domingo, 31 de mayo de 2015

¿Para que sirve un "finde"?


No, no es una pregunta retórica, ni mucho menos, pues las respuestas –como se podrá comprobar- pueden ser desde variadas hasta infinitas. En nuestra cultura occidental, rica y dirigida, el fin de semana es sinónimo de tiempo de ocio. ¡Pues menuda tontería…! Porque para que unos “ocien” otros van a tener que trabajar de lo lindo, así que empecemos por ahí, tirando por tierra el sinónimo de fin de semana = ocio. De la misma manera, el palabro “finde” va ligado al concepto “descanso”. Idem de lienzo, unos descansarán cansándose vía juerga, desenfreno, bailoteos, alcohol, drogas, ausencia de sueño, montaña, deporte variado… el movimiento continuo. Y para que unos descansen otros currarán unas jornadas que empiezan después de comer y terminan antes de desayunar saltándose olímpicamente la cena y su propio descanso.

Pero la vida es así; lo que es bueno para unos es malísimo para otros y de esa forma seguimos manteniendo un equilibrio más o menos decente para que no falte la queja continua y universal: echarnos cosas a la cara es un deporte practicado en todas partes y sin federar (todavía).

Dicho esto, voy a pasar a nombrar grosso modo a los colectivos no adscritos a convenio colectivo que sufren como demonios con la llegada del fin de semana. Por este orden, que creo que es bastante acertado –y de las omisiones o errores me vais informando:

-         La gente que está sola y se deprime.

-         Los que están acompañados (mal) y se deprimen también.

-         Los que no tienen el alivio de ocho horas de trabajo que les impida pensar.

-         Los que piensan y dan vueltas a las cosas a pesar de no tener que ir a trabajar.

-         Los que se sientan delante de la televisión el viernes por la tarde a la espera de que llegue el lunes por la mañana.

-         Los que quieren quedarse en casa y les obligan a salir.

-         Los que quieren salir y no les llevan a ningún sitio.

-         Los que están –solos o acompañados-, no trabajan, no piensan y no se les ocurre hacer nada ni dentro ni fuera de casa.

En el otro “bando” está la gente que sabe ser feliz con lo que tiene y que es capaz de disfrutar lo mismo estando sola que acompañada, con un sol radiante que con un horizonte lluvioso, en cama individual o de dos por dos. Ahí debe estar el truco del almendruco, me huelo. Pero hay que seguir intentándolo… Ya me contaréis.

Feliz “finde”.

En fin.

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jueves, 28 de mayo de 2015

Lo he intentado pero no ha sido posible (o cómo odiar los gimnasios)





La filosofía del “no digas que es imposible si no lo has intentado” me ha parecido siempre una especie de lanzamiento de guante a la cara, un reto que, si no lo aceptas, es como si fueras cobarde o pusilánime, y a pesar de ello, no pocas veces he picado, ya que tengo una lista larguísima de cosas que nunca he hecho en mi vida porque, en mi interior, me negaba a hacerlas, oponiendo una resistencia más que importante, con unos “noes” por bandera que parecía que me iba en ello la tranquilidad emocional.

“Noes” importantes han sido, los que les lancé a las drogas cuando llamaron a mi puerta en la juventud; otras negaciones viscerales salieron a flote, en un tiempo pasado también, ante los cánticos de sirena del modus operandi de una progresía que quería probarlo todo –o casi todo- en términos de promiscuidad –sexual, política o emocional. Un “NO” enorme fue el que enarbolé ante situaciones que me hacían sentir que mi dignidad se veía comprometida o cuando cualquiera de los diferentes tipos de maltrato al que nos vemos expuestas las mujeres en esta sociedad (familiar, afectivo y laboral) me anduvo rondando.

Pero hoy quería hablar de los “noes” pequeñitos, esas situaciones a las que nos hemos negado desde siempre y que, un buen día, para no oir más charlas aburridas, decimos; “pues, vale, venga ¡sea!”. Y de esa manera, después de haberme negado a ello durante toda mi vida…me apunté a un gimnasio justo cuando acababa el verano.


A mí es que no me gusta hacer deporte porque me canso, la verdad sea dicha -es una broma. Claro que el ejercicio físico es vitalmente necesario, sobre todo a partir de cierta edad en la que todo va cuesta abajo en vez de mantenerse y que algo hay que hacer cuando se acaba el pegar saltos en las discotecas (ejercicio), pasarse horas lanzándose desde el trampolín en el gabarrón (ejercicio) o corriendo detrás de la rutina de la superwoman que se levanta a las siete de la mañana y no para hasta las diez de la noche (ejercicio).

Tampoco me gusta correr (¿no es de cobardes? -más broma), ni andar en bicicleta aunque desgasté en mi juventud más de una, ni esquiar después de haberme deslizado de mala manera por montes blancos varios, ni nadarme las piscinas –que todavía no sé nadar metiendo la cabeza en el agua, ni tumbarme encima de un balón de goma a doblarme la espalda- mi particular fiasco con el pilates, así que, como algo tenía que hacer para demostrarme a mí misma que si no lo había intentado era por cabezonería, me apunté a un gimnasio.

Ya me avisaron que no me iba a servir para adelgazar esos cinco kilos que me sobran indecentemente desde hace unos años, pero que me iba a sentir mucho mejor haciendo ejercicio cardio-vascular y que se tonificarían mis músculos, adquiriendo más fuerza y todo eso. (Por cierto, hacer el amor ¿no es un ejercicio completo también?)


