martes, 22 de marzo de 2016

Mis oraciones de antes de dormir



Olvidado para siempre el tiempo en que rezaba cada noche de rodillas –literal- cuatro tonterías sin sentido antes de meterme a la cama, -sin sentido alguno pero quien ha podido destruir en su memoria inconsciente aquel famoso Jesusito de mi vida eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, tómalo tuyo es mío no-, olvidadas y desaprendidas tantas oraciones que martillearon mi infancia, la pila de agua bendita que mi tía-abuela rellenaba con tesón y que estaba encima de mi cama y de la que sustraía líquido para mis persignaciones cotidianas, y arrancado de mi conciencia de una vez por todas el escapulario que me metían por debajo de la camiseta -al que tenía que dar besos por la mañana y por la noche-, abrazando el misalito Regina que era mi más preciado bien o así me lo hicieron saber para que venerara las estampitas de Santa Rita y el Sagrado Corazón sangrante de Jesús y las llagas de otros mártires o protomártires. Queriendo olvidar, pero cómo… aquellos años en que, viviendo con mis abuelos, nos hincábamos –mi abuelo, mi abuela, mi tía-abuela y yo- de rodillas a la hora nefasta del rosario para demostrar ante el Dios que todo lo veía y que nos miraba en aquellos momentos que éramos buenos cristianos merecedores de un lugar a la diestra (que luego supe que significaba derecha pero que pensaba que era algún sitio especialmente divertido) del Padre, tanto rezar desde niña como un plan de pensiones para la eternidad, con lo cigarra que yo he sido, y me convencieron -o quizás no me dejaron otra opción- de que los rezos y la práctica religiosa eran imprescindibles para mi evolución de niña a persona humana pasando por “ente cristiano” tal y como mandaban los preceptos que se seguían en mi familia a rajatabla para satisfacción de los mayores y turbación de los menores, como era mi caso.

¿Cómo desprenderse de aquel diluvio de novenas, jaculatorias, y del nefasto con Dios me acuesto con Dios me levanto con la Virgen Maria y el Espíritu Santo?

Mi madre dice que me invento cosas y yo digo que ella se ha olvidado ya de cómo favoreció la educación de su hija hace más de cincuenta años.

El rosario de plástico marrón de diario y el rosario de nácar azulado (más falso que otra cosa, el nácar, digo) de los días de fiesta. El velo negro para cubrir mis cabellos, el sencillo para el colegio, el redondito con bodoques para ir a misa con mis padres los domingos cuando niña, mantilla semi-larga al cumplir los once años. El misal  lleno de estampas de santos, de recordatorios de la primera comunión, de cromos de colores con imágenes de Bernadette o los niños de Fátima. Y la estampa con la foto del Papa de Roma –entre Juan XXIII y Pablo VI- con la oración que había que repetir cada día en la misa del colegio. Misa diaria antes de comer, rosario antes de ir a casa, más primeros viernes, exposición del Santísimo, novenas diversas y excursiones a Lourdes-Txiki. (“¡Pero si ya he rezado el rosario en el colegio!”. “No importa. En casa también”)

Sin contar el ritual de la confesión semanal de pecados inventados “Padre me acuso de haber desobedecido a mis papás, de pelearme con mis hermanitas, de dar malas contestaciones y de decir mentiras”. Pues nada, ahí que me iban las avemarías de penitencia de un enunciado aprendido, más bien inducido por quien velaba por la pureza de mi alma virginal y me “dictaba” los pecadillos (veniales, eso sí) de los que me tenía que “acusar” y “sentirme culpable”. Vigilaban más la pureza de mi alma que la de mi ropa interior…

En realidad yo quería escribir sobre otra cosa y he comenzado con esta digresión de recuerdos religiosos y ya ni sé cómo voy a poder enlazar con el hilo inicial… ¡Ah, sí!

Mis oraciones de antes de dormir. Cada noche, cuando apago la luz y poso la cabeza en la almohada, en esos segundos previos al abandono de la mente y el cuerpo en los brazos de mi espíritu que hará con ellos lo que quiera, doy gracias por TRES cosas buenas que me hayan ocurrido en ese día. A veces ocurren cosas importantes que me reafirman la fe en el ser humano. Otros días son pequeñas minucias que me reconfortan el corazón. A veces tengo que rebuscar… pero siempre las encuentro.

Por fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/

miércoles, 9 de marzo de 2016

Cuarto Acuerdo. "Haz siempre lo máximo que puedas"




Magnífico Cuarto Acuerdo de la filosofía tolteca que desarrolla Miguel Angel Ruiz en su libro “Los cuatro acuerdos”.

Parece una verdad de Perogrullo esto de hacer siempre lo máximo que se pueda porque…¿quién no actúa así desde siempre? Sin embargo, a poco que nos pongamos a observar –sobre todo mirando en nuestro interior- descubrimos que la forma de actuar del común de los mortales está basada en la ley del mínimo esfuerzo propio o en la teoría del máximo esfuerzo de los demás. Es decir, asentarse en una postura cómoda (y acomodaticia) que evite en lo posible el desgaste tanto físico como mental del individuo.

Sin embargo, están “los otros”, esas personas que sí que son capaces de hacer mucho más que los demás, simplemente porque son ambiciosos. Son los que trepan y llegan a la cima de la montaña porque han deseado el poder, el dinero, el relumbre social. Son los que han escalado hasta la cumbre apoyando sus pies no solamente en los salientes naturales sino también sobre las cabezas de muchos seres humanos.

Entre unos y otros, entre los que se dejan domesticar en silencio consentido y los que domestican con látigo sibilino se sitúan quienes tienen conciencia de su propio poder, conciencia de sus posibilidades individuales y actúan en consecuencia desarrollando la capacidad con la que han venido a este mundo.

No hace falta ser un genio para sentirse orgulloso de uno mismo; ni llevarse el premio fin de curso para reconocer la propia satisfacción por las cosas bien hechas. El premio, la medalla, la escarapela, no son más que aditamentos sociales para alimentar la vanidad. El orgullo por el trabajo bien hecho casi siempre se queda en nuestro interior; no necesita realmente ser cacareado a bombo y platillo.

Ahí es donde está el auténtico trabajo, ese “hacer siempre lo máximo que se pueda”, en todos los ámbitos de nuestra vida, en cada ocasión, -importante o cotidiana- sin parar mientes en lo que piensen los demás o en lo que los demás esperan de nosotros que hagamos.

Unas veces haremos mucho, otros días haremos menos en función de nuestro estado de ánimo, de la fuerza que nos sostenga en cada ocasión, pero es tan sencillo como poner “el alma” en todas las acciones que emprendamos por pequeñas que nos puedan parecer. Desde dedicarnos a cocinar echándole mucho cariño al asunto –que es el truco infalible para que los guisos sepan a gloria bendita-, hasta escuchar con una sonrisa en los ojos al amigo que está desahogándose (aunque sea por cuarta vez) con nosotros. Ayudar a los demás cuando nos piden ayuda y hacerlo desde el corazón si así lo sentimos; pero si tenemos que decir “NO”, hacerlo tranquilamente porque eso significa que nuestra esencia habla con palabras sencillas. Y quedarse tranquilo ante nuestra propia negativa porque eso quiere decir que, en ese momento, ese máximo que podemos hacer es el que es, lo real, lo auténtico y mala cosa es forzar el sentimiento y los dictados de la mente para complacer al prójimo.

Hacer siempre lo máximo que se pueda parece muy sencillo, pero no lo es tanto porque estamos acostumbrados a hacer “lo que nos da la gana” sin pararnos a reflexionar si ese dictado de nuestra voluntad no es también el discurso profundo de nuestra esencia y hacemos las cosas desde la mente sin sentirlas cuando bien podríamos hacer  coincidir ambas acciones y lograr un resultado mucho más “perfecto”.

“Di que no cuando quieras decir que no y di que sí cuando quieras decir que si: tienes derecho a ser tú mismo”.

