miércoles, 31 de diciembre de 2014

Se acabó lo que se daba





Hoy es el último día del año y no puedo hacer como si no fuera conmigo, -más que nada porque me toca poner el primer plato de la cena de esta noche y tampoco es cuestión de dejar a mi familia con hambre. Pero sí es cierto que me gustaría no darle tanta importancia al paso de una hoja a otra del calendario, que preferiría, no sé, hacer como cuando acaba septiembre y empieza octubre, es decir: nada. Pero las costumbres mandan y el ambiente general te arrastra como una avalancha (de champán y langostinos en vez de barro y lodo) y, por lo menos un par de veces al año hay que alegrarse con los demás aunque no entienda bien el porqué.

Es que a mí las Nocheviejas me ponen triste, qué le vamos a hacer. Desde que mi padre falleció un dos de Enero y viví las Navidades más tristes de mi vida, no puedo evitar que las uvas de la suerte me resulten insípidas. No soy de alegrías colectivas, soy algo más reconcentrada, digamos que disfruto más en petit comité. Pero un día es un día y hoy me toca escribir sobre los buenos deseos para el año que va a estrenarse dentro de unas horas y pasar la borragoma sobre el annus horribilis que los inventores de la crisis nos han hecho pasar y que, según apunta maneras el nuevo jefe de todo esto, va a rizar el rizo en los próximos meses y nos va a tratar peor que a los siervos de la gleba en la edad media.



Pero no siempre lo colectivo va parejo con lo personal; ocurre con frecuencia que nuestro pequeño mundo gira en una órbita distinta al sistema planetario mundial y que, mientras el mundo enloquece gracias a la política, nuestro espacio íntimo y personal recobra la cordura, el equilibrio y la paz interior gracias al esfuerzo y al amor.


Esfuerzo y amor. Tesón, algo de disciplina y mucho amor. Son mis ingredientes para una receta casera que alimenta, reconforta y da brillo a la piel. Puede que el mundo se esté volviendo loco, que el ser humano –en su conjunto, en rebaño o manada- camine inexorablemente hacia su perdición espiritual enarbolando como estandarte la ausencia de valores, el despotismo y la crueldad. Puede. Pero eso no significa que en nuestra casa interior tenga que ser así. Nos queda –todavía y siempre- la libertad última, profunda y personal de elegir cómo comportarnos nosotros, de decidir cómo reaccionar nosotros, de escoger unirnos al rebaño o apartarnos al lado del camino, observar, reflexionar y dar media vuelta.



Mientras pienso en todas estas pequeñas tonterías, el calendario marca 31 de Diciembre y esta noche me vestiré con mis mejores galas, no para despedir doce meses de vida ni para saludar a doce meses de esperanza, sino para celebrar que sigo viva y tengo a quien amar.
 
Por todos los que ocupáis un sitio en mi corazón a través del cariño que nos damos en este blog, levantaré mi copa y sentiré que os abrazo.

¡Feliz año nuevo!

LaAlquimista

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martes, 30 de diciembre de 2014

Sin propósitos de Año Nuevo



Ya lo siento; siempre me toca “dar la nota”, pero es que no puedo evitar ser así. Ahora que se acaba el año, anda el personal acordándose de aquello de “año nuevo, vida nueva” y, sacando a airear la conciencia, empiezan a rebuscar unos cuantos propósitos de la enmienda para compensar los “pecadillos” que tan a gusto les han acompañado durante los últimos doce meses. Y hablo en tercera persona del plural porque servidora no tiene la más mínima intención –ni necesidad- de dejar de hacer las cosas que me resultan agradables.


Lista de propósitos más comunes (y que para Semana Santa forman parte del baúl de los recuerdos)

1.- Ponerse a dieta. ¡JA! Pero vamos a ver: ¿acaso no necesitamos la comida rica, abundante, hipercalórica o sabrosa de verdad para mantenernos dentro de nuestra tranquilidad y equilibrio personal y social? Pues eso, menos tonterías y menos sacrificios estériles. Si quieres adelgazar pégate una buena tanda de disgustos y ya verás que efectivo…

2.- Dejar de fumar. Que no, que si fumas porque te gusta y las toses matutinas son aguantables, déjalo estar. Fumar es un placer donde los haya (lo dice una que ha fumado durante más de treinta años) y si algún día se tira el mechero para siempre no será un uno de Enero, faltaría más, con lo necesario que es el tabaco después de cualquier exceso…

3.- Aprender inglés. Pues como que tampoco. Los idiomas se aprenden de pequeños, en el tiempo escolar; a estas alturas de la película es un esfuerzo de titanes ponerse con los libros otra vez –con casi cualquier tipo de estudio- y si no vas a irte a vivir a un país de habla anglosajona mejor no perder el tiempo, el dinero y la paciencia. Que aprendan ellos…

4.- Romper con fulanito (o fulanita).- Aquí ya empezamos a hablar en serio, esto no es asunto baladí y entra en juego la autoestima, la supervivencia (anímica) y muchas cosas importantes más. Cuando de cortar una relación tóxica se trata, no hay que andarse con remilgos ni contemplaciones. (Argumento: no me pongo a dieta, ni dejo de fumar, ni aprenderé inglés, pero lo que es…con “x” no vuelvo a ir ni a la esquina a robar pasteles. ¡Por éstas!)

5.- Ir al gimnasio. Bueno, aburrimiento donde los haya, no adelgazarás ni cincuenta gramos en tres meses. Eso sí, se te pondrán los brazos como barras de hierro (importante para llevar más peso en las bolsas de la compra), las piernas como piedras (eso no sé para qué sirve) y podrás pasárselo por el morro a las amigas que están tan felices sin masoquismos innecesarios… Bueno, vale, es sano hacer ejercicio, pero para eso no hace falta ponerse mallas ni hacer máquinas escuchando una música atronadora que te puede volver loco. Ahí está la naturaleza, el monte, tus piernas y no hace falta más. (Y gratis, que se me olvidaba decirlo)

6.- Hacer el viaje a Egipto. (O a Nueva York, o a las Rías Bajas). Solemos decir: “de este año no pasa” y eso que sabemos que es el viaje de nuestra vida y llevamos SIGLOS soñando con él, pero ya se sabe: que si es muy caro, que si no nos coinciden las vacaciones, que si con quién dejamos al perro, que si no es buen momento para pedir otro crédito…

Y se me ocurren unos cuantos motivos más de propósitos comunes y corrientes que todos hemos formulado algún treinta y uno de Diciembre y que hemos desechado –como tonterías inalcanzables- antes del treinta y uno de enero.