Pero a lo que iba; lo que no me dijeron es que me volvería loca escuchando a primera hora de la mañana –con las neuronas todavía medio adormecidas- un cd sin fin de música machacona, con unos decibelios por encima de cualquier legislación, para ayudar a mantener los diferentes ritmos gimnásticos: máquinas, “spinning”, bici estática, levantamiento de pesas (pesitas) y estiramientos varios. Y mira que al principio estaba ilusionada con la cosa de “machacar” un poco el cuerpo y darme cuenta de que podía con ello; me hacía sentir incluso un poco más joven. Pero no ha podido ser y la culpa es tan sólo mía por no ser capaz de violar mi silencio interior durante cincuenta minutos en días alternos. Reconozco que soy un bicho raro, que donde otras mujeres y hombres disfrutan, se relajan interiormente haciendo ejercicio físico, yo me estreso con la barahúnda ambiental.

Así que ya puedo decir, con conocimiento de causa, que los gimnasios no son para mí, tal y como había intuido durante todos los años en que me había negado a asistir a uno de ellos.  Desde hace unas semanas que he vuelto a mis larguísimas caminatas solitarias, mañaneras, silenciosas, llenas de aire fresco y lluvia o sol –lo que toque ese día; esas dos horas o diez kilómetros en los que soy yo misma en un vacío interior gratificante o divagando sobre cualquier tema o incluso escuchando música (a ser posible clásica) con los auriculares.

Vuelvo a mis paseos por los montes cercanos, por la orilla del mar, por el bosquecillo que tanto le gusta a mi perro, vuelvo al maravilloso encuentro conmigo misma a la vez que hago ejercicio, sano, libre y barato. Pero que no se diga que no lo he intentado…

En fin.

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martes, 26 de mayo de 2015

La lluvia y "Las variaciones Goldberg"




Hoy llueve. Como estaba previsto y anunciado el tiempo se inunda al otro lado de los cristales y el espíritu se prepara para el recogimiento y la tranquilidad, sensaciones ambas que parecen emanar de las frías gotas de agua. Me sitúo frente al balcón, mi vista abarca el horizonte de la ciudad, sus casas, la torre de la catedral, el mar al fondo. Una lámpara sobre la mesa ayuda a clarear la luz mortecina y fría que viene del tiempo brumoso; el jarrón con los tulipanes rojos que compré ayer para acompañar mi soledad y la música adecuada a esta emoción imprevista de quedarme en casa una mañana de martes apartando las tareas cotidianas y sustituyéndolas por la tranquilidad.

Necesito música que acompañe mi teclear; Bach, siempre Bach, maravillosa panacea sensorial para cualquier melancolía y dejo que Glen Gould, uno de los mayores artistas del piano, derrame su maestría inundando mi espíritu y el salón de mi casa. Las “Variaciones Goldberg”, una taza de té humeante y mi perro dormido a mis pies, acogido por la música y el calor humano.



De vez en cuando cierro la pantalla de las letras y paso a la del vídeo en el que Gould siente, vive, se sumerge en su interpretación al piano y me quedo absorta en su emocionada interpretación, dejándome fluir con la música y la magia de sus manos. Toca el piano en una postura inverosímil para un pianista, lo acaricia sentado sobre una sillita baja, como de pueblo, con los codos en un ángulo erróneo según los cánones y parece que tararea, que canta por lo bajini al son de las notas que desgrana con amor –no hay la menor duda- sobre el teclado. Mirad su rostro, expresa una inmensa devoción emotiva hacia Bach… o un poeta podría decir que es una emoción devota…

Cuando sólo utiliza la mano derecha para acariciar el piano, con la izquierda dirige a un pianista imaginario que seguro siente junto a él… y me invita a dejar de escribir y, simplemente, sumergirme en la música de la mano…de sus manos, y seguir mirando sus labios desgranando las notas, sus ojos emocionados, su cuerpo todo entregado a la maravilla del genio de Bach…

Afuera sigue lloviendo, pero mi corazón ha comenzado ya a templarse.

En fin.



Glen Gould. Por favor no dejéis de contemplar el vídeo. Es una auténtica hermosura.

La nave Voyager 1, que despegó de la Tierra el 5 de septiembre de 1977 en búsqueda de vida extraterrestre, lleva -entre otras muestras representativas de actividad humana- una grabación del preludio y fuga número 1 del Clave bien temperado de Johann Sebastian Bach volumen I, interpretada por Glenn Gould.

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domingo, 24 de mayo de 2015

Las comparaciones no son odiosas sino necesarias

 

Nicolás Chauvin fue un soldado nacionalista francés que hizo el tonto por la patria dejándose herir en más de una docena de ocasiones y alardeando de ser el más valiente, el mejor soldado y el cúmulo de la valentía y el honor. Le dieron medallas y esas cosas, pero quedó como símbolo de cómo uno puede hacer el ridículo creyendo que lo suyo es lo mejor, así que quedó para la historia y le dijeron chovinismo a esa forma de ser estúpida de exaltar exageradamente lo nacional frente a lo extranjero.

¿A qué me suena a mí esto…? Sí, efectivamente, a lo que solemos hacer en este paisito diciendo que como aquí no se vive en ningún sitio, que no hay ciudad más elegante, guapa, cultural y glamourosa que la nuestra y estirando el cuello como gallinas cacareando mientras picamos cualquier cosa que se parezca al maíz.

Dicho esto, y quedando claro que hago autocrítica a mansalva, me apetece contar que “en otros sitios” se vive igual de bien o incluso mejor que en el País Vasco en el sentido de que a los ciudadanos de allí les han enseñado que hay que esforzarse día a día por ser, si no los mejores por lo menos dar la talla,  y no dormirse en los laureles porque una vez nos dieron una medalla. (O dos, que da lo mismo)

¡Qué cara se me queda cuando me siento en una terraza en una ciudad de Castilla (por poner un ejemplo), pido una caña y me la sirven bien tirada, con una sonrisa y una tapita al lado por el precio  que aquí me cobran por un zurito! ¡Cómo me pongo de contenta cuando voy a un hotel “con encanto” a más de 200kms. de distancia y me tratan como si fuera una princesa obsequiándome con un desayuno “casero” por el mismo precio que en esta ciudad cobran por dormir en una pensión monda y lironda! ¡Qué emoción indescriptible hacer la compra en un hipermercado detrás de Pancorbo no sujeto a monopolios de la tierra y llenar mi despensa con un billete amarillo en vez de con uno verde! Y beber vino de otras vides y comer queso de otras ovejas y tomates de otras matas sin añadir la coletilla de: “ya, pero lo nuestro es mejor…”

Creo que ha llegado el momento de dejarse ya de tanta tontería y viajar o por lo menos observar a nuestros vecinos en el mapa, hay que salir de casa para darse cuenta de que aquí nos estamos volviendo unos rancios con tanto chovinismo de tres al cuarto… que parece que si los niños no van precintados de etiquetas al cole son unos marginados, que si no vamos a los restaurantes que ponen de moda cuatro esnobs no tenemos lugar en el mundo y si no estrenamos ropa cada dos semanas no somos nadie, venga ya, por favor…

Salid, salid fuera de aquí y luego lo contáis. O hablad con los que no viven en “un marco incomparable”, en una ciudad “elegante y con clase” pero que está pidiendo a gritos un cambio de actitud, un repaso a la conciencia y un propósito de la enmienda para no acabar como Chauvin, llenos de medallas (Festivales, Congresos y Simposios) pero con el espectro del mal vivir detrás de muchas puertas.

Porque las comparaciones no son odiosas, sino necesarias.

En fin.

LaAlquimista
 

miércoles, 20 de mayo de 2015

Un mundo de valientes



Este es un mundo de valientes aunque no nos hayamos dado cuenta todavía. No tenemos más que mirar a nuestro alrededor y comprobar el esfuerzo, aliento y vigor de que el ciudadano medio hace gala para no enfrentarse a sí mismo, obviar las situaciones injustas y seguir aguantando cuanta porquería quieran echarle encima los que  manejan los hilos. A ver si no es un hecho o hazaña heroica ejecutada con valor levantarse cada día a pecho descubierto para encajar cuanta ofensa o desatino tengan a bien inferir a nuestra dignidad quienes se arrogan el derecho de juzgar y condenar nuestras acciones por el mero hecho de que estas no coinciden con su peculiar manera de ver la vida. Porque aunque los demás pretendan ignorarlo, somos muy capaces de hacer uso de una expresión arrogante o jactancia de las acciones de valor y esfuerzo reafirmándonos en nuestra creencia de que nadie tiene derecho a decidir por nosotros cómo tenemos que ser ni qué reglas peregrinas tenemos que acatar.

Y me siento orgullosa de tener gallardía o arrojo feliz en la manera de concebir o ejecutar una obra literaria o artística  o un pequeño blog de andar por casa sin importarme una higa la opinión de todos aquellos a los que no se les ha pedido la opinión. Porque decir cada mañana lo que se siente, desnudar el alma desde los recovecos oscuros, atreverse a realizar esa acción material o inmaterial esforzada y vigorosa que –a veces- parece exceder a las fuerzas naturales, teniendo en cuenta que lo “natural” es ocultar, callar, obviar, ningunear o criticar, malmeter, envidiar y zancadillear al otro, a los otros, a todo el que no considere verdad absoluta la preconizada por los que “saben más” que una, todo eso, es prueba de una valentía que ni siquiera el diccionario de la RAE de la Lengua consigue definir en pocas palabras puesto que se excede en acepciones varias para darle énfasis y valor al concepto de lo definido.

Como no pienso vivir otra vida que esta que estoy viviendo y no tengo más que el momento presente y lo que abarco con mis manos, no me ando con ambages porque no voy a tener otra oportunidad de ser yo misma; así que no me queda más remedio que ser valiente aunque a veces sea a mi pesar.

Feliz jueves para todas las personas de buen corazón y para las otras, también.

En fin.

1 de Enero de 2011.

(No hay error en la fecha. Este texto lo escribí hace más de cuatro años y no había tenido la “valentía” de publicarlo.)

DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Vigésima segunda edición

valentía.

(De valiente).

1. f. Esfuerzo, aliento, vigor.

2. f. Hecho o hazaña heroica ejecutada con valor.

3. f. Expresión arrogante o jactancia de las acciones de valor y esfuerzo.

4. f. Gallardía, arrojo feliz en la manera de concebir o ejecutar una obra literaria o artística, o alguna de sus partes.

5. f. Acción material o inmaterial esforzada y vigorosa que parece exceder a las fuerzas naturales

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lunes, 18 de mayo de 2015

"No future"



No era más que una canción de los Sex Pistols, con su mensaje desgarrado y contra corriente, en una época en la que estaba de moda protestar por todo aunque no todo estuviera tan críticamente patas arriba, en una época en la que todavía quedaba algo de esperanza –o eso queríamos creer. Pero ya no. “God save the Queen”. Ya no creemos en la esperanza porque la esperanza ha salido a nuestro encuentro para decirnos que no nos hagamos ilusiones, que ella ya se ha perdido a sí misma aunque nos empeñemos en colocarle la etiqueta de último bastión de los sueños rotos.

Si tuviera nietos pequeños o se me adjudicara la tarea de mostrar parte de la vida a cándidos infantes seguramente me los quitarían de las manos o me rescindirían el contrato, porque dudo mucho de que pudiera insuflarles la cantidad mínima de esperanza suficiente como para que tuvieran las mismas ganas de vivir que tuvimos hace cincuenta años, cuando todavía había un “futuro” por delante.
 


“Futuro” tendrán los que estén arrimados a un buen árbol, que dé buenos frutos, buena sombra o que tenga colgado el cartelito de especie protegida por la vía de la subvención. Pero de momento sólo tienen “presente”, como todos. Un presente lleno de falsedades que no se sostienen más que el tiempo justo de engañar a los confiados y que luego caen como chaparrones inclementes sobre las cabezas del común de los mortales a pesar de que el hombre del tiempo ha asegurado sol y ausencia de nubes.

Quizás el problema es que tenemos demasiada información. Con esto de Internet y el acceso a tortuosos entresijos institucionales, -como la lectura del BOE cualquier día de la semana, donde están explicitadas las partidas de la parte del león que se llevan los que saben “gestionar”- es bastante fácil darse cuenta de que a nuestros hijos –y ya no digo nada de la siguiente generación que está ahora mismo jugando- no les aguarda el mismo futuro que se nos brindó a nosotros, los que pasamos de los cincuenta.

En fin.

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sábado, 16 de mayo de 2015

"Perdona que te interrumpa"



Hay situaciones en la vida que no dan más que para tirarse de los pelos o ponerse a dar gritos frenéticamente; no obstante, lo mejor es observar, callar y luego contarlo en el blog –porque si te lo guardas dentro te puede dar un mal.

Imaginemos pues la sala de un lugar común en el que varias mujeres de edades diversas comparten espacio por necesidades del guión. (Peluquería, antesala del dentista, ambulatorio, gimnasio). Una de ellas toma la palabra para contar que ha realizado un viajecito, en estos últimos días de fiesta, por tierras de Galicia y comienza la descripción de ambientes diferentes, comidas ricas a base de marisco hasta que se ve interrumpida por otra de las señoras que, elevando su voz por encima de la que narra su historia, dice…

-“Perdona que te interrumpa, pero yo, la última vez que estuve en Galicia, todavía estaba casada, fíjate, hace diez años, y bueno, ya pensábamos en separarnos, pero nos fuimos con los chavales de vacaciones y llegamos al pueblo ese que has dicho tú y fuimos a un hotel y mira que yo había pedido camas separadas y nos dieron de matrimonio y yo ya le dije, como se te ocurra tocarme un pelo de la ropa te doy una patada que te enteras… y en mala hora hicimos aquel viaje, por los niños mayormente, para disimular que todavía nos queríamos, pero quiá, ya te digo, ojalá me hubiera separado entonces y no aguantar hasta que cumplieran los veintitantos los dos y mira que me lo decía mi madre, no aguantes, no aguantes, pero claro, a ver, tú no quieres que tus hijos sufran, pero ellos siempre me veían infeliz aunque yo me lo tragara todo por dentro, porque insultos no había y golpes tampoco, solamente silencio y claro los chavales se dan cuenta de todo aunque nosotros hagamos lo imposible por disimular y hoy es el día en que mi hijo mayor sigue echándome en cara la infancia que les hicimos pasar y digo yo que a qué vienen los reproches, una hace lo que puede y se sacrifica por los hijos y total para qué, que he perdido la juventud y ahora mira, aquí me tienes, que voy a cumplir sesenta y sigo sin ser feliz porque otro hombre no he encontrado, vamos que ni quiero, que los aguanten sus madres, pero por lo menos el mando a distancia lo mangoneo yo y como lo que quiero y me visto como me da la gana y aunque no voy de vacaciones me da lo mismo, pero algún día tengo que volver a aquel pueblo que has dicho, sí, ese donde hay marisco muy bueno y barato…”

En este punto de la narración, todas las presentes miran hacia otro lado, sacan el móvil, piden el Hola o, simplemente, dejan de hacerle caso, pero ella, ni por esas, sigue y sigue y sigue… así que –ya a punto de explotar- no me queda más remedio que interrumpirla para preguntar, “bueno, habrás tenido que hacer terapia para superar todo eso ¿no?” -¿Terapia? La terapia me la hago yo sola sin gastar un duro, lo importante es no guardarse nada dentro, porque mira, mi cuñada que también se separó de mi hermano y no es porque sea mi hermano, pero es un santo varón…”


Al salir, como la ciudadana no paraba todavía de “largar”, ya no pude evitar dirigirme a la señora en cuestión y decirle, a la vez que le guiñaba un ojo…-”perdona que te interrumpa, pero!bien lista que eres tú, que haces terapia de grupo y gratis…! Me miró con cara rara, dudando entre sonreir o enfadarse…

Lo dicho: aquí todo pichichi –con el maldito “perdona que te interrumpa”- se hace la terapia a medida dando la tabarra a los demás para meter su cuña, faltando al respeto y creyendo que, encima, se ahorra una pasta… Esas son las que luego cuentan en su casa que les encanta ir al gimnasio o a la pelu “por el ambientillo que hay”…

En fin.

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jueves, 14 de mayo de 2015

El dichoso "feeling"


 
Hay palabras escuetas y sencillas que sirven para condensar hoy en día lo que en otros tiempos hubiera necesitado cuartillas enteras de buena caligrafía. La parquedad en el lenguaje y sus conceptos nos ha llevado a una exagerada comodidad a la hora de comunicarnos y expresar sentimientos y emociones que, por otro lado, nunca ha sido el fuerte del común de los mortales. (Me refiero a la expresión oral o escrita de los mismos).

Y cuando encontramos una palabra que resume todo el concepto e incluya alguno más, la usamos tan felices y contentos sin pararnos a pensar en su significado profundo.

Hablo del dichoso “feeling” que hasta el más analfabeto en lenguas extranjeras cree saber lo que es. Feeling, del inglés to feel, significa ni más ni menos que “percepción, emoción”. Casi siempre refiriéndose al sentido del tacto en su origen, se amplió el concepto a cualquier percepción o emoción que pueda afectar tanto al cuerpo como al espíritu. Aquí la traducción más aproximada sería “sentimiento”. (Tocaba el piano con mucho sentimiento). Aunque es bonita la definición de la emoción que lleva pareja. (Los cuadros de Munch me producen un sentimiento de inquietud).

Sin embargo, los españolitos que no saben casi nada de inglés –y de percepciones y emociones menos de la mitad- se quedan tan anchos inventándole al término otro significado mucho más amplio y complejo. Se le ha dado en llamar “feeling” a la atracción física entre dos personas más allá de todo razonamiento. O al baile inconsciente de endorfinas que llevan directamente a la horizontal. O algo así.

¡Qué difícil lo tenían los muchachos de otras generaciones cuando querían saber si una muchacha les miraba con buenos ojos! A ver cómo le preguntas a una persona si le gustan tus ojos, si ha sentido el aleteo del corazón ante tu presencia, cómo haces para transmitir el palpitar incontrolado sin quedar como un tarugo…en fin…todas esas emociones que hombres y mujeres temen tanto expresar para, caso de no ser compartidas, no caer en el más absoluto de los ridículos.

Pues ahora se coge la calle de en medio y se pregunta: “Qué, ¿ha habido feeling?” y el otro ya sabe de qué va la cosa y tan sólo tiene que contestar sí o no. Qué triste, por todos los dioses. Al final acabaremos matando la emoción de mirarse a los ojos para decirlo todo sin palabras, dejaremos de lado, como obsoleta y pasada de moda, la trémula intención de mirar un poco más allá, un poco más profundo, un poco más intenso.

Una amiga fue a una cita galante. No sabía apenas nada del hombre en cuestión aparte de que él también acudía a una cita galante. Al día siguiente, me llamó por teléfono para decirme: “no ha habido feeling”. Y ya está. Pues no, no está. Dime cómo era el hombre, si listo o tonto, si simpático o aburrido, si tímido o extrovertido; si alto o si bajo, si guapo o si menos guapo (parece que no existen hombres feos). No te limites al maldito feeling que es como decir que lo querías para llevártelo al laboratorio y experimentar con él alguna mezcla en las probetas. No me digas que “feeling” significa “química” porque no es verdad. ¡Cómo iba a salir bien una cita si ninguno de los dos llevaba un poco de sentimiento y emoción en el bolsillo!

En fin.

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martes, 12 de mayo de 2015

La soberbia del escritor


 

Javier Marías es un muy buen escritor y no hace falta que lo diga yo, cualquiera que ame la literatura se ha dejado enamorar cualquiera de estos últimos años por cualquiera de sus múltiples obras. Aunque ha sido pretencioso a veces –o eso me ha parecido a mí por lo que pido disculpas por el juicio ausente de derecho- otras, como ésta en que me regalo una tarde lluviosa con sus letras, se me antoja cercano, casi como si fuera un amigo, incorpóreo eso sí, pero amigo al fin y al cabo, que se ha tomado la molestia de dedicar muchas horas –y no todas felices, no todas placenteras- a pergeñar la novela, las situaciones, a inventar para hacerme feliz una tarde con mucha lluvia y menos alegrías.

“Los enamoramientos” me ha atrapado desde la primera página, desde la frase inicial;; porque hay novelas que se recuerdan por su comienzo, como aquélla en la que un niño –ya convertido en coronel y a punto de perder la vida- seguía recordando el día en que su padre le llevó a conocer el hielo, o incluso poemas que se agarran al recuerdo y de los que tan sólo sabemos la primera estrofa, y no importa, porque son cien cañones que nos retrotraen a la niñez feliz –o casi- y nos hacen añorarlo todo en un instante sugerido.

Afuera llueve con ganas; casi con tantas como las que los protagonistas ponen en mostrar sin mostrar su enamoramiento lleno de detalles que no se escapan al ojo del autor que en realidad es su propio enamoramiento si es que alguna vez lo sintió, el telón detrás del que se oculta su alma que no nos muestra aunque una vez dijera “todas las almas”, y quizás no incluyera la suya o quizás sí, quién soy yo para elucubrar sobre vidas ajenas, como la narradora omnisciente que imagina, cuenta, inventa acaso, sobre la vida de la pareja que ve todos los días en la cafetería donde comparten desayuno y sueños o ilusiones o quizás alguna amargura que no se ve ni se adivina detrás de la fachada amable y sonriente de la mujer y el hombre que inquietan a quien, desde la mesa del fondo, les observa (y juzga incluso en contra de sus propios deseos).

Es importante leer lo que otros han escrito. Así vemos la vida como en una pantalla y, tal y como nos decían de pequeños, que es cine, que hay una cámara detrás, no hay que creerlo, podamos sentir que ese corazón tan blanco puede ser el nuestro también, por qué no si todo está permitido, a fin de cuentas novela es fantasía con más o menos licencias poéticas o sin ninguna, a gusto del que escribe e interpretación del que lee.

Leo la vida que me muestra el escritor y me gustaría que fuera la mía –en parte, sólo en parte- porque habla del enamoramiento y aunque yo crea que sé mucho del tema, o bastante que no es lo mismo pero duele igual, me va descubriendo en sus páginas detalles, pequeños trucos que no sé cómo no se me habían ocurrido antes, debería apuntarlos mientras leo, que no se me olviden, podrían serme útiles la próxima vez, si es que hay próxima vez, si es que mi historia pudiera ser algún día digna de ser contada, o tan sólo inventada por un escritor, aunque no fuera tan famoso como Marías.

O tan loco, que qué se puede esperar de alguien que se autoproclama Rey de Redonda aunque sea un título literario –o editorial que da más dinero-; un orate con sillón en la academia que a veces engaña haciendo creer a sus seguidores que podemos ser súbditos invitados o príncipes agasajados de un espacio virtual o imaginado donde las leyes se entremezclan con la literatura y la poesía lo cubre todo aunque no se perciba, como una niebla o una pequeña llovizna del norte que empapa sin que haya que cerrar los ojos.

Si me lo encontrara en la calle –que ya es dislate viviendo alejados escritor y lectora- le pararía, si él lo permitiera- y le diría que esos veinte mil euros que ha rechazado por orgullo y también su peculiar coherencia e indiscutible amor a su padre, podría haberlo donado a quien necesitara más abrigarse con prendas de lana que con el oropel mundano de la soberbia.

Levanto la vista de las páginas cuando el peso de las palabras me obliga a ello, sintiendo que mi interior empieza a combarse con el peso de la batalla de mañana en la que no sé en quién pensaré ni siquiera si pensaré en alguien -¿quién querría ser pensado por mí?- y tengo que dejar reposar sus páginas de papel –siempre de papel tintado- porque siento de alguna manera que empieza a asomar el filo de la negra espalda de un tiempo que todos tenemos en alguna parte, en un rincón del corazón o entre los recuerdos que ya se nos han olvidado.

Un libro magnífico que lo hace todo y lo inventa todo y lo regala todo. Tanto como yo quiera, como yo necesite, como yo esté dispuesta a soportar sobre mi corazón. Aunque ya no sea tan blanco. Un libro que no necesita medallas porque el premio estriba en el que el autor nos ofrece a los que le leemos y sufrimos o gozamos con lo que ha inventado para engañarnos –o hacernos felices- durante cuatrocientas una páginas.

En fin.

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*Post escrito hace un par de años, que conste.

sábado, 9 de mayo de 2015

¿Hay que meterse en la vida de los demás?



 
El título del post es una pregunta más bien retórica –qué duda cabe- porque es un cuchillo que corta por los dos lados. Nadie quiere que se invada la propia intimidad con consejos o manifestaciones que no han sido solicitadas. Pero tampoco es deseable no recibir ayuda cuando la propia existencia va a la deriva. La diferencia entre la primera premisa y la segunda tiene parada obligada en el orgullo, a ver si no.

¿Por qué se crea el ser humano alrededor de la propia existencia una especie de cercado lleno de alambre de púas para luego quejarse de que nadie se interesa por él? He visto, con demasiada frecuencia, cómo personas que blindan su intimidad, que “no cuentan nada”, acaban soportando y sufriendo las más temibles situaciones –enfermedad, soledad, abandono, depresión- sin nadie a su lado como consecuencia inevitable de su actitud. 

Si, a pesar de todo, se consigue llegar al corazón de la persona, bien porque ha levantado una esquinita de la valla protectora o porque nos hemos colado sin permiso saltándola, se descubre que es únicamente un falso y estúpido orgullo el que ha estado “protegiendo” esa existencia del contacto humano y dejándola fría, estéril, inane.

¿Es bueno meterse en la vida de los demás? Pues depende, claro está. Depende del grado de amor que sintamos hacia esa persona y, sobre todo, depende del “derecho” que tengamos a inmiscuirnos en su vida. Los padres creen que tienen ese derecho para meterse en la vida de sus hijos; los hermanos entre sí y no digamos ya nada de quienes forman pareja. Entre los amigos, la cosa varía bastante; depende de si la amistad lo es con mayúsculas o con minúsculas.

Aunque es evidente que hay formas y formas. Una cosa es criticar, malmeter o cuestionar las decisiones o actitudes ajenas y otra bien distinta hacer ver, con respeto y cariño, alguna circunstancia de la que la persona no ha podido percatarse quizás. Aquello de que los árboles no te dejan ver el bosque.

En mi vida se han metido algunas personas para decir lo que hacía mal, pero no para proporcionar ideas ni recursos para mejorarlo. En ese apartado, creo que casi siempre se enseñorea la propia familia de origen que enarbola la patente de corso del derecho inalienable a hacer críticas.

Más adelante vinieron los buenos y malos amigos, las buenas y malas parejas y otras dudosas compañías de difícil clasificación. Pero todos tenían algo que decir, bien a la cara o –lo más habitual- por la espalda, que es por donde se clavan las puñaladas traperas.

Como es bastante difícil decidir cuándo queremos ayuda y cuándo queremos que nos dejen en paz, me aplico el principio de las mareas: que suben y bajan en un constante vaivén. Si me cuentan un problema y me piden opinión y ayuda, me implico. Y cuando tengo un problema y pido opinión y ayuda, espero que la otra persona se implique también. Y funciona bastante bien.

Al resto del mundo le dejo en paz, que viva su vida con sus luces y sus sombras. Que ya somos mayorcitos todos…

En fin.

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jueves, 7 de mayo de 2015

"Carnage = masacre"


 En inglés y en francés significa “matanza”, “masacre” o “escabechina”, pero en español la traducción es “Un dios salvaje” para titular la última obra maestra de Polanski. Pero no voy a hablar de los despropósitos que hacen los de las distribuidoras traduciendo con el culo (¿recordáis “Solo ante el peligro” cuyo título original era “High noon” = pleno mediodía o “Sonrisas y lágrimas” que nunca dejó de ser “The sound of music”?), sino de todo lo que me ha revuelto por dentro la peli “Carnage”.

Se trata de dos matrimonios que intentan hablar civilizadamente de lo que ha ocurrido entre sus dos hijos adolescentes, una situación en la que uno de los chavales le arreó al otro con un palo y le saltó dos incisivos. Se ve que son educados, políticamente correctos, que quieren parecer ciudadanos del mundo, cultivados, de un cierto nivel… y conforme va pasando el tiempo –encerrados toda la película en el salón de la casa de los padres del chaval agredido-, hay dos desencadenantes que hacen que la situación derive en un auténtico caos absolutamente imprevisible.

El primero de los detonantes es el teléfono móvil del padre del chaval agresor, que no para de sonar y el hombre de interrumpir la conversación contestando a las llamadas. Al principio parece que no tiene mucha importancia –a todos nos pasa que nos suena el móvil inoportunamente- pero luego se va descubriendo la falta de respeto tan absoluta que supone estar con una persona y anteponer la llamada que sea a la presencia física y real del interlocutor.
 
¿Por qué vamos charlando con una amiga, con la pareja, con un primo de Valladolid y les suena el móvil y es como si anunciaran el Apocalipsis que todo queda suspendido?; el que no atiende al móvil se queda con cara de póquer, sin saber a dónde mirar, escuchando la conversación porque no queda más remedio (existe una variante en la que al que le llaman se aleja y te deja sola en mitad de la calle o de donde sea como si fueras una apestada) y aguantando la impertinencia para no recibir al final ni siquiera un “lo siento, era mi madre…”  En la película, las interrupciones se llevan al límite y se ve perfectamente cómo los personajes serían capaces de estrangular al que no para de pedir tiempo para atender las llamadas.

La segunda –y no menos importante- circunstancia detonadora es el alcohol. Una botella de güisqui de dieciocho años que va pasando de mano en mano, y cuanto más baja de volumen más aumenta el grado de agresividad de los personajes. Llega un momento en que dejan de ser educados, contemporizadores, amigables y políticamente correctos para dejar que el auténtico yo interior, la verdadera esencia del ser humano aflore al exterior con un resultado que, desde luego, vale la pena pagar por contemplar.

En fin.

LaAlquimista

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martes, 5 de mayo de 2015

Más barato


 

Con el paso de los años una va agarrándose a pequeñas muletillas para la supervivencia mental y espiritual. Son mínimos “cuentos chinos” que me voy contando para reafirmarme en la inestabilidad que conforma la aventura de vivir. Ahora le llaman resiliencia, pero en mi quinta le llamábamos capacidad de adaptación a secas.

Ocurre muchas veces que los planes se nos desbaratan, que un proyecto no llega a buen fin, que hay ilusiones que se desvanecen antes de ver la luz. Bueno, pues a falta de otra compensación primera, me digo a mí misma: “esto no ha podido ser, pues ¡más barato!”

Sí, ya sé que es triste consuelo, pero consuelo al fin y al cabo, eso de darle un toque “material” a una desilusión, a lo que pudo haber sido y no fue… y pongo mis ejemplos.

¿Que se anula una cita para salir a comer? Pues…más barato.

¿Que no me invitan a un boda a la que creía me iban a invitar? Pues…más barato.

¿Que el planeado fin de semana cultural se viene abajo? Pues… más barato.

¿Que me quedo sin plan para el sábado por la noche? Pues… más barato.

Es bastante difícil aprender a no considerar como rechazo personal las circunstancias que sacuden negativamente nuestro devenir. Convencerse racionalmente de que, cuando algo ocurre, es porque tiene que ocurrir por la necesidad de otras personas y no porque sea un hecho dirigido a agredir nuestra autoestima o nuestra estabilidad emocional.

Aceptar las cosas (poco agradables) no suele tener demasiadas compensaciones, excepto si le dedicamos una reflexión profunda con empeño de alumno aplicado. Pero no siempre es así, y no tiene por qué ser así, bastante hacemos con sobrevivir con una sonrisa (o media) en la cara.

Cuando se me tuercen las cosas, cuando no salen como estaba todo previsto, tengo que consolarme de alguna manera diferente de enrabietarme o compadecerme de mí misma. Entre el cabreo o la tristeza elijo lo pragmático.

Y así, lo que consumo en desilusión, lo ahorro en dinero.

Seguramente es una tontería, pero a mí me sirve.

En fin.

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sábado, 2 de mayo de 2015

¿Cómo se hace para vivir sin amor?



 


“La carne se conforma con poco, pero el corazón es insaciable” Iréne Némirovsky

Ahora debería especificar que la del título, es una pregunta retórica, pero sé que no sería del todo sincera, así que vamos a por uvas que cualquier excusa es buena para poner las cosas (y los sentimientos) en su sitio.

Mi cuerpo es agua y mi espíritu amor. Mi mente ideas con luces y sombras y pensamientos que vuelan con el viento. Todo este conjunto se sostiene con la estructura ósea y las ilusiones. Sujeto por la piel y decorado con más o menos gusto y acierto. Pero mi cuerpo es agua y mi espíritu amor. Sé que mi esencia más íntima está compuesta de ese sentimiento que tanto nos cuesta definir,
-porque definir es limitar y tontería al fin y al cabo- y que se me torna inefable la mayoría de las veces que lo siento, cuando late en mi corazón y me marca el paso de los instantes en que me rehúye.

¿Cómo se hace para vivir sin amor? Y digo más: ¿cómo se hace para vivir sin el amor de un alma gemela? Pues muy sencillo: conformándose y con el consuelo de que muchos son los llamados y pocos los que escuchan la llamada.

¿Qué hilos invisibles hacen que unas personas conozcan a quien será su amor grande en la vida mientras que otras personas no coinciden con él? ¿Por qué en similares condiciones y circunstancias tú has encontrado el amor y yo no me lo he tropezado?

Aquí entraría el torrente de toda una serie de filosofía explicando que bla bla bla y otros dirán que ya basta con el amor que tenemos en nuestro interior, el amor a la familia, a los hijos, a los amigos, a la naturaleza, el amor a lo divino incluso… y todo aquel que recorra la vida de la mano de otro ser se encogerá de hombros mirando al que camina en solitario, pensando que algo habrá hecho mal el otro para tener que seguir cocinando sólo para uno…

¿Por qué si tenemos la posibilidad de trabar conocimiento con muchísimas personas, no aparece ÉSA en concreto que es con la que estábamos soñando? ¿Es un azar? ¿Es el destino? ¿Es la nada que llama a la nada? ¿No somos suficientemente buenos, suficientemente hermosos, suficientemente simpáticos o inteligentes?

Me he pasado la vida manifestando que “yo no sé vivir sin amor” y para demostrarlo, me he embarcado en unas cuantas “historias de amor” que, a la vista está, acabaron siendo una mezcla de tragicomedia y camarote de los hermanos Marx.

Ahora viene el discurso de las personas que viven felizmente en soledad sin sentir que les falta nada (ni nadie); ahora vienen los consuelos intelectuales de quienes prefieren no tener que cargar con lastres ajenos, y también el discurso compasivo –o casi- de quienes siguen con su pareja de toda la vida aunque estén llenos de cicatrices.

¿Es que hemos puesto el listón tan alto que ya nadie quiere jugar a saltarlo? (En mi caso, se me cuelan por debajo, que conste). ¿Es que nos hemos convertido en seres tan fríos por dentro que nos conformamos con el calor que dan las plumas de ganso nórdico? (Y no pocos, no tienen más que lo sintético).

¿Cómo se puede vivir esta vida sin el amor de la mano?  Las personas jóvenes me entienden y comprenden; ellos “saben” que el amor va a llamar a su puerta –si es que no ha llamado ya- y se visten de sueños compartidos y de quimeras ilusionadas, y también de alguna realidad confortadora.

Hemos crecido en una cultura en la que no se propicia la soledad del individuo, en la que –muchas veces a cualquier precio- se propugna la compañía aunque no sea del todo grata, aunque haya refranes que lo desmientan, como el “más vale solo que mal acompañado”. Y ahí nos duele a todos los que no hemos querido estar “mal acompañados” ahora andamos casi convencidos de que estamos bien así, de que no necesitamos a nadie al lado, de que podemos vivir sin amor finalmente.

Y eso es una falacia. Y espero que el tiempo me dé, no la razón, sino una buena ración de amor romántico antes de que sea demasiado tarde.

En fin.

LaAlquimista

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