viernes, 11 de marzo de 2022

La desconexión humana

 

La desconexión humana

 

Uno de los mayores retos a los que me he tenido que enfrentar en los últimos veinte años ha sido la aceptación de la soledad. Este logro –si es que lo he logrado finalmente- no ha sido gratis; antes bien, me ha supuesto pagar un peaje mucho más alto del que imaginaba. El manido refrán de que “más vale solo que mal acompañado” tiene truco, como no podía ser de otra manera cuando se trata de buscar el equilibrio (interior) entre lo que se desea y aquello a lo que se puede optar. Muchos sopesarán pros y contras y elegirán en función del pragmatismo que les haya tocado en el reparto de teorías filosóficas; algunos ni siquiera podrán plantearse otra opción que no sea la de seguir tirando del carro al que la vida les ha uncido.

El auténtico riesgo de la soledad elegida es el de ir convenciéndose de a pocos que, tal y como se presentía, uno puede estar a gusto y feliz relacionándose con el prójimo lo justo y necesario, entendiendo cada quien cuánto es justo y cuánto es necesario según le acomode. Porque, para qué engañarnos, solo se vive de coña, sin nadie que te diga qué hacer, ni cuándo, ni mucho menos cómo. Es una opción vital que puede estar perfectamente aquilatada a las propias necesidades sin que signifique –en absoluto- que haya que convertirse en un sociópata.

Me preocupa el tema puesto que observo la inusitada proliferación con la que los seres humanos más cercanos –léase entorno geográfico- se recluyen en su “burbuja”, ese concepto apestoso que impuso la pandemia en los momentos más duros, aquel tiempo no tan lejano como para olvidarlo en que los que vivíamos solos estuvimos más solos que nunca y los que tuvieron que enjaularse con sus compañeros habitacionales no pudieron soportar la tensión de una convivencia llevada al extremo de –en algunos casos- compararse con una tortura medieval.

Unos y otros padecimos una desconexión humana que pegó tan fuerte que ha hecho tambalear los cimientos y esquemas relacionales. No habrá  “nueva normalidad” sino una situación extraordinaria que ya no coincide con lo que hasta entonces era “lo normal”. Un juego de palabras ridículo para dejar constancia de que “ya nada volverá a ser como antes” como bien predijo “El canto del loco”.

“Las soledades serán la causa de la muerte de decenas de miles de personas golpeadas por tristezas ingobernables que se camuflarán en cánceres, infartos, ictus y suicidios sin dar pistas del motivo real: la desconexión humana.”*

Siento como si tuviera que volver de alguna manera a la casilla de salida, recuperar mi posición vital en esta partida a la que estamos abocados a jugar en bucle, hasta que nos llegue el jaque mate o nos saque del tablero la fuerza del destino. ¡Qué difícil recuperar las relaciones de amistad que la pandemia se llevó por delante! Tarea a la que no me siento proclive en absoluto puesto que en mi sentir y en mi forma de ser no está el reabrir heridas sino en dejar que cicatricen sin hurgar en ellas. Así las cosas… ¿qué hacer para volver a los estándares relacionales en los que me movía como pez en el agua?

Quizás lo único positivo, eficaz y viable sea adoptar –una vez más- la actitud de “brazos abiertos” y… verlas venir. Afortunadamente, tenemos cantidad de herramientas para socializar a cualquier edad y en casi toda circunstancia. No seré yo quien deje de aprovecharlas porque mil veces más prefiero acercarme a otros seres humanos que echarme en los brazos de fármacos para paliar el aislamiento al que casi nos hemos acostumbrado.

Felices los felices.

LaAlquimista

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* (“Las ciudades evanescentes”. Ramón Lobo. Pag. 54 Ediciones Península 2020)”

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Un 8-M más triste que nunca

 

Un 8M más triste que nunca

Un día como hoy todo el mundo sabe qué se celebra según marca el calendario y si alguien se despista ya se ocupan los medios de recordarlo. Y las manifestaciones en la calle de todas las ciudades. Hay ruido, golpeteo y canciones. Pancartas, discursos y celebraciones.

Pero este año no le veo yo la “gracia” a celebrar El Día Internacional de La Mujer. Hay más motivos que nunca para tomar conciencia de que la brecha de la desigualdad no termina de cerrarse sino que pugna –empujada por mentes cerriles- por volver a ser grande, ancha y enorme…como siempre ha sido.

En este país o en cualquier otro. En mi ciudad o en calles lejanas. En mi familia o en una tribu de las antípodas. En todo el mundo, allá donde haya una sociedad regida por hombres, con leyes hechas por los hombres y bajo el manto de una religión que tan solo tiene “sacerdotes”, la mujer seguirá siendo una ciudadana de segunda…o de ínfima clase.

Aquí, en la parte occidental del mapa, no estábamos tan mal en comparación con otras latitudes patriarcales y manifiestamente machistas. Podíamos respirar –e incluso presumir- de haber conseguido algunos logros o ser depositarias de algunas concesiones. Condescendientes y a regañadientes para cumplir cuotas o limar asperezas, pero avanzando aunque fuera pasito a pasito.

Pero se declara una guerra cercana y todo se vuelve patas arriba. De repente son las mujeres las que copan las portadas y llenan de imágenes espeluznantes nuestras retinas acomodadas en el sofá de la sala. No son mujeres “amazonas” luchando bravamente para salvar a su pueblo. No.

Una vez más son mujeres huyendo de las bombas, de la barbarie, con sus hijos de la mano, apoyando a sus ancianos, poniendo a salvo “lo que queda de la tribu”. Ellas salvarán lo que los hombres están destruyendo. Correrán despavoridas –sin soltar a los más débiles- llevando con ellas la esperanza de la familia, del amor, de los sueños que una vez tuvieron.

Y nosotras, las mujeres que les vemos huir, sentimos una empatía que duele en lo más profundo. Quisiéramos ser solidarias, abrir el corazón, la puerta de casa, acoger, apoyar y ayudar a nuestras hermanas que, muertas de miedo, siguen corriendo con sus hijos de la mano.

Las guerras las hacen los hombres y las sufren las mujeres. Como siempre, las más débiles se transformarán en el pilar granítico que resistirá para, cuando se disipe el humo de la última bomba, hacer resurgir el grito de la vida. Sin esperanzas, pero será vida.

No se me ocurre qué celebrar hoy, sinceramente. Si acaso, cantaría o rezaría por todas ellas, las que sufren, las que huyen con sus hijos, mis hermanas.

Luna Santa – Despierten Mujeres (Video Oficial) – YouTube

Felices las felices.

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Revival

 

Revival

 

Gracias a las redes sociales es más sencillo conservar la memoria de toda una vida puesto que aparecen las sombras (y algunas luces) de personas con las que mantuvimos una relación de amistad, de amor o de continuos desencuentros en el pasado. Cuando el recuerdo no está mohoso me gusta volver a la casilla de salida aunque sea por unas horas, soy una nostálgica un poco ñoña.

De esta manera tan “normal”, volvimos a encontrarnos A. y yo después de más de treinta años. (“A” es nombre de hombre). Vino a la ciudad de sus muchas raíces, otros tantos amores y mil recuerdos y también se acordó de mí, así que propiciamos un encuentro amable con la mejor voluntad por ambas partes.

Fueron cinco horas de intenso “revival” en las que tuvimos que condensar esos treinta años vividos separadamente para que la otra persona perfilara un poco el propio currículo. Me agradó sobremanera que el “tonillo” con el que intercambiamos datos, fechas y sobresaltos lo fuera todo menos condescendiente, en el sentido de que no nos perfumamos apenas. Eso me gustó.

Él me trajo una botella de Chardonnay de “cosecha propia” (o casi) y yo le correspondí con un libro de cosecha ajena. Y entre medio sesenta años (treinta suyos y treinta míos), varios amores con sus desamores incluidos, cuatro hijos y todas las heridas cicatrizadas o todavía abiertas.

Pensaba que hablaríamos de aquella juventud más o menos progresista compartida, de la gente que estuvo y se fue o de los que se quedaron y se amodorraron en una zona de confort que jamás imaginamos en los ochenta. Pensaba que haríamos una especie de “documental” verborreico de andar por casa de lo que fue nuestra juventud en una ciudad pacata con ínfulas de grandeza en los años ochenta. Pero no. Él me contó sus sueños truncados y yo desmenucé mis grandes equivocaciones. Fuimos dos libros abiertos trasvasando información apretujada, reducida con voluntaria intensidad a cinco horas llenas de palabras.

Luego, al llegar a casa, en el momento tranquilo de echar un vistazo somero al día que se acaba, se abrió una nueva “ventana” por la que se me coló una especie de viento que me hizo estremecer.

A veces, la vida, la propia quiero decir, todos los años de lucha, alegrías y penas, aciertos y errores, se puede meter en un pendrive imaginario y no demasiado grande. Cinco horas de “revival”. Casi nada, casi todo para reflexionar y tomar más conciencia todavía de lo efímero porque ya no tenemos la vida por delante sino por detrás…

Felices los felices.

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¿Va esto de buenos y malos?

 

¿Va esto de buenos y malos?

Desde que un ser humano aterriza en este mundo aprende rápidamente que TODO lo que haga o deje de hacer podrá ser juzgado y condenado. Se empieza diciendo que “mi bebé es muy bueno”, para dejar claro que no llora por las noches y durante el día se limita a gorjear y no molestar demasiado. Pronto llega la amenaza sobrenatural por excelencia: “Si no eres bueno los Reyes Magos te traerán carbón” y de ahí un paso a que la criatura (nosotros mismos) se sienta culpable por casi todo lo que ocurra alrededor.

Como la mayoría de los seres humanos hemos sido concebidos, alimentados y educados bajo algún dogma y principio religioso, llevamos ese mensaje grabado a fuego en la parte del cerebro que archiva los esquemas conductuales. El Cielo y el Infierno, Dios y el Diablo, La Luz y la Oscuridad, el Bien y el Mal. Se le llama maniqueísmo y sigue vigente su doctrina en el imaginario colectivo desde que en el siglo III a un autodesignado “último profeta” persa (Mani, al que por cierto dieron muerte mediante el complicado sistema del desollamiento) se le ocurrió fundar otro nuevo movimiento religioso.

Curiosamente, sus enseñanzas calaron más de lo que él mismo pudo imaginar ya que cientos de años después todavía gran parte de la humanidad sigue creyendo que no hay término medio entre el Bien y el Mal. En el siglo XVIII el suizo Rousseau ya se dejó la piel –metafóricamente- defendiendo “la bondad del buen salvaje” y aprovechó el tirón de su filosofía para enredar a un “hombre bueno” como David Hume. El resto, es historia, pero historia de cómo no puede haber ni bondad absoluta ni mucho menos su opuesto.

Ahora mismo, en el siglo XXI, la pelea –la guerra- se presenta como la lucha entre “el malo” y “los inocentes”. El malo es el diablo, el loco, el megalómano, el déspota que quiere abarcar más y poseer más aunque para ello haya que dejar en “menos” a sus súbditos/ciudadanos. Es, sin duda alguna, “el malo de la película”. Y, claro, como no podía ser de otra manera, “el bueno” somos todos los demás, desde el que manda en EEUU hasta una jubilada/bloguera que suelta sus cosas desde una pequeña ciudad de Europa.

Pues va a ser que no; va a ocurrir que se irá desvelando poco a poco el verdadero interés que mueve a esta o cualquier otra guerra. Saldrán a relucir las miserias ¿? económicas y de interés puramente crematístico. La venta de armas, el asedio a las economías, la carambola política de enfrentarse a la RPC que espera su momento para comerse con patatas a Taiwan… En fin…¡Yo qué sé!

Pero lo que sí creo entender es que esto no va de “buenos y malos” sino de la lucha testosterónica por el poder mundial. Ya lo siento si suena feo lo de la testosterona, pero está por ver que la Historia se haya movido alguna vez al son de aspavientos histriónicos y faltos de empatía… de una mujer. Las mujeres –en la vida y en la guerra- acabamos siendo el refugio del que sufre, el apoyo al hijo inocente, la trinchera en la que se ofrece un abrazo amoroso o el auténtico calor humano. Contradictoriamente, también hay mujeres/soldados que van a la guerra porque quieren, pero me juego la “paguilla” del mes de Marzo a que tan sólo empuñan un fusil las que no tienen hijos.

Por eso reflexiono y me muerdo la lengua antes de poner la etiqueta de “bueno” o “malo” a nadie. Prefiero llamar “loco” al que ha olvidado la parte bondadosa del ser humano.

Felices los felices.

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Todo lo que mata

 

Todo lo que mata

 

“Millones de seres mueren de enfermedades que podemos curar. Millones de seres viven en la pobreza cuando existen medios para abolirla. Degradamos la biosfera cuando sabemos que es nuestra única casa. Nos amenazamos con armas nucleares cuando sabemos adónde podrían llevarnos tales amenazas. Amamos las cosas vivas pero permitimos la extinción masiva de especies. Y todo lo demás: genocidios, torturas, esclavitudes, asesinatos de género, abuso de menores, tiroteos en escuelas, violaciones y otras muchas atrocidades diarias. Vivimos con estos tormentos y no nos asombramos cuando aun así encontramos la felicidad, incluso el mor.” (*)

La buena gente se rasga las vestiduras cuando un loco –otro más- decide poner en primera plana su megalomanía importándole bien poco la vida de sus semejantes, inocentes o culpables ellos. Las buenas gentes envían sus mensajes de paz, claman al cielo, gritan su rabia… pero asentirán mansamente al dictado de la necesidad de defenderse, de responder con contundencia, de aplicar la máxima latina “si vis pacem, para bellum”, aunque no sepan ubicarla en su contexto correcto. ¿Cómo se detiene a un loco en el siglo XXI?

El listado de conflictos bélicos no ha dejado de aumentar desde que el hombre comenzó a llevar la cuenta del primer asesinato, de la primera matanza, de la primigenia invasión de una tribu de cavernícolas a otro pueblo al que querían arrebatarle algo. Está en la esencia del ser humano ser violento, agresivo, cruento. Que se remita a los hechos quien piense de otra manera.

Cualquier ciudadano puede acceder al relato de todas las barbaries cometidas en la historia de la humanidad simplemente dándole a la tecla de la Wikipedia. Es espantoso, increíble, desesperanzador.

En estos momentos existe un conflicto armado en: Etiopía, Afganistán, Siria, Yemen, Israel-Palestina, Haití, Myanmar, Estado Islámico en África. Sin olvidar el pulso terrible entre EEUU y China, Irán contra EEU e Israel. Desde ayer mismo Ucrania, que ha sido atacada por Rusia. 

Esta guerra nos impacta porque es la más cercana, de la misma manera que cuando en 2019 un virus comenzó a asolar una ciudad desconocida en la lejana China ningún gobierno se lo tomó en serio. Quizás, en lo más recóndito de nuestro ser, tan sólo estemos temiendo en estos momentos que esa guerra nos alcance a nosotros. Que desestabilice nuestra economía y ponga en peligro el bienestar en el que nos hemos instalado como sociedad deshumanizada. Los titulares están servidos y, si no, al tiempo.

Felices los felices, cada día más difícil.

LaAlquimista

(*) Ian McEwan “Máquinas como yo” Anagrama 2019. Pag. 212.

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Aversión a las redes sociales

 

Aversión a las redes sociales

Como sé bien que de contradicciones vamos todos sobrados y que las paradojas conforman la realidad más veces de las que nos gustaría, constato con sorpresa que, siendo como soy defensora de la tecnología y usuaria de las herramientas que a nuestra disposición están, el 80% de las personas con las que me relaciono, pasan olímpicamente de las Redes Sociales donde yo me muevo como pez en el agua.

Se salvan mis hijas y cuatro amigas y amigos. El resto de familiares, amigos y conocidos me miran con una especie de conmiseración amable –por no ofenderme- mezclada con una pizca de superioridad –que disimulan para no ofenderme también-. Es decir, que no quieren saber nada de nada ni de mi blog, ni de mi página en Facebook, ni de mis eventuales incursiones en Instagram. En consecuencia no leen los post que escribo ni se enteran del esfuerzo de comunicación que hago por relacionarme con el mundo.

En su derecho están, faltaría más, cómo voy a pretender que nadie haga lo que no quiere hacer, ni mucho menos voy a intentar convencerles (o rogarles) que interactúen conmigo de cualquier manera que ellos no estén dispuestos… Aunque en el fondo pienso que tienen buenas razones para actuar así; tendría que ser muy fatigoso andar compartiendo opiniones, emociones o sentimientos con “todo el mundo”, aunque a mí no me importaría estrechar lazos con las personas con las que ya hay una corriente de afinidad amigable…

Entonces me doy cuenta de que vivo en dos mundos paralelos, con una pierna en cada uno de ellos. Por un lado, las reflexiones y aprendizajes que comparto “virtualmente” y por el otro las experiencias “reales” de las que puedo hablar durante un paseo, una conversación telefónica o una sobremesa con el estómago bien servido.

Constato –con sorpresa poco amable- que las personas que conforman esos dos espacios separados casi nunca podrían mezclarse, como si fueran indisolubles elementos químicos que están en los extremos de cualquier tabla periódica. Es decir: se hablan idiomas distintos. Aunque también habrá que reconocer que quienes jugamos a esas dos bandas somos “políglotas” y, como tal, tenemos la ventaja de no necesitar un traductor que nos aclare lo que no entendemos.

Las redes sociales han venido para quedarse –a ver quién lo duda aunque no le agrade- y es cuestión de tiempo (poco tiempo) serán  inherentes al desarrollo de la humanidad conectada por wifi.

Matiz importante a no obviar es el de constatar que las personas que rehúyen las RRSS o que abominan de ellas forman parte del rango de población mayor (o mucho mayor) de 50 años. Cuando hablo con ellos, gente de mi edad sobre todo, veo que se cierran en banda a cualquier intento –por mínimo que sea- de sugerirles (y no digamos ya, de convencerles) de que las redes sociales conforman un tipo de herramientas que, dándoles buen uso, tienen muchas ventajas que ofrecer.

La “brecha digital” comienza en la mente, en el rechazo a lo nuevo o quizás a lo no comprensible fácilmente. Esas personas que se niegan en redondo a participar de esta triste aldea global en la que vivimos aunque no nos guste nada, son las mismas que luego se quejan de que “no entienden nada” de cómo funcionan ciertas cosas. No compran on-line, se pierden en las páginas web de todo tipo y tan sólo acceden a la información que viene en “el papel”. A cambio –y creo que para compensarse a sí mismos- engullen televisión por un tubo.

Este post es una crítica que espero que no tenga más consecuencias que las mínimas ya que, coherentemente, nadie se podrá dar por aludido… si no lo han leído.

Felices los felices.

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Leyendo, que es gerundio

 

Leyendo, que es gerundio

Si durante el mes de Diciembre apenas leí por aquello de estar en otro continente rodeada de familia y de otros estímulos, el de Enero y lo que llevamos de Febrero han sido la gran antítesis lectora. Un mes entero retenida en casa con grandes dificultades motoras me ha llevado a la noria de leer por las mañanas, las tardes, las noches y la madrugada. Y ha caído de todo como en el pisto manchego. Lo comparto por si encontramos “entre col y col, lechuga”.

Lecturas livianas: (para pasar un buen rato y quizás hasta para reflexionar otro rato.)

“Yo, vieja” de Anna Freixas (2021) Consejos, sugerencias para una vejez llena de dignidad y, por qué no, ilusión. Pero nada que una mujer de más de cincuenta años no se haya planteado mil veces (Del Comando Chardonnay)                                                                                                                      7/10

“La hora de las gaviotas” de Ibon Martin. (2021) Asesinato en el Alarde de Hondarribia. Atrapante y ameno, la acción transcurre en escenarios conocidos y compartidos tantas veces que hacen la novela especialmente atractiva para el lector guipuzcoano. (Auto regalo porque sí; lo pongo a disposición del “Comando”.                                                                                                       7/10

“La danza de los tulipanes” de Ibon Martin. (2019) Como me gustó el de las gaviotas me compré el de los tulipanes porque necesitaba pensar lo menos posible… Otro thriller “de aquí” con protagonista de turbio pasado e inestable presente. Asesinatos en Gernika. (A disposición del “Comando Chardonnay” para trueque por calabazas).                                                                        7/10

“La jaula de sal” de Ibon Martin. (2017) Cuando una novela se pasea por las calles de tu propia ciudad es como si ya tuviera ganada la atención amable del lector. Y si es un thriller que ayuda a pasar las horas de forzosa inactividad…mejor que mejor. (Gracias a la biblioteca)                      7/10

 “Pau, el hombre que mira lejos” de Pablo J. Rico. Extraña novela compuesta de relatos. A ratos atrapa, a ratos se aleja… Curiosa, en cualquier caso. (Gentileza de quien tiene muchos libros y los comparte)                                                                                                                                                  6/10

“Últimos días en Berlín” de Paloma Sánchez-Garnica. (2021) Empieza bien, descarrila por lo absurdamente previsible y no sé cómo acaba porque me aburrí. Finalista Premio Planeta. Se queda en México.                                                                                                                                                        5/10

“Violeta” de Isabel Allende. (2022) La Allende es una buena contadora de historias que quiere morir con las botas puestas. Ideal para una convalecencia…y poco más. O para seguidores incondicionales, claro está. Yo me esperaba otra cosa, sinceramente.                                                 5/10

Lecturas enjundiosas: (que ayudan a incrementar el acervo cultural, a la vez que estimulan el intelecto)

“Los años de peregrinación del chico sin color” de Haruki Murakami Regalo de cumpleