que nos regalaron.
Se me escapan las lágrimas al revivir tantos momentos en los que fuimos felices tú y yo y Amanda y todos aquellos que te quisieron y te trataron reconociendo en tu interior una verdadera alma llena de sentimiento y amor.
Mira que era guapo mi perrillo Elur… 
Felices los felices.
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domingo, 26 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL- "Se acabó lo que se daba"


Día 35 (25 de Julio)
Treinta y cinco días, cinco semanas bien contadas me he pasado en “mi otro mar”. Que no son vacaciones propiamente dichas sino algo así como “ir al pueblo”, ese retorno periódico a un lugar donde también hay ciertas raíces, pues son ya muchísimos años –casi cuarenta- los que llevo pisando tierras catalanas como destino invariable en los meses veraniegos. Buscando el calor y huyendo de la lluvia vine, y vuelvo ahora huyendo de los más de 30 grados continuos y suspirando por un poco de sirimiri. Así somos los humanos que parece que nunca estamos conformes con lo que tenemos y nos aburrimos hasta de aquello por lo que otros suspiran. Así que esta mañana ha sido la última de ir a la playa y bañarme en las aguas del mar. Vuelvo a mi tierra donde también hay playas, pero a las que tengo en mi lista negra por la fobia que me producen las aglomeraciones y, sobre todo, las playas urbanas que no son otra cosa que un escaparate en el que unos se exhiben para que otros observen con una cierta avidez. Ya desde joven me daba repelús eso de tomar el sol de espaldas al mar, dónde se ha visto, por favor, y de cara al paseo y los paseantes mirones y curiosones. Cosas mías, insisto, que a mí lo que me gusta de mi tierra es el monte y el bosque y los parques y todo lo verde, incluso las lechugas que no las hay en otros lugares como las “de aquí”. Hoy me he quedado en la playa tres horas, bajo la sombrilla porque no puedo ni deseo estar morena por cuestión de supervivencia y salud, y he visto algo inaudito (otra vez). Una pareja joven paseaba por la orilla y de repente él ha salido disparado hacia el mar, en plan como si le fuera a salvar la vida a alguien, y ha agarrado con las dos manos y sacado fuera del agua a tirones… ¡una silla! Me han dado ganas de aplaudirle, de verdad, imagino que estoy nadando tranquilamente y se me mete una pata metálica por un ojo, peor que los tentáculos de un pulpo gigante, por favor… ¿quién ha sido el subnormal que ha tirado una silla al mar? Y sobre todo… ¿con qué fin? Imagino que para dárselas de líder de su pequeña manada de bonobos en bañador, en fin. Y ya el día ha pasado entre recoger chanclas y bañadores, vaciar la nevera y preparar el equipaje para cargarlo mañana en cuanto despierten al domingo los pajarillos. Me gusta conducir y sobre todo cuando voy sola y no tengo que dar palique a nadie ni soportar la cháchara del copiloto. No son más que 500 kms. Un paseo en dos tiempos y para cuando me dé cuenta estaré en mi casa, entre mis plantas –gracias, vecino- y retrasando el momento de volverme a poner a jurar en arameo por los ruidos del tren, los bocinazos y el racaraca del ascensor. A cruzar los dedos y cantarle a San Cristóbal. Me llevo el “Todo Nino” para los tramos de autopista. Felices los felices. Fotografía: una silla de escuela en la playa...y lo que queda de mí.

sábado, 25 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- ¿Guarros o apurados?

La imagen puede contener: árbol, planta, cielo, hierba, exterior y naturaleza
Dìa 34.- (24 de Julio)
Esta mañana he visto en la playa algo que no recuerdo haber visto en la vida; menos mal que el “encuentro” ha sido después del paseo y del maravilloso baño que sigue al mismo. Danzando al compás de las pequeñas olas, un zurullo como la copa de un pino, iba y venía con el acuoso vaivén, provocando gestos de alarma y brincos varios en los paseantes que tenían dicho desdichado encuentro. Y digo yo que algo habrá que decir al respecto ¿no? Que los humanos somos mamíferos y tenemos un tracto intestinal de unos 6,5 mts. de largo con una capacidad de…¿sigo? Mejor que no. En esta playa sucede como en las películas de Hollywood, que los protagonistas –sobre todo los muy machos- nunca tienen necesidad de ir al baño y a todos nos parece de lo más normal. ¡Con tanto pánico al coronavirus no hay baños públicos en los lugares públicos y luego pasa lo que pasa! Los temas escatológicos son tabú en casi todas partes, nadie quiere hablar de ellos por asco o repugnancia o un falso pudor que me da muchísima rabia, de verdad. No quiero imaginar el mal rato que tuvo que pasar el humano poseedor de tal “tesoro” hasta que se atrevió a meterse en el mar y hacer en el agua lo que está siempre previsto hacerlo en otro lugar. ¡Pobres varones con problemas de próstata, pobres personas con disfunciones en la vejiga! ¡Pobres enfermos de colon irritable! No me extraña que haya personas mayores que no quieran salir de casa, dirán que es por miedo al coronavirus, pero yo creo que es por miedo a que les pille una urgencia incontenible en la calle y no tengan donde dirigirse para aliviarla. Hoy no voy a hablar de lo que he comido ni cenado más que nada por un poco de “elegancia literaria”, qué menos… Se acerca el momento de mi viaje de vuelta a casa y ya noto que me voy poniendo un poco nerviosa, como cada vez que tengo que hacer zafarrancho de combate recogiendo un piso y haciendo maletas. A la tarde he ido a llenar el depósito de gasolina y hacer acopio de vermú de Reus, ese que mis amigas han valorado tanto durante años en la “Sesión Vermú” que celebrábamos en mi casa por mi cumpleaños. Mucho me temo que este año, ni fiesta ni flowers, pocas querrán venir, así que para quitarme de antemano el posible desencanto, ya digo desde ahora que rien de rien. Pero la caja de tan sabroso líquido me la llevo para mis regalitos especiales y mis aperitivos nostálgicos. La de hoy ha sido la última tarde de lectura tranquila en el jardín, la he disfrutado como los niños disfrutan los últimos lametazos dados al helado que se acaba. Hace ya demasiado calor para una norteña. Creo que necesito el sirimiri y dormir con la colcha de verano. Felices los felices. Fotografía: Mi lugar de lectura.

viernes, 24 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- "Un gol en propia puerta"

Día 33.- (23 de Julio)