Habrá veces en que no seremos impecables con las palabras y sabremos que tenemos que seguir trabajando en ello; en otras ocasiones sufriremos por tomarnos como personal algo que deberíamos dejar correr y ese dolor nos hará aprender para la siguiente vez. Y cuando caigamos en la tentación de hacer suposiciones por cobardía o mala intención también podremos reconocer nuestra marca personal y decidir qué queremos hacer con todo ello.

Quizás intentar “hacer siempre lo máximo posible” para sentir que llevamos las riendas de la propia vida en vez de dejar que sea ella, la vida, la que nos pase por encima sin que podamos hacer nada por evitarlo. Hoy puede ser el día perfecto para tomar CONSCIENCIA de todo lo que somos capaces de hacer, quitándonos –por fin- todo el MIEDO con el que hemos cargado durante demasiado tiempo. Hoy puede ser el día perfecto para acometer “eso” que nos ha frenado, “eso” que tenemos pendiente, “eso” que nos va a permitir ser un poco más felices.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50






lunes, 7 de marzo de 2016

Tercer Acuerdo. "No hagas suposiciones"



Magnífico Tercer Acuerdo de la filosofía tolteca que desarrolla Miguel Angel Ruiz en su libro “Los cuatro acuerdos”.

En realidad la mayoría de nuestros pensamientos están dirigidos a elucubrar sobre las cosas y las personas y a dar rienda suelta a la suposición en todos sus ámbitos y posibilidades. Esta afirmación no es gratuita, desgraciadamente. No solamente hablo por lo que tengo comprobado en mi persona sino que en mi vida cotidiana, en el pasado y en el presente, me he visto afectada de forma notoria por las “suposiciones” de los demás que, creyendo que tengo una bola de cristal para leerles el pensamiento, han actuado conmigo de forma poco positiva, reproduciendo una vez más mi propia forma de pensar y actuar. De ahí la inquietud por modificar este esquema erróneo. Como en un círculo –más o menos vicioso- en el que todos estamos enredados en una trama tejida a base de los “yo suponía que”.

¡En cuántas ocasiones hemos hecho una montaña de un grano de arena dejando que nuestra mente se envenene con suposiciones infundadas que lo único que reflejaban era nuestro miedo interior!

¡Cuántas veces nos habremos “comido el coco” pensando en todo lo malo que podía ocurrirnos tan sólo por no recurrir a la sencilla opción de preguntar las cosas! Pero no preguntamos porque tenemos miedo de las respuestas o porque las anticipamos –en nuestra calenturienta imaginación- y de esa forma callamos y perdemos una partida que ni tan siquiera nos hemos aprestado a jugar.

Si no suena el teléfono cuando lo estamos esperando, hacemos la gratuita y perniciosa suposición del: “ya no le intereso”, “es una persona egoísta” o “lo hace para fastidiarme”. Inclumplimos el 2º Acuerdo (No tomes nada personalmente) y caemos en el error de hacer suposiciones haciéndonos un daño gratuito. Tan sencillo como agarrar el teléfono nosotros y preguntar. Quizás entonces descubramos que esa persona estaba enferma o con una sobrecarga de trabajo considerable o, simplemente, con el teléfono estropeado.

Pero hemos “inventado” en nuestra confusa mente toda una historia para responder a preguntas mal formuladas.

Demasiadas veces “suponemos” que nuestra pareja o los seres cercanos “tienen que saber” lo que nosotros necesitamos o deseamos y, si no nos es ofrecido, caemos en el desánimo, cuando no en el enfado. “¿Por qué no se da cuenta de que lo que necesito es esto?” –pensamos-, y damos por supuesto que esa información clarísima para nosotros también tiene que serlo para la otra persona que, evidentemente, no puede leernos el pensamiento.

Siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas. Estamos delegando la responsabilidad de conocer nuestras necesidades o deseos en otras personas, como proyección de una inestabilidad interna que no sabemos cómo manejar.

