lunes, 23 de enero de 2023

Redoble de tambores lejanos

 

Redoble de tambores lejanos

 

Unos días antes del 19 de Enero mi padre me invitaba a acompañarle a Hendaya a comprar angulas. Vivitas y coleando las traíamos para desesperación de mi madre que sabía del proceso de matarlas con tabaco y limpiarlas incontables veces. Pero era este un ritual ineludible, una tradición más allá de cualquier discusión doméstica.

Había quien las iba a pescar con fanal a orillas del Urumea o quien, mucho más racionalmente, las compraba ya listas para el consumo. A doscientos gramos por cabeza, que más vale que sobre que no que falte, y no es que fuéramos ricos es que todavía no habían venido los japoneses a llevárselas para hacer negocio con ellas. Aunque a mí, la verdad, desde la perspectiva de paladar infantil, lo de comer “gusanos” como yo les llamaba, no es que me entusiasmara demasiado, aunque esa tontería se me fue pasando con la edad…

Tamborrada de San Sebastián – Wikipedia, la enciclopedia libre

Lo que sí me emocionaba y enardecía era salir a la calle el 20 de Enero, fiesta del patrón de la ciudad, San Sebastián, para presenciar la Tamborrada Infantil. Creo que fue gracias al desfile de tambores a los sones de Sarriegui cuando empecé a saber lo que era la envidia de pene.

No, no se me ha ido la olla, es que en aquella época, en la tamborrada infantil sólo participaban los niños, -como bien recordamos todas las de aquella época- y las niñas, cuatro por compañía, estaban relegadas a ser  “cantineritas”, lo que suponía saludar con la mano derecha llevando en la izquierda una cestita con flores. A mis cinco años ya quería que hubiera “igualdad” sin haber oído nunca hablar de Victoria Kent o María Lejárraga.

Marcha de San Sebastián. 20 Enero 2020 – YouTube

Las féminas de la familia (mayoría absoluta) también echaban leña al fuego con la sempiterna cantinela de por qué a las mujeres no se les permitía entrar en las sociedades gastronómicas más que en dos días “sagrados” y que, por puro espíritu de contradicción, no había que asistir a la cena de la víspera a ninguna sociedad, una especie de boicot reivindicativo que muy pocas llevaban a cabo, porque se consideraba la típica pataleta femenina de la que los hombres se reían. (Y algunos se ríen, todavía)

Pasados los años, alguien se dio cuenta de que tanta protesta debía ser atendida y se promovió que las niñas dejaran de estar excluidas en las tamborradas de sus colegios, pero creo que eso fue porque, al convertirse la mayoría de estos en mixtos, hubiera sido demasiado descarada la discriminación.

Entonces no había “bazares chinos” ni sus antecesores, los famosísimos “Todo a 100”, que vendieran tambores de plástico ni gorros de cocinero de papel, así que la tamborrada la seguías manejando unos palillos invisibles sobre un también imaginario barril o tambor; pero no importaba, podías ser feliz con tan poco en las manos y  tanto en la imaginación. Igualito que ahora, vamos.

Como no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, tuve cumplido –aunque tardío- resarcimiento de las tamborradas que me faltaron en la infancia preparando, veinte años después, las de mis hijas que, ellas sí, pudieron desfilar con honor y todo el derecho por las calles de la ciudad. A las sociedades gastronómicas también vamos ya cuando queremos y no cuando nos dejan.

Esto de la Tamborrada nos ha ayudado mucho a las mujeres a recuperar algunos espacios perdidos.  Aunque ya no comamos angulas, claro.

Felices los felices.

LaAlquimista

Foto de portada: Mi hija como Tambor Mayor de la compañía de Amara Berri. Ya eran los años 2000

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"No esperes nada de nadie"

 

“No esperes nada de nadie”

Esta no es mi filosofía, vaya por delante, que soy más del tiempo en el que la esperanza en el ser humano iba de la mano del agradecimiento y lo más natural siempre fue devolver bien por bien y recoger los frutos de la buena siembra. Pero parece ser que no, que ahora lo que prima es ir mayormente cada uno a su bola sin pretender que nadie haga nada por nadie o que te den buen pago por tus inversiones emocionales.

Hablando en plata vendría a ser algo así como:

  • No esperar que tus hijos te devuelvan con amor lo que con amor les diste.
  • No esperar que tu pareja te pague con la misma moneda el apoyo o ayuda que ofreciste.
  • No esperar que tus amigos recuerden lo bien que te portaste cuando ellos lo pasaron mal…ahora que a ti te pintan bastos.
  • No esperar que el Estado te devuelva el esfuerzo generado con el pago de todos tus impuestos en forma de una buena Sanidad, Cultura, Justicia o lo que sea.