Voy apurando los días y las mañaneras de larguísimos paseos por la playa seguidos de esos baños de los que sales como los garbanzos, ya blandos y arrugados. Adoro vivir con el sol, despertarme al amanecer –esos pajarillos- y poner en marcha la maquinaria. Cada día descubro que mi faceta “solitaria” ha venido para quedarse. Luego, desayuno en la terraza, con ganas, con apetito y disfrutando de un café con leche y un panecillo tostado, bien untadito de tomate, con su aceite del rico y una pizca de sal. En silencio, adivinando los montes del fondo y admirando los árboles del primer plano. Este apartamento que he alquilado para prorrogar mi estancia tiene muchos más vecinos que el piso familiar; las terrazas son indiscretas si una se pone y se expone. Yo procuro tener mi música para no escuchar a los demás, pero hay veces en que te obligan a oir lo que hablan a voz en cuello. Justo esta mañana, con el regustillo del desayuno, una vecina ha dictado por teléfono su receta de “macarrones con chorizo y bacon con tomate frito y gratinados al horno con mucho queso”. No he podido resistirlo, por todos los demonios. Me he tenido que refugiar en el salón y cerrar la corredera de cristal hasta que se me ha pasado el malestar estomacal. Para colmo –las casualidades no existen- mi hermana me ha traído para comer pasta con marisco de un restaurante local. Un desastre lo que provoca la mente cuando se pone a ello, no he disfrutado, pero espero que no se entere. Para rematar he tenido un encuentro que ha salido todo lo mal que podía; me he puesto nerviosa y he hablado de más, metiéndome “un gol en propia puerta”. Hoy nos han metido con calzador el “Día del libro”, que conste que estoy a favor de la lectura al cien por cien, pero este año no hay Sant Jordi, ni sanfermines, ni fiesta mayor en ningún pueblo ni ciudad, hay que aceptar la realidad, qué caray, siempre andamos buscando “alternativas” de tres al cuarto. Vale, confieso, he ido al pueblo con mi malestar a cuestas a comprarme un libro para aliviar mi desasosiego emocional. Otro libro más, mi “consumismo” personal no se resiste a darme ese placer, sobre todo en un día como hoy que me han salido las cosas de suspenso para septiembre. Puedo pasar de los “trapos”, pero no del “papel impreso” en forma de libro. Al final, me ha seducido “Sapiens” del historiador israelí Harari (44 años) que lo han vuelto a poner de moda. Sólo me han hecho un 5% de descuento y ni rosa roja ni papel de regalo. (Qué esperaba yo) Hace ya un calor insoportable, los ventiladores a tope –el aire acondicionado me afecta demasiado a la garganta- y los mosquitos poniéndose las botas si pisas el jardín. Cuando me equivoco y hago algo mal me cuesta por lo menos un par de días perdonarme. A ver cómo duermo esta noche. A pesar de todo, felices los felices. Fotografía: paisajes que me tranquilizan.

Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible

Lo que no puede ser, no puede ser

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Soy lectora contumaz, no hay actividad hoy en día que me guste practicar más que una buena lectura en sacrosanto silencio, con aire puro como única compañía y algo de beber por si me apetece darme el gusto. Pero durante las largas tardes y noches del pasado confinamiento, los libros se han comportado conmigo como algunos amantes de penoso recuerdo: escurridizos, volubles y con gatillazos incluidos. Yo estaba dispuesta y dedicada, pero ellos –los libros- no estaban por la labor.
Me ha fallado la concentración –dicen que ha sido un mal general entre la poco abundante población lectora de este país- y tuve que ir “bajando el listón” de mis autores favoritos hasta otros de menor enjundia, vamos, más livianos, ligeros o –por usar el último eufemismo de la lista- de esos a los que siempre dan los premios que venden mucho.
Pero ha habido un libro –no diré su autor por si un día viene a mi ciudad a dar una conferencia y le llevo alguno de sus obras para que me la dedique- que me ha dejado hechos papilla… los sesos de pensar. Como gelatina se me han quedado en las largas horas intermitentes en las que he intentado, una y otra vez, adentrarme en la línea de su novela, de la que me atrajo el título por provocador y sugerente.
Es un autor español, famosillo antes de ser famoso, cuidadoso antes de lanzarse a la experimentación literaria; joven no es porque es de mi quinta. Diré únicamente que nació en la hermosa Galicia.
Me recuerda a esos artistas que dan lo mejor de sí por florecer y expresar sus sentires mediante una creación artística –que también lo es la del escritor-; con el tiempo y muchos afanes interpuestos consiguen que les patrocine algún mecenas con muchos hilos que mover y puertas que entornar y, una vez conseguido el caché que da beneficios, se dedican a experimentar de manera incomprensible para todos…excepto para ellos.
Con este libro –insisto en que no daré el título- me ha pasado como con algunas personas; que no las comprendo pero que me atraen, que no termino de sentirme a gusto con ellas pero que siento una “atracción fatal”, que lo intento una y otra vez y siempre salgo trasquilada.
Es entonces cuando me pongo en posición desfavorable hacia mí misma. Que si no cuajo con alguien es “por mi culpa”, que si no consigo que una amistad tire para adelante es porque soy “demasiado exigente”, que si alguien me da la espalda es porque “algo habré hecho mal”. Soy tonta, luego me doy cuenta, porque entre culpabilizarme de los fracasos que competen a dos personas o echarle toda la culpa al otro hay un espacio intermedio donde habita una lógica inapelable, que no es otra que la de que “no todos tienen que caerme bien ni yo tengo que caer bien a todos”.
Punto final. No le demos más vueltas porque se nos harán los sesos gelatina escudriñando actitudes o examinando al microscopio reacciones propias o ajenas. La gente viene y va, los afectos son como los yogures –con fecha de caducidad-, nada  permanece ni tiene garantía de durabilidad. ¿O acaso se nos ha olvidado que todo lleva su obsolescencia programada? Nada dura, ni el amor, ni la amistad, ni el cariño, ni los escritores que antes te han gustado y ahora no entiendes ni harta de vino.
Así que ahí lo he dejado (el libro de marras); tres veces lo he intentado –que ya es decir- y no he conseguido pasar del capítulo titulado “El calvario del campeón”. (Vaya ya he dado una pista, está claro que quería decirlo)
Se queda el libro sin leer para los restos. Hay que saber aceptar la realidad y cuando lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Con las personas, también.
Felices los felices.
LaAlquimista
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BITÁCORA ESTIVAL.- "Caracoles picantes"

Día 32.- (22 de Julio)
Ha vuelto a llover esta noche esa agua sucia que es como si las nubes vomitaran todo lo que los humanos les hemos hecho tragar con nuestra desconsideración. Es algo que tan sólo he padecido aquí, me resulta curioso a la vez de repugnante, aunque veo que nadie le da importancia; se han acostumbrado, digo yo. Lo bueno es que la gente no va a la playa cuando está nublado y es una oportunidad para darle caña a los bastones que no quiero desaprovechar. Con el ejercicio físico me pasa como con la comida y algunas personas: que todo me entra por los ojos y no calculo bien mi resistencia. Me pongo tan contenta que se me olvidan los lustros que tiene que arrastrar cada una de mis piernas –o mi corazón- y no llego a la meta (a “mi” meta), me desfondo antes y tengo que tirar la toalla –en este caso los bastones-y la ilusión. Menos mal que debajo de la ropa de deporte me he puesto la ropa de baño y no como la última vez que me tuve que meter al mar de cualquier manera; un baño fresco, con olas y peces dando saltos y bastantes algas que, lejos de darme repelús, me dan la sensación de caricias acuáticas y no seré yo quien se resista a ese contacto físico ahora que no nos tocamos los humanos ni con un palo. Que ese es otro tema, que una cosa es el coronavirus y otra muy distinta el anquilosamiento del corazón y la atrofia de las hormonas, que vamos a acabar mal sin roce, sin besos, sin rien de rien. (Mejor no sigo por aquí que luego me llegan emails con ofertas extravagantes). Me quedan pocos días aquí, hasta el domingo que es el mejor día para conducir porque hay menos camiones y más carretera libre. Apenas tengo comida en el frigo, he calculado bien esta vez, pero no puedo ni quiero salir a comer por ahí, los chiringuitos están petados y a la gente le da lo mismo tener que estar chupando gambas con la sepia del vecino asomando los tentáculos por la esquina de la mesa; hay un bar de pueblo por aquí cerca donde cada día cocinan una olla de algo y eso es lo único que hay; a ver si tengo suerte y me toca fideuá o sepia con patatas o caracoles picantes. Y acabar la botella de cava con la que brindamos ayer noche por mi rubia favorita. Hoy he tenido el móvil en silencio todo el día, tengo que empaparme de ausencia de ruido antes de volver a “mi mar” donde vivo entre el ladrillo, los bocinazos y la tele de los vecinos. Entre el jardín y la terraza he terminado el día y con el triple CD de Nino Bravo que me ha traído mi hermana del mercadillo. Y Había caracoles. Felices los felices. Fotografía: escenas bucólicas sin sol y caracoles.