Ejemplos hay a montones. Hace poco me llamó un amigo para invitarme a comer un día domingo. Pero lo hizo el mismo día, con poca antelación y, como desbarataba los planes de soledad tranquila que yo deseaba, “supuse” que le molestaría una negativa por mi parte, así que le dije que “no me encontraba bien”. Alarmado, mi amigo me preguntó que qué me ocurría y yo, no sabiendo qué responder sin mentir (otra vez) “supuse” que se iba a preocupar en exceso por mí, así que le contesté un poco crípticamente que “necesitaba estar sola”.

Lógicamente me corroía por dentro el runrún de no haber sido clara ni sincera, de no haber sido capaz de agradecer su invitación con sencillez y explicarle que tenía otros planes. Mi propia inseguridad se la trasladé a él haciéndole sentir mal…!O eso supuse yo! Así que, ese mismo día por la tarde, le llamé para darle -tarde y mal- la explicación que le podía haber dado en su momento. Mi amigo, sin ocultar su sorpresa, me dijo que había hecho mal en hacer suposiciones sobre cómo iba a tomárselo él puesto que no le provocó ninguna incomodidad mi negativa aunque sí mi malestar. Obviamente, comprendí que me había portado estúpidamente.

También he padecido este “exceso de suposición” como arma en mi contra cuando el silencio o la indiferencia ajena me han golpeado por que “los demás” habían hecho suposiciones infundadas sobre mi persona. El caso más ruinosamente doloroso lo padecí con un hombre que me gustaba más que mucho y quien, después de una primera cita agradable y placentera para ambos, no volvió a llamarme en varias semanas. Esperando su llamada no sabía si haría bien llamándole yo –por aquello de que a los hombres no les gusta que les agobien, prefieren casi siempre ser ellos los que tomen las iniciativas y las mujeres estamos –demasiadas veces- abocadas a mordernos las uñas esperando a que suene el teléfono. Como me acordaba de él y de los buenos momentos compartidos, acabé llamándole yo. Su alegría fue manifiesta al escuchar mi voz, no disimuló en absoluto. Así que me dio pie para preguntarle directamente que, si tanto se alegraba de escucharme, por qué no había llamado él en todo ese tiempo…

Me dijo que como le había dicho que tenía “muchos amigos” supuso que estaría “muy solicitada” y no tendría tiempo libre para salir con él.

A lo que yo contesté que no me había dado la oportunidad de decirle que sí ni que no porque no me había vuelto a llamar. Pero él adujo que para qué me iba a llamar si lo más probable es que yo le hubiera dicho que “estaba muy ocupada”, creando una imagen de mi persona absolutamente alejada de la realidad, ya que –como le aclaré- son muchas las tardes y las noches que paso en soledad conmigo misma con toda la tranquilidad del mundo. Pero él insistía en que yo había marcado pautas al decirle que era una mujer “no-dependiente”, así que no me llamó para evitar incomodarme o un posible rechazo.


Como tenemos miedo de pedir una aclaración, hacemos suposiciones y creemos que son ciertas; después las defendemos e intentamos que sea el otro el que no tenga razón.

Su respuesta me supo a cuerno quemado porque me demostró que era una persona insegura de sí misma y que había proyectado hacia afuera (hacia mí) sus temores y sus miedos. No volvimos a encontrarnos nunca más.

Pero no es más sencillo cuando ya se tiene una pareja, porque en muchísimas ocasiones damos por supuesto que nuestra pareja sabe lo que pensamos y que no es preciso que le digamos lo que queremos. Toda esta suposición para echarle luego en cara que no ha hecho lo que nosotros esperábamos y reprocharle que “no piensa en nosotros o no nos conoce en absoluto”. ¡Como si los demás pudiesen leer nuestra mente! ¡Como si nosotros pudiésemos leer la mente de los demás!

La mala comunicación entre las personas se nutre de las suposiciones; es más cómodo y menos arriesgado “suponer” lo que el otro quiere, piensa o desea que preguntar arriesgándonos a conocer algo que igual nos incomoda. Así que callamos y seguimos haciendo suposiciones…

También hay que hablar de las personas malintencionadas que toman decisiones que sólo competen a uno mismo y se escudan detrás de un “no te he consultado porque he supuesto que…” quitándote el derecho que te correspondía.

¡Menudo trabajo de Hércules nos queda por hacer!

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50






sábado, 5 de marzo de 2016

Segundo Acuerdo. "No tomes nada personalmente"




Magnífico 2º Acuerdo de la filosofía tolteca que desarrolla Miguel Angel Ruiz en su libro “Los cuatro acuerdos”.

En cierta ocasión tuve que compartir con una persona a la que yo había amado mucho los momentos tristes y decepcionantes previos a la conclusión de que la relación afectiva había enfermado, entraba en su plena agonía y presentaba un final más que doloroso. Quería que el corazón no se rompiera en trozos y que la mente se mantuviera clara, a la vez que el espíritu obtuviera la paz suficiente como para poder equilibrarlos a ambos.

Cuando fui a la cita –en la que ya se sabía de antemano que el amor había huido por la ventana de la incomprensión y la falta de entendimiento entre las partes- llevaba, si no como única sí como prioritaria intención, la de “terminar bien” o por lo menos sin hacernos más daño del que ya nos habíamos –consciente o sin quererlo- inferido.

Inopinadamente, la otra persona comenzó a hablar del pasado en común. Sacó de un saco invisible para mí, pero que se veía que había llenado con fruición, toda una retahíla de reproches antiguos y admoniciones presentes. Como no me lo esperaba, no fui capaz de reaccionar y mi silencio le proporcionó el empuje que necesitaba –o quizás ya lo llevaba- para lanzarse a un soliloquio doliente que, en un momento dado y muy sutilmente, se convirtió en una filípica en toda regla contra mi persona.

De los reproches pasó al insulto, de la reconvención a la acusación, convirtiendo los hechos objetivos del pasado en acciones reprobables, culpables, censurables, en poco menos que delitos.

Curiosamente, lejos de enfurecerme –pasada la sorpresa inicial- sentí que tenía que gestionar toda aquella panoplia de invectivas y, haciendo un esfuerzo por relajarme, comencé a ver la situación “desde arriba”, como si yo estuviera flotando y contemplara a dos personas –una de ellas con mi apariencia carnal- sentadas frente a frente a una mesa, mientras una de ellas lanzaba por la boca denuestos, amargura, rencor y desamor mientras la otra –yo- permanecía silenciosa.

“Esto no tiene nada que ver conmigo” pensé, “yo no soy esa persona sobre la que están volcando odio” sentí; “No me lo voy a tomar como algo personal”, decidí. Y seguí allí sentada hasta que remitió el chaparrón y entonces me levanté y, despidiéndome sucintamente, me fui para siempre de la vida de aquella persona.

Las balas no parece que hacen daño en caliente, tan sólo cuando se enfría la sangre aparece el dolor y los nervios reaccionan haciendo que se produzca la normal reacción física y química. La catarsis llegó, qué duda cabe, pero llegó para bien.

Cuando alguien nos vuelca encima su mal humor y LO ACEPTAMOS nos tomamos su afrenta como algo PERSONAL y sufrimos. “Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia basura”. Ese sufrimiento se puede evitar si somos capaces de darnos cuenta de que “el otro” lo único que está haciendo es PROYECTAR sobre nosotros –o sobre el mundo- sus propias y más íntimas (y casi siempre ocultas) carencias.

Ese insulto inesperado de alguien que está descontrolado y que hacemos nuestro (el insulto y el descontrol) poniéndonos como basiliscos porque consideramos que nos han faltado al respeto cuando, en realidad, nada tiene que ver con nosotros la mala educación o la irascibilidad de la otra persona. “Haces una montaña de un grano de arena porque sientes la necesidad de tener razón y de que los demás estén equivocados”.

¡Cuántas veces alguien me ha dicho frases hirientes! ¡Cuántas veces he aceptado ese mensaje, lo he hecho mío y he sufrido por ello! “Si alguien no te trata con amor y respeto que se aleje de ti es un regalo”.