Así que ya hace muchos años que dejé de empeñarme en “misiones imposibles”. Excepto el punto “4”, que me parece vital, el resto lo he ido soslayando sin remordimiento alguno y tan sólo puedo decir que dejé de fumar un mes de julio y que no me pongo retos “sociales” para quedar bien conmigo misma. Ya me gusto lo bastante como soy en estos momentos…


El único propósito para el Año Nuevo es seguir siendo igual de consciente -o un poquito más- que este año que se acaba. Con eso me basta para darme el aprobado como ser humano...

En fin.

LaAlquimista

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lunes, 29 de diciembre de 2014

Fin de año. ¡Limpieza urgente!



 

Este año que va a terminar en su fecha prevista –el 31, como siempre y no según la moda maya- me he propuesto no hacer lista de propósitos; más que nada porque me parece un despropósito total y absoluto ir en contra de mis propios deseos inventándome otros que, en el fondo, sé perfectamente que no van a vivir más que una mariposa de colores: una vida hermosa, efímera y sin sentido. Pero sí que voy a proponer aquí algo mucho más interesante (y práctico, beneficioso y mucho más sencillo y barato) Y ya no juego más con las palabras.

¿Por qué esa manía de querer cambiar nuestra vida cada primero de Enero obligándonos a desechar viejos y amados vicios? ¿Es que necesitamos de verdad aprender inglés, adelgazar cinco kilos, dejar de fumar o hacer méritos para el infarto de miocardio corriendo como locos durante una hora al día?  Todo eso no son más que leyendas urbanas, clichés absurdos con los que llenar huecos en los periódicos, espacios en blanco en la programación de radios y televisiones y sobremesas familiares aburridas.

Yo soy mucho más pragmática y –por supuesto- eficaz. ¡A ver quién me lo niega! Y animo a toda persona que quiera sentirse satisfecha de sí misma introduciendo algún cambio benéfico para celebrar la inauguración del nuevo año a que lleve a cabo una buena limpieza en su propia vida.

Empezaremos por lo más cercano y difícil: la familia. Son como las alfombras de la casa, están para pisarlas y se van ensuciando, pero limpiarlas es arduo y caro y, casi siempre, se deja que la porquería se vaya incrustando en ellas hasta que ya resulta desagradable e insoportable. Aunque cueste mucho, hay que hacerlo, porque están ahí, en mitad del pasillo o del salón, o –peor aún- al pie de la cama y su influencia y poder modifica toda nuestra vida y sobre todo nuestra salud. Algunas relaciones soportarán una buena limpieza; otras habrá que tirarlas literalmente a la basura; hay manchas que no salen con agua caliente y menos si son viejas de años y están incrustadas en el alma. Hay familias/moquetas viejas y familias/parquets relucientes. No confundir nunca.

 

Después nos podemos dedicar a las relaciones de amistad y/o de amor. Ver cuáles son auténticas y cuáles son de mondondanga; es decir, las que nos aportan generosidad, tranquilidad, confianza y sosiego y aquellas otras que nos inquietan, desestabilizan, incordian y molestan. Las cortinas son un buen símil en este caso porque algunas son necesarias y otras tan sólo están de adorno, cogiendo polvo y pretendiendo decorar la estancia cuando en realidad lo único que hacen es recordarnos que alguna vez, en otra época, nos parecieron hermosas y acogedoras y ahora no son más que un trasto que cuelga del techo y que siempre estamos pensando en quitar, porque lo que se dice limpiar es casi imposible. Inclúyase en este apartado “lo que puedo haber sido y no fue” y, sobre todo, lo que fue y ya no es. Que los Juzgados abren el dos de Enero…

 

El tercer paso a seguir, en este frenesí liberador de porquería acumulada durante el año que termina, (o desde lustros atrás) habría que incluir el entorno laboral, profesional o de compañeros de estudios o de deportes. Ese grupo heterogéneo donde anidan los colegas y los conocidos “en general”. Ahí es mucho más difícil limpiar (cribar) porque siempre tendremos miedo a “quedar mal” o a desprendernos de alguna relación interesada. ¡Que no haya temor, aunque pensemos que se nos va a ir la mano! ¡A por ellos! Son muebles que hay que mover de su sitio y limpiar debajo, detrás, en los recovecos, donde anidan polillas, larvas, porquería inclasificable, pero porquería al fin y al cabo.

Son esas relaciones “de compromiso” que se mantienen por si acaso, o porque sí, sin sustancia, ni cariño, ni mucho menos amor alguno. Al jefe se le mira desde lejos –por ver de dónde vendrá el golpe o el ERE-, pero no se le ríen las gracias; al colega insoportable, felón y envidioso, ni agua y mucho menos pagarle ni un café de la máquina. A la compañera que nos consta nos pone a parir por detrás, se acabó el preguntarle por la salud de su madre ingresada en el hospital. Al vecino que saca la basura a nuestra puerta porque huele mal en su casa, nada de sonrisas de circunstancias por aquello de la buena vecindad; al camarero del bar que siempre nos atiende de morros, lavárselos también. Limpieza total y absoluta con plumero, trapos, fregona, aspirador y mucho brío. Cansado será, pero los resultados espectaculares.

 

He dejado para el final el ejercicio de limpieza más importante: el interior. Una vez desembarazada nuestra vida de “polvos y lodos” ajenos, en un entorno limpio, sin energías negativas y en la paz necesaria para el trabajo a acometer, nos miraremos al interior y procederemos al último paso de la limpieza fin de año. Cada uno sabrá qué debe limpiar de su corazón, pero lo más habitual suelen ser: rencores viejos, rabias contenidas y reproches sin digerir. Esta basura espiritual no puede ser volcada sobre ninguna otra persona ni depositada en ningún contenedor. Es un trabajo personal duro y doloroso que exige condiciones especiales para ser llevado a cabo. Quizás en el silencio de la casa recién limpia, quizás en un entorno de la naturaleza donde nos sintamos en paz, quizás en un templo que sea sagrado para nosotros y donde podamos vaciarnos…

Limpieza general fin de año. Y …!Que aprendan español los ingleses!