La frasecita de marras (“No esperes nada de nadie”) me la han restregado por los morros últimamente personas de esas que miran con condescendencia a los demás, así, en plan, yo ya estoy por encima de todo y tal y tú todavía tienes que aprender mucho de la vida, bonita.

Y no digo que no –lo de aprender-, pero esto que me quieren meter a machamartillo en el cerebro, lo de que aquí en este mundo cada uno mira únicamente por sí mismo y si te dan alguna migaja pues bien, pero no se te ocurra esperar (ni mucho menos pedir) nada del prójimo…me chirría lo que no está escrito.

¿De verdad que ahora lo que se lleva en plan inteligencia emocional es revestirse de coraza para no sufrir por los desmanes ajenos? ¿De verdad que no es lícito “esperar” que si se predica con el ejemplo esa semilla caiga en buena tierra y fructifique? ¿De verdad que da igual si te has dejado los higadillos en la lucha personal por salir adelante –y sacar adelante a los tuyos- que si no hubieras movido un dedo…?

Si los actos malos tienen su castigo –o por lo menos eso pone en el Código Penal-… ¿por qué no debemos esperar que los buenos tengan su premio o reconocimiento?

Cierto es que serás bienaventurado si no esperas nada porque nunca te verás decepcionado…pero… ¿quiero vivir así? Porque no es generosidad a ultranza lo que se pide sino frialdad pura y dura. O indiferencia. O deshumanización.

Vaya usted a saber. Menudo lío esta moda de “no esperar nada de nadie”.

Felices los felices y los que esperan para no desesperar.

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martes, 10 de enero de 2023

Rebajas o insulto a la inteligencia

 

Rebajas o insulto a la inteligencia

No voy a decir nada que no sepamos ya –sobre todo las mujeres-, pero me sigue llamando la atención la flagrante insidia con que nos saludan desde sus anaqueles de diseño las tiendas de ropa destinadas a hacernos creer que nos están dando duros a cuatro pesetas. Que yo no digo que no haya gangas apreciables o despreciables entre los metros cúbicos de manufactura textil que se desbordan en los comercios que son como el gobierno y la oposición: dos de los grandes con distintos nombres y los mismos collares y el resto  pequeños comerciantes que a duras
penas le pueden hincar el diente al asunto. Supongo que puedes encontrar alguna prenda estupenda, sin manchas de maquillaje o rouge, con todos los botones en su sitio, sin hilachas aparentes y con las cremalleras en funcionamiento con un descuento sustancial sobre lo que marcaba la etiqueta; no lo discuto y quiero pensar que se puede obtener, pero lo que sí digo es que nos están “vendiendo” unas rebajas como si fuera la brisa fresca de la primavera justo recién empezado el invierno.

Porque a ver quién se resiste, claro, a comprarse la blusita liviana de la “new collection” o la chaquetilla de punto fino para la primavera que ya está en ciernes y eso que quedan las heladas de febrero y las nieves de marzo por delante-, colocada con gusto y primor al lado de los montones informes de prendas feas y vulgares sobrantes de la temporada otoño-invierno, como si de un mercadillo dominical de pueblo se tratase. Que aparecen fardos llenos de prendas absurdamente anodinas y baratas que nadie había visto hasta antesdeayer con la etiqueta del precio en grande y/o fosforito para hacernos creer que nos llevamos un chollo comprando por pocos euros lo que, supuestamente, valía el doble en el albarán manipulado del director de marketing de turno.

Pues las cosas no son así, de verdad que no. Que para obtener buenos descuentos hay que irse al pequeño comercio, ese que trabaja con márgenes de este mundo y no del espacio sideral, ese que vende el material a un precio razonable y que, en rebajas, no puede dejarlo a un 70% de su pvp oficial. ¿Quiere eso decir que si un abrigo –por poner un ejemplo- cuya etiqueta marca como precio original 395€ (ejemplo real) me lo están rebajando la friolera de 276,50€? ¿Y todavía siguen ganando? Si Pitágoras no miente y pago por él 118,50€ estoy manteniendo un negocio que se lleva márgenes de un tanto por cierto obsceno (y lo dejo que soy de letras)

No estoy queriendo decir que las rebajas sean un timo, no llego a tanto, que me he comprado unas Nike Air Max auténticas hechas en Vietnam, rebajadas de su precio original de 120€ al sencillo y redondo precio de 50€ del ala –cuyo costo en origen sitúo en los 9,95$ americanos tirando por lo alto, pero en fin.

Lo que quiero es decir las cosas claras para que “piquemos” lo menos posible. Las rebajas ya no son lo que eran y, excepto que le hayamos echado el ojo a algo anteriormente y comparemos ahora su precio –y su calidad- y lo podamos adquirir, el resto –o casi todo el resto- son artículos fabricados “ex profeso” para la campaña de rebajas y/o excedentes de vaya usted a saber qué fabrica de la otra punta del mapa donde se esclaviza al trabajador y no atan los perros con longanizas precisamente.

Que seamos conscientes de que nos dan gato por liebre “low cost” y como hay toda una neurosis  colectiva que se encargan ellos mismos de
fomentar a base de publicidad, la gente sale “de rebajas” como si fuera a dar un paseo para estirar las piernas, con alegría, pero con compulsión. Aunque ya sepamos que lo nuestro tiene otro nombre que rima con todos los “ismos” fatídicos que en este mundo son.

Obviamente, es mucho más fácil engañar a alguien que convencerle de que ha sido engañado. Y así nos va.

Felices los felices.

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El lío de las "familias desestructuradas"

 

El lío de las “familias desestructuradas”

* “Amor y dolor” Edvard Munch 1893

En estricto rigor de definición, una familia desestructurada es aquella en la que los padres no son capaces de proporcionar todo el bienestar y protección suficiente a los hijos. Es decir: que se puede dinamitar la unidad familiar y lo que esta significa de muchísimas maneras. Por carencias materiales, por carencias afectivas o por falta de inteligencia emocional. Pero de ahí a hacer de todo el monte orégano ha ido un paso (o dos), casi siempre de la mano de esos profesionales del ramo que venden humo y cuelgan diagnósticos genéricos por doquier y meten en el mismo saco a un padre o madre que da palizas a sus hijos como a esos hijos que, para protegerse, huyen del paraguas familiar.

Aclarada la procedencia y definición de esta disfunción, anomalía o trastorno ya deberíamos poder hablar con propiedad de lo que es y de lo que no es una familia desestructurada o disfuncional.

Lo que no se puede hacer es machacar a otros miembros del grupo familiar por esgrimir significativas diferencias de comportamiento y opinión entre quienes comparten techo y ADN. Quien así actúa hace que los demás se sientan como si estuvieran haciendo algo incorrecto o teniendo un comportamiento censurable. Craso error, enorme disparate. Porque ¿acaso no tenemos todos como individuos derecho a la sacrosanta libertad de pensamiento, decisión y actuación? ¿Por qué alguien tiene que arrogarse el derecho de “etiquetar” negativamente a sus colaterales si estos no siguen el camino diseñado por otros?

Quien huye, quien se protege, quien sale por piernas NO es el que desestructura la familia, ni mucho menos. Cuando una hija se agarra a un clavo ardiendo para salir de la cárcel familiar, cuando un hijo busca en el mapa el lugar más lejano posible de su tronco original…es por algo. Y casi siempre, los responsables son quienes marcan los límites, esgrimen las normas o dictan sentencias. Los padres, obviamente.

La familia de la que provengo se desestructuró dos generaciones antes de que yo naciera. Si alguno de mis abuelos (y eran cuatro) no supo proporcionar a mis padres el bienestar afectivo/amoroso suficiente, es de manual que luego ellos –mi padre y mi madre- tuvieran que lidiar con esas carencias cuando a su vez tuvieron sus propios hijos. En mi caso –que puede ser o no significativo- la falta de empatía y generosidad que se venía arrastrando por parte materna (ahí topamos con las Constelaciones Familiares) conformó el alud que arrasó la familia y la desestructuró como una avalancha de barro y piedras entierra un precioso pueblecito alpino.

Dentro de lo malo, no hablo de carencias materiales. Dicen que las penas con pan son menos y es una gran verdad que sólo se alcanza si la calefacción está encendida y hay un plato humeante en la mesa.

Las familias se desestructuran poco a poco, con la insidia de la gota malaya que no cesa en su empeño de horadar la roca del amor. La única medicina es, precisamente, ésa: el amor. Y a quien sepa de qué estoy hablando le acompaño en el camino de la tristeza, en la senda de la lucha hasta llegar a ese pequeño y gratificante lugar de paz y descanso donde habita el deseo de todo aquello que hemos necesitado y nunca nos dieron.

Lo único que persigo es que mis hijas, mi gran responsabilidad, guarden pocos reproches en su corazón el día que yo ya no esté. El resto, minucias.

Felices los felices.