¿Por qué me tomaba palabras que yo sabía eran inciertas como algo personal? ¿Por qué hacía como si fuera MERECEDORA de ellas cuando yo sabía perfectamente que eran mentiras o simplemente envidia?

La rabia de quien no es feliz se puede traducir en insultos hacia quien sí lo es. El rencor hacia sí mismo de quien no tiene paz en su interior se puede expresar en reproches, burlas y desprecio hacia quien está tranquilo y en paz con la vida. Quienes juzgan y condenan MI VIDA y me envían la sentencia con miradas de odio… ¿a quién están juzgando realmente? No a mí, desde luego, puesto que yo no me siento identificada con esa proyección de insania o mala intención.

No digo que sea fácil, ni siquiera digo que consiga aplicarlo en TODAS las ocasiones, pero sí siento la íntima satisfacción de saber alejarme del campo de batalla al que otras personas han querido acercarme, dejándome expuesta, en tierra de nadie, al fuego cruzado de su propia infelicidad.

No me lo tomo como algo personal porque no es nada MÍO, sino de quien siente la necesidad de sacar a pasear sus propios demonios dejando que molesten a los demás. Lo mejor que he hecho ha sido poner este “Acuerdo” en un post-it y pegarlo en la puerta de la nevera para no olvidarlo en ningún momento…

Vamos avanzando poquito a poco.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50





















lunes, 29 de febrero de 2016

Primer Acuerdo. "Sé impecable con tus palabras"



Hace varios años que descubrí a Miguel Angel Ruiz, un “nahual” mexicano que ha sabido profundizar en la filosofía tolteca y la comparte de manera comprensible y sencilla. Casualidad que viva en Teotihuacan, al pie de las pirámides sagradas; casualidad que yo estuviera allí hace unos meses. Causalidad pura y dura todo lo que me ha ocurrido desde entonces (y antes, pero quizás yo no era del todo consciente).

Miguel Ruiz escribió un libro en 1997 “The Four Agreements” (“Los cuatro acuerdos” Ediciones Urano) cuyo mensaje y contenido se extendió como la pólvora entre quienes quieren ir un poco más allá o simplemente mejorar la vida que tienen en este más acá. Yo lo descubrí hace cuatro años –un año por cada acuerdo- y no hay día que transcurra sin que pueda aplicar su filosofía tan peculiar sobre la vida.

Son “cuatro acuerdos”, ni de lejos parecidos a esos “Diez Mandamientos” tramposos y con tantas fisuras por donde hacer escapar a la propia conciencia. Son cuatro acuerdos voluntarios, personales, asentados plenamente en el libre albedrío del ser humano.

Me los sé de memoria y me gusta ponerlos en práctica; me complace sorprenderme (todavía) a mí misma dándome cuenta de que hay tantas y tantas ocasiones en el día a día en las que se pueden aplicar estas “normas básicas”, que ni siquiera son normas porque nadie te obliga, es una asunción de responsabilidad desde la pura libertad del individuo.

1.- “Sé impecable con tus palabras”.

2.- “No te tomes nada personalmente”.

3.- “No hagas suposiciones”.

4.- “Haz siempre lo máximo que puedas”.

Sencillo, elemental y entendible. Pero… ¿Somos capaces?

El Primer Acuerdo es el más difícil de entender. ¿En qué consiste eso de la impecabilidad de la palabra? Evidentemente no se trata de “hablar bien” sino de NO HABLAR MAL…a los demás ni a uno mismo.

Lo que nos diferencia básicamente de nuestros amigos los animales llamados no-racionales es la palabra: ese don (divino en unos casos, maligno en muchos otros) que nos convierte en seres casi mágicos, con capacidad para modificar la vida, el mundo; ese poder que nos permite influir, manipular, modelar, dirigir, levantar o destruir a otros seres humanos.

La palabra de Jesús de Nazaret; la palabra de Adolf Hitler. Palabras al fin y al cabo. Palabras de amor, palabras de desprecio. Mensaje de paz, levantamiento a la guerra.

Pero nosotros somos seres humanos sencillos, anónimos casi siempre, nuestra palabra… ¿qué valor tiene?

¡Inmenso! Con la palabra somos capaces de levantar a quien ha caído o de tumbar en la lona a quien está sufriendo. “!Tú sí que puedes, tú eres capaz!” y esas palabras de ánimo se convertirán en una fuerza REAL. Por el contrario: “No sirves para nada, eres un desastre” y quien escucha percibirá cómo el frío de la palabra vestida de energía negativa se introduce en su alma, en su mente, para dejarlo todo arrasado a su paso. Animar a las personas en sus proyectos o criticarlos y tirarlos por tierra ANTES de que los lleven a cabo. Palabras.

Proyectar hacia fuera la propia debilidad, dar por sentado que algo va a salir mal, vociferar la baja autoestima expulsando por la boca –o a través de un teclado- el veneno de la propia cobardía. Atreverse a expresar el propio pensamiento letal, considerar que hay derecho a contagiar a los demás con la propia decepción, compartir desde la inconsciencia una visión del mundo y del ser humano indigna. Palabras.

Palabras que ofenden, palabras que denigran al otro; cotilleos, maledicencias, calumnias. Bilis. Palabras.

Su poder es TAN grande que basta una sola para decidir la ruina de un corazón humano. “Ya no te amo”. “Eres un inútil”. “Vete a la mierda”. “No te soporto”. Palabras cotidianas, palabras sociales, palabras inmundas revestidas de supuesta sinceridad.

Ser impecable con las palabras significa utilizarlas únicamente como herramienta para el crecimiento y no como espada para abatir a otro ser humano.

Palabras que, una vez pronunciadas, quedarán para siempre en el corazón herido, aunque le cuenten el cuento de que se las ha llevado el viento. Palabras que no se olvidan. “Nunca llegarás a nada”, me dijo alguien hace muchísimos años… y lo recuerdo sobre todo cada día en que me siento feliz.

Mi Acuerdo conmigo misma es intentar ser yo también impecable con las palabras. Callar las que puedan dañar al prójimo, reflexionar sobre las que pueden dañarme a mí misma. Utilizarlas para ayudar a extender las alas, que puedan ser bálsamo de las heridas del amor o suave brisa en un atardecer melancólico; y también compañía amigable en la soledad, susurro enamorado que llena el alma… Elegirlas, cuidarlas, no decir ni una sola que enturbie la paz interior.

Un acuerdo magnífico que se puede experimentar hoy mismo, simplemente poniendo atención en nuestras palabras. Que HOY sean IMPECABLES.

Y sobre todo, hablar menos y abrazar más.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com



martes, 23 de febrero de 2016

Yo me aburro lo normal




Cuando salgo a primera hora de la mañana –rutina contradictoria para una prejubilada como yo- para que mi perro vacíe su vejiga y olisquee las micciones de medio barrio canino, me suelo encontrar con personajes que jamás antes habían caído en mi radio de acción.

Observo y no siempre callo, porque a fin de cuentas es agradable hablar con la gente y socializarse un poco.

Ayer llovía tanto –a todas horas- que no pude salir del perímetro de soportales que circunda el edificio que alberga la piel que habito y Elur, pertrechado con su abrigo/impermeable con capucha, tampoco estaba por la labor de explorar otros territorios; así que nos limitamos a dar “la vuelta al ruedo” un par de veces. Y en estas estaba cuando me crucé con un señor (jubilado a todas luces) que, andando a paso más que ligero, iba y venía, iba y venía… haciendo kilómetros bajo los arkupes. A la tercera vez que me vino de frente, le sonreí y le dije: “¿qué, llevas ya muchos “largos” a la piscina?”.

El buen hombre, lejos de sorprenderse por mi intromisión en su pequeño cross particular, se paró y, sonriendo también, pegó la hebra conmigo.

Entre unas cosas y otras –y mientras caminábamos juntos a paso ligero, Elur un poco cabreado porque no podía hocicar a gusto- hablamos de la huelga que va a convocar Rajoy, de la patochada del jurado popular, de Garzón y su culebrón y arreglamos el panorama internacional en veinte minutos escasos. Me preguntó por mi vida y, al informarle de mi condición de prejubilada, se me quedó mirando fijamente y me espetó: “Pues ahora te tendrás que aburrir un montón, ¿no?, con tanto tiempo libre…”

Era más que evidente que el buen hombre estaba proyectando sobre mi persona un extendido prejuicio (y espero que no fuera su situación personal) –como hacemos casi todos con demasiada frecuencia- y no me apeteció darle “un corte” explicándole que no sé de dónde sacaba yo antes tiempo para trabajar con la cantidad de cosas que hago ahora, así que me limité a sonreirle afectuosamente y decirle con boquita de piñón: “no, yo me aburro lo normal…” y parece que le gustó la frasecilla y se quedó conforme con mi respuesta.

Durante muchos años había yo pensado que “sólo se aburren los tontos”, pero ahora me doy cuenta de que era en mis apreciaciones demasiado poco generosa con las personas que no han tenido la suerte de buscar dentro de sí mismas y encontrar ese don, esa pasión, ese gusto por ciertas cosas que ofrece la vida que están ahí, esperando, latentes y sin fecha de caducidad, a que simplemente les dediquemos nuestra atención.

Es un lugar común pensar que la gente que ha terminado –para los restos- su jornada laboral se aburre miserablemente y se dedica a contemplar las obras desde detrás de la valla. Eso es tan tonto como decir que la juventud se aburre tanto que todos los fines de semana va a los mismos sitios, con la misma gente, a emborracharse con la misma música y el mismo alcohol de quemar.

En realidad, yo no me aburro nada de nada, porque cuando decido no tener nada que hacer… me dedico a hacer nada y… ¡lo bien que me lo paso…!

En fin.

Laalquimista

Por si alguien quiere contactar:



http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50


lunes, 22 de febrero de 2016

Arco iris sobre fondo gris




Esta noche ha sido más negra y oscura que las otras, llena de sueños deslavazados que, sin ser pesadillas, me han hecho sudar a pesar de que afuera estaba helando. Quizás se entremezclaban las escenas de la última película visionada con las páginas llenas de enjundia del libro que me da las buenas noches y por eso la noche haya sido extraña, un poco desasosegante. A veces ocurre que no tenemos un motivo aparente para sentirnos mal y, sin embargo, la sensibilidad está a flor de piel, digamos que con más ganas de mimos que de estar solos mirando la lluvia caer.

La lluvia. Como los ríos de lágrimas que alguna vez tuvieron razón de ser sobre nuestro corazón y ahora nos parece purificación natural, regalo del cielo para la tierra, las cosechas, la vida y el alma. Cuando llueve y estoy sin saber cómo estoy, procuro no quedarme encerrada en casa –y en mí misma- sino salir a mojarme (lo justo) y participar del regalo de la naturaleza. Digamos que es una manera sencilla de exorcizar cualquier tristeza y dejar que se “limpie” de forma natural. Caminar bajo la lluvia acogiéndola en nosotros de buen grado.

Por el contrario, cuando el día está tormentosamente lluvioso y me da pereza salir a la calle y me recluyo entre mis cuatro paredes, el ánimo se encoge un poco, como si le privaran de una parte del festín al que tiene derecho. Como si el día de hoy lo tacháramos del calendario, poniéndole una cruz roja encima y feos adjetivos sobre su cabeza. “Día gris, asco de lluvia, miserable domingo” y todos esos conceptos penetran con fuerza inusitada en el ánimo a través de la mente y, simplemente, le dejan a una hecha polvo.

Así que me sumo al festín de la vida aunque tenga que ser con paraguas y gabardina.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras y, en este caso, es verdad.

Así es la vida, así es mi vida a veces, con un hermoso arco iris sobre fondo gris.

En fin.

LaAlquimista

Foto: Amanda Arruti


Por si alguien quiere contactar: