martes, 30 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- Día 10

Es habitual que por esta zona amanezca el cielo muy nublado lo que abre las puertas a hacer un poco de ejercicio sin que parezca una tortura. Hoy ha sido uno de esos días que tanto me gustan, blancos y grises en las nubes y algún azul pincelando el fondo. He sacado del popurrí de mi maletero los bastones de marcha nórdica, les he puesto los tacos de goma y a tirar millas por el paseo que bordea el mar durante muchos kilómetros: una hora hacia la izquierda y otra de vuelta, que no están los músculos como para hacerles creer que tienen menos lustros de los que llevan a cuestas. Para rematar la faena, qué mejor que un baño refrescante entre las olas cuando descubro que, oh fatal olvido, debajo de la ropa de deporte no llevo el atavío habitual para bañarse en el mar. Bueno, digo yo, y qué, vamos a ver, si mi placer no puede estar condicionado por un quítame allá ese bikini. Así que me he bañado con la prenda cuyo nombre no mencionaré por ser de “una vulgaridad terrible”, como decía la insigne escritora de novelas románticas –publicó más de 4.000- doña Corín Tellado. Es curioso como con el paso de los años estas pequeñas “infracciones” dejan de tener importancia porque tengo muy claro que no hay nada que perder y mucho por ganar. He vuelto a casa chorreando salitre envuelta en un pareo y con cara de niña feliz y así me lo ha hecho saber un vecino que se ha cruzado conmigo en el jardín; de agradecer su mirada alegre que ha alegrado mi ánimo. Llevo cuatro días sin pintar y me he acercado al pueblo a por un par de lienzos (6P) que aquí pinto en formato pequeño para que las pinceladas me salgan más libres (y menos ortodoxas, pero qué más da). Solucionadas las horas bochornosas entre la siesta y el atardecer. Me ha enviado un guasap un amiguete de otros años para compartir unas birras (o lo que caiga, que este hombre no da puntada sin hilo), pero le he dicho que me pilla en mi quincena “eremita”, que ya le llamaré yo cuando se me despierten las carnes, que hay hombres a los que les gusta que las calabazas guiñen los ojos. En fin. Cosas de mayores. Al final he hecho lo mismo que iba a hacer desde el principio: dejarme llevar por mis propias querencias y no por las ajenas. Al atardecer, y para quitarme el olor a pintura, he ido a tomar una caña al chiringuito del wind-surf donde siguen los mismos hippies maduritos de los últimos quince años; el mundo no cambia tanto, nosotros no queremos cambiar, es un hecho. He vuelto a casa dando un paseo con la sonrisa puesta. ¿Habrá la tórtola terminado su nido? ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas. Felices los felices. (Fotografía: mis bastones de Nordic Walker, según me enseñó Xabier Madina Ayerbe)

lunes, 29 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- Dia 9

 Día 9
Hoy es San Pedro, patrón de todos los pueblos marineros del orbe cristiano, así que otra vez turbamulta por doquier a la que saludo sonriente al dejar la playa, ya sabes, cuando tú vas, yo vengo y todos tan felices. En un árbol a la izquierda de la terraza una tórtola construye su nido; va y viene sin cesar acarreando pajitas de buen tamaño, me gusta su zureo arrullador, no sé si es el macho o la hembra el “albañil”, pero no tanto las deyecciones masivas que arroja sobre los autos aparcados a la sombra del árbol, el mío entre ellos. ¡Pero si tengo garaje! Lo que ocurre es que les tengo fobia a los lugares oscuros y desiertos cuando voy cargada de bolsas o maletas. Prefiero estar a la vista, en plena calle, que los posibles sustos sean en público y siempre habrá alguien que lo grabe con el Smartphone y (después) llame a los Mossos. Hubo un tiempo en que en esta zona se instaló cierta inseguridad, sobre todo para el más débil en tamaño y fuerza. No digo más. Hoy tengo visita, una de mis hermanas y su marido. Vienen desde Barcelona a hacer un recado y, ya de paso, les invito a comer. Al encontrarnos me miran dubitativos con las mascarillas en la mano…Ufff… qué papelón. ¿Cómo no voy a darle un abrazo a mi hermana por mucho coronavirus que haya? ¡Si luego vamos a comer los tres alrededor de la mesa de la terraza que no da para distancias sociales ni zarandajas.! Corremos riesgos, somos poco prudentes, pero… ¡que me diga el más listo cómo hacerlo sin convertirse en eremita antisocial! En fin. Ahí lo dejo. Así que hoy he comido, bebido y hablado más que en los últimos días juntos, un auténtico empacho (y lo digo en el buen sentido). Me gusta socializar, me gusta la gente amable, me agrada tener temas en común sobre los que “arreglar el mundo” a la hora del café y la copa. (En casa no fumamos nadie, afortunadamente). Y luego, cuando se hace de nuevo el silencio, reposar suavemente sintiéndome satisfecha por tener la oportunidad de que mi equilibrio emocional no se me descontrole. Hoy no he abierto un libro ni he visto una película o serie: no tocaba. A cambio me voy a regalar un bombón helado de chocolate antes de acostarme. ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas. Fotografía: Mi lugar en la playa.

