lunes, 18 de enero de 2021

Misantropía obligada

 

Misantropía obligada

4

Un misántropo es una persona que huye del trato con otras personas o siente gran aversión hacia ellas. No es precisamente una cualidad a aplaudir aunque algunos personajes famosos se vistieran con ella demostrando un profundo desprecio hacia los demás. Recordemos con tristeza o asombro a  Emily Dickinson, Francisco de Quevedo, Jonathan Swift, Marcel Proust, Pío Baroja, H.P. Lovecraft o J.D. Salinger. Ahora mismo hay muchísimos más correteando por el mundo como Michel Houellebecq (del que leo todos sus libros por aquello de que “el peor ejemplo, es el mejor ejemplo” y aprendo lo que no está escrito precisamente de un escritor).

A poco que nos paremos a pensar, ya en la definición del término podríamos vernos identificados muchos de nosotros como en un espejo implacable. Es el signo de los tiempos, la consecuencia lógica y penosamente humana de tener en el alma más miseria que grandeza, un daño colateral o efecto secundario gravísimo de la pandemia del que difícilmente podemos librarnos.

Rebusco en mi historial, rebobinando la película de mi memoria, y constato con más vergüenza que orgullo, que hasta hace cinco años yo era una mujer descaradamente sociable, abierta al mundo, buscadora de experiencias como el topillo que hurga en la tierra húmeda. Pero hace cinco años tuve que remodelar mi estructura vital al dejar de tener “convivientes” en mi casa; es decir, que me quedé sola –que no perdida- en el farragoso camino de la vida.

Sentí entonces que tenía “toda la vida por delante” (y la sigo teniendo, la que me quede por vivir) provista de un pasaporte de libertad lleno de páginas en blanco. Ya sin ninguna atadura o responsabilidad cercana podía dar rienda suelta a las ganas de volar (todavía más) a partir del ejercicio íntimo de libertad e individualidad.

¡Qué equivocada estaba! Aquellas ansias pronto se vieron constreñidas por la constatación –tristísima- de que no soy ni imprescindible, ni mucho menos vital para nadie. Ni siquiera para “mis” hijas que, bien lo sé, no son mías sino suyas. Entonces, la cruda realidad, o la pobre y sencilla realidad en la que muchos vivimos, empezó a caer sobre mi cabeza como el techo de piedra en aquella película de Indiana Jones.

He ido pasando, sin solución de continuidad, (por cierto,  frase enrevesada donde las haya) de socializar a lo grande a ir abandonando los mismos grupos que ayudé a crear; de tener muchos amigos a ir apartándome de ellos con sigilo pero también con rotundidad. Algunos imitaron mi actitud y me lanzaron el bumerán de vuelta borrándome de su agenda de contactos sin trámite alguno. Justo es si bien se piensa. Algunos, los menos, están ahí todavía, aguantando o respetando –no lo sé muy bien- mis peculiaridades que cada vez son menos de recibo en un mundo que exige en todo momento lo políticamente correcto y que no se levante una voz por encima de las otras.

Como gran paradoja que hace que me carcajee sin rubor alguno, constato que ahora TODOS somos misántropos por Decreto Ley. Que ya no es una opción libre del individuo mezclarse o no con el rebaño sino que se impone el cambio de mentalidad, de actitud y de comportamiento. Ahora nos apartamos del prójimo como si estuviera apestado; y lo hacemos sin vergüenza de ninguna clase, persuadidos de que así es como hay que comportarse.

Buen precio pagarán algún día quienes así actúan no por convencimiento sino por cobardía. Para darse cuenta de que el ser humano estaba lleno de miserias no hacía falta que viniera un virus demoledor a abrirnos los ojos; a la vista de todos estaba…

Felices los felices.