En fin.

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domingo, 28 de diciembre de 2014

Para aquellos que odian la Navidad


Estos últimos días he escuchado en boca de no pocas personas una frase que me sigue chirriando por dentro: “odio la Navidad”. O referirse a esta época adjetivándola con un deje agrio, “las p…. navidades” y lindezas por el estilo. Entiendo perfectamente –y siento empatía - con las personas que echan en falta a sus seres queridos que ya no están con ellos; la muerte sigue siendo suficiente excusa para casi todo en esta vida. También puedo entender que las ganas de celebración se vayan por el desagüe si el paro llama a la puerta o la enfermedad se agazapa detrás del resultado de unos análisis o nos mira desde la cama de un hospital.


Por eso, cuando escucho -¿alguien no lo ha escuchado?- ese “odio la Navidad”- tengo que preguntar el porqué para no hacerme una idea equivocada de la situación de quien así se expresa. Las respuestas abarcan parecido abanico de grises y negros con algunos destellos verdes fosforitos, pero casi siempre giran en torno a la obligación de tener que juntarse con personas de la familia con las que no se tiene apenas trato el resto del año. Unas fechas de obligado compromiso al que es difícil sustraerse so pena de enfadar, molestar o entristecer a quienes organizan el evento en su mesa.

Otra idea muy extendida es la de desear que el calendario pegue un salto desde el veintitrés de Diciembre hasta el siete de Enero, así, por arte de birlibirloque, soltarle una dentellada al tiempo y poder seguir con la vida rutinaria, tranquila, sin sobresaltos ni amarguras, sin broncas ni incomodidades, sin digestiones pesadas ni rencores regurgitados por mor del exceso de alcohol (de poca calidad, casi siempre).
 

Bueno, pues yo no lo veo tan difícil, de verdad, -les digo a mis interlocutores-, ¿acaso no somos seres humanos libres y dueños de nuestros actos? ¿Qué importancia tiene si en vez de acudir a festejos que nos incomodan nos quedamos tranquilamente en nuestra casa sin despreciar a nadie y explicando que preferimos hacerlo así? ¿Por qué hay que considerar “raritos” a quienes no participan del jolgorio común por razones –claras u oscuras, pero suyas- que a nadie sino a ellos mismos competen?

Yo no celebro el día de Navidad ni el de Año Nuevo desde hace muchísimos años y nadie me odia por ello ni me ha salido un salpullido. Me quedo tranquilamente en mi casa –o donde se tercie- como un día festivo más. Me como mis verduritas -para compensar los excesos de la víspera- y aprovecho para tomar el aire mientras la gente va con paquetes o con ojeras a empapuzarse de comida otra vez. Pero no lanzo un mensaje negativo sobre unas fiestas, unos días que son muy importantes para muchísimas personas que los sienten en el fondo de su corazón como una época de unión, amor, paz y turrón del duro y del blando.
También me planteo si quienes “odian” estas fechas no están odiando “por fiesta interpuesta” su propia soledad, la lejanía que han propiciado de quienes una vez les amaron, el reconcomio de no querer a nadie lo suficiente o, simplemente, la profunda tristeza que anida en sus corazones por no ser ni siquiera un poco felices.  Esas personas puede que odien la Navidad porque constaten más que nunca su propia realidad y al no aceptarla se revuelvan contra la alegría de los demás. Muy humano también.

En fin.

LaAlquimista
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viernes, 26 de diciembre de 2014

Sin lágrimas, aunque no vuelvas a casa por Navidad

 

No he querido mirar en Google cuánta distancia hay de tu ciudad a la mía. Aunque sé que son muchas horas de avión, no quiero pensar lo lejos que te despiertas cada mañana porque eso no me hace bien. Así que, buscando bálsamo para la lejanía de tus abrazos, desplazo cualquier pensamiento ausente de luz unos centímetros más abajo, quince o veinte para ser exactos, y sitúo todo lo relacionado contigo a la altura de mi corazón. Ahí te puedo sentir sin un océano que nos separe ni siete horas de diferencia.

Desde mi corazón descarto la nostalgia que me produce el recuerdo de tu ausencia porque es sólo alegría lo que me embarga de saber que estás bien, feliz, disfrutando de la vida. Desde mi corazón aparto las lágrimas que pugnan por salir cuando te veo nítidamente a mi lado, sonriendo con tu sonrisa inmensa y clara. La mente queda en la habitación de atrás, no la necesito ahora porque es más importante sentir que saber.

Estas fechas clavan dardos. Pesan quintales en el calendario y todos me preguntan por ti, con lo que el peso no se aligera precisamente. Y yo no sé explicarles que no tengo nostalgia, que no te echo en falta aunque sea Navidad y no vuelvas a casa, porque de “tu casa” nunca te has ido, o por lo menos yo no lo he sentido así.

¿Por qué sentirte lejos en fecha determinada? ¿Qué mecanismo mental se activa para producir dolor en los finales de un calendario? ¿Acaso no sé –no sabemos- que nuestro amor está ahí siempre, contra el viento de las fechas y la marea de lo cotidiano?

¡Mira que soy egoísta que tan sólo parece que soy yo la que se pone nostálgica! ¡Qué desliz no considerar que tú también nos vas a echar de menos, tú, que eres quien se fue tan lejos, con las alas de la vida por vivir…! Ahora me doy cuenta de que no puedo llorar para no contagiarte, ahora me doy cuenta de que no debo echarte de menos más allá del primer brindis que hagamos por ti, que quiero transmitirte alegría, fuerza, todo el amor y tanta luz como sea posible a través del maravilloso y mágico cordón de plata que nos ha unido ya para siempre…

¿Para qué ibas a volver a casa por Navidad si de tu hogar vital nunca te has ido? Brindaremos por ti con todo el amor del mundo, y contigo a nuestro lado. Siempre, hija mía.

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miércoles, 24 de diciembre de 2014

¿Quién cocina esta Navidad?


  

Aprendí a cocinar por amor, ya que no por necesidad, y descubrí que –también en la cocina- es una de las mejores motivaciones para que salgan bien las cosas, así que lo que me entrego en la cocina lo hago con buena disposición y deseo de llegar a ese punto interior de la persona donde se funde el placer con el cariño. Es un lugar de tan difícil localización como el punto “G”, pero juro que existe porque lo he visto asomar a los ojos de quien estaba degustando mi plato estrella: las kokotxas en salsa verde.