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Empezar el año con buen pie

 

Empezar el año con buen pie

La adaptación al medio es lo que hace que las especies sobrevivan como conjunto. Pero el individuo como tal –solo, terriblemente solo, desde que nace hasta que muere- no lo tiene tan fácil, porque adaptarse a una sociedad que está enferma seguramente no es lo más sano que se puede hacer.

El último día del año todo son planes, proyectos y brindis sin más fundamento que la fe que uno quiera ponerle al asunto. Expresar deseos, beber alcohol, darse abrazos sin fin no es más que un folclore que se perpetúa año tras año en nuestra sociedad occidental. Y no digo que esté ni mal ni bien sino que me chirría la repetición de jugadas que se manifiestan como errores.

Mi entrada en el año 2022 fue nefasta –a pesar de que hubo uvas y brindis y algún que otro abrazo-. Tuve todo un año para pelearme con la vida y conmigo misma sin solución de continuidad. Un año cansado, vive dios, pero no por ello menos fructífero.

Mi entrada en el año 2023 ha sido bien diferente. En vez de acoplarme a un festejo nocturno ideé mi propio “festejo diurno”. Busqué –y encontré- a alguien como yo: con los pies en el suelo, la cabeza en su sitio y el corazón rebosante. Nos fuimos de paseo disfrutando del buen tiempo. Comimos de lujo en un sitio de lujo donde nos pusieron mucho cariño en el plato. Nos hicimos regalos. Brindamos mirándonos a los ojos y nos dijimos “te quiero” y abrimos la puerta a caminar el nuevo año con paz interior y alegría en el corazón.

Por la noche, cené sola (vivo sola) en mi casa una sopa de las que me gustan y me fui a la cama con un libro nuevo.

¡Feliz año 2023! Cohetes, ruido, fuegos artificiales, alegría de calendario… ¡Yo también estuve contenta! ¡Elegí “adaptarme a mí misma” y a mi realidad sin falsearla!

Al día siguiente, sin resaca, con el cuerpo en su sitio y el ánimo pinturero, respiré el aire puro del mar que baña mi ciudad; paseé entre la gente con la sonrisa puesta, miré a lo lejos y también en mi interior. Reconfortada por ver que todo seguía en su sitio, volví a casa (tengo casa, techo, calor) y cociné mi “menú especial de Año Nuevo”, el que desde hace muchos lustros inaugura mi tiempo por venir: unos huevos fritos con patatas y un caldo reconfortante. Nada más. Y nada menos.

Tengo todo los pertrechos necesarios para afrontar esta próxima etapa del viaje a Itaca que traerá aventuras sin fin y muchos cantos de sirena. Pero lo importante no es llegar –ni mucho menos- sino sentir que se vive el viaje intensamente.

He empezado el año con buen pie. Lo sé. ¡Ojalá que vosotros también!

Felices los felices.

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REsumen de la jugada 2022

 

Resumen de la jugada 2022

** “Esperanza” Banksy. Arte urbano

Para algunos habrá sido este año que termina el mejor de su existencia. O el peor, de todo habrá. Dependerá de los hados o de la suerte de que no se hayan padecido demasiadas puñaladas traperas. Cada uno cuenta la feria según le va en ella. Unos cuarenta y tantos millones de opiniones más o menos.

También dependerá el balance de si estás más al norte o más hacia el sur de la economía; o de si tus apellidos suenan contundentemente patrios o no. O de si eres hombre o mujer, factor que todavía marca demasiadas diferencias. ¡Tantos factores!

Los jóvenes se quejan y los jubilados también. Los niños y los adultos productivos están a lo suyo, que no es más que mirarse el ombligo de la nómina o estipendio a fin de mes. Los niños, pobrecicos ellos, a seguir padeciendo las neurosis familiares y los traumas heredados.

La sociedad en la que vivimos –por lo menos, en la que yo vivo- me da muchísimo repelús. Será porque no conozco de primera mano otras peores, soy consciente de que si nos ponemos a comparar todavía podemos aprobar con nota la reválida del año que termina.

La humanidad que en su conjunto marca pautas y tendencias también me chirría lo que no está escrito. De los políticos mejor ni hablar: los de aquí y los de allá van a la suya como no podía ser de otra manera. Es el oficio mejor pagado del mundo aunque propicie muchos jamacucos emocionales y de los otros, pero la vanidad, el narcisismo, el ansia de poder… !Qué vicios adictivos son!

Por lo demás este año que cierra sus puertas he pagado cumplidamente todos mis impuestos para colaborar a entregar subvenciones a muchos de los que escaquean sus propias obligaciones fiscales. Filántropa que es una. También he contribuido al equilibrio sanitario no yendo al ambulatorio más que una vez (porque pillé la Covid-19) y cero veces a urgencias, solucionándome en mi casa las goteras propias de la edad. He gastado en medicinas lo que valen un par de cañas ya que el paracetamol está por los suelos y sólo cuesta unos céntimos.

Por otro lado he apoyado con fervor la economía capitalista gastando hasta casi el último billete de mis ingresos. Vamos, que de ahorrar rien de rien, que la vida circula por vías de alta velocidad y mejor fundirse el peculio antes que se lo lleve Hacienda cuando me muera.

De amistades y amores, pues lo de siempre en los últimos diez años: cuarto y mitad y el resto a la basura por no poder atender.

Lo mejor del año, y por este orden, ha sido: los abrazos compartidos, los libros leídos y los días tranquilos a la orilla del mar. Casi nada al aparato…

En resumidas cuentas: que para el próximo año lo único que quiero es que “no haya olas”. Y seguir poniendo en práctica la máxima de “vive y deja vivir” que significa exactamente que cada uno se ocupe de su propia vida y deje en paz a los demás, sin tocarles las narices. Casi nada otra vez…

Felices los felices, malgré tout o a pesar de todo que no es lo mismo pero es igual.

Urteberri on!

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Cada pareja es un mundo

 

Cada pareja es un mundo

Servidora hace unos cuantos años que no tiene pareja oficial que llevarse a la boca. Quizás sea esto porque tengo un carácter poco domable o porque se me agotó el cupo asignado, pero el caso es que voy de single por los procelosos caminos de la vida. Quizás también porque mi mirada es ahora más objetiva puedo permitirme el lujo de observar, mirar, contemplar a las parejas que flotan en mi órbita relacional. Las escudriño en plan entomóloga, es decir, con la distancia suficiente y sin que se me mueva una pestaña hagan lo que hagan porque no me afecta.

Yo no sé si se siguen queriendo las que llevan decenios cohabitando o en contubernio, ni me importa, las cosas como son. Ahí les veo, con sus engranajes perfectamente encajados aunque a veces les falte grasa y chirríen. Es esa pareja que van juntos a todas partes fuera del estricto horario laboral. Juntos a hacer la compra del sábado, a la par en el paseo dominical; juntos a cocinar, comer, fregar, siestear, caminar, descansar, roncar. Juntos en cada minuto libre que ofrezca el calendario: en vacaciones y fiestas de guardar. Juntos y revueltos, obviamente.

Ahí les veo, a los que están empadronados en el mismo domicilio e incluso duermen en la misma cama, pero son como las líneas paralelas: que nunca se tocan. Cada uno hace su vida, tiene sus propias amistades, pergeña sus propios planes. A veces –las menos- coinciden en algunas vacaciones, pero lo habitual es que ella se vaya con las amigas por ahí, lo más lejos posible y él o se queda en casita tan ricamente feliz y contento o se coge el coche y se va a visitar a algún amigo de la juventud que se acaba de separar y se aburre lo que no está escrito. Juntos, pero no revueltos.

Ahí les veo, a los que siguen llevando las riendas de la familia, con hijos no independizados, trabajando y suministrando dinero al monto común para pagar estudios, comprar ropa (de marca siempre), propiciar viajes de vacaciones y, en definitiva, cumplir con el sacrosanto mandato social de hacer lo que hay que hacer por la familia. Ni juntos, ni revueltos estos: poco tiempo les queda para nada.

Ahí les veo –y desde muy lejos lejísimos- a los que forman la “pareja burbuja”, ésa que no se relaciona con casi nadie porque ni les importan los demás ni tienen nada que compartir. Se bastan a sí mismos para lo bueno y para lo malo. De esa gente no sabes nada porque nada cuentan, nunca invitan, no comparten. Parece que les suele ir bien así hasta que un día te enteras de que ya no están juntos. Y piensas: seguro que volverán a empezar repitiendo el esquema con una pareja nueva y despistada.

Ahí les veo también a los que viven para cuidar a sus mayores ancianos, aparcando los planes soñados para la edad madura a la espera de que vengan tiempos mejores. No sé si serán “tiempos mejores” los que les lleguen cuando se liberen de las obligaciones familiares. Seguramente pasarán de cuidar padres a cuidar nietos y después a criar malvas.

Las parejas que se forman a partir de los cincuenta o sesenta años son un territorio inexplorado por mí. Sólo sé lo que me cuentan (y seguro que callan la mitad y la otra mitad la adornan). Pero mucho me temo que sigue habiendo un patrón que no se va ni con agua caliente y no es otro que eso tan viejo y tan feo y tan triste que dice que: “lo que no es amor, es interés”.

Cada pareja es un mundo, vaya que sí.

Felices los felices.

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