LaAlquimista

** Jesús María Cormán. “De la exposición “Melancholia” (2020)

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

 

 

El frío como enemigo

 

El frío como enemigo

4

La sangre que me corre por las venas debe de ir despacito y con buena letra puesto que mi temperatura corporal es baja tirando a insuficiente, como si me atravesara por dentro el agua de los riachuelos en invierno. Me destemplo hasta en las tardes de verano cuando la brisa reaviva los cuerpos cansados de sol; echo mano entonces de algo tibio que me cubra los hombros, un chal, quizás unos brazos envolventes.

El invierno es mi estación temida; una estación parecida a un vía crucis que a veces dura lo estipulado en el calendario y otras se anticipa o se estira con un otoño antipático o en una primavera traidora. De la nieve me gusta la chimenea crepitante de fuego, del frío el abrigo relleno de plumón y los guantes forrados de piel y esa bufanda de dos metros cuadrados que me envuelve y me acaricia y me abraza como susurrándome palabras de ánimo y aliento.

Seguramente fui en otra vida la mujer neandertal que se ocupaba de mantener el fuego vivo al fondo de la cueva o la aborigen que correteaba desnuda por alguna selva húmeda y caliente. Sin embargo, en esta ronda me ha tocado ser una mujer friolenta que se siente atraída irremisiblemente por cualquier fuente de calor, humana o de las otras.

Me pregunto –ahora que tengo tiempo para plantearme preguntas difíciles- si mi contumaz afición a la lectura la utilizo como excusa para no tener que salir al frío exterior cuando las borrascas lo azotan todo,  el viento se cuela por las grietas de los edificios y la lluvia deshace la tierra en vez de ayudarla a fructificar. Quizás he buscado mi refugio físico y mental al calor de los libros, quizás.

Y la música. Con la que bailo en el tiempo cálido y me conforta en invierno recogida en el agradable capullo hogareño que me acoge. Escuchar una sinfonía de Mahler desde el sofá me sienta tan bien como si estuviera en el palco de cualquier “teatro real” del mundo; en soledad o compartida de a dos como máximo, hago mías las notas, la vibración, la fuerza y la emoción de un aria cantada por Cecilia Bartoli o María Callas y consigo que se me caliente la sangre en las venas.

Hubo un tiempo en mi vida –un larguísimo tiempo- en que me regalaron calor humano en forma de “abrazos de oso” o simplemente había una piel cercana, acariciable y amorosa. Fue mi única forma de entrar en calor hasta que se empezaron a vender por aquí los rellenos nórdicos y descubrí que se podía sobrevivir a los escalofríos emocionales.

Aceptarme como soy me está costando la vida; quiero decir que me lleva costando todo lo que he vivido hasta ahora y no sé si me dará tiempo a llegar a la casilla final con la partida cumplida. Una y otra vez me he empeñado en mirarme con ojos diferentes para moldear mi realidad a algo que creía iba a ser más cómodo o aceptable o tan sólo menos molesto para los demás y para mí misma.

Aceptarme como soy aunque no me acepten los demás, aunque no encaje en el grupo que se abanica, que se asfixia con la humedad tórrida y que me mira con incomprensión porque yo no me quejo, porque no boqueo ni respiro con desesperación, porque estoy integrada con el sol y el calor (que es vida), que infunden vida.

Demasiadas veces echamos en cara al prójimo sus peculiaridades físicas, renegando de ellas, culpabilizándolo por ser como es. “!Estás sordo como una tapia!”, “!No ves tres en un burro!”, ”!Eres lenta como una tortuga”!, “!Sudas como un cerdo!”, “!Siempre estás tiritando!”.

Ahora que los abrazos están prohibidos o que es casi un milagro que  alguien acepte dar uno, comprendo a las gentes que huyen del norte y se refugian en el cálido sur. A falta de calor humano es lícito apañarse con lo que uno pueda.

Felices los felices.

LaAlquimista

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

No me dais ninguna pena

 

No me dais ninguna pena

6

Estas recién terminadas Navidades nos ha tocado jugar una partida de póker en la que la apuesta mínima era demasiado alta: la salud. Una “timba” nefasta de la que nadie ha podido escaquearse; todos y cada uno de nosotros nos hemos visto forzados a jugar alguna mano, apostar o simplemente “no ir” y protegerse. Los términos del juego vienen al pelo para describir la situación general provocada por la Covid-19, porque ponen negro sobre blanco las posibles actitudes.

Desde los que han ido “de farol”, jugándosela con una porquería de cartas pero confiando en poder engañar a los demás, hasta los que han apostado hasta el forro de la gabardina por su afán de ganar, por su inconsciencia del riesgo asumido.

A mí no me dais ninguna pena los que habéis seguido con vuestras costumbres vacacionales de la época y os habéis contagiado. Los que habéis ido a esquiar o a tomar el sol a una playa haciendo un olímpico corte de mangas a los más responsables que vosotros que se han sacrificado por no complicar más las circunstancias.

Ninguna pena me dan tampoco quienes andan por ahí todo el día con la mascarilla de coartada con la napia al aire y en un acto de desafío absurdo y de desprecio manifiesto hacia los demás enarbolando un insolidario discurso y que, oh mala suerte, un buen día empiezan con síntomas de deficiencia respiratoria, fiebre alta y malestar general. Se lo han buscado, que no se quejen.

Tampoco siento tristeza alguna por quienes han hecho de su capa un sayo durante las fiestas reuniéndose en cuchipandas familiares de hasta tercer grado de parentesco pensando, muy inteligentemente, que “en su casa pueden hacer lo que les dé la gana porque este es un país libre” y se han traspasado el virus en cadena poniendo “cara de póker” cuando son preguntados dónde han podido contagiarse. “Yo no he sido” que diría el descerebrado de Bart Simpson.

Y menos pena me dan todavía los “illuminati” -que cuentan la película de que todo esto es una “plandemia” para controlarnos más de lo que ya nos controlan los gobiernos en general y el de nuestro país en particular-, cuando ingresan en un hospital y los amarran a un respirador artificial para que no se ahoguen en la primera media hora.

Por quienes SÍ siento tristeza y pena y empatía es por todos aquellos seres humanos que dedican su tiempo y su vida a “salvar” -como pequeños héroes silenciosos- a todos estos egoístas insolidarios que están haciendo trampa a los demás, con su peculiar “as en la manga”. Y, por supuesto, siento la pena que se transforma en rabia de ver cómo la mayoría de mis conciudadanos que trabajan para que los servicios no se caigan, para que tengamos comida a mano y no nos falte de nada, se la juegan cada día en transportes públicos abarrotados o en puestos de trabajo donde es dificilísimo tomar las precauciones debidas para evitar el contagio.

Ya me he enfadado con algunas personas – además de las que se hayan enfadado conmigo y no me he enterado – y bien poco que me importa-. No se trata de desearle mal a nadie, pero de ahí a sentir pena por quienes han hecho todo lo posible por contagiarse y contagiar a los demás…va un abismo al que no me pienso asomar.

Igual se descubre dentro de unos años que todo esto de la Covid-19 era una farsa, que las fotos de la gente en la UCI eran un montaje, que al hermano, a la esposa, al padre o al hijo fallecido lo mataron en cualquier hospital; igual se demuestra que nos han engañado a todos para hacer una “selección natural”, para reducir las pensiones matando a los ancianos, para que Bezos y Gates y los milmillonarios del bitcoin se hagan con el poder mundial. Me importa un bledo mientras no haya otro Harry Truman apretando el botón. (Y cruzo los dedos, que el loco del pelo amarillo sigue todavía en el poder).

Somos hormiguitas viviendo en el mismo hormiguero común; seres sociales con el destino inapelable de la solidaridad so pena de extinguirnos, de autofagocitarnos, de destruirnos por la ausencia de trabajo en equipo. Nunca se habrá visto en antropología que un colectivo de humanoides o animales sobreviva a continuas luchas internas: la extinción está cantada.

Por eso, cuando nos cuentan día tras día las peripecias de gente contagiada que han andado de aquí allá, de arriba abajo, divirtiéndose,  o sin cumplir las normas de profilaxis, sin sacrificar ni tan siquiera un vino con los amigos o sin respetar a otros más prudentes que ellos y se han contagiado… no me dan ninguna pena.

Felices los felices.

LaAlquimista

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

No te pongas a dieta

 

No te pongas a dieta

11

Siempre me ha chirriado de mala manera la horrenda dinámica de ponerse “como el Quico” durante las navidades para después, arrepentidos, contritos y avergonzados, subirse al púlpito e informar a quien quiera escuchar –que serán muy pocos- que: “en cuanto pasen las fiestas me voy a poner a dieta”.

Está más que claro que esto es un coletazo de la educación judeo-cristiana que permite pecar con tal de que luego hagas un acto de contrición, te arrodilles y supliques el perdón divino. La diferencia estriba en que ese perdón alivia y “adelgaza” el saco emocional de la culpa, mientras que para rebajar los michelines hace falta algo más que la magia/potagia de una religión.

Mira, de verdad, deja de arrepentirte de lo que has disfrutado dándole a la gula –la pecaminosa, porque lo que es la otra no vale ni para dar de comer a los peces-, basta ya de golpes en el pecho a lo Tarzán jurando que sí, que sí, que la semana que viene mismo comienzas la dieta… ¡Y eso que todos sabemos que los gimnasios están cerrados por la pandemia!

Déjalo correr, por favor, sé coherente y no te pongas a dieta, que eso es dejar de ser uno mismo y frustra muchísimo en tiempos de quebranto como estos que estamos viviendo. ¿Que te has pasado –como todos los años- durante las extrañas cuchipandas navideñas? ¡Pues a lo hecho, pecho! Faltaba más. Un poquito de coherencia, por favor, que para qué te vas a masoquizar durante unas semanas si luego lo mismo llega otro confinamiento y, hala, otra vez a hacer pan casero, bizcochos y guarradas diversas a base de harinas y levaduras…

En serio. Una cosa es que la salud demande una rebaja en el peso –específico, atómico o el que sea- de la persona porque los circuitos están colapsados o hay exceso de materias perniciosas dando vueltas por órganos vitales y otra muy distinta que nos impongamos a nosotros mismos –sin receta ni prescripción facultativa- la tarea desagradable de dejar de comer lo que nos gusta y como nos gusta para cumplir los estándares estéticos que imperan –como emperadores absolutistas- en nuestra sociedad. Mirad “La primavera” del magnífico Sandro Botticelli, con sus doncellas orondas, de suaves barriguitas y glúteos carnosos. ¡Bendito quattrocento!

A mí me sobran unos ocho kilos a ojo de buen cubero. Procuro no pesarme más que cuando no consigo meterme en los pantalones del año pasado y al comprobar que tengo más peso que edad –medido en numerales- me dan los cinco minutos de mesarme los cabellos y lanzar gritos contra la maldita báscula digital. Al final, concluyo que se ha desajustado y que los pantalones viejos han encogido de tanto lavarlos. Es el mecanismo de defensa que usamos los animales más o menos racionales cuando la realidad no se ajusta a nuestros deseos: echarle la culpa a los demás.

Retomando la seriedad de nuevo. Como este tema del “peso ideal” no es más que una percepción subjetiva de la mirada del observador, bien se puede llegar a una solución consensuada con uno mismo. En mi caso consiste en alejarme de quienes buscan un modelo femenino como si fuera el prototipo aerodinámico de un coche de última generación y dejarme querer por quienes no hacen caso de esas tonterías; que los hay, vaya que si los hay…que mis hijas y mis amigos me van a seguir queriendo igual pese lo que pese… y pese a quien pese.

En realidad, este tema es el paradigma de la pura coherencia; elegimos, tenemos libertad de elegir qué y cuánto y cómo comer. Porque alimentarse es otra cosa diferente, casi siempre mucho menos divertida y sabrosa. A mí también me pide el cuerpo muchas veces verduritas, ensaladas y muchísima fruta… para compensar con cuando me grita que quiere queso, aceitunas y alubias con morcilla, y como cada vez me llevo mejor conmigo misma pues ¿para qué voy a meterme en conflictos que luego no sé si voy a ser capaz de resolver?

Un último párrafo para dejar bien clara una cosa: no hay mayor inquisidor que nosotros mismos cuando “decidimos” que queremos tener una buena forma estética “para vernos bien”. Mentira cochina. Salud aparte, eso siempre es “para que nos vean bien los demás”.

Lo dicho: ni caso. Y a quien no le guste, pues aire, que hay muchos peces en el mar.

Felices los felices.

LaAlquimista

** “La primavera” Sandro Botticelli (1477-82) Galeria degli Uffizi. Firenze. Italia.

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Vivir día a día, sin más.

 

Vivir día a día, sin más.

8

** “Impression. Soleil levant” Claude Monet. 1872

Este año que acabamos de estrenar trae bajo el brazo la gran moraleja que nos ha dejado el que acaba de finalizar. 2020 nos ha enseñado a todos de sobra que no hay cosa más fútil que hacer planes, tener expectativas y creer que llevamos las riendas de nuestras vidas. Así que he interiorizado más que bien en lo profundo de mi pensamiento que los paradigmas deben ser cambiados –por lo menos los que yo seguía- y que quizás me sea mucho más beneficioso “vivir día a día, sin más”.

Llevo muchos meses rompiéndome la cabeza –y sintiendo adolorido el corazón- por intentar hallar la “carretera secundaria” que se aleje lo máximo posible de la “autovía estatal”; es decir: necesito ser consciente del propio camino dictado por mi único discernimiento y que esté lo más protegido posible de humaredas de esperanza y falacias oficiales.

El comienzo de un nuevo año puede ser un buen punto de inflexión para esta tarea. Un mirar atrás –y echarse las manos a la cabeza-, para situarse en el momento presente, las primeras luces del día 1 de Enero. Aquí comienza todo. Ahora. ¿Por qué no ir paso a paso?

La vida ya ha demostrado que hacer planes es algo tan inocente como el sueño de criaturas que aún no saben que el día 6 de Enero no es el exponente de la magia sino la punta del iceberg del consumismo. Trazar una línea de actuación, establecer fechas y plazos para la vida, programar y querer controlar lo que será el futuro… lo voy a dejar para aquellos a los que les pagan por hacerlo o para quienes insisten en mantener su particular “cabeza cuadrada”.

En estos momentos –y bien demostrado ha quedado por culpa de la pandemia que ha convertido el mundo en un desbarajuste global- dudo que sea lo más inteligente planificar en lo personal más allá del horizonte que marca el principio y el final de cada día.

La gran filósofa Hannah Arendt, cuyo pensamiento ha mostrado con rotundidad la grieta por la que se cuela la luz, señala –en estos momentos de tribulación- un camino a seguir que incorporo a mi gps emocional: “Hay un precepto bajo el cual he vivido: prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga”.

Quiero que este sea el leitmotiv de mi relato para este nuevo año. Seguimos siendo libres para elegir la actitud que nos defina, nadie nos ha quitado –y que no se les ocurra intentarlo- la libertad de pensamiento ni la capacidad para discernir qué es lo que conviene en lo personal e intransferible de las decisiones individuales. Teorías conspiracionistas, discursos paranoicos y estupidizantes, filípicas admonitorias de presuntos salvadores de la humanidad; cualquier idea que no haga un perfecto maridaje con las mías propias…tiene menos posibilidades de afectar a mi pensamiento que los testigos de Jehová que a veces llaman a la puerta.

Este año toca pues, vivirlo despacio y con buena letra. Disfrutando de lo que cada nueva mañana ponga a mi alcance, aceptando los vaivenes del azar, los vientos que soplen –aunque sean furiosos, aunque vengan desde los fuelles de los gobernantes- y abrazando la buena energía. Y si no es buena, le aplicamos la “alquimia” de siempre y la intentamos transmutar.

Esperar lo mejor es muy humano; es una postura positiva y cómoda a la vez que no requiere más esfuerzo que aposentarse en una esperanza  primitiva, como la de los niños chicos que “esperan” que luzca el sol el día que comienzan sus vacaciones en la playa. Pero es también una actitud que mueve los mecanismos del alma humana, que nos hace sonreir aunque no todo lo que nos rodee merezca una sonrisa. Yo apuesto por ello.

En cuanto a prepararse para lo peor…no creo que haga falta en estos tiempos turbulentos convencer a nadie de que, siguiendo con la Ley de Murphy, -que es tan universal y empírica como las de Newton-, “si algo malo puede pasar…pasará-“. (Lo de la mantequilla y la tostada es tontería: pura Ley de la Gravedad). Ser prudentes, sensatos, solidarios e inteligentes. Casi nada.

En cualquier caso, creo que me conviene dejar en stand by los proyectos de todo tipo: afectivos, filantrópicos, lúdicos y viajeros. Sobre todo estos últimos, porque cuando escucho a la gente “planear” que: “este verano nos desquitamos y nos vamos al Caribe” me pregunto dónde habrán comprado esa magnífica bola de cristal.

Nunca antes como ahora se nos ha brindado la oportunidad de vivir intensamente cada día como si fuera el último para nosotros o no hubiera un mañana para la humanidad. Lo pienso y me pongo contenta de pensar así. Porque cada uno cree saber lo que le conviene…aunque luego las cosas no salgan como se habían planeado.

Felices los felices.

LaAlquimista

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Cuenta de Resultados 2020

 

Cuenta de Resultados 2020

14

 

También llamada Cuenta de Pérdidas y Ganancias, sirve esta “reflexión matemática” para que una empresa muestre los gastos que ha tenido (pérdidas) frente a los ingresos obtenidos (ganancias). Se suman las columnas de ambos lados, se resta la diferencia et voilá! Contablemente hablando se supone que hay que estudiar para saber hacer ese Balance. En la vida cotidiana no son necesarios diplomas, basta con tener honestidad y un lapicero afilado.

El formato Excel sirve para hacer coreografía con columnas de números, pero como aquí “filosofamos en zapatillas”, nos basta y nos sobra con usar el Word y hacer “la cuenta de la vieja”. Allá vamos.

Cuenta de Gastos.- La partida de Gastos Fijos más importante que me ha tocado afrontar en 2020 ha sido la de la PACIENCIA. Paciencia con los gobernantes, paciencia con los “amigos expertos”, paciencia con los ciudadanos que se han burlado de la solidaridad yendo a SPB* en medio de una pandemia galopante.

En segundo lugar debo situar los Gastos Variables entre los que el DESGASTE EMOCIONAL diario derivado del goteo de muertos, contagiados graves y menos graves no se puede medir como la fiebre con una bolita de mercurio. El constante ametrallamiento de los medios de comunicación ha producido no pocos impactos sobre mis pobres neuronas. Hasta que aprendí a abrocharme el chaleco “anti balas”…

El gran descalabro –dentro de los Gastos Indirectos- ha sido AFECTIVO. Ahí todo se ha disparado de manera descontrolada y lanzado por los aires todos los Presupuestos.  Amigos y familiares (algunos amigos y algunos familiares) han acaparado las cuotas de neurosis, miedo, psicosis y egoísmo de tal manera que han dejado las arcas del cariño con un fuerte desajuste -léase agujero-. Ha habido que echar mano del “capital social”, para equilibrar. Ríete tú del crack del 29.

En Gastos Varios (sin especificar demasiado) se han añadido el desbarajuste alimentario (acaparamiento histérico de comida), el despilfarro en papel higiénico del primer trimestre, los abonos a varias empresas de cine a la carta, el fuerte incremento del gasto en Lectura (esa cosa llamada libro) –al estar cerradas las bibliotecas-. El dispendio en mascarillas se ha visto compensado con el ahorro en pintalabios. Los hombres se han vuelto austeros en cuchillas de afeitar, parece que en tiempo de crisis la higiene peligra al igual que el sentido común.