Esta noche vuelve a tocar…así que os lo comparto por si os apetece hacer la prueba.

Lo más importante en la cocina no es únicamente los ingredientes y las herramientas –que también- sino una disposición de ánimo lúdico/festiva/jacarandosa. Es decir; que te apetezca meterte entre fogones como cuando te apetece hacer el amor. Nada de “hoy toca” o “no queda otro remedio”. Para chapuzas se compra algo precocinado y se va tirando. Nos entendemos ¿verdad?

 

La cocina es el corazón de la cosa y como éste puede ser grande o pequeña, funcional o estrambótica, apañada o de diseño, tanto da mientras sea un lugar donde te sientas cómoda y a gusto. (Por cierto que escribo en femenino porque soy mujer y mujer/cocinera; que cada cual traduzca al sexo que le convenga más. Gracias.) Pues decía que hay que sentirse a gusto en la cocina como en la propia piel.

 

La música me inspira y acompaña en todo tipo de placeres así que tengo mi cd personal para que me ligue la salsa y no se me quemen los ajos: un potpurrí de música de los 80 con mucha marcha, tipo James Brown & family que me regaló una amiga que sabe mucho más que yo de estas cosas.

 
Herramientas:

-         Una copa de buen vino como combustible para la cocinera.

-         El delantal con bolsillo para el trapo y el pañuelo (yo siempre lagrimeo ante los fogones).

-         Una cazuela de barro.

-         Una paleta de madera

-         Dos guantes para agarrar en caliente.

-         Luz directa sobre el fogón.

-         Calzado adecuado (nada de zapatillas de felpa)

-         Buena compañía.

Ingredientes:

-         Las kokotxas (mejor frescas, vale la pena el gasto) y de merluza, claro está.

-         Aceite de oliva del mejor del mundo

-         Un par de dientes de ajo

-         Unas rodajitas de guindilla

-         Una rama de perejil

-         Nada más

 

La gracia de las kokotxas es saber darle el punto justo de meneíllo y es por eso que he puesto lo del calzado adecuado, porque en un momento dado, hay que agarrar la cazuela con ambas manos, separar las piernas y empezar con el movimiento circular –incluyendo brazos y caderas- que hará que la salsa se ligue de forma espectacular.

También es importante que haya alguien pululando alrededor; nada de “dejadme sola” y mucho menos eso de “no soporto a nadie al lado mientras cocino”. Cocinar es un placer y como tal debe ser compartido. El “alguien” puede ser a gusto del consumidor o según las circunstancias, puesto que servirá de pinche, bien para rellenar la copa de combustible, como para dar un beso fugaz –o de tornillo- a la cocinera, alentándola en su feliz tarea. Más demostraciones efusivas que conlleven el “levantamiento de hormonas” son bienvenidas, pero siempre DESPUÉS de cenar, porque las kokotxas son un plato que se hace al momento –o casi- y no se pueden dejar fuera de la vista y mucho menos (horror de los horrores) calentarlas luego en el microondas.

Ya sabéis que se pone el aceite a calentar con los ajos cortaditos en finas obleas y la guindilla y que cuando “empiecen a bailar”

 –sin perder el color blanco-  se retira la cazuela del fuego con el aceite caliente, se ponen las kokotxas UNA A UNA con la piel hacia arriba y se vuelve a poner al fuego durante unos minutillos a la vez que añadimos el perejil picadito. Esto es importante para que todas las kokotxas se cocinen por igual, para lo que usaremos la paleta de madera, para que no se amontonen.

Entonces se saca la cazuela del fuego y se deja reposar para que vaya perdiendo temperatura –no más de diez minutos. Esto es muy importante porque ahí está el truco para que la salsa ligue bien y se aproveche la gelatina de las kokotxas a las que jamás de los jamases se les añadirá harina o espesante alguno.

Este tiempo de reposo también sirve para que la cocinera se sienta satisfecha del aspecto que va tomando la cosa y comparta su alegría con la compañía con un: “mira, mira qué buen aspecto va tomando esto” o “¿te acuerdas de Jessica Lange y Jack Nicholson …?”, que diez minutos dan para mucho, pero eso sí, sin perder de vista la cazuela, que los despistes se pagan caros.

 

Llega el momento de ligar la salsa, para lo que colocamos la cazuela en una superficie lisa, nos ponemos en posición frontal –a la cazuela-, abrimos las piernas (sí, es necesario absolutamente, y los chistes son bienvenidos) y agarrando la cazuela con ambas manos enguantadas hacer movimientos en círculos contemplando la transformación que ocurre en su interior. Movimientos constantes y certeros. (Esto va en serio, lo juro). El aceite se ha convertido en una maravillosa gelatina de color entre hierba segada y trigo a punto de ser cortado. Ya nos entendemos.

Este plato puede parecer que es de color verde, pero os aseguro que si lo hacéis bien, acabará la cena con un contundente color rosa. Bon appetit!

En fin.

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Navidades sin paga extra (II)




Si tienes más de cincuenta años, las Navidades no significarán para ti lo mismo que para las nuevas hornadas. Donde ahora no hay más que consumo y más consumo, antes había la magia extraordinaria de un misterio que todavía no habíamos sido capaces de resolver y creíamos a pies juntillas toda la historia que rodeaba el “belén”. Pero éramos felices –más o menos- y un trozo de turrón nos sabía a paraíso terrenal y los reyes venían montados en camellos y escribíamos nuestra carta con toda la fe del mundo. A dónde fue a parar la inocencia no es cosa de analizar ahora –aunque más o menos sabemos hacia qué vertedero se fue- sino cómo pasar unas buenas navidades “al uso” sin paga extra que llevarnos al bolsillo.

Por supuesto que no es lo mismo si hay niños en nuestro radio de acción o no los hay, y habiéndolos si son tele-adictos-consumidores y van apuntando en una libretita todo lo que han visto anunciado y “culito veo, culito quiero”. Cada uno en su casa tendrá que recolectar lo que haya sembrado y los que sentaron a tiernos infantes delante de la caja tonta (para que les dejaran un ratito –de dos o tres horas- en paz) tendrán que apechugar ahora con las consecuencias; pero quienes mantengan más o menos limpio de “contaminación ambiental” su pequeño niño interior todavía podrán disfrutar del ambiente festivo de las fechas con un poco de genuina ilusión en la punta de los dedos.

