jueves, 17 de diciembre de 2020

Dejar marchar

 

Dejar marchar

10

No sé por qué pensamos que con el paso de los años tendremos “más” de todo: experiencia, sabiduría, vivencias, recuerdos y amigos. Y dinero, claro está. Recuerdo con cierto rubor cómo en mi entorno se proyectaba el futuro a medio/largo plazo sostenido sobre vigas tales como un buen matrimonio, un buen trabajo, la parejita y una segunda vivienda. Y muchas relaciones, muchos amigos para no tener que estar nunca solos.

Casi todo ha resultado ser un engaño, a ver quién es capaz de negarlo; pero era el acicate para producir más y mejor, para trabajar de tal manera que las prioridades que creíamos elegir fueran exactamente las que los que movían los hilos habían decidido que fueran. Varias generaciones siguieron ese camino convertido hoy en día en autopista de muchos carriles pero con muchos desguaces en las carreteras secundarias.

Cuando echo la vista atrás –lo que procuro hacer cada vez menos puesto que me produce una especie de urticaria emocional- y compruebo que de todo aquello por lo que luché no quedan más que unas cuantas migajas y un par de milongas, me dan ganas de multiplicarme por cero y desaparecer. Me abruma la película de todo lo que se me ha escapado –me recuerda a la tortura de “La naranja mecánica” con los párpados sujetos con pinzas para no dejar de mirar-, de todo lo que podía haber sido y no fue; qué cansancio vital.

Y es que no queremos “dejar marchar”, no sabemos hacerlo porque nos han inoculado que se puede tener todo en esta vida, que basta con luchar por ello lo suficiente; que las personas, los amores, la salud, las situaciones, las cosas incluso, son bienes duraderos y ese es el motivo por el que nos aferramos a todo ello con absurda desesperación.

Los amores se van porque tienen que ser libres. Los amigos tienen sus propios afanes que no tienen por qué coincidir con los nuestros. Los hijos deben volar y los padres ancianos ser lo menos egoístas posibles; nosotros, en el medio, tendremos que aprender a “dejar marchar” a unos y a otros. Y quedarnos solos porque esa es la premisa bajo la que vinimos a este mundo: “solos nacemos y solos moriremos” y más nos vale ir preparándonos para el último acto de nuestra personal tragicomedia.

Aferrarse trae muchos disgustos y provoca no pocas enfermedades en el espíritu de la persona que luego tienen su repercusión en la salud. La gente sigue muriendo de pena, enfermando de rabia, trastocándose por la pérdida. Igual es que es demasiado difícil actuar de otra manera, igual es que somos mucho más débiles de lo que pretendemos. No sé.

Pero lo que sí sé es que si me agarro con uñas y dientes a cualquier situación, persona o cosa que tiende a desaparecer de mi órbita vital, si no lo dejo marchar, estoy yendo en contra de alguna de esas leyes con nombre raro que mantienen el equilibrio universal y, los errores se pagan.

Despide sin pena a quien decide tomar otro camino diferente al tuyo: al familiar que no te habla, al amigo que te ha bloqueado en el whatsapp, al amante que ya no te llama. Todo tiene un porqué que juega a nuestro favor aunque no se perciba a primera vista. Dejemos marchar para quedar en paz.

Felices los felices.

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Emociones enjauladas

 

Emociones enjauladas

4

Estoy visionando por segunda vez la serie “The Crown”, ese culebrón basado en hechos reales que es todo un compendio de insensateces y despropósitos perpetrados por el bien de una institución que parece no terminar de autofagocitarse, aunque ya sepamos que el tiempo en la Historia no se cuenta por años sino por siglos, década arriba década abajo.

En esta segunda ronda puedo detenerme en los detalles del guion de cada personaje; detalles que imagino exagerados para hacerlos más apetecibles (nada hay que le guste más al ser humano que cotillear y husmear en la vida del  prójimo) Pero si hay algo que me está chirriando desde el minuto uno del capítulo 1 es la capacidad de represión de los sentimientos y emociones de la que hacen gala los protagonistas, muy en su papel de enlace entre su Dios y los pobres humanos.

Son brutales en su actitud hasta la náusea, sobre todo los personajes femeninos que adolecen de una falta de empatía que espanta al más pintado; en algunos momentos rondan la psicopatía por su alejamiento del mundo e indiferencia ante los sentimientos de los demás. (Léase tanto el pueblo llano como sus propios familiares). Pero a lo que voy.

Suele ser bastante habitual confundir emociones con sentimientos por la costumbre de utilizar el lenguaje llamando a dos cosas distintas por el mismo nombre. Pongamos que un sentimiento es una disposición del ánimo y una emoción una alteración del mismo; como tener sentimiento de amor hacia alguien pero experimentar la emoción de la ira si nos hace algo que nos enfada. Los sentimientos pueden ser buenos o malos y las emociones positivas o negativas. A elegir.

Se reprimen los sentimientos por la incapacidad para expresarlos inducida, aprendida o impuesta; como el niño que no quiere jugar en el patio de la escuela porque ha pasado la polio y sus piernas no le responden. Y se reprimen las emociones por lo que todos conocemos como “educación social y heteropatriarcal”. A saber: “Los hombres no lloran”, “No es correcto que una señorita ría a carcajadas”, “Domina tus impulsos”, “Que nadie te vea triste”, “No seas cobarde” o “Te aguantas aunque te dé asco”. Y así se pudren dentro la tristeza y la alegría, la ira y la rabia, el miedo y el asco.

Imagino que las emociones reprimidas son como aguas estancadas, deseosas de encontrar una escapatoria para su cauce. Pero como toda agua estancada, se pudre y como todo lo que se pudre huele mal y ese hedor es difícil de disimular y más difícil aún de soportar, sobre todo para quien lo lleva consigo como parte de su personalidad.

Reprimimos las emociones porque la sociedad nos empuja en ese sentido ya que si no fuera así nos convertiríamos en seres humanos AUTÉNTICOS, en vez de estos personajes enmascarados que ocultan lo que de verdad sienten en su corazón. Y así no hay manera de entenderse; ni siquiera hay manera de amarse. Y pasa lo que pasa, que se llenan los ambulatorios de personas infelices que piden ayuda a alguien con bata blanca que sólo debería estar para arreglar las enfermedades del cuerpo; las del alma son de otra “especialidad”.

Los de la serie sobre la corona británica son el peor ejemplo y a la vez el mejor ejemplo ilustradísimo. No les imitemos, por favor. Por cierto que mueren varios de ellos de cáncer de pulmón y siguen fumando hasta el momento final. Beben como esponjas y se revientan el hígado; para compensarse a sí mismos tratan a los perros y a los caballos con una amorosa delicadeza que descartan para con los humanos que les rodean. Y lo peor de todo: actúan delante de los servidores domésticos como si fueran invisibles o formaran parte del decorado. Hielo por las venas les corre. Y no solamente en la ficción según cuentan.

Reflexiono sobre todo esto y me sonrío pensando en cuándo veremos en este país la serie equivalente con el peculiar toque surrealista-patrio. Yo propongo que les encarguen el guion a Alex de la Iglesia y Almodóvar y que la produzca Telecinco. Así nos distraemos todos y guardamos en el cajón de los trapos viejos los sentimientos encontrados y las emociones que rompen los cauces: el miedo y la ira.

Felices los felices.

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domingo, 13 de diciembre de 2020

¿Me la juego o me quedo en casa?

 

¿Me la juego o me quedo en casa?

6

Estoy acostumbrada a tomar decisiones; la última que alguien tomó por mí, sin tenerme en cuenta, fue a los diecisiete años cuando mis padres decidieron que estudiara lo que ellos creían conveniente en vez de permitirme ir a Pamplona a estudiar lo que yo sabía era mi vocación: periodismo. Juré gritando al cielo que nunca más dejaría mi libertad en manos ajenas. Quien me conoce sabe que ésta sea probablemente la única coherencia que mantengo, siendo el resto de mi vida un cúmulo de contradicciones que mejor no comentar ahora porque no quiero perder la ilación del discurso.

¿Que de qué hablo? ¡Pues de qué va a ser,  si no hay otro tema estas últimas semanas…! De la supuesta, inventada, ficticia y FALSA inmunidad de la Navidad frente a la COVID-19. Hablo de que los diferentes mandamases (propios y ajenos) están perdiendo el sueño a base de decirnos lo uno y su contrario a la vez. Que  no nos juntemos, pero de diez en diez. Que ventilemos mucho, pero mejor cada uno en su casa. Que podemos compartir comilonas con “allegados”, pero sólo si nos caen bien y, sobre todo, que no se nos ocurra abrazarnos ni cantar villancicos.

Un despropósito total y absoluto. Nos tratan como si fuéramos criaturas sin criterio y sin cerebro, aunque igual nos lo tenemos merecido por haberles votado ¿no?

Pero a lo que voy. Mis decisiones las tomo yo, señores “dictadores” (que viene del verbo “dictar”, el BOE o el BOPV, por ejemplo); no hace falta que nadie se tome la molestia de imponerme con quién debo o no compartir langostinos (esto es un tópico, odio a muerte a esos comedores de basura oceánica), que ya lo decido yo solita por la cuenta que me trae.

Así las cosas –y viendo cómo está el percal- he decidido desde la prudencia -aunque con harto dolor de mi corazón-, pasar las navidades tranquila y sola en mi casa; en esta ocasión me puede más la mente que el corazón. Renuncio al viaje previsto a Alemania para llevarle a mi hija en mano el turrón de chocolate que tanto le gusta; renuncio a sumarme al descerebramiento colectivo de hacer como si no pasara nada y contando con que del virus “SE CONTAGIARÁN LOS DEMÁS”. No hace ni dos semanas que ha fallecido el esposo de una querida prima carnal y he tomado buena nota.

Las carreteras van a colapsarse de vehículos con gente yendo y viniendo, jugando a la ruleta rusa con el bichito invisible. Si fueran aviones que arrojaran bombas nadie saldría de su casa, pero como el “material bélico” es invisible nos hemos acostumbrado a ser unos “valientes de salón”.

Me fastidia lo indecible haber tenido que tomar la decisión de renunciar a unos maravillosos días de abrazos reales y risas contagiosas; soy consciente de que comeré o brindaré sola en casa porque los convivientes desaparecieron de mi panorama vital hace muchos años y los “allegados” estarán en su casa con sus propios convivientes. Qué lío, por todos los dioses.

Lo que sí tengo claro es que, sea en Navidad o por Pascua Florida, yo tomo mis propias decisiones en pleno uso de mis facultades físicas y mentales. (Por fórmula legal interpuesta, si hace falta).

Vosotros, ya digo, haced lo que os pete o lo que os digan los hijos y los nietos. O lo que dicte la prudencia y el sentido común. O el miedo, tanto da. Lo verdaderamente importante es poder seguir vivos…aunque nos comamos las uvas solos.

Como bien indica el Dr. Miguel Ruiz en su libro “Los Cuatro Acuerdos”:- Cuarto Acuerdo: Haz siempre lo máximo que puedas”. Y esta máxima que he seguido (casi) fielmente durante muchos años ahora resplandece en su sencillez porque, verdaderamente, con mi decisión estoy haciendo “lo máximo que puedo”, que es cuidar mi salud para que nadie tenga que cargar con mi enfermedad.

Si la decisión que he tomado es la correcta o no únicamente lo sabré a futuro… pero no tengo –nadie tiene- una bola de cristal para anticiparse aunque haya “expertos” que ya estén prediciendo lo que pasará en Enero si nos saltamos la prudencia en Diciembre a la vez que presionan al Gobierno para que permita que cada uno haga (en su caso y en su casa) de su capa un sayo.

A pesar de todo esto…felices los felices.

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jueves, 10 de diciembre de 2020

Familia hoy: Misión Imposible

 

Familia hoy: misión imposible

10

Este escrito me sale de las entretelas en forma de pataleta, de desahogo que me pide el cuerpo porque si no, reviento. La pena es que no voy a contar nada que no se sepa ni voy a aportar soluciones; más que nada porque no me pagan por resolver los problemas que han causado otros, entendiéndose “otros” por las penosas políticas en cuanto a educación y oportunidades con que nos han enfangado los gobiernos de la nación mientras, confiados, nos tomábamos nuestras cañas en el bar.

En mi familia de origen fuimos, (mis padres y abuelos) muy tradicionales. Se quería lo mejor para todos… incluso para los hijos. Mi padre se curró su papel de suministrador de dinero y de las comodidades que exigían mujer y cuatro hijas trabajando pluriempleado durante toda su vida. Se empeñó en que su prole tuviera estudios “para que no tengáis que depender de un marido” –decía, en plan feminista, qué bien lo hiciste, papá-.

Con esos mimbres educacionales la siguiente generación reprodujo el esquema: es decir, hemos trabajado como burras para que nuestros hijos vivan mejor que nosotras y…ahí hemos pinchado en hueso.

No pararía de contar si tuviera que enumerar la cantidad de hijos de los de mi generación que después de haberse preparado convenientemente, han tenido que emigrar, sí, EMIGRAR, como en los años cincuenta a Alemania, buscando las oportunidades que esta nación moderna del siglo XXI no ofrece a los ciudadanos en edad de producir.

Se han tenido que ir lejos, ilusionados y fuertes, sabiendo que dejaban atrás a la familia y amigos pero también sabiendo que si se quedaban,  su frustración no tendría límites. En este país hay muy pocas cosas a las que se les ponga límites, por eso campan libres el latrocinio, la corrupción, la estulticia, la mendacidad y la incompetencia… 

Profesionales todos ellos –nuestros hijos- más que bien preparados, se tuvieron que poner el pasaporte por montera “en busca de la oportunidad perdida” y no van a volver, no quieren volver porque han aprendido que no hay que dar un paso atrás ni para tomar impulso.

Formarán una nueva familia; lo harán, porque la que dejaron atrás ya no sirve más que para alimentar la hoguera de la nostalgia. Si acaso intentarán volver a reunirse en esas fechas en las que se echa en falta las kokotxas de la amatxo o sale a relucir la dosis anual de morriña que exige el calendario y la tradición.

“Mi buena suerte” –como la de tantas madres y padres de mi quinta-, es que mis dos hijas son profesionales entregadas y reconocidas que colaboran en proyectos de gran valor intrínseco: una en labores sociales y la otra en labores culturales. “Mi mala suerte” es que mis hijas no pudieron encontrar en el país que les dio su primer pasaporte las oportunidades necesarias para desarrollarse digna y satisfactoriamente, y allá están ellas, cada una en una punta del mapamundi en la órbita feliz de su sueño alcanzado.

Mil veces hemos hablado de que volverían si aquí se reconociera y apoyara la labor de los profesionales como se reconoce en otros países, pero me temo que yo no lo voy a ver con estos ojos que se comerán los gusanos.

“País de emigrantes, familias desestructuradas”. No me dejan ya ser madre, ni abuela…ni tan siquiera suegra como no sea por video conferencia, con mensajitos por el móvil o a través de las RRSS.

Y pienso si esto acabará algún día para que nuestros hijos, ellos a su vez, no se vean abocados al mismo engaño, a la misma pena de ver cómo sus hijos –los que tengan en el futuro- tengan que alejarse de sus familias buscando un lugar donde poder comer, crecer y vivir con dignidad. Aunque agradezco que hayan podido ir en avión y no hayan tenido que escaparse en patera…

Felices los felices.

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Más libros, menos tonterías

 

Más libros, menos tonterías…

5

De pequeña soñaba con tener una librería para poder leer gratis todos los libros que quisiera. Era un tiempo en el que las bibliotecas no estaban popularizadas como hoy en día y donde abundaban más los textos clásicos o costumbristas que la novela moderna ya que todavía no se había inventado el concepto bestseller (lo más vendido) que, por cierto, no siempre lleva implícita la mínima calidad literaria.

Sé que hay muchas personas que, con buena voluntad, van a un “almacén de libros” y compran para hacer un regalo uno cualquiera de los libros que se ofrecen apilados en pequeñas torres o le preguntan al reponedor de turno qué comprar y acaban regalando un libro al gusto (o desidia) expresado por el empleado o empleada que, lo más probable, no habrá leído el título que recomienda. También están los “exquisitos” que van a una librería “de toda la vida” y tienen la suerte de que les atienda alguien que lee, que entiende de libros.

Ya que parece que seguimos teniendo ganas de gastar dinero haciendo regalos por Navidad…¿Qué mejor que ofrecer un trocito de cultura? Prefiero un buen libro a otra colonia, otros pendientes, más pañoletas… Seguro que no necesitamos otra corbata, un bolso nuevo o cualquier cosa superflua con la que -para colmo- ir haciéndole publicidad gratis a la marca…

Por la parte que me toca, hablo de los libros cuyas historias he hecho mías al leerlos y que me han hecho sentir feliz actriz secundaria de las mismas.

Lecturas livianas: (para pasar un buen rato y quizás hasta para reflexionar otro rato.) 

“La leyenda del ladrón” de Juan Gómez Jurado (2012) El autor de moda que nos regala una novela trepidante y atrapante llena de guiños a la Historia del siglo XVI.                                                                                                        8/10

 “Cicatriz” de Juan Gómez Jurado (2015) Como me gustó la anterior seguí con este autor. Esta novela es negra e intensa, se lee de tirón y estremece de verdad.  Amores por Internet que ocultan algo sórdido.                             7/10

“El mentiroso”de Mikel Santiago (2020) Una novela de suspense, lo que se da en llamar “thriller”, que viene del verbo inglés “to thrill” que quiere decir “estremecer o emocionar”. Es una novela sencilla, ni estremece ni emociona demasiado pero se lee amablemente.                                                              6/10

“Mujeres del alma mía” de Isabel Allende (2020) Un pelotazo editorial con muy poco fuste. Un edulcorado alegato feminista de una señora muy mayor que tiene tanta fama como escritora que publica y vende cualquier cosa que se le ocurra escribir. Tiene pocas páginas, vale caro y no nos enseña nada nuevo a quienes la hemos seguido desde sus orígenes con “La casa de los espíritus”, “Eva Luna” “Mi país inventado” o “Paula”, su gran obra. Se venderá como rosquillas para cumplir con el peaje navideño.                                              6/10

“El emblema del traidor” de Juan Gómez Jurado (2008) Sigo con este autor y va bajando la puntuación… Una historia rocambolesca en la Alemania nazi con personajes muy poco creíbles y débiles.                                          5/10

“Rey blanco” de Juan Gómez Jurado (2020) Un fiasco total y absoluto… y lo veía venir. Escribir a cascoporro y vender a peso novelas que no deberían tener sitio en la literatura. Sin embargo, se venderá como churros también. Lo advierto: aunque lo pongan por las nubes es un lío poco comprensible.     4/10

Lecturas enjundiosas: (que ayudan a incrementar el acervo cultural a la vez que estimulan el intelecto)

“El infinito en un junco” de Irene Vallejo (2019) La “joya de la corona” de mis últimas lecturas. Un libro sobre el origen de los libros. Un caramelo para quienes amamos leer por encima de muchas otras cosas. Imprescindible. Un lujo editado por Siruela.  (Y vale caro)                                                              9/10

“Sapiens” de Yuval Noah Harari (2014) Sigo leyendo con placer desmenuzador este ensayo del gran historiador que narra una “Breve historia de la Humanidad”. Ameno e instructivo, ideal para ponernos en nuestro sitio.  El origen de la Humanidad y los porqués de nuestro comportamiento.     9/10

Harari: El coronavirus puede originar el peor sistema totalitario que haya existido (elconfidencial.com)

 “Apropiación indebida ” de Lena Andersson. (2013) Una novela peligrosa, como el filo de una cuchilla, que muestra el dolor de amar y no ser correspondido y la obsesión subsiguiente. Cruelmente divertida incluso.  9/10

Lena Andersson analiza el amor desde la psicología en “Apropiación indebida” (eldiario.es)

 “Un andar solitario entre la gente” de Antonio Muñoz Molina (2018) Merecedor del premio Médicis 2020, describe en esta novela el imaginario andar errático o metódico de un intelectual no demasiado pretencioso. Con mil referencias literarias interesantes. Son artículos cortos que se pueden leer en cualquier momento dando satisfacción al lector que se aleja de lo meramente superficial.                                                                                       8/10

Antonio Muñoz Molina, Premio Médicis de novela extranjera | Letralia, Tierra de Letras

“La flor” de Mary Karr (2000) Basada en la adolescencia de la escritora en los años 70. Llena de “perlas cultivadas” de un muy buen hacer literario. Absorbente y canalla.                                                                                           8/10

“La cena” de Herman Koch  (2009)  Una novela bien estructurada que llega a ser un tratado sobre la hipocresía, con un lenguaje mordaz y lacerante. Muy aconsejable para verse reflejada la sociedad elitista/progresista.                 8/10

 “Casa de verano con piscina” de Hermann Koch (2011) Inquietante, sorpresiva y contundente como todo lo que escribe este autor holandés. No deja indiferente.                                                                                                       7/10

*La puntuación es fruto de una opinión personal que no tiene más valor que el que uno le quiera dar…

Felices los felices

LaAlquimista

domingo, 6 de diciembre de 2020

Un perro no es un juguete

 

Un perro no es un juguete

6

Mi tiempo feliz compartido con un bichón maltés llamado Elur se truncó cuando mi buen compañero enfermó de gravedad de manera irreversible y acabó dormido en mis brazos gracias a la eutanasia que evita sufrimiento innecesario; ése es uno de los dudosos “privilegios” que tenemos frente a los animales, el de sufrir y sufrir hasta el último suspiro por imperativo legal o moral. Pero éste es otro tema.

No han sido pocas las voces que durante este año pandémico de crujir y rechinar de dientes me han sugerido que me hiciera con otro perro para paliar la soledad –no sé por qué suponen que para mí vivir sola sea un castigo- o para tener una excusa para pasearme tres veces al día por la calle si vuelve el temido confinamiento domiciliario.

Siempre digo que “lo que no es amor, es interés” y en este caso comenzaría la película con un interés puro y duro para, quizás, como en los matrimonios concertados ver surgir el amor con el tiempo, el roce y la buena voluntad. Yo me revuelvo ante esas voces y les digo que un perro no es un juguete, ni mucho menos el sustituto de una persona.

Tanto me indignan quienes utilizan a un animal para fines meramente egoístas (no vamos a hablar ahora de la industria alimentaria, la cinegética o cualquier forma de explotación animal por parte del hombre) como me ponen  los pelos como escarpias aquellos que demuestran más aprecio por un perro o cualquier animal que por un ser humano. Esos que vociferan proclamando que si tuvieran que elegir, lo tienen claro. Bueno, allá ellos y su discurso, no seré yo quien les haga los coros.

Cuando falleció Elur sentí un gran dolor en mi corazón. Nunca me había ocurrido antes, ni siquiera con la partida de mi padre que fue “mi primera muerte” cercana, ni con ninguna otra pérdida del manojo que me ha tocado afrontar con mi ya provecta edad. Igual fue porque mi peluchito de cuatro kilos siempre me miraba con ojos bonitos llenos de amor. Casi nada.

Ahora me resisto a meter en mi vida a un ser vivo únicamente para servirme de él como bastón o apoyo a mis malestares o para tener compañía. Siento en lo más profundo que debe ser algo recíproco, que quien tiene un perro tiene que quererlo tanto como para pensar en su bienestar –que es canis lupus y ancestral- y que no pasa por estar en un piso de ciudad, humanizado y atiborrado de comida de lata. Un perro necesita moverse con su brío natural, correr, saltar, aullar cuando le apetece y revolcarse allá donde le dicte su sabiduría canina.

Veo perros de ciudad como juguetes. Y, también como juguetes en manos de niños caprichosos, perros arrinconados en algún rincón porque sus “amos” ya no tienen ni ganas ni fuerza para darles aquello a lo que tienen completo derecho. Veo perros que no saben lo que es andar sueltos porque viven en un entorno urbanita cuyas leyes lo prohíben; perros con sobrepeso, enfermos, aburridos a los pies de sus dueños, esperando el momento de la siguiente comida o soñando con praderas lujuriosas en cuya hierba revolcarse. Perros a los que les limpian con toallitas cada vez que hacen sus necesidades, a los que les lavan las patitas para que no manchen la alfombra y, esto ya es indignante para mí, a los que se les pone un artilugio al cuello que les da descargas eléctricas cuando ladran.

Así que, para mí en estos momentos, no hay perro que valga. Porque si como seres humanos ya estamos constreñidos y con grandes limitaciones de movimiento no seré yo quien ponga a un peludo en riesgo de padecer ansiedad por no poder darle lo que su naturaleza, con todo su derecho, necesita.

El ser humano está lleno de contradicciones y…en mi casa a calderadas. Quiero decir con esto que amo a los animales, pero no MÁS que a las personas porque, a fin de cuentas, ellos, los animales, aman MÁS a los propios animales que a los seres humanos. ¡Qué terrible soberbia creer que un animal nos quiere a nosotros MÁS que a sí mismo! Si les dieran a elegir entre vivir libres con sus congéneres…ninguno querría ser compañero/juguete/esclavo de un humano. Su instinto les alejaría de nosotros…con toda la natural razón del mundo.

De momento, sigo prefiriendo la compañía de los seres humanos y no pienso sustituirla por la de ningún animal. Cuando podamos volver a estar todos juntos…ya se verá.

Felices los felices.

LaAlquimista

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