miércoles, 22 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL. "De parto"

La imagen puede contener: 2 personas, personas sonriendo, interior y primer plano

(21 de Julio).-
Hoy estamos de celebración mi hija Amanda y yo. Ella porque conmemora la fecha de su venida al mundo y yo porque recuerdo el buen trabajo que hice a la una y media de la madrugada… y los treinta años siguientes, que se dice pronto. Me siento orgullosa de haber parido dos hijas excepcionales (que han roto muchos moldes, por eso digo lo de la excepción). No son ricas ni famosas (todavía) pero tienen afán de aprender de los errores propios (los suyos) y los ajenos (los míos) además de contar en su haber los mejores “valores” que existen aunque no se coticen en el mercado. El baño matutino ha sido para ellas que tanto aman el mar; el café y la ensaimada a la plancha de después, también dedicado. Y el tartar de salmón con aguacate y tomate de la comida lo he hecho pensando en mi rubia cumpleañera que está lejos de casa pero con su gran amor al lado: va a ser un buen cumpleaños aunque (o quizás gracias a ello) estén trabajando. En Viena, que se dice pronto. He hablado con ella cinco veces: por whatsapp, por teléfono, por video-conferencia, por facetime y por Facebook e Instagram. Más no se puede y mejor, imposible. Bendita tecnología. Los besos y los abrazos están todavía calentitos de hace unos días, cuando estuvimos juntas compartiendo horas intensas y extensas en este amado Mediterráneo, recargando la batería para momentos como este, para que llegue un cumpleaños y no añoremos nada porque lo esencial está guardado en el corazón como oro en paño. Todo el día he estado cantarina, hasta me he pegado unos bailables en el salón al ritmo de radio-hit. Hoy he dejado descansar los pinceles y le he sacado chispas al teclado del pc: me ha apetecido hacer aflorar las sensaciones acumuladas estas semanas de “pre-confinación-veraniega”. Me hace bien escribir; quiero decir que me es beneficioso poner palabras a las emociones, que no se queden difuminadas en una laguna donde se mezclan las algas y los nenúfares, los peces de colores y los cangrejos invasores. Voy guardando en “cajitas de colores” las pequeñas vivencias cotidianas –las “cajitas” son archivos de Word, yo ya me entiendo- ahí va quedando el resumen de mi vida para cuando ya ni me acuerde de la mitad y tenga que bajar de “la nube” lo que me hizo feliz y lo que me obligó a llorar. Por cierto que el significado de “estar en una nube” habrá que cambiarlo por imperativo cibernético. Por la noche he invitado a mi hermana y mi cuñado a compartir una cenita de celebración porque hoy también es mi día, las madres debemos celebrar el cumpleaños de los hijos tanto como ellos, faltaría más, que el curro nos lo hemos llevado nosotras durante nueve meses y la “traca final”. Hoy sí que he cocinado, pero la ocasión lo merecía. Las copas en alto han estado (muchas veces) a tu salud, rubia mía, Amanda de mi corazón y de mis entretelas. Felices los felices. Fotografía: madre e hija.

La generación del amén


Nací en los años cincuenta, en una larga e interminable postguerra y bajo el yugo de una dictadura indigna como todas las dictaduras. Dicen que soy de la “generación del baby-boom”, pero yo digo que pertenezco a la “generación del amén”. Amén, Jesús, añadiría incluso. He dicho “amén” durante casi toda mi vida por obligación, bajo amenazas y por miedo. ¿Alguien no sabe de qué estoy hablando…?
Fui un “trasto” de niña, volví “locos” a mis padres de adolescente, rebelde en la juventud en cuanto abrí los ojos y tomé conciencia del mundo en el que me había tocado pelear. Fui “contestona y descarada” como hija, como esposa, como trabajadora y como persona humana. Todo a la vez y mezclado sin solución de continuidad hasta que cumplí los cincuenta años. Ahí hice “parada y fonda”, y descubrí que estaba más que HARTA de decir a todo “amén” y comencé  a reescribir lo que pudiera quedar de mi humilde biografía.
Dejé de callarme la boca y decir amén cuando un jefe despótico pisoteaba mi dignidad con sus formas y maneras además de “apropiarse” de algunos de mis logros haciéndolos pasar por suyos. Un egocéntrico con título universitario que escribía con faltas de ortografía y al que se le escapaba la soberbia por los poros de la piel. Monté tantos “numeritos” como fueron necesarios, resistiéndome con todas mis fuerzas. El resultado fue glorioso tirando a excelso: una prejubilación bien pagada a los cincuenta y cinco para quitarme de en medio. Después, al poco tiempo, él fue defenestrado de la empresa y se fue con el rabo entre las piernas. Justicia poética.
Dejé de callarme la boca y decir amén cuando mis maridos (tuve dos, divorcio interpuesto) pretendían reproducir su “legado” paterno tratándome igual o parecido a como sus padres habían tratado a sus madres: con poquísimo respeto y haciéndose servir como “señoritos” por la criada. El resultado fue –y sigue siendo- que mis dos hijas, una de cada matrimonio- tienen más que claro que “amén” sólo se dice en la iglesia cuando se va a rezar…el que vaya.
Dejé de pedir perdón por existir, me harté del horrendo “por la paz un avemaría”, me quité los filtros y comencé –más vale tarde que nunca, ya que vamos de refranes- a ser YO MISMA. Con mis defectos por bandera y mis virtudes en la retaguardia, por si alguien me lanzaba misiles con catapulta y no los veía venir. A cambio dejé de tener “montones de amigos” y quedaron los que pasaron por el cedazo, cada vez con la trama más reducida.
Dejé de permitir que abusaran de mí las personas que siempre abusan de quienes “se dejan”. Todos conocemos a quienes recaban ayuda cuando la necesitan contrayendo una deuda enorme y que, debiendo ser agradecidas, muerden la mano que les ha acariciado o dado de comer. He tenido rupturas traumáticas con amigas a las que dije “amén” durante años por no perderlas y que, al final, fueron ellas mismas las que me dieron la patada porque nadie quiere saberse en deuda con los depositarios de nuestros secretos y confidencias
Hace mucho tiempo que no lavo el coche, está sucio de la porquería que le cae encima en contra de mi voluntad. Dejé de limpiarlo cuando me di cuenta de que hacía algo parecido con mi equilibrio emocional: dejar que me lo ensuciaran y luego correr a “lavarlo” otorgando a los demás un derecho que no les pertenecía.
Ya no digo “amén” a persona alguna que se me acerque por interés, ni a los que necesitan que se les dé la razón en sus más que cuestionables comportamientos; no soporto a las personas lloronas que siguen junto a quien les hace sufrir. Siento compasión por ellas, por supuesto, pero estaría mucho mejor que dejaran de decir “amén” a aquello que les hace infelices.
Tampoco digo “amén” a las empresas que incluyen cláusulas abusivas en su letra pequeña: peleo por dignidad, no por unos euros que no van a ninguna parte. Ya no digo “amén” ni a mi madre, que en paz descanse.
Somos demasiados los de la “generación del amén”, demasiados; y vamos cayendo de a pocos, no sé si con más pena que gloria o con más rabia que otra cosa en la mochila. Quizás haya llegado el momento de no callarse más, de no otorgar con el silencio, de pegar un grito por una vez en la vida y no quedarse con tanto dolor agarrado ahí al fondo del pecho, donde la infelicidad toma forma de lo que luego se ve en las radiografías.
Vuelvo al blog peleona. Comentarios respetuosos sean bienvenidos, críticas constructivas, también. Nadie tiene por qué decir “amén” si no está de acuerdo con mis palabras.
Felices los felices.
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martes, 21 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- "Reflexiones con el bañador mojado"



Día 30.- (20 de Julio).- 
Ya hace un mes completo que estoy en “mi otro mar” y apenada porque dentro de una semana volveré “a casa”. El tema es que me encuentro tan bien aquí que siento tener que moverme, hacer kilómetros, cambiar de hábitos (me refiero a dejar las chanclas y los pareos y pasarme a la blusita con pantalón a juego y a llevar bolso y volverme a transformar en urbanita en vez de seguir disfrutando de la esa paz extraña que se siente al salir a echar la basura y que te saluden aquellos con los que te cruzas por los caminos mal asfaltados, igual que en un pueblo. Hoy tenía mono de playa y he caminado muchísimo hasta sudar la camisola –que no camiseta- por completo de tal manera que me he lanzado al mar necesitadísima de frescor, de yodo, de olas incluso. ¡Había olas y la gente no se bañaba! En esta playa dejada de la mano de Dios y del ayuntamiento –sin baños portátiles, excepto en el chiringuito previa consumición a precio de arenal de lujo- cuando el viento agita el agua o llega una pequeña corriente el personal se repliega en sus “castillos de arena” por miedo. Siempre el miedo.  De repente me he encontrado demasiado lejos de la orilla (para mi gusto, que soy nadadora tipo pato) y cerca de un hombre que también chapoteaba a mi ritmo; ideal para ponernos a hablar a metro y medio y, sin más cosa en común que el deleite de los baños matinales, me ha contado su C.V. con muchos pelos y señales. ¡Qué ganas tenía de charlar el buen tipo! Y yo, pues eso, que qué bien que dejó el trabajo estresante en Barcelona, que qué bien que se separó y se quedó con la custodia de los hijos, que qué bien que vive en una villa enfrente del mar todo el año habiendo superado el amago de infarto que le movió a dejarlo todo; que qué bien todo y que ya nos veremos otro día que tan sólo puede disponer de dos horas por la mañana porque tiene que volver a su casa a atender a su (segunda) esposa que está enferma. Y es que, a veces, por mucho que uno lo intente, la vida se pone cicatera y nos da la espalda. Hoy me he prometido darle caña al cuarto cuadro que llevo pintado aquí; son pequeños, ya digo, de 40x30 más o menos, -modelo 6P-, en esta fase de mi vida no quiero retos ni trabajos que exijan gran inversión de energías, prefiero que me traigan la paella a la mesa que tener que estar horas haciéndola yo misma. El tiempo, las horas, los minutos incluso son demasiado valiosos en este tercer acto de mi obra personal como para cansarse innecesariamente. Así que los cuadros pequeños y las relaciones livianas, sin cansancio ni desgaste, sin retos ni expectativas, dos adultos meciéndose en el mar contándose las cuitas y sin pagar por utilizar un sillón. ¡La vida es bella cuando uno no se la complica! La tarde ha sido “tecnológica”: un ratito por video-conferencia desde el jardín saludando a mis cariñosas compañeras del grupo Lagunkoia del Ayuntamiento donostiarra; qué ganas de reemprender los temas aparcados por el coronavirus… Y sendos facetimes con Austria y México, con mis hijas del alma que tanta alegría me dan cuando veo sus rostros. Luego me llama una amiga para contarme que ha fallecido una conocida común de 48 años de un cáncer fulminante. Ya no sé si la vida es bella, me quedo dudando… Felices los felices, mientras se pueda. Fotografía: Después del paseo y antes del baño. Un espontáneo sacó la foto.

lunes, 20 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- "¿Nos contactan los muertos?"



Día 29.- (19 de Julio) 
Hoy me he despertado, como siempre, al filo del amanecer mediterráneo –las siete menos veinte- y viendo que me costaba ponerme en marcha he recordado que ayer trasnoché y bebí más de lo habitual (que suele ser poco tirando a poquísimo), así que dejándome llevar por un sentimiento apuntalado en la lógica cartesiana, he hecho una rapidísima visita al baño, y vuelto a la cama a toda pastilla, temerosa de perder el hilo que me ataba a la maraña del sueño profundo de una mañana de resaca. De siete a ocho he soñado que estaba en la cama de Jesús el navarro, mi amigo fallecido en cuyo apartamento estoy alojada por obra y gracia de la amistad que me unió a él y a su familia. Mezclada la realidad con el ensueño he atravesado la línea –no sé si roja- que separa lo que fue de lo que pudo haber sido sin pudor alguno. A las ocho me he vuelto a despertar sobresaltada escuchando la voz de Jesús que me hablaba en susurros cariñosos y me decía no sé qué de cuánto me había hecho de rogar. El ojo izquierdo lo he abierto, pero el derecho se ha negado a seguir a su compañero y he permanecido ronroneando en ese sopor que a todos nos ha invadido alguna vez, en el que estamos muy a gustito aunque un timbre al fondo del cerebro suene para intentar hacernos volver a la vigilia consciente. Asustada, me he levantado y me he tomado un café bien cargado a ver si se me iba la tontería; he salido a la terraza y allí estaba una toalla color granate que no era mía, de las que había varios juegos en los armarios del apartamento y que no me atreví a tocar. ¿Estoy haciendo cosas sin darme cuenta de que las hago? El café me ha dado más sueño todavía –como suele ocurrir antes de que el organismo procese la cafeína- y me he vuelto al dormitorio, he mirado la cama (“su cama”) y  he sentido una fuerza y una necesidad total y absoluta de dejarme llevar, de dejarme caer, en sus brazos, en el colchón gastado, en mis sábanas blancas y limpias. Y he soñado un batiburrillo raro y espeso de imágenes sensuales, no ocurridas en vida de mi amigo porque nuestra amistad nunca tuvo roce físico alguno, ni aparente ni oculto, que me ha llevado a despertarme sobresaltada sin saber ni dónde, ni cómo, ni con quién, ni a qué hora. Las doce y diez. Algo no funciona bien –he pensado- ¿serán los primeros síntomas del coronavirus o los últimos del vino blanco de ayer y el mojito? He leído mucha literatura sobre casas embrujadas o en las que el espíritu de un fallecido sigue durmiendo por las noches al fondo de un armario. Como soy racionalista de las que podría vivir envuelta en cálculo binario he debido darme un meneo y espabilarme: normal, digo yo, si me han dejado el piso con su ropa en los armarios, su almohada en su lado de la cama, sus papeles en los cajones; si estoy comiendo en sus platos y bebiendo en sus vasos y duchándome en su bañera y… no sigo. ¿Nos contactan los muertos? ¡Pues claro que sí! Pero a través del walkie-talkie que los vivos tenemos activado para “recibir” sus mensajes. Que a mi perrillo Elur lo oigo ladrar algunas noches y siento que viene tras de mí cuando paseo por el parquecillo donde íbamos todas las tardes a la caída del sol. Pues ni tan mal, Jesús, aquí estoy viviendo unas semanas de vacaciones extrasensoriales a tu cuenta. Gracias por los buenos ratos que pasamos en vida…y por los de ahora. (Si se lo cuento a Iker Jiménez seguro que me da una explicación que no me apetece conocer). He pasado el día holgazaneando entre el jardín, la piscina y la terraza con un reseco descomunal; si hubiera sabido que iba a tener tanta sed hoy, habría bebido más ayer… Vaya día más raro, como para no contárselo a nadie. Felices los felices. Fotografía: el sol del atardecer...o la mirada de mi amigo.