Hablemos las cosas de antemano con los adultos que tengamos alrededor (y que tendrán iguales o parecidos problemas) y decidamos si queremos gastar estúpidamente (el problema no es cuánto gastar sino QUÉ COMPRAR) en otra colonia, otro foulard, otros pendientes, otra corbata, más accesorios que no sabemos dónde meter, más complementos absurdos y repetidos, sólo por darnos el gusto de abrir paquetes y rasgar papeles o si, por el contrario, prescindiríamos muy a gusto del gasto superfluo y no nos atrevemos a plantearlo.

Hablémoslo. ¿Nos hacemos regalos este año los adultos? ¿Sí? Pues establezcamos un límite dinerario; por ejemplo, todo lo que se pueda comprar por… ¿15€? ¿Tontería? Noooo… hagamos varios lindos paquetitos con pequeñas fruslerías y disfrutemos con la sorpresa. (*)

¿No? ¿No queremos hacernos regalos y romper el círculo vicioso de toda una vida? Pues tan felices y tan campantes.

O hagamos una lista de lo que REALMENTE “necesitamos”. Si me preguntan diré que “necesito”: libros (los que todavía no están en la biblioteca y me urge leer; o los que me place conservar en casa para disfrutarlos durante años –los de arte y viajes.

Pero ojo, no confundirse. Hay muchísimas personas que, no solamente tienen placer inmenso en intercambiar regalos sino que sus economías se lo permiten sin esfuerzo aparente. A ellos, vía libre por el carril de adelantamiento.

Los otros, (ese 99% del que formo parte), ese grupo inmenso que nos quejamos del excesivo consumismo y desenfrenado afán de gastar dinero, tenemos la oportunidad maravillosa de recapacitar, de elegir el camino correcto para nuestra tranquilidad interior y usar la coherencia sin freno alguno. Es decir: gastar única y exclusivamente lo que queramos, sin sentirnos ni coaccionados por la inercia del entorno ni por unas costumbres que nosotros mismos denigramos.

Si sabes dibujar, hazme un esbozo de mis ojos cuando están alegres, si juntas las palabras con amor, escríbeme tus sentires para que sea un poco más feliz. Cántame o susúrrame tu deseo; llévame a bailar o a pasear por el bosque, cocina para mí tu cariño con algo dulce o salado, dame mil abrazos sin papel de regalo, háblame de ti y de tus sueños, invéntame fantasías para cuando vuelva la luna llena, dime que me quieres aunque no sea festivo, mírame a los ojos en silencio…todos esos regalos sé apreciar yo.

Y a los niños, a esos niños que “ya tienen de todo” y que hemos malcriado estúpidamente para arrepentirnos durante toda una vida, no les compremos más cosas, más juguetes, más artículos de consumo. Aprovechemos para explicarles la diferencia que existe entre tener y poseer, entre codiciar y soñar, entre lo superfluo y lo importante. Aún estamos a tiempo de regalar cosas hermosas y sencillas que no funcionen a pilas ni se enchufen a ninguna red; aún estamos a tiempo de pergeñar sueños y fantasías con un libro en las rodillas y un brazo sobre los hombros. Juguemos con ellos en vez de dejarlos solos con sus juguetes. Ahora que tenemos más de cincuenta años y se nos acercan de nuevo los niños, démosles historias y cuentos, tiempo cálido y cariñoso, compañía acogedora, paseos de la mano… y les enseñaremos a querernos…sin gastar dinero tontamente.

Felices fiestas de Navidad para los cristianos. El resto, somos advenedizos aprovechados…

En fin.

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martes, 23 de diciembre de 2014

Navidades sin Paga Extra (I)




Dentro de las condiciones en las que firmé mi prejubilación, hace cinco años, cinco meses y diecinueve días, en letra tan pequeña que ni siquiera se leía, figuraba la de la supresión de las pagas extraordinarias ad infinitum, es decir, que me fui a casa con doce mensualidades mondas y lirondas. Para ser coherente, no me puedo quejar puesto que yo lo de “la paga del 18 de Julio” y “la paga de Navidad” lo llevaba muy mal; no por el dinero en sí sino por la denominación del emolumento eventual, pero bueno.


El caso es que mis gastos extras tienen que ir solapados con la nómina del mes de Julio y Diciembre y si bien al principio pensé que no podría ir de vacaciones en verano o comprar turrón por Navidad he descubierto (más bien he aprendido) a sortear el consumismo propio de ambas fechas. Parto de la base de que me encanta la buena mesa y saco placer total y absoluto en el intercambio de regalos, así que no es tema baladí ni esfuerzo baldío el que acometo dos veces al año, en fechas pre-establecidas por la sociedad en la que vivo.

Para empezar, aprendo a tomar mis decisiones evitando dejarme influenciar por los mercachifles que quieren venderme vino gasificado como “reserva vintage de la familia” y de quienes quieren hacer explotar mi hígado ingiriendo los hígados ya reventados de diversas aves de corral. Huyo del azúcar en todas sus formas en cualquier época del año, así que no caigo en la tentación de llenar mi mesa de dulces –que luego siguen dando vueltas por la alacena de casa hasta el mes de Marzo.

¿Para qué atiborrarme de comida si me voy a arrepentir de ello al día siguiente y durante los siguientes meses del calendario? ¿Qué necesidad tengo de competir –con quien sea que compitamos- poniendo en mi mesa MÁS COMIDA que los demás? Porque en este país no prima la calidad, sino la CANTIDAD. Que haya mucho, mejor que sobre que no que falte, que no se diga, a ver qué van a pensar… y luego, como roedores insatisfechos, comiendo sobras durante toda la semana.

Todos nos quejamos, pero todos lo hacemos. Empalmamos cenas con comidas con manifiesto malestar, como masoquistas compulsivos necesitados de terapia urgente; o peor aún, como bulímicos disfrazados de gargantúas. Organizamos reuniones ALREDEDOR DE LA COMIDA, en vez de hacerlo ALREDEDOR DE LAS PERSONAS. Porque si lo verdaderamente importante fuera estar con quienes bien nos quieren y con quienes bien queremos, basta y sobra con un aperitivo discreto, primero, segundo y postre. Me consta.

Así que como no tengo paga de Navidad para hacer el tonto –como hice durante mi viaje laboral- la reunión con mis seres queridos es precisamente eso: unas horas amorosas en las que estamos juntos los que seguimos poniendo el corazón encima de la mesa sin necesidad de suplir la falta de cariño con salmón ahumado de Noruega, foie fresco de Las Landas, ostras de Arcachon, angulas de Aguinaga, besugo del Cantábrico y el turrón más caro del mundo. (*)

Ahora, porque quiero y porque soy consciente de cuál es mi auténtica realidad, ahora, porque sólo siento a mi mesa a las personas a las que amo y que me aman a mí, ahora que no participo ya en ningún “sarao” en el que se pueda colar la hipocresía ni los rencores, ahora mi menú es tan sencillo, tan barato y tan lleno de cariño que a todos nos sabe a gloria bendita.

Con alguna variante, sería como sigue: aperitivo de croquetitas de la abuela rellenas de setas y espárragos rebozados en salsa de puerros. Sopa de pescado con mediana del Cantábrico, almejas de Galicia y gambas del Mediterráneo. Como plato fuerte kokotxas de merluza (congeladas en alta mar a la altura de Argentina) y para quien tenga más hambre un lomo de merluza con salsa de huevo y limón. De postre magnífica compota templadita y el que quiera turrón que lo diga de antemano o calle para siempre. Para beber un vino denso de la zona que más nos guste y si hacen falta burbujas serán las que no se anuncian en televisión. Precio por persona de lo antedicho: 15€ (Doy fe de la calidad y realidad de lo expuesto) Digestivo para el estómago y digerible para el bolsillo.

Porque lo que importa es la calidad de lo que se pone en la mesa y la calidad de las personas que se sientan alrededor de ella. Sea cual sea la época del año y diga lo que diga el calendario.

En fin.

(*) Menú de antiguas nochebuenas que no fueron más felices.

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domingo, 21 de diciembre de 2014

"No tengo tiempo para nada"



 

Es ésta una frase que cada vez escucho con mayor frecuencia y que cada vez me chirría más fuerte. Es una frase “comodín” que se guarda en la manga emocional para cuando alguien quiere escaquearse de un plan, evento o situación que no le es cómodo abordar. Entonces se comienza a desgranar el rosario interminable de cuanta labor, tarea, obligación o faena hay que llevar a cabo que  impide hacer esa otra cosa que tú has propuesto.

-¿Nos vamos el sábado de excursión por ahí?

 -Imposible, tengo que acompañar a mi suegra a la depiladora.
 

-¿Quieres que demos un paseo al caer la tarde por el borde del mar?

 -Uy, qué más quisiera, tengo que hacer la compra y cocinar…

Y a fuerza de excusas, cuando por fin caes en la cuenta de que siempre tienen algo importantísimo que hacer y se lo haces ver, llega la frase lapidaria: “Es que no tengo tiempo para nada…”

Y resulta que es verdad, que no es nada personal para con una misma, que no les sobra ni un minuto libre al cabo del día entre madrugar, preparar las cosas e ir al trabajo. Trabajar y volver a casa. Trabajar y hacer la compra y cocinar. Trabajar e ir a clase de cualquier cosa. Trabajar e ir al gimnasio, a pilates, a yoga o a la academia de baile. Y los niños. Y el marido. Eso sin contar con los que no hacen nada más que trabajar y acaban tan reventados que de lo único que tienen ganas es de meterse en su casa y no salir hasta que comienza la noria esclavizante del día siguiente. Meterse en su casa para “descansar” y recobrar fuerzas físicas o de las otras, que tampoco deben faltar.

Tristemente, el poco tiempo libre que queda entre un campanazo del despertador y el siguiente, suele ser invertido en la captación por vía intravenosa de basura televisiva. Quizás haya un libro cien veces empezado y que morirá sin desvelar su secreto. El cansancio lo invade todo y, ya en la cama, con o sin compañía de otros, el cuerpo pedirá cuartelillo y no se permitirá mayor solaz que el de rendirse ante el enemigo que le hostiga desde dentro.

Lo veo alrededor y me lo cuentan; observo y tomo nota de que las personas que así viven no son precisamente personas jóvenes sino personas en “la edad madura”. Porque los jóvenes, aunque tengan un “orden del día” exhaustivo, siempre sacan fuerzas anímicas para hacer unas risas con los amigos, compartir durante un rato y relacionarse entre ellos aunque eso les suponga menos horas de sueño y más de cansancio, y practican el sano ejercicio de “sarna con gusto no pica, aunque mortifica”.

Pero los adultos...que llevan sobre sus hombros el madero crucificante con el que cargan desde que se hicieron responsables, esos ya no tenemos tiempo para nada…porque estamos convencidos  de que “hay que” demasiadas cosas y se acaba viviendo como si no hubiera derecho a tener tiempo libre, tiempo individual, tiempo único e intransferible en el que desprenderse de tanta situación estresante.

Indefectiblemente, llega el momento de la jubilación y entonces aparece de repente todo el tiempo del mundo para no saber qué hacer con él por falta de costumbre y entrenamiento.

Cada vez que vuelvo a escuchar ese fatídico “no tengo tiempo para nada” me sale desde muy adentro un suspiro de pena por la persona que me dice esas palabras y se las cree. Porque lo más habitual suele ser –en realidad- que de lo que no tiene tiempo es de vivir…

En fin.

LaAlquimista

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viernes, 19 de diciembre de 2014

La oportunidad llama, dale le bienvenida


 
Crecí oyendo repetitivamente que las oportunidades hay que salir a buscarlas, que si las cosas no vienen a ti, tú puedes ir detrás de ellas y me contaron algo sobre Mahoma y una montaña. El caso es que, mirando hacia atrás con calma y tiempo y sonrisa mefistofélica, me doy cuenta de que todo aquello tras lo que yo he corrido desesperadamente ha acabado como el rosario de la aurora. Vamos, casi un desastre total y absoluto. A todos los niveles, incluso a nivel del mar.

Me vanagloriaba –ya no- de tener “las cosas muy claras”, de saber qué me convenía, de cuál era mi camino y mi destino. Síntoma indiscutible de esa enfermedad que se cura con la edad y que se llama juventud… Porque siempre supe lo que quería hacer y pocos consejos escuché; es decir, fui responsable única e indiscutible del camino elegido y a nadie puedo reprochar el haberme equivocado tantas veces cuando iba detrás de las oportunidades.