domingo, 28 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.-

Día 8
He dormido casi nueve horas, maravillosa sensación que creía irrecuperable, así que me he lanzado a la orilla del mar buscando de nuevo ese bautismo de paz interior que empieza por los pies chapoteando en el agua y sube y sube hasta alcanzar esa parte del cerebro que segrega la endorfina, mi personal “hormona de la felicidad”. El colmo del placer consiste en que el cielo esté un poco nublado y con brisilla de levante, me imagino a mí misma como un mas
carón de proa de buena voluntad o aquella gaviota del cuento de Richard Bach que tanto me hizo soñar en mi primera juventud. Un movimiento extraño me hace desviar la mirada del horizonte acuoso hacia la arena: un señor mayor, un señor mucho mayor que yo, se acerca acarreando bártulos y enseres hasta la frontera donde la arena mojada se vuelve seca, más acogedora. Como un Diógenes en calzón de baño y camiseta, descarga tres tumbonas, dos sillas y dos sombrillas y las va colocando en primera fila, cual espectadores privilegiados del espectáculo que ofrece el mar y el baile de sus olas. Son trastos feos, viejos y roñosos, más dignos de ir a la basura que de formar parte de un “patio de butacas” al aire libre. Lo deja todo bien clavado y amarrado y…se va con bastante viento fresco y mucha tranquilidad. Sin mirar atrás, como quien abandona un perro en una gasolinera, sin sentirse culpable por el abuso que está cometiendo para con los demás; quizás llegue luego su “tribu” y se encuentren con que el servicio de limpieza (que va con pick-ups) les ha retirado la basura playeril. En fin. Dejo que la brisa me aviente los malos pensamientos y recupero la concentración en pisar bien y respirar mejor. Hoy es domingo, avalancha segura desde las once hasta las cinco, así que retomo el camino a la contra, como los salmones que van buscando la libertad río arriba. En el silencio del jardín me pongo a teclear en mi pc como si mi “oficina” fuera el ático lujoso de un millonario diletante y me permito colocar a mi lado un café con hielo para templar los ánimos mientras en casa la lavadora se ocupa de la colada de la semana: esta noche dormiré con olor a lavanda, no sé qué más podría pedir. Hoy me he dado cuenta de que se me ha olvidado traer un reloj, que no tengo otra manera de saber la hora que mirar de frente al sol –o al móvil de soslayo-. Ni tan mal, no saber en qué hora vivo; comer cuando el estómago ronronea, dormir al sentir la placidez metida en el cuerpo. Y leer, leer todo lo que quiero hasta que ya no me caben más historias o reflexiones en la mente. La luna se ve preciosa desde la terraza, casi me distrae de la película que estoy viendo: “Nadie sabe que estoy aquí” una historia intimista del espectacular Jorge García. ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas. Felices los felices.
Fotografía: desde la terraza

BITÁCORA ESTIVAL.- Día 7


Mucho calor para alguien como yo que tiene que huir del sol por fuerza mayor para no acabar siendo paciente habitual del Oncológico, así que he usado mi sacrosanta libertad para saltarme el paseo/baño marítimo matutino y he dejado que mi cuerpo hablara y ha hablado como obispo desde el púlpito y me ha dejado seguir durmiendo hasta las diez y media como marquesa en funciones. Está bien eso de saltarse la rutina a la torera de vez en cuando, da una sensación como de íntima anarquía y satisfacción venal a precio de saldo. Como no tengo que cocinar por voluntad propia y me apaño con ensaladas y frutas, algo de queso y unos bichitos naranjas que congelé nada más llegar, me sobra tiempo. Habría que medir y computar las horas que una mujer –no sé qué hacen los hombres- mete en toda su vida en la cocina preparando comidas propias y ajenas; creo que nos llevaríamos un susto de muerte, seguramente sean AÑOS DE VIDA INVERTIDOS. En fin. Ahí lo dejo. Han llegado los vecinos de abajo con su criatura de seis años, bendita ella y su jolgorio, risas, gritos y alaridos. Tengo tres soluciones: 1) ponerme en modo zen. 2) Poner Radio Melodía A TOPE 3) Colocarme tapones herméticos en las orejas. La número 1 no me satisface, haría falta ser un auténtico maestro como el del “pequeño saltamontes” para abstraerse de tal demás auditivo. La número 2 está bien para un rato largo, pero luego yo también me canso de los éxitos de los 90, así que a grandes males, grandes remedios y solución número 3 al canto; mano de santo, oiga, por 0,90€ en cualquier “chino” que se precie. El silencio, aunque venga del interior, es vulnerable a los decibelios humanos, doy fe. Sábado=gente, coches, ruido. Me enseñaron que si no puedes vencer a tu enemigo debes unirte a él, así que después de la siesta que también hacen los vecinos y hay que aprovechar las treguas en la batalla, me lanzo al pueblo a recorrer calles y tiendas para proveerme de un par de cosas que me faltan, que a veces nos creemos que una toalla de playa y unas filp-flop sirven para cinco años solares y no es verdad. Tampoco vale usar protector solar de la temporada pasada, grave error con posibles graves consecuencias. Hoy los bares y restaurantes comienzan a llenar sus mesas y la caja a base de servir pescaditos, pulpitos, chopitos y calamarcitos congelados (en su mayoría). La sangría, como siempre: de barril o similar. Me acerco a una franquicia con nombre vasco “Lekeitio” y me tomo un zurito y un pincho, tal cual. Más barato que en Donosti, alucino en colores. Cuando regreso a casa estoy fatigada de bregar conmigo misma y el calor del atardecer así que aprovecho que la piscina está desierta para hacerme cuarenta largos (es muy pequeña) y llegar a la hora de la cena con el ánimo pletórico de casi todo. Ensalada de tomate de caserío y tortilla de bacalao. He abierto una botella de sidra, ¿alguien da más? ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas. Felices los felices. (Fotografía: "Conejito viajero" en la playa")

BITÁCORA ESTIVAL Día 6


Llevo desde el domingo en “mi otro mar” y ya es viernes; los días pasan demasiado rápido, como viento racheado que lo alborota todo. Siento que estoy haciendo “demasiadas” cosas así que decido bajar las revoluciones y ponerme en “velocidad de crucero”, justo lo justo para que no me llamen la atención por ir como una “lenteja” por la vida. Mientras paseaba por la playa –hoy he ido al filo de las ocho- me sentía la protagonista de una película, sin más actores ni extras- he tomado una decisión: hoy voy a hacer “nada”. Eso significa no salir de casa a hacer ningún recado, ni al bar de la vía del tren, que sigue siendo vía aunque ya no haya tren, a tomar una caña con olivas, ni a pasear al atardecer. Hoy me quedo “confinada” entre la terraza y el jardín… Después del amaiketako (el tentempié de las once) he inaugurado otro pequeño lienzo a la espera de que se secara el que comencé el martes y poder pintar con fundamento encima de la primera mancha de color. Una foto de la playa desierta me sirve para dos versiones diferentes y con mucha imaginación: donde hay arena pongo hierba, en el bidegorri (camino rojo = pista para bicicletas, cómo es el Euskera de descriptivo y elegante) me he inventado una plantación de hortensias de todos los colores y tamaños. Los cielos, con mis brochazos de azul Klein (o similar), cuadritos que me hacen feliz y que me corregirá on-line mi maestra Juncal Aguirre
vía whatsapp, soy feliz ejerciendo de “pintamonas” mientras escucho buena música. Para cuando me he dado cuenta ya era la hora del aperitivo: tengo la buenísima costumbre de guardar una copa de las grandes en el congelador (gracias Marian Fernández) de forma que el chardonnay frío se convierte en delicia de los dioses; he añadido un par de tostaditas untadas con txaka con mahonesa…¡mejor que en cualquier bar! No me pongo en plan “cocinillas” aquí, estoy de vacaciones, de cambio de rutina, de rompe-ritmos, de todo diferente. Así que me apaño unos langostinos a la plancha que huelen tan rico que me los como con los dedos y los chupo a placer. (Ahora que no mira nadie). Luego ha caído una siesta, como mandan los cánones del bien vivir, faltaría más. El jardín está fresco para leer mi libro, pero hay unos mosquitos que me muerden incluso a través de la ropa –rica que debe ser mi sangre- y molestan lo que no está escrito en la novela de Elena Garro “Los recuerdos del porvenir” (a Ruiz Zafón lo dejo para el turno de noche). Al final me he hartado de dar manotazos y me he tirado a la piscina –procurando no mojarme la melena que ayer fui a la peluquería y hay que amortizar el estipendio pagado. Es viernes y van llegando algunos vecinos que viven en las ciudades cercanas; saludos aquí y allá (todo el mundo con mascarilla menos yo que prefiero guardar las distancias) y me retiro a mis aposentos porque la socialización ahora mismo me apetece menos que nada. Tengo muchas fotos que editar y ordenar, algunos artículos que repasar y corregir y una lavadora por poner. Pero me acuerdo de mi decisión matutina y me tumbo a la bartola en el sofá, con el ventilador y la sala en penumbra y me pongo yo también la mente en penumbra: hacer nada y luego descansar. Para esta noche tengo prevista una video-llamada “jugosa”. Pero eso ya es otro cantar. ¿Mañana? Ni idea, oiga, me encantan las sorpresas. Felices los felices.

sábado, 27 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL Día 5


Hoy los pajarillos se han despertado un poco más tarde de lo habitual, será que ellos también necesitaban recuperar el silencio ambiental después de la nit (toledana) de Sant Joan, así que he bajado a la playa casi con prisas, como si se fueran a llevar el mar a otra parte o a barrer la arena lejos de mis pies. Al ser casi las nueve de la mañana el servicio de limpieza había avanzado mucho su trabajo y ha sido todo un placer pisar arena limpia de mascarillas mojadas y salva-slips fosilizados (para mí es una incógnita lo de los salva-slips en la orilla, ¿alguien tiene una respuesta?) El sol estaba demasiado alto para el gusto de mi frágil piel y he acortado el paseo y el baño relajante y he vuelto a casa con hambre ya que había ido a la playa tan solo con un vaso caliente de cocimiento de jengibre, té, limón y miel. (Tres minutos en coche, de orilla a puerta y viceversa) La entrada al garaje estaba bloqueada por un coche aparcado a sus anchas; he buscado un sitio un poco más lejos y ni me he molestado en llamar a los municipales: me sobra paciencia y me faltan ganas de bronca, supongo que algo voy ganando con la edad. La terraza tiene sombra hasta las tres de la tarde y la brisilla del mar juguetea con los árboles, a veces tengo la sensación de estar escribiendo o pintando en medio de un frondoso parque, qué suerte tengo. La comida ha sido ligerita y tempranera –me traje unos tomates de Getaria que son algo así como los vips de tan sabroso fruto, exceptuando los originales mexicanos que allí se llaman “jitomates”, del náhuatl xitomatl- y un pulpito bien cocido con su aceite y pimentón- ya que a la tarde me ha tocado ir a la “pelu” para hacer la alquimia mensual de transformar mis “hilos de plata” en “guedejas de oro”. (Gracias Anna Mercado Marti y a tus manos delicadas) Un paseo por el puerto deportivo al caer la tarde me ha bajado la moral sin remedio, no sólo por pisar el suelo donde ocurrieron los actos terroristas de hace tres años sino porque ahora mismo hay instalado un “miedo” que flota en el ambiente, los fortísimos coletazos del coronavirus que pinta de semi-desolación las terrazas, los bares y los espacios donde habitualmente los turistas pululan sorbiendo horchatas o lamiendo helados. Pero como yo vengo a este “mi otro mar” en pos de calma y sosiego, ahí dejo la pequeña reflexión y me he vuelto a hacer el vermú (de Reus, por supuesto) a la terraza de mi casa con un poco de picoteo en plan cena caprichosa. He sintonizado una emisora con música de los 80 y se me han ido los pies solos… Ya satisfecha, gracias sean dadas al Jordi, mi amable vecino que me comparte su clave wifi para ver mi serie favorita, qué buena suerte tengo. En Donosti lloviendo...qué bueno para las lechugas...¿Mañana? Ni idea, oiga…me encantan las sorpresas. Felices los felices. (Fotografía: atardecer desde la terraza)

viernes, 26 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL Día 4

BITÁCORA ESTIVAL.-
Dia 4
Vaya nochecita que me han dado los adoradores de la nit de Sant Joan con los malditos petardos hasta la amanecida…que no entenderé jamás el orgasmo que produce la pólvora trepidante y el susto entre las piernas, pero en fin… Así que he bajado a la playa un poco atontada y un bastante más cabreada para mi paseo matinal y me he encontrado con la arena llena de mierda petardil. Sin comentarios. Para aliviarme el ánimo hoy he caminado más deprisa y cuando ya no sentía las piernas me he tirado al agua fría de las nueve de la mañana. Observación y pregunta al aire: ¿por qué hay gente que pasea en traje de baño por la orilla del mar con la mascarilla puesta cuando no hay más seres vivos que las gaviotas y ellos mismos? Que me lo expliquen, por favor. Cuando he vuelto a casa, al filo de las once, el cuerpo me ha pedido un café caliente y un croissant a la plancha y no seré yo quien le niegue (al cuerpo mío) ningún placer. Como era de prever, me ha entrado una modorra de campeonato y la he aliviado en el sofá haciendo “la siesta del gato”. ¡Qué pasada, por favor! Día de Sant Joan, ideal para comer con mis amigos Mila y Fermín –hermana y cuñado de mi querido y fallecido Jesús Campaña, mi amigo/vecino de mi otro mar. Una “pasta de marisco” indescriptible en Zia María, qué locura, lo que ha caído como entrantes y postre y dos botellas de blanco de la tierra hecho con esas uvas de nombre alemán que afrutan el vino. El brindis por el que ya no está y por los que quedamos para recordarle. La tarde invita a un paseo bajo los pinos, pero hay demasiada gente, hoy es festivo en Catalunya, mejor me vuelvo a casa que sigo con mi pequeño homenaje al escritor que nos ha dejado estos días; releo “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón con un gintonic de Gvine a la mano…para rematar la digestión- binomio perfecto. Hoy no ceno porque mi estómago no da para tanto, pero culmino el día con un par de capítulos de “The sinner”. Y con una videolladamada por Instagram con mis adoradas y casi siempre adorables Xixi Li y Amanda Oh ¿Mañana? Ni idea, oiga, me encantan las sorpresas. Felices los felices.


jueves, 25 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.-
Días 1 al 3.
El solsticio de verano me pilla en "mi otro mar", que no es otro que el maravilloso Mediterráneo, en un antiguo pueblecito de pescadores reconvertido en segunda vivienda de maños, navarros y vascos. Con la "nueva normalidad" a cuestas y justo el primer día en que abrieron "las puertas de los toriles" agarré mi viejo y querido coche rojo y enfilé la ruta que va de mar a mar. Carretera general, respetando limitaciones y disfrutando del paisaje a ritmo del silencio o de alguna de Police. Sola, qué sola voy esta vez; sin un solo corazón que me acompañe (de dos o cuatro patas), con mis arreos de pintar, de leer y de escribir, los bastones de nordic walking y un montón de sueños que no sé de dónde salen a estas alturas de la película. Quinientos kilómetros sin adelantar más que a un par de camiones: la ruta semi-desierta, era domingo, pero a pesar de todo no me lo esperaba. Gasolinera: agua fría y lavabos en la calle, poco más. El fantasma del apocalipsis zombi flotando en el aire y el miedo, más aún.
Nadie me espera en el piso familiar, desierto, lleno de la melancolía del invierno y con la nostalgia en el mismo sitio en que la dejé en septiembre del año pasado, cuando volvimos asustados Elur y yo a Donostia con el sobresalto de sus últimos momentos de vida. Todo me recuerda a él, el único ser vivo que me ha emocionado con su recuerdo. Trajín de limpieza, orden y compras en el Esclat. El cuerpo aguanta después de un buen chapuzón en la piscina de la comunidad. No hay nadie de fuera, tan sólo los que pasan el invierno a pie de playa y de silencio acogedor o estremecedor, según el ánimo. Aquí tengo un despertador de pajarillos: sus trinos me saludan y me invitan a VIVIR así que, justo con un té caliente en el estómago, me voy a la playa al punto de la mañana: toda para mí. Kilómetros hacia la derecha y hacia la izquierda. Gaviotas madrugadoras y los runners de siempre. Qué daño hace la arena en los pies débiles de la ciudad pisando piedrecillas que me hacen un lifting a la brava en las plantas de los pies y...en el ánimo. Y el agua, a pesar de todo, fresca tirando a fría, honor y gloria a las chicarronas del norte que nadan como patos pero chapotean como niñas.
Dos días yendo y viniendo de la playa al jardín, del jardín a la terraza y de la rica comida a la cama. Dormir como si no hubiera un mañana. La víspera de San Juan llega como un pariente pobre al calendario de la desescalada, sin hogueras, ni verbena, pero con los odiados petardos. Me preparo para cenar una tosta de salmón marinado y una coca salada. La botella de cava, helada. Es mi noche de San Juan. Tengo que quemar algo urgentemente...¿y quién no?
Bona nit, gabon, buenas noches, Y felices los felices.
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