lunes, 30 de junio de 2014

Valores cívicos. Una cotización a la baja




Nunca me hubiera imaginado que, a estas alturas de la película, tuviera que hablar de los valores cívicos y morales como si estuviera intentando “vender la moto” de algo novedoso, inusual y extraño. Pero la cosa no es para menos a poco que observemos a nuestro alrededor la ciudad, sus gentes y su comportamiento.

Que conste que no soy una ciudadana modelo porque Doña Perfecta se murió hace mucho tiempo de aburrimiento, pero hay comportamientos que deberían ser “automáticos” y se quedan bloqueados en un complejo mecanismo de ausencia de valores cívicos y morales. Espero que no se mate al mensajero por decir lo que voy a decir (cruzo los dedos).

La mayoría de los valores que los humanos poseemos vienen transmitidos de padres a hijos, es decir, por educación y observación en el entorno familiar. Ya desde niños nos han enseñado a comportarnos de una manera determinada y a partir de ahí hemos ido desarrollando nuestra manera “peculiar”de hacer las cosas, aceptando el modelo transmitido o cambiándolo a nuestra necesidad o diferente criterio. Es obvio que no todos hemos recibido la misma educación, ni nos hemos desarrollado en el mismo ambiente familiar, pero más o menos, pienso que todos hemos tenido una madre, un padre, unos abuelos que, juntos o por separado, nos han transmitido unas normas sociales de convivencia y comportamiento que nos han servido de faro para toda la vida.

Mucho prolegómeno tengo que poner para un tema sencillo donde los haya, pero no quisiera dejar al albur interpretaciones peregrinas a lo que quiero decir.

Valores cívicos y valores ético-morales. No voy a hacer una lista (que sería larguísima), pero destaco los más sencillos, los más elementales (en mi opinión):

- Justicia, Confianza, Gratitud, Humanidad, Esperanza, Piedad, Moderación, Respeto, Valor, Honestidad, Lealtad, Discreción.

Daría el tema para polemizar sin cuento ni freno, pero se me ocurre centrarlo en lo más básico acotándolo con la siguiente frase que todos entendemos: “Lo que no quieras para ti no lo quieras para los demás”.Elemental, ¿no?

Quiero mi hogar limpio y agradable, ergo así tengo que hacer para que mi ciudad también lo esté. Si no tiro papeles en el suelo de mi casa ¿por qué los tengo que tirar en la calle? ¿Escupo acaso en las baldosas de la cocina? ¿Tiro las colillas sobre la alfombra? ¿Orino en el balcón contra la pared? ¿Dejo que mi perro defeque en el rincón de detrás de la televisión? ¿Le cambio los pañales al bebé encima de la mesa cuando todos están a ella sentados? ¿Permito que los niños pequeños de la familia griten, corran, salten y molesten a la familia cuando estamos comiendo?

¿Acaso no ayudo a mis padres ancianos en sus debilidades propias de la edad? ¿Les falto al respeto y les ofendo con mis actitudes?

La lista de preguntas es larga y supongo que todas tendrían la misma respuesta: NO. Entonces… ¿por qué lo que NO hago en mi casa SÍ lo hago en la calle, cuando me relaciono con otros seres humanos?

¿Ya nadie enseña a los chavales a sentarse en un banco en el asiento en vez de en el respaldo? ¿Es necesario poner los pies en el asiento de enfrente en el autobús para que no pueda sentarse nadie más? ¿Hay que pasar por delante de los demás cuando hay una cola con manifiesto desprecio? ¿Es correcto cruzar un semáforo en rojo como riéndose de los “bobos” que esperan a que se ponga verde? ¿Qué cara hay que tener para dejar en mitad de la acera los excrementos del perro para ver si los pisa el que viene detrás?

Demasiados ejemplos para tan poca educación como vemos en la calle todos los días. Y yo ya no puedo hacer nada porque el tiempo de educar a mis hijas ya terminó y ahora hay que esperar a que llegue la siguiente generación para seguir con un trabajo arduo, importante, vital y necesario.

¿Es posible un giro de timón todavía? Si tenemos que ocuparnos de algo tan elemental… ¿Cómo afrontaremos los auténticos problemas de la humanidad?

En fin.

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Post escrito en Junio 2012




viernes, 27 de junio de 2014

El mundo es un pañuelo



Tiene narices que te vayas a diez mil kilómetros de tu casa y que te tropieces con un donostiarra en la sala de armas de un castillo desierto un lunes por la mañana cuando todo el mundo está trabajando. La anécdota no lo sería si no fuera porque, no conociéndonos de nada, y por su reacción (mitad molesta, mitad asustada) al preguntarle si podía sacarnos una foto, justo al hablarnos ya nos “reconocimos” como habitantes de un mismo txoko.

También tiene su cosa que yendo a alquilar por Internet una casita para vacaciones en el extranjero, haya que ir a parar justamente a un lugar donde los dueños –aun siendo franceses- tienen amigos en el País Vasco y más concretamente en Guipúzcoa y afinando en Donostia y rizando el rizo… ¡son precisamente mis vecinos!.

Hace aproximadamente un año, caminaba yo con mis bastones y mis botas, por los alrededores de un lago en la Aquitania profunda, cuando pasó renqueando un Renault-4 (el “cuatro latas” del siglo pasado) conducido por un“paysan”. Al cabo de un par de kilómetros, encontré el auto varado al lado del camino y a un anciano –porque tenía los ochenta cumplidos- circunspecto y con cara de aceptar la fatalidad de una avería aparentemente irreparable. Acoplamos los pasos –el suyo más vivo que el mío, todo hay que decirlo- y durante media hora charlamos de lo divino y de lo humano en dirección al pueblo cercano. Por supuesto que yo le había ofrecido mi teléfono móvil para llamar a una grúa, pero él lo rechazó (era bretón) diciendo: “¿Para qué voy a llamar, si estoy aquí al lado?” así que pegué la hebra mientras intentaba ajustar mi paso al suyo.

Me contó que era viudo –y su mujer un ángel que le había dado ocho hijos- uno de los cuales vivía en España porque se había enamorado de una mujer catalana cuando había ido de vacaciones al Mediterráneo y habían puesto un bar en un pueblecito de la costa y tenía dificultades para pronunciar el nombre del pueblo en cuestión que, ¡cómo no!, reconocí enseguida como el lugar de “mi otro mar” donde tantos sueños voy sembrando desde hace veinte años. Al decirle que conocía el sitio, el bar y hasta probablemente a su hijo y su nuera no hizo ningún gesto extraño ni sorprendido, sino que me miró y dijo:“Voyez, le monde est un village!”.

Y es que “el mundo es un pañuelo” –en francés, “el mundo es un pueblo”- es la frase que usamos cuando tenemos un encuentro casual que nos parece fortuito y sin trascendencia alguna, que tan sólo nos sorprende y nos hace sonreir durante un rato. Pero también puede ocurrir que todo esté interrelacionado y no lo descubramos si no nos tomamos el tiempo necesario para hablar con los demás… ¿Cuántas personas afines en lo externo o en lo profundo cruzarán su camino en silencio y, consecuentemente, sin “encontrarse”?

Cuando alguien pregunta: “¿No voy a encontrar a mi alma gemela jamás?”, a mí se me ocurre pensar que, si no hablamos con los desconocidos, si no abrimos la puerta un poco a los demás, si vamos por nuestro camino en solitario –con una soledad orgullosa y un poco arrogante- ¡cuántas oportunidades nos estamos perdiendo!.

Seguro que hay muchísimas anécdotas por contar…

En fin.

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Post escrito en Junio 2012



jueves, 26 de junio de 2014

Crónicas de "mi otro mar". El que fue a Sevilla perdió su silla






El refranero español tiene sus profundas raíces enredadas entre la sabiduría popular y la ignorancia individual. A veces da en el clavo con lógica cartesiana, otras con verdades de Perogrullo, las más no son más queboutades simpáticas.

Esto de que, si me levanto y dejo mi sitio viene otro y me lo pilla me tengo que aguantar se usa mucho en este país de maleducados e incívicos ciudadanos. Pero rizar el rizo, como observo que hacen en las playas de este Mediterráneo de mis entretelas, es algo que se sale de mi comprensión. (Más bien, no entra)

Lo cuento.


Pues resulta que hay una playa de kilómetros, de arena fina y bastante limpia (bandera azul 2012) en la que, matemáticamente hablando, podrían caber –con poco margen de error- un millón largo de personas. Es decir, que hay sitio para tirios y troyanos.

Sin embargo, unas docenas de personas, SE RESERVAN su sitio preferido cada mañana; cerquita de la orilla, cerquita del chiringuito, de la ducha, del wc. Y para ello, bajan hasta la playa a muy temprana hora. Hasta aquí todo correcto, porque “al que madruga Dios le ayuda”.





Pero la sorpresa llega cuando observas que estas personas–hombres en su totalidad, que llegan arrastrando una especie de porta-equipajes con ruedas en el que se amontonan tumbonas, sillas y sombrillas varias,-depositan este “mobiliario urbano” al borde del mar y…!se van tranquilamente!. Es decir, “acotan” su espacio, dejan “su marca”, reservando sin ningún derecho y con menos vergüenza todavía unos metros cuadrados de playa pública “para cuando llegue la familia”.

He hablado con ellos en un par de ocasiones, así en plan simpático y tal, -“vaya, bon dia, ya le ha tocado otra vez acarrear los bártulos ¿eh?” -pues sí, es que mi señora se empeña en que venga aquí a coger sitio…- hombre, ya, claro, pero es que resulta que luego el que viene detrás…!se lo encuentra todo pillado y no hay nadie! – ah, pues mire usté, ya se sabe , el que venga atrás..!que arrée!

Así que ayer me puse a sacar fotos sin encomendarme a dios ni al diablo, de estas sillas –casi todas viejas y cutres- que los cívicos ciudadanos de este país van dejando por la playa. Luego llega la mirada atónita de los “guiris”, porque es obvio que quien esta práctica abusiva realiza no son extranjeros sino gente que vive por aquí cerca, con apartamento alquilado o en propiedad, pero más españoles que la tortilla de patatas.





Mi paseo matinal –muy matinal- comienza a las 8 de la mañana y termina hacia las 9 y media. En ese tiempo recorro tres kilómetros de playa hacia el este y otros tres de vuelta hacia el oeste. Voy por la orilla del mar, mojándome si hay olas y procurando no pisar las porquerías de plástico del día anterior que todavía no han retirado los del servicio de limpieza playero que tiene el mismo horario que yo. Nos saludamos ya…

Foto va y foto viene, a la vuelta, viéndome desde lejos, un hombre salió del paseo y se acercó en perpendicular para tropezarse conmigo.

Sin saludar ni prolegómeno alguno me espetó: -“Ustépor qué ha sacado fotos de mis sillas?”- ¿SUS sillas? –Sí, MIS sillas! –ah, pues mire, me alegro de que me haga esta pregunta porque van a venir con el camión de la basura a retirar todo esto que hay por aquí…

-Pero, ¿usté trabaja para el ayuntamiento o qué?... Entonces, fue el momento de guiñarle el ojo y decirle…”nada, nada, ya sabe“usté”, que el que fue a Sevilla perdió su silla!





Y aquí paz y después gloria.

Al día siguiente…más de lo mismo, pero… ¡el buen hombre estaba sentado en una de sus viejas tumbonas leyendo el periódico a las ocho y media de la mañana!

En fin.

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Fotos: Cecilia Casado
 


miércoles, 25 de junio de 2014

Vergüenza ajena



Desgraciadamente es éste un concepto con el que hemos crecido las gentes de mi generación y que ha caído en desuso por lo que puedo constatar en estos últimos tiempos simplemente escuchando el discurso de quienes se sienten agraviados por los errores que ellos mismos han cometido y de los que achacan al prójimo en un manifiesto ejercicio de falta de vergüenza. Lo que provoca en un observador impasible –que no imposible- ese rubor y malestar típico de los ataques del mal del que hablo.

Vergüenza ajena me provoca tanto el saber que un trabajador se lleva a casa un rollo de cable del almacén de su empresa como el que cualquier monarca se vaya de excursión cinegética mientras su corte no le hace un corte y sus vasallos empiezan a rebuscar en la basura para comer. La vergüenza ajena me ataca, tanto el ver cómo una señora bien vestida falsea el precio del tomate que compra en el colmado de la esquina como enterarme de que quien tiene en sus manos riqueza para compartir la deriva a su propio bolsillo. Vergüenza ajena también me aporta quien me juzga por mis debilidades y esconde las propias bajo el aura de una espiritualidad de manual.



Este país ya me está llenando de vergüenza. Ya hace demasiado tiempo que no voy enarbolando orgullosa mi enseña de pertenecer a él cuando fuera de sus fronteras estoy. Ahora, si acaso y con la boca pequeña, digo que no tengo la culpa de haber nacido en este rincón de la geografía mundial o me encojo de hombros y comento que peor podría haber sido todavía…

Vergüenza ajena de la moral que se empeñan en obligarme a sustentar como si siendo todos ladrones dignificáramos el concepto de robar, como si refrendando con la Ley que la justicia es indigna para unos y digna para unos pocos hiciéramos tabla rasa con la ética y la desvergüenza.

Aunque muchos todavía se atreven a decir claramente lo que piensan a pesar de que el santo oficio -que extiende sus alas negras sobre el cuarto poder- ha desempolvado sus máquinas de callar palabras y emborronar conceptos que no sirvan de alimento a sus intereses. Y eso también me hace sentir vergüenza, pero ya no “ajena” sino sintiendo como propia la responsabilidad de manifestarme a favor de la decencia y la honestidad en contra de quienes hacen gala de pasar por esta vida sin más preocupación aparente que la de su propio hedonismo y enriquecimiento material.

Vergüenza ajena me da, para qué engañarnos.

En fin.

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Post escrito en Junio 2012


martes, 24 de junio de 2014

¿Por qué no recuperar las viejas amistades?



Intento no ser como esas personas que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor; pero sí que es cierto que, a lo largo de mi vida, he disfrutado de grandes amistades con grandes personas que, por azares y contratos familiares o laborales, se han ido desperdigando por el globo terráqueo. También dejé de relacionarme amistosamente con quienes llegué a tener intimidad más que importante por…algún malentendido o porque a ambos nos apetecía cambiar de aires.

La pereza y la comodidad suelen ser factores que juegan en contra del hecho de “mover ficha” para recuperar viejas amistades, pero como considero que hay que hacer ejercicio continuamente para no anquilosarse, ¿por qué no ocuparnos en recuperar algunas de las viejas amistades con las que tan felices fuimos?

Con esto de Facebook y el gran dios googleliano que todo lo ve la mitad del camino está ya andado; basta con escribir el nombre de aquel novio, aquella amiga, el compañero de clase o el vecino que se fue lejos y raro será que no encontremos información actualizada sobre su lugar de residencia, su perfil en alguna red social o sus logros laborales, académicos o las multas que le han puesto.

O te encuentras con la esquela, que también puede ocurrir, y te llevas un berrinche horroroso.

He estado haciendo una lista–cortita- de las grandes personas amigas que, en el pasado, me honraron con su amistad y de las que guardo un recuerdo dulce y agradable. También tuve grandes amigos –o yo creía que lo eran- y acabó aquello como el rosario de la aurora. A esos no les voy a dedicar ni un responso porque sería abrir heridas viejas que podrían desequilibrar a ambas partes.

¿Qué fue de mi querida amiga lanzaroteña? De vez en cuando nos hacemos un guiño por Facebook, pero llevamos casi cinco años sin vernos. ¿Y de mi tocaya catalana con la que compartí el pan y la sal durante tantísimo tiempo? (A ésta le tengo muchísimas ganas, voy a proponerle un reencuentro). ¿Dónde andará mi querido Joan que se casó y del que nunca más se supo? ¿O aquel François con el que hice el Camino durante varios días y varias noches? ¿Y la asturiana que conocí en el avión y con la que compartí unas vacaciones en Cuba cuando habíamos ido cada una por libre?

Estos últimos días he estado revisando viejos álbumes de fotos. Viejos porque son “del siglo pasado”, viejos en el sentido que le damos al concepto hoy en día, es decir: algo que está guardado al fondo de un armario y que ni nos acordábamos de su existencia. Desempolvar algunas de esas amistades puede ofrecernos momentos de alegría. O llenarnos del polvo agridulce de la nostalgia. No lo sabremos hasta que no lo intentemos…

En fin.

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lunes, 23 de junio de 2014

Solsticio de verano. "Noche de brujas sin escoba"





Este año tengo menos rémoras para quemar en la hoguera de San Juan. Año tras año, sin saltarme ni uno y desde hace más de veinte, para celebrar el reciente solsticio de verano enciendo una pequeña hoguera en la playa mediterránea que me acoge y arrojo a las llamas lo que ya no me sirve para nada. Simbólicamente hablando.

Un año fueron un puñado de fotografías –y quemé la imagen del hombre amado para siempre-. Otro año arrojé, con harto dolor de mi corazón, mi mejor lencería de encaje, como queriendo dejar atrás cualquier sexualidad que no fuera de la mano del amor. También se convirtió en pavesas una fotocopia del Libro de Familia (dos ejemplares). Y se ennegreció hasta lo inconcebible un anillo que llevaba un pequeño brillante engarzado en una vieja traición de oro blanco.

El caso era hacer limpieza, quemar rastrojos para que la tierra quedase limpia y preparada para la siguiente siembra.

Este año coincide la fecha con plenilunio invitando a que la pequeña ceremonia se vea adornada de un mayor simbolismo si cabe. Pero no habrá silencio. En este país catalán donde tan a gusto me siento es noche de tirar petardos, quemar fuegos artificiales, hacer ruido y meter bulla durante muchas horas –y todas nocturnas-, quién quiere dormir siendo víspera de fiesta y teniendo kilómetros de arena fina para hacer el picnic de rigor.

Llevaré yo también la coca salada y mucho cava en la nevera. Nos sentaremos los amigos alrededor de la fogata que habrá que alimentar de ramas secas y recuerdos más secos todavía. Brindaremos, haremos mil risas y todas las fotos saldrán movidas.

Intentaré colar mi pequeña reflexión y quizás consiga que haya unos segundos de silencio atento. Nos abrazaremos y seguiremos brindando. Si no corre mucho viento los más atrevidos nos perderemos un rato en el mar saltando siete olas para bautizar las buenas intenciones en un baño mágico de agua llena de luna.

Me gustan los rituales cuando son divertidos. Me atrae la alegría, la risa, el buen humor, la gente sana que comparte buenas intenciones.

Me seduce la idea de dejar de lado durante unas horas la visión triste de la realidad que nos meten a machamartillo desde los medios, desde la barra del bar, desde todos los frentes, como si fuéramos un pueblo agostado antes de tiempo, condenado irremediablemente a la miseria impuesta por unos cuantos que, curiosamente, son los que más bienes materiales tienen.

A los que nos siguen quedando el tesoro que ellos han perdido, a los que nos conmueven todavía conceptos como honradez, solidaridad y dignidad, nos limpiará el alma el calor del fuego, la espuma limpia del mar y la luz virginal de la luna.

Quizás haya otra forma más chic de celebrar la víspera de San Juan, con canapés y champagne o con gasas y sedas, pero yo he elegido ésta, la ancestral, la que me conmueve las entrañas y me hace sonreir con los pies bien asentados…en la arena.

Y esa noche tampoco sacaré la escoba. Pero tenerla, la tengo…

En fin.

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Post escrito en Junio 2013

Solsticio de verano. "Esta noche lo quemo todo"




He ido guardando en la trastienda de mi corazón los amores muertos que voy a tirar esta noche a la hoguera de San Juan. Amores que nacieron muertos, como esos niños que son luz y a la luz van. Amores que vinieron a la vida con el cordón umbilical asfixiando el alma y que no fueron bien acogidos. Amores que se esforzaron durante años en decirse un te quieroque no pudo ser porque no había voluntad de que fuera. Amores de todo tipo. Porque todos tenemos acurrucado, ahí en el fondo del corazón, un amor que pudo haber sido y no fue y que nos lleva destapando la tristeza con más frecuencia de la que desearíamos.

Hay a quien le ha faltado el amor de la madre, el más necesario por natural, básico y primigenio. O el del padre, figura referente de equilibrio, seguridad y autoestima. Hay quien comparte sangre que en vez de amor rezuma hielo y arrastra durante toda su vida el trauma de no ser aceptado por su familia biológica. Ahí están también los amores que quisieron construir un futuro, un deseo, en forma de núcleo y que fueron cualquier otra cosa menos amor. Amores divorciados en el momento mismo de firmar los papeles… Porque todos somos hijos y hemos podido ser amados…o no.



Esta noche es la noche ideal para hacer un sortilegio de andar por casa, un pequeño rito que no va a ninguna parte pero que puede aliviar tanto, por eso esta noche lo quemo todo aunque me duela y tenga que llorar encima de la pequeña hoguera que arderá en la playa, entre tantas otras que quemarán viejas ilusiones, proyectos imposibles, cariños desterrados.

Porque son verdades como puños las que nos están quemando todo el año en el fondo del corazón y nos da tanto miedo, pero tanto, tanto abrir las puertas que se van convirtiendo en una bola que aprieta y empuja, escuece y araña…

Esta noche iré a la orilla del mar y, escondida entre el gentío, con la mano entre las manos de quien me quiere de verdad, quemaré para siempre los amores que quise tener y no pude retener.

Y cuando las cenizas se eleven entre el fragor de petardos y luces de fuegos artificiales, cuando las pavesas inicien su viaje sin retorno hacia la noche, la luna, el mar y el olvido, secaré mis ojos y sabré que ya nunca más tengo que sufrir por quien no supo o no pudo quererme.

Lloraré de alegría por el amor compartido con quienes me aman: mis hijas, el hombre que siempre es aunque no siempre esté y mis amigas y amigos del alma, benditos sean todos ellos. Hasta por mi perrillo que me adora…

Feliz noche de San Juan. Feliz solsticio de verano. Feliz hoguera para siempre.

* Sugerencia inocente: escribo en un papel todo lo que quiero apartar de mi vida, haciendo hueco en mi corazón. Escribo a continuación con qué quiero rellenar el espacio libre. Nadie dice que funcione, pero con creerlo suele bastar a veces...

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Post escrito en Junio 2012


domingo, 22 de junio de 2014

Que no falte lectura en verano. El post de los libros




La primavera es tiempo de parca lectura, sobre todo si llueve poco y preferimos estar al aire libre para recuperar la falta de luz del invierno. Bien es cierto que los parques están para propiciar la pausa en el trajín de la vida con un libro entre las manos y es precisamente ahora, con el verano recién estrenado, con las vacaciones por delante, cuando los libros adquieren protagonismo. (Aunque sea los que nos regalaron por Navidad que están sin estrenar)

Mis lecturas son cada vez menos profundas, no sé qué me pasa, que cuando estoy sola físicamente no agradezco sacar chispas a mis neuronas, así que tengo que sonrojarme un poco (sólo un poco) por no haber leído grandes cosas. Novela negra mucha, que me encanta. Lo comparto.



Lecturas livianas: (para pasar el rato y sin que inviten a la reflexión profunda)

“Sopita de fideo” de Cristina Pacheco. Relatitos mexicanos que muestran la cruda realidad del país. Me gustó situarme en el ambiente, pero deseando volver a la realidad europea. 6/10

“La trampa de miel” de Unni Lindell. Autora noruega recién descubierta. Escritora dura, pero poco profundar, aunque actual y por eso más terrible. Sobre la pedofilia. 7/10

“Yo, mí, me…contigo” de Daniel Safier. Disparatada farsa sobre Shakespeare y su obra. Me gustó “Madilto carma” y un poco menos “Jesús me quiere”. Éste me puso tan nerviosa, que lo tuve que dejar. Y la que avisa no es traidora. 4/10

“El campo del alfarero” de Andrea Camillero. Otra aventura del comisario Salvo Montalbano. Entretenido y muy bien escrito 7/10

“La tercera virgen” de Fred Vargas. (Fréderique Vargas) Acabo de descubrir a esta autora y he sido abducida por su prosa. Novela negra francesa con sede en París. Los protagonistas se reúnen en uno de mis sitios favoritos “Le café des Philosophes”… En busca de la pócima para la inmortalidad, lleno de pistas falsas e inteligentes. 8/10

“Un lugar incierto” de Fred Vargas. (Fréderique Vargas) Thriller bien estructurado, aunque el tema de los vampiros no es de mis preferidos. No obstante su lectura me ha atrapado un fin de semana completo. 7/10

“El hombre del revés de Fred Vargas. (Fréderique Vargas) Ahora le toca el turno al tema de los licántropos. Atrapante de principio a finl. Ideal para desconectar del mundo un par de días lluviosos o desesperados. 7/10

“El ejército furioso” de Fred Vargas. (Fréderique Vargas) Leyendas de aparecidos. Este he tenido que leerlo en diagonal. No está a la altura de los anteriores. 6/10

“Que se levanten los muertos de Fred Vargas. (Fréderique Vargas) Los “3 evangelistas” inventado por la autora, no me han gustado tanto como sus otros protagonistas, el comisario Adamsberg del Quai des Orfebres. Sigue jugando al juego de las pistas falsas… 6/10

“El diario de la nostalgia” de MªAsunción Amilibia. Un poco ñoño, pero cuenta cosas del San Sebastián de la República por una exiliada en Chile. Biznieta de Eustasio Amilibia, insigne político liberal. 6/10

"La casa que amé de Tatiana de Rosnay. Novela muy, muy floja. Se encumbró con “La llave de Sarah” y decepciona totalmente. 5/10

“Autobiografía de Marylin Monroe” de Rafael Reig. Relato ácido basado en hechos reales. Lo primero que leo de este autor al que voy a invitar a mi mesilla. Aunque no sea más que por su pelea en los medios contra A.Pérez Reverte. 7/10

“Por la boca muere el pez” de Andrea Camillero y Carlo Lucarelli. Una obrita a cuatro manos entre Salvo Montalbano y Grazia Negro. Poquita cosa, desgraciadamente. 5/10

“Ad Vitam Aeternam” de Thierry Jonquet. Laureado escritor de novella negra francesa, me ha llenado de desasosiego. Descripciones de torturas masoquistas que no he sido capaz de leer porque no me apetecen. Lo dejo sin terminar, pero……. (suspenso total)


Lecturas enjundiosas: (que ayudan a incrementar el acervo cultural a la vez que estimulan el intelecto)

“Un ángel impuro” de Henning Mankell. De su serie africana. Esta vez Mankell recorre vericuetos insondables para la mentalidad occidental. Es Mankell, pero no me ha gustado nada. (Libro comprado en México a mitad de precio que en España) 6/10

“Kafka en la orilla de Haruki Murakami. Cada nuevo libro que leo de él me deja mejor sabor. Aprendo de su filosofía de la vida, lejos de prejuicios y lugares comunes. Personajes ÚNICOS. El protagonista esta vez, tiene tan sólo quince años pero se enfrenta a la vida. 8/10

“Articuentos completos” de Juan José Millás. Desde luego no es un libro para leer en la cama –peso muchísimo y tiene 1.000 páginas. Demasiado para leer, y ningún “demasiado” es bueno. Artículos publicados a lo largo de su carrera. 6/10

“Un rey golpe a golpede Patricia Sverlo (Seudónimo). Este libro lo leí hace más de diez años y ha vuelto a caer en mis manos…en versión pdf. Como estuvo censurado y prohibido… Un alarde para la memoria desmemoriada de quien nos reina y no gobierna. 8/10
“El dios de la lluvia llora sobre México”de Laszlo Passuth. Una revisión (necesaria para mi) a la conquista de México por Hernán Cortés. 7/10
Lecturas con peso específico: (para sustraerles la sustancia a base de neuronas)

“Tinísima” de Elena Poniatovska. Biografia novelada de Tina Modotti, fotógrafa comprometida con la causa comunista en México. Su relación con personajes de la época como Julio Antonio Mella, Diego Rivera, y el devenir del país que preparaba su revolución social es muy interesante. Libro mexicano, a mitad de precio. 7/10

“El mapa y el territoriode Michel Houellebecq. Premio Goncourt 2011. Atrayente novela, crítica y autocrítica, con su particular concepto del cinismo y la ironía y el respeto delimitado a su mundo iconoclasta. Si te gusta el autor, no puedes perdértelo. Y si no lo conoces, es una buena obra para empezar a conocerlo. 8/10

La civilización del espectáculo” de Mario Vargas Llosa. Ensayo relativamente superficial sobre lo que él considera“cultura” e “incultura”. Mucho bombo y mucho platillo, pero he tenido que reflexionar menos de lo esperado. No obstante, me parece que todos deberíamos leer un libro así, para despejar prejuicios y tener las cosas claras sobre la cultura. Para quien le interese, claro está. 7/10

* La puntuación es fruto de una opinión personal que no tiene más valor que el que uno le quiera dar…

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Post escrito en Junio 2012

sábado, 21 de junio de 2014

Un vermouth a media tarde


Sí, ya sé que lo fino es tomar esta bebida de aperitivo con el calor del mediodía, pero a mí me gusta el vermú a la hora de escribir –por aquello de un empujoncito a la inspiración- cuando el sol empieza a despedirse en las montañas que conforman mi horizonte, según se mira a la derecha. Entreverados sus rayos por la frondosidad de los árboles que crecen frente a mi balcón ya puedo quitarme las gafas de sol y ponerme un jersey finito. ¿Con qué música me deleitaré en esta hora de la tarde que tanto me gusta? El frescor que sube del jardín y el vaso ancho con la bebida amarga; los jazmines empezarán a funcionar dentro de un par de horas.

Esta hora medio bruja gusto de pasarla en soledad, después del paseo por la orilla del mar, pisando espuma e impregnando mi ropa de salitre, dos kilómetros hacia la izquierda y otros dos de vuelta a casa (mañana haré el recorrido hacia la derecha) y antes de la cena que no me salto ningún día –sola o en compañía de otros, pero descaradamente mediterránea.

El alcohol del vermouth (me gusta más en su acepción anglosajona) cosquillea en la punta de mis dedos haciéndolos más ágiles para compensar la laxitud del pensamiento, esa puesta en cámara lenta que llega cada día con el anuncio del ocaso, hora especial para tantas cosas que no se pueden hacer más que con la magia única e improvisada del momento.

Momentos inventados, únicamente míos, íntimos y egoístas hoy, generosos y compartidos mañana (o cualquier día). Un tren pasa a lo lejos cada cuarenta y cinco minutos y el último coche cruzó por algún lado hace ya mucho rato; los aviones silenciosos trazan líneas locas en el cielo que se cambia de color sin atenerse a ninguna moda, tal y como le acomoda cada tarde a esta hora en que unos dejan de trabajar y otros comienzan mientras que yo, tranquilamente, me tomo un vermutito viendo pasar la vida. Nadie me necesita así que disfruto del momento en toda su plenitud.

Chin chin.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

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viernes, 20 de junio de 2014

"Carnet de Voyage" Londres en seis días. (V)




Hemos dejado el día lunes para dos actividades intensas y extensas: la visita al British Museum y la asistencia a un musical en el West End, “The Phantom of the Opera”.


Al British llegamos justo recién abren sus puertas, a las diez de la mañana, a la vez que varios grupos de escolares de edades comprendidas entre los siete y los trece años. Inevitable Ley de Murphy. Si hubiéramos visitado este museo en fin de semana la aglomeración habría sido de otro tipo y como no somos tan importantes como para una visita privada pues…todo ha sido ir pegando saltos de sala en sala según veíamos acercarse por la puerta a cualquiera de los silenciosos –aunque marabúnticos- chavales. Escolares silenciosos en un Museo, escolares educados, los ciudadanos del futuro. ¡Bien!


El British hay que verlo desde una perspectiva tolerante para situarse en la Historia de la humanidad. Es decir, crítica perspectiva por dilucidar si lo que allí se expone es expolio puro y duro, avasallamiento a punta de lanza o robo camuflado como inversión artística.


Imposible evitar desear que los frisos del Partenón vuelvan a Atenas y abandonen Londres o que sepulturas lujosas, momias y sarcófagos, se hubieran quedado en Egipto en vez de viajar a Gran Bretaña. La piedra Rosetta es “la joya de la corona” del Museo y si está donde está, bien está porque, todo hay que decirlo, en el Museo de El Cairo lo único que se conserva como dios manda es la máscara mortuoria y el sarcófago de Tutankamón, ya que el resto de vestigios milenarios y millonarios duermen el sueño eterno en armarios de madera cubiertos de polvo. En mis dos visitas, con diez años de diferencia, dudo que hubieran abierto los candados oxidados que cerraban las vitrinas, o al menos la acumulación de porquería en su interior así hacía pensar. Por lo menos los británicos cuidan, valoran, limpian y mantienen “este” Patrimonio de la Humanidad aunque haya mucha diatriba en torno a la forma y manera en que lo obtuvieron.

La entrada se realiza, cómo no, “hasta la cocina” sin barrera policial alguna. Y gratuita, dato importantísimo. Hasta el momento sólo hemos pagado la cantidad de 12 Libras por visitar la exposición de Damien Hirst en la Tate Modern (como no podía ser de otra manera, a ver si no cómo se ha hecho millonario este señor). Maravilla de maravillas poder acceder a todo este relumbre artístico y cultural con gratuidad. Chapeau para Gran Bretaña que de esta manera deja de ser un poco menos “pérfida”. Ojalá los museos de Paris, Madrid, Roma, Berlín, Atenas o Amsterdam siguieran su ejemplo… ¿será porque Gran Bretaña no ha querido participar de nuestro “sueño europeo” y tienen sus haberes mejor gestionados?



Compramos una Guía/recuerdo al precio de 6 Libras, y comemos en un ramal de su amplia y bien diseñada cafetería, en el gran hall de entrada, donde se puede consumir lo adquirido y lo traído. Es decir, que además te permiten comer tus propios sándwiches o bocadillos proporcionando asiento y facilidades. Hacemos como en otros tiempos: comprar la bebida y quedar satisfechas por no habernos visto abocadas a pagar precios exagerados para comer algo. Es esta una práctica muy habitual: en aquellos lugares donde la hostelería pega fuerte, los británicos han aprendido a proveerse de lo suyo y considerar como lujo accesible las bebidas o los cafés, poco más.

Este museo permite además tomar fotografías –incluso con flash- aunque me parece bastante pillada por los pelos la costumbre de sacarse una foto con una obra de arte de fondo… ¡ya contaremos que estuvimos allí sin necesidad de dejar constancia! Y es algo que me suele molestar bastante, porque considero que tengo derecho a acercarme a una obra histórica y verla de cerca y no esperar turno a que se despeje el espacio de turistas que lo acaparan para ponerse junto a un buda sentado o una calavera azteca. Pero esto son manías mías.


Al filo de las tres de la tarde dejamos el museo bien cansadas y con ganas de relajarnos. Nada mejor que volver al hotel en uno de nuestros buses rojos favoritos, en un trayecto de cuarenta minutos de disfrute y reposo. Hoy toca ponerse guapas –un poco más- para asistir al musical elegido de toda la cartelera, “El fantasma de la Ópera.” Será mi segunda vez, pero no me importa, el recuerdo era fastuoso y esperaba volverlo a vivir igual.


Para comprar entradas para espectáculos en Londres, nada como ir a primera hora de la mañana al quiosco que está en la plaza de Leicester Square. Allí recogen cada día las entradas devueltas –que se compran con meses de anticipación- o las que no han sido vendidas y se les da salida con un 30% de descuento. Puede que haya suerte, como nos ocurrió a nosotras, y conseguir ahorrar 20 Libras, que no es que sea mucho, pero tampoco está tan mal.
 


Her Majestic Theatre es un teatro viejo y regularmente conservado, pero sus asientos siguen siendo cómodos y luce con la pátina de un lujo trasnochado que hay más bien que imaginarlo… como el Victoria Eugenia de Donostia antes de su renovación (salvando las distancias, claro está). Lo curioso es que aquí te permiten consumir de todo lo que quieras en el mismo asiento –en el intermedio, of course-, ¡hasta ellos mismos venden helados! Como ya me lo sabía de la vez anterior, nos proveímos de lo necesario para el tentempié de las nueve de la noche…

Ni qué decir tiene que la representación fue magnífica y espectacular, tal y como yo la recordaba, si bien la voz de la prima donname pareciera un poco…no sé… pero como no soy una experta en ópera ni operetas, me lo callo. El caso es que, a la salida, nos sentíamos las reinas del mambo.

En Picadilly nos demoramos todo lo que quisimos ante los bailes de break dance de unos jóvenes, mirando el ambientillo, sorprendidas por la instalación de unas nuevas cabinas de teléfono de amarillo/verdoso fosforito, del trajín incesante de gente con ganas de divertirse, del London de las postales con grandes anuncios de neón al fondo.

El metro hay que cogerlo religiosamente antes de las doce de la noche excepto que quieras dejarte el importe de la comida del día siguiente en un taxi; afortunadamente en el barrio de nuestro hotel los pubs y bares seguían abiertos hasta altas horas… para rematar dignamente una jornada lúdico/cultural.


Anécdota del día.-

Estar en el centro mismo de Londres (o de cualquier otra gran ciudad) supone ver sitios de postal y muchos turistas. Pero si quieres de verdad “conocer” un poco lo que se guisa entre sus habitantes hay que alejarse del sota, caballo, rey y adentrarse en los barrios donde viven los autóctonos del lugar. Da igual qué barrio elijas, lo importante es que no te reconozcan como turista y puedas charlar un poco con la gente… Como mi hija y yo poseemos cabelleras anglosajonas (por lo rubias) y hablamos inglés con acento de academia (mi hija con más diplomas que servidora) pensábamos sería pan comido pegar la hebra con la gente. Sin aditamentos externos de turista al uso, deseábamos (inconscientemente) mimetizarnos con el ambiente.

El camarero nos sonrió ampliamente mientras decía:“Españolas, ¿verdad?”. En la mesa de al lado un grupito de treintañeros hablaban levantando mucho la voz (y las pintas de cerveza) ¡en español! La música oscilaba entre Shakira y Alejandro Sanz. El pub se llamaba “The old tavern”. Los dueños de Liverpool, según fotos de las paredes. Los camareros del turno de noche, de Sevilla, Madrid y Alicante. El uno informático, el otro ingeniero técnico y el tercero con alguna carrera sin terminar.

En fin.

LaAlquimista

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Fotos: Cecilia Casado
*Viaje realizado en Junio 2012








jueves, 19 de junio de 2014

"Carnet de Voyage" Londres en seis días (IV)



Después del sábado en Portobello Road, el domingo vamos todos los turistas a Candem Town; es impepinable. Hasta hemos saludado a unos conocidos de la tierra a los que ya encontramos ayer en Notting Hill. Me siento más que nunca parte de un rebaño al que me he unido por amor (a mi hija) y que me hace repetir los lugares para mostrarlos y compartirlos con quien me acompaña. Ya me pasó con Paris en su día: cada vez que lo visitaba con alguien que nunca había estado, me sentía recidivante hasta el hastío.


Vuelvo así a fotografiar las mismas fachadas medio punkiesmedio gores y a sufrir los olores a fritanga asiática y las músicas insoportables del famoso “Cyberdog”. En fin. Si Paris bien valió una misa, Londres bien vale otra vuelta de tuerca.


Pero para quien no lo conozca, es divertido visitarlo. Como no podía ser de otra manera, todo gira alrededor del comercio: recuerdos, ropa, cachivaches que no sirven para nada, mucho capricho y miles de personas apretujándose en las antiguas caballerizas reconvertidas en gran supermarket.


En Candem Town también podrás comer de todo en cualquiera de los puestecillos que cocinan a la vista del público. Como fuimos muy pronto (a las 10.00 a.m. ya estábamos allí) pudimos observar la manufactura de la comida: impecable y estimulante para la vista y el olfato. Había que saltarse el puesto“español” donde cocinaban unas enormes paellas con verduras congeladas y que por su colorido eran muy demandadas (curiosamente, por españoles, como si se nos hubiera atrofiado el gusto al salir de casa…) Después de la ingesta de unos correctísimos nooddles con verdura fresca y un trozo de pierna de cerdo asada allí mismo y rematando la comida con un auténtico brownie, nos dirigimos –via fluvial- hacia nuestro siguiente destino.


En mi opinión lo más bonito es el barrio mismo con su canal fuera del tiempo y la posibilidad de volver (o ir) por la orilla caminando o en un pequeño barco hasta Little Venice, pasando por el Zoo, en un paseo de casi una hora que se demora silencioso y agradable entre árboles y casas con su jardín al canal. Si vas en metro, tendrás dificultad para volver porque es tanta la afluencia de gente que cierran las estaciones y te derivan a otras más lejanas, por eso, aunque cueste algo caro (7,30 libras) vale la pena regalarse el descanso después de la algarabía.


Inevitable Hyde Park de los domingos por la tarde para asistir a otro de los inefables espectáculos dominicales londinenses: el“Speaker’s Corner” donde, cualquiera que tenga algo que decir puede hacerlo adquiriendo tal derecho tan sólo con subirse a un banquito, una pequeña escalera que haga que se le vea y escuche por encima del resto de la gente.


Casi siempre son “inspirados” o “iluminados” religiosos los que allí hablan: musulmanes, testigos de Jehová y predicadores en general que conminan al público a arrepentirse de sus muchísimos pecados y caer en brazos de la única fe auténtica y salvadora. (La que toque en cada grupito). También hay personas (sólo he visto a hombres en mis diversas visitas a Londres, me pregunto ahora si estará vedada esa palestra a las mujeres) que arengan al personal en contra de los políticos mundiales, propugnan una revolución pacífica y con las manos abiertas o protestan por alguna injusticia ecuménica o individual que hayan podido sufrir.


Después del alboroto, el paseo hasta The Serpentine, un lago igual que todos, con sus barquitas para remar y sus familias haciendo picnic en la hierba, hace que la tarde se ralentice. El sol resiste el embate de las nubes empujadas por el viento y luce en su esplendor: es el momento de una buena siesta relajante para seguir pateando la ciudad, que nos lleva por la zona de los parques y sus habitantes del reino animal.


¿Quién no ha oído hablar de las famosas ardillas de Saint James Park? Y cisnes y patos y cuervos, conviviendo pacíficamente con la gente que les da de comer y juguetea con ellos. Una escena mitad bucólica mitad urbanita que envuelve las horas vespertinas en un agradable tejido aterciopelado. Hay bastante poco ruido en el parque, la gente no viene aquí a armar bulla, los grupos de jóvenes hacen su merienda en la hierba y si llevan alcohol, lo hacen bien escondido puesto que está estrictamente prohibida su ingesta en lugares públicos de esparcimiento común.

Tampoco vemos guardias, ni policía patrullando o vigilando el cumplimiento de las normas de convivencia: quiero pensar que es porque son lo suficientemente civilizados y no hace falta la represión psicológica de la presencia de la autoridad. Es algo que me llama poderosamente la atención en Londres, la civilidad en las calles, en los espacios públicos, la ausencia de alboroto, la limpieza y cuidado que ponen los ciudadanos (en general) en no ensuciar el entorno y, sobre todo, la prisa silenciosa que les hace ir de aquí para allá…hablando por el móvil en voz baja y no como aquí que hay algunos que podrían prescindir de la tecnología y simplemente llamar a casa a puro grito pelado.

Hoy no hay visita a ningún museo. Es domingo, hace sol y nos apetece muchísimo más quedarnos todo el día al aire libre. Así que sacrificamos la visita a la Tate Britain. ¡Qué le vamos a hacer!




Anécdota del día.- Todos hemos visto alguna vez un “youtube” con un grupito de gente ofreciendo abrazos gratis en sendos carteles colgados del cuello… pero esta era la primera vez que nos los encontramos in situ, en Trafalgar Square, una docena de chicos y chicas de veintitantos con los brazos abiertos y las sonrisas enormes. Curiosamente, la gente era MUY reticente a brindarse a compartir su energía con los voluntarios generosos que se ofrecían indiscriminadamente. Ni que decir tiene que mi hija y yo nos pusimos las botas de abrazar y ser abrazadas. Entre risas cómplices, conseguimos regalarnos y que nos regalaran energía renovada y pura para recargar las pilas durante unas cuantas horas. Fue estupendo, de verdad.


En fin.


LaAlquimista

Fotos: C. Casado
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Fotos: Cecilia Casado
*Viaje realizado en Junio 2012












miércoles, 18 de junio de 2014

"Carnet de Voyage" Londres en seis días (III)



Si te toca un sábado en Londres ya sabes que hay que ir a Nothing Hill, al famoso mercado de Portobello Road. Es, no sé, como una costumbre que se transmite de padres a hijos viajeros, pero en realidad –no nos engañemos- lo bonito de Nothing Hill son sus casitas de colores, sus parquecitos invitadores a la pausa, sus habitantes de aquí y de allá, variopintos, peculiares, de esos que siempre apetece plasmar en una fotografía sin que se den cuenta. Pero por lo demás, un mercado del más puro estilo“brocante” a precios de lujo y muchas tiendas para turistas, demasiadas. Al final estamos haciendo lo mismo que tanto criticamos: ¿Ir a Londres a Liberty, Harrods o Primark? Noooo, pero a Portobello sí. Pues vale, Ya fuimos, que conste en acta.

Un agradable paseo en bus nos lleva a otro de los puntos míticos –e inevitables- de Londres. El famoso Big Ben y su Parlamento, la abadía donde se casa la realeza y las fotos de postal. ¿Es equiparable el Big Ben a la Torre Eiffel? ¿O a los cubos de Moneo? Suele ocurrir con demasiada frecuencia que los edificios emblemáticos o distintivos de una ciudad lo son por algo bien distinto a su belleza… Sentía una extrañeza sentada en el césped al lado del lugar, pensando que no había una belleza especial en el entorno, si acaso el mito, como los turistas que visitan la Place Vendôme de Paris y se fotografían delante del Hotel Ritz porque de allí salieron los amantes en su último viaje.


Me ocurre con demasiada frecuencia en las urbes turísticas: que voy huyendo inconscientemente de la aglomeración de mochilas y pantalón corto, de cámaras fotográficas y grupos organizados. Busco el rincón, la callecita, el espacio diferente, el txoko que me extasíe unos instantes… y, la verdad sea dicha, nadie podría afirmar que en esta parte de Londres se pueda satisfacer mi deseo.

Así que, por proximidad geográfica y porque estaba previsto, nos dimos un paseíto hasta Trafalgar Square (emblemática y anodina plaza otra vez, aunque atiborrada de gente) y nos sentamos en uno de sus bancos de piedra, bien lejos de la fuente y las ráfagas de viento, a realizar la ingesta preceptiva del mediodía adquirida en un Tesco que ofrece ensaladas frescas y sushi y maki sin conservantes. (Algún consuelo teníamos que tener).

Era el sábado en el que correspondía a la Reina y su gente presidir un desfile militar con gran aparato de ruido y aviones cruzando el cielo y soltando humo rojo y azul. La marabunta se arremolinaba en los aledaños del Palacio y el Parque como si una ola de fuerte resaca los atrajera a todos hacia allí, así que, en dirección opuesta había menos aglomeración. Qué triste consuelo, pero ¿para qué voy a una ciudad de ocho millones de habitantes, para estar sola? Tenía que recapacitar sobre ello y así se me fueron varias horas de la tarde, con la cabeza en otro sitio…

El museo del día.- “The National Gallery”.

Es el equivalente al Museo del Prado o a un Louvre en importancia, aunque no albergue cuadros “tan” famosos como los anteriores.
Realizada con anterioridad la selección de las salas a visitar, redujimos las seis horas mínimas de visita a la mitad más o menos. Siglo XVIII y XIX, principios del XX y un poco de impresionismo. Los famosos“Girasoles” de Van Gogh son –en mi opinión- los menos bellos de la serie de cuadros que pintó con ese tema recurrente. El edificio es hermoso, las salas bien organizadas, el recorrido puede hacerse agradable y, curiosamente, ninguna aglomeración de gente. ¿Será porque es gratuito y apetece más visitar Museos donde hay que dejarse 20€ en la entrada?

Anécdota del día.- Entrar en el Museo más importante del Reino Unido y que no exista ningún control para acceder al mismo es, cuando menos, sorprendente. Ni Rayos X, ni bolsos inspeccionados, ni personal controlando el acceso de los visitantes…Nada de nada. Las preceptivas cámaras de circuito cerrado de televisión, eso sí, y nada más (aparentemente). Es decir, alguien con nefastas intenciones podría introducir en el recinto…cualquier cosa. Esta aparente ausencia de control, que contrasta fuertemente con las cámaras que inundan el Metro, las calles, las estaciones, como un “gran hermano” multitudinario, ya nos había llamado la atención en la Nacional Portrait Gallery y en la Tate Modern. ¿Por qué los británicos se sienten más seguros que los franceses, italianos, alemanes o españoles? Que alguien me lo diga…

En fin.

LaAlquimista

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Fotos: Cecilia Casado
*Viaje realizado en Junio 2012