Qué curioso; han pasado los años –un montón- y ahora que me importan un ardite, son ellas, las oportunidades, las que llaman a mi puerta. Vienen a buscarme de diversas formas sutiles e insospechadas. Entran por la bandeja del correo electrónico o se sientan a mi lado en una terracita a la sombra. Surgen de un encontronazo en una galería de arte –absorta en la contemplación de la vida, a veces una se tropieza con el prójimo- o se acomodan a tu lado en el avión que te lleva de vuelta a casa.

Es tan manifiesto que están ahí, que andan buscándome ellas a mí, que no puedo hacer otra cosa que tomarlas en consideración. Una amiga que te propone un viaje al silencio; un compañero que quiere que participes con él en una aventura lúdico-empresarial. Una llamada para ver si me animo a escribir unas cosillas en francés sobre la gente mayor de cincuenta años; incluso la oferta de comprar un apartamento “a precio regalado” porque los bancos andan liquidando lo que han embargado al vecino de al lado.

La oportunidad está ahí y ya no hace falta salir a buscarla. A todos nos llega, pero no siempre le hacemos caso; es más, son como esos personajes que llaman a nuestra puerta los domingos por la mañana intentando hacer proselitismo de su secta bienamada y se la cerramos en las narices, sin querer escuchar, sin darles la mínima posibilidad de expresarse. ¿Quién sabe lo que se puede ocultar detrás de una fachada aparentemente negativa?

Ahora que ya mis metas están más que superadas (quiero decir que las he dejado atrás por falta de interés), ahora que mi futuro lo he reducido a las próximas tres horas, ahora que no debo nada a nadie (sic), me puedo permitir algún que otro lujo que antes era impensable para mí.

Porque todo se mueve y nada es inmutable, porque ya lo sabemos pero hacemos oídos sordos, porque citamos a Heráclito para darnos “pisto”, pero a la hora de la verdad, queremos seguir anclados firmemente en nuestros ladrillos, en nuestras ideas, en nuestra paupérrima comodidad.

La oportunidad llama…!dale la bienvenida!

En fin.

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jueves, 18 de diciembre de 2014

Pobreza espiritual


 

La palabra “pobreza” está desde siempre en el diccionario; pero la hemos utilizado –demasiadas veces- aplicada al prójimo más bien lejano, ya sea en el tiempo o en la geografía. Sin embargo, se está convirtiendo en un vocablo de indeseada, rabiosa y cercana actualidad. Los “pobres” ya no son de otro país ni viven lejos de nosotros; ahora están aquí mismo, en la puerta de al lado o incluso en nuestra propia casa.

Sorprende que políticos y medios de comunicación hablen con naturalidad de ese estado en el que, por lo menos desde hace bastantes años, todos hubiéramos jurado que nunca más íbamos a caer. Pero la vida da muchas vueltas y el círculo se va cerrando y si pobres fuimos alguna vez, pobres volveremos a ser dentro de poco.

Analizar los motivos del cambio de situación, del retroceso o involución, ya lo han hecho los demás ad nauseam; así que a mí no me queda más que hacer mi pequeña reflexión sobre la pobreza que nos invade.

Si alguna vez fuimos ricos en valores, si alguna vez utilizamos nuestra fuerza en intentar construir un mundo mejor que el que teníamos, si alguna vez fuimos capaces de luchar para que volviera a reinar en el mundo la equidad, la honestidad, la solidaridad y la justicia, o hemos perdido la memoria o hemos perdido el interés.

Y nos hemos vuelto pobres de espíritu, decepcionados del mundo y de nosotros mismos, carentes del más mínimo interés en volver a ser lo que alguna vez fuimos –los que lo fuimos-, tan sólo interesados en no perder el norte económico, hablando de un bienestar que se cifra en números en la cuenta y dinero en el bolsillo, temerosos de que nos quiten el colchón sobre el que tan “ricamente” hemos estado durmiendo durante varias décadas.

Así es como nos hemos vuelto pobres espirituales, que es una pobreza tan lacerante para una sociedad acomodada como la pobreza material para quien la padece. Todo el mundo habla ahora de dinero, de prestaciones, de lo que ha perdido o de lo que teme perder, permutando lo que otrora hubo dentro de su corazón por lo que ahora hay en su bolsillo.

Es pobreza espiritual la que padecemos actualmente; una carencia de valores humanos, morales, éticos y espirituales que nos están abocando a una involución en nuestra condición y esencia de personas-humanas.

Es la pobreza espiritual la que nos está cercando, de forma sibilina, escondida detrás de esas otras carencias –las materiales- que dejamos que nos pesen como piedras en vez de utilizarlas para crecer como personas. Sí, ya sé que es muy fácil hablar de “valores” cuando se llega decentemente a fin de mes sin tener que pedir nada a nadie; sí ya sé que es muy cómodo echar discursitos sobre espiritualidad y zarandajas varias cuando no hay preocupación en la vida por el día a día personal y el de mis hijas, pero no obstante es preciso hacerlo. Es necesario encontrar un pequeño huequecillo para pararse, silenciar el bullicio mental y darse cuenta de que, como sigamos así, acabaremos siendo aquellos famosos “pobres de espíritu” de las bienaventuranzas.

Igual es que tenemos que volver a nuestros “gurus” de antaño: a Juan Salvador Gaviota, al Principito, Siddartha, Ghandi, a la Madre Teresa o a Amma, la hermosa hindú que inunda su vida –y al mundo- de abrazos. Igual es que tenemos que dejar de ser tan materialistas y regalarnos en lo que tenemos en nuestro corazón. Hoy lunes, es un día tan bueno como cualquier otro para pararnos a reflexionar sobre nuestra auténtica “pobreza”.

En fin.

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martes, 16 de diciembre de 2014

Nuestro cuerpo, ese desconocido



 

Estoy leyendo, una vez más, a francés Daniel Pennac. Es un escritor que me gusta por lo irreverente de sus personajes (Familia Malaussène) y lo indecente de sus formas. Esta vez he elegido “Diario de un cuerpo” que es, con bastante exactitud, fiel al título.

Nuestro cuerpo, ese gran desconocido. Desde que comenzamos a explorarlo instintivamente siendo bebés, hasta las espeleologías exhaustivas de la pre-adolescencia, para llegar a una juventud en la que dejó de interesarnos su funcionamiento para instalarnos en su simple adoración. De ahí se pega un triple salto mortal hasta que comienzan las miserias de las primeras “goteras” y se instala en la decadencia. Es entonces cuando el ser humano se hace especialista en sus propias enfermedades.

Pennac habla de lo que no habla nadie porque es de mala educación; de secreciones líquidas y de las otras, de espasmos estomacales, de irreverencias intestinales, de conciertos para trompa y fagot. Es decir, se vuelve “vulgar” hablando de sí mismo, de ti, de mí, de todos. Se desnuda de eufemismos y habla de los mocos que son compañeros de tantos momentos inefables del ser humano: en las tardes de lectura, en las esperas en los semáforos…alimento incluso de “gourmets”. Pennac cuenta las cosas como son en realidad, no como él las ve. Y me produce profunda reflexión una obra que no pretende ser un ensayo ni tratado sobre nada sino una novela más de las suyas, que tanto dinero y éxito le dan en Francia.

El cuerpo de la mujer, el cuerpo del hombre. Recipiente de vida, de humores que no hacen reir sino estremecerse. Manantial eterno de tabúes donde los haya. ¿Os han explicado a los chicos por qué el esperma forma parte de vuestra vida como la sangre de la vida de las chicas? ¿Da asco todo esto? ¿Es siquiera necesario hablar de ello?

Pero el cuerpo está aquí, más presente que nada en nuestra vida, al alcance de nuestras manos –para descubrirlo, acariciarlo, disfrutarlo o estigmatizarlo y estropearlo con prejuicios y malas costumbres. Ese cuerpo que tantas mujeres han destrozado a lo largo de los siglos impidiéndole respirar, ocultando sus demandas, desoyendo sus deseos y necesidades.

Ese cuerpo que tiene una próstata que obliga a tantos hombres a llevar un drenaje atado a la pierna por debajo del pantalón, ese cuerpo que dejará de funcionar como un reloj a partir de cierta edad ofreciendo el abanico más completo de miserias decadentes que se pueda imaginar.

Viajamos EN nuestro cuerpo como cuando viajamos en tren o en avión; sin interesarnos apenas por su funcionamiento, su maquinaria o sus posibilidades. Tan sólo esperamos que nos lleve a nuestro destino con las menores molestias posibles, como si fuéramos pequeños dioses con derecho a todo, o mejor dicho, exentos de toda tacha, lacra o deterioro.

El cuerpo, mi cuerpo, que se hincha por las noches y duerme con sobresaltos; los pies que se han ido deformando en tantos años de pisar la vida, esas varices que se ocultan tras medias y pantalones. Los vientres deformados por la ingesta de veneno con sabor rico, un escenario viejo y pasado de moda que camufla en su backstage  toda una serie de posibilidades malignas. Pulmones ennegrecidos, hígados envenenados, riñones constreñidos. La sección “cañerías” con desagües obturados o llenos de agujeros. En definitiva, algo normal y corriente.

El cuerpo nace, se desarrolla y muere. Dejémosle hacer su camino sin interferir con mala intención en el mismo, pero sobre todo démosle los mayores mimos posibles cuando comience a demandarlos; como un bebé que llora y se le atiende. No nos queda otra.

En fin.

LaAlquimista
 
 

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Sevilla, luna llena y poesía


 
 
Dame una noche tibia de fin de septiembre en Sevilla, con el último sueño del verano acariciando el reflejo del primer sueño del otoño; dame un recuerdo por estrenar y dos horas de tiempo para inventar la vida. Dame amigos y cariño, dame música, dame alegría y, para que todo sea perfecto, dame también poesía.

 Marta (Fernández Portillo) es joven y es poeta; es de Triana y es guapa como la noche de jazmines y esas vírgenes que los sevillanos adoran cantar.

Marta tiene reservado un espacio en mi tiempo, con sus letras y su fuerza, y yo no lo sabía...hasta esta noche de luna llena y poesía.

 
 
“Cantes de ida”

 No me dejes              Muda

Fría. Estéril.       Sin sentido

No me dejes con mi brújula

                         (suicida)

Oscura

Entre árboles iguales

No me sueltes en esta

Cucaña infinita

Circo enjabonado.

 
No me empujes a lo hondo

con cemento en los bolsillos.

No le quites

el tapón

a la bahía”.        

 
La noche empieza en “El perro andaluz”, sala surrealista en la calle de Bustos Tavera, donde entramos de la mano y salimos con las alas desplegadas. Noche de luna llena y poesía; noche de amores que siguen estando vivos porque así lo quiere la poeta; morirían de otra forma si nadie los cantara con música de voz quebrada.

 Marta desgrana su poesía sintiéndola desde el vientre; con música compuesta a la sombra de sus letras, las palabras invaden la noche y hacen enmudecer al público entregado. Se sirven cervezas que se beben con cuidado, no se escape ninguna rima desgarrada de su sitio y haga ruido al caer. Ella no lee sus poemas como otros rapsodas desgranan versos desde el papel; ella los arroja -a la cara- fuera de su cuerpo como el aire que le sobra. Los siente, los versos, desde la sangre y así se le escapan, así los deja marchar, agonizando en cada estrofa.


 
Marta ha publicado un libro: “Extraviada”, que ahora guardo en mi bolsillo, dedicado. Y en el alma el recuerdo de la poesía. La noche murió envuelta en nubes que arroparon una luna grande y fría. Algunos amantes acudieron a la cita; otros, como siempre, cerraron las ventanas para no sentir lo que ocurría fuera, para ahogar durmiendo lo que pugnaba por dentro. La vida es menos sin poesía.

 
“Punto de fuga”

 
Que mi boca se abra y no pare

Mi cuaderno de sábanas que abrazan y escupen.

Que me salga el amor y la ira, la condena y el tedio

Mis tobillos morados pegados a tierra.

Que las palabras me vuelvan para ponerlas al filo

Que la música me conjure

Que la música me conjure

Que mi boca se abra y no pare”

 
Gracias, Marta, por empujar a una mujer “extraviada” dentro de la profunda poesía que emanas.

 (Y la noche siguió su rumbo, camino de casa, mientras Sevilla se mojaba de agua regalada por el Ayuntamiento).

 
En fin.

 
LaAlquimista

 
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