Cuenta de Ingresos.- El único Ingreso Fijo que se ha mantenido contra viento y marea ha sido el AMOR. El que cada quien lleve dentro y haya podido compartir con otras personas que, a su vez, han compartido el suyo. Un quid pro quo, un toma y daca, un sentimiento de ida y vuelta. O una cadena de favores, como en la película. Vamos a llamarle El Combustible del Motor Existencial.

De no menor importancia ha sido el hecho de seguir cobrando religiosamente cada día 25 la Pensión de Jubilación para envidia, rabia y pesar de los agoreros, aguafiestas y tocapelotas varios que se empeñan en decir que “las arcas de las pensiones están vacías”. Antes espero que llegue el apocalipsis zombi.

LA SALUD no ha flaqueado y ha sido soporte inmenso (en lo personal) de otras partidas que se tambaleaban. Todo el año sin que saltara el colesterol, ni el azúcar, ni la tensión, ni los triglicéridos. Igual es porque no ha habido manera de hacerse una analítica o una revisión en doce meses. Mi médico de cabecera (que no sé a quién corresponde ahora tal honor) no me ha visto la cara en todo este tiempo, ya que mis demandas y consultas han sido atendidas telefónicamente. Agradecida de que al otro lado de la línea había un ser humano y no un robot como los que usa Vodafone, pero todo se andará.

Acabo de darme cuenta de que he pisado el charco del  topicazo vulgar y absoluto, como algunos monólogos que ponen en la tele en hora punta a la hora de cenar en Navidad. Salud, dinero y amor (aunque los he puesto en otro orden). Como en aquella canción pachanguera. ¡A ver si va a resultar que era pura filosofía!

Cristina y Los Stop, 1967, Tres Cosas Hay En La Vida Salud, Dinero y Amor’ – YouTube

Voy acabando la exposición (y estad agradecidos de que no la he publicado en PowerPoint) Así que ha habido Ingresos de Explotación, Financieros y Excepcionales y han sido muy buenos y mucho abundantes como decía el gran Mariano. Gracias a la situación de crisis (léase OPORTUNIDAD en japonés) he dispuesto de MÁS tiempo de silencio, tranquilidad y reflexión para hacer espeleología en mis cosas internas: la esencia del ser humano y esas cosas exóticas que predican filósofos existencialistas y vendedores de humo.

También he aprovechado las extensas jornadas no socializantes para leer durante horas y horas sin sentir la culpabilidad de que le estaba robando el tiempo a otros menesteres como limpiar la casa o hacer bizcochos. También me he ahorrado la zozobra de establecer nuevas amistades o relaciones gracias a los diversos grados de confinamiento. Y he descubierto lugares en la naturaleza que antes no tenía tiempo de visitar. He dejado de acudir a los bares y restaurantes (de repente me entró una especie de claustrofobia) con el consiguiente AHORRO. Como nadie me ha invitado a ningún evento he dejado de comprar prendas de temporada para ponérmelas una vez al mes como suele ser lo habitual.

Resumiendo, que es gerundio. He sumado cuidadosamente las diversas columnas y me sale “a devolver”, como en lo del IRPF anual. Es decir: que he pagado más de lo que debería y me queda un saldo a mi favor para poder ir tirando este 2021 que está al caer y que viene cargado de esperanza aunque me temo que es un valor que no figura en el IBEX-35, pero que nos lo van a meter hasta en la sopa para que no nos volvamos locos con la que está al caer. Ya hemos tenido fe durante 2020 y ahora toca la esperanza. La caridad creo que va a quedar como valor residual desgraciadamente.

Malgré tout…

¡Felices los felices! Y que el año 2021 nos permita seguir a la mayoría VIVITOS y COLEANDO.

LaAlquimista

*SPB ( Pues eso: a su ….bola )

También puedes seguir la página de Facebook:

https://www.facebook.com/apartirdelos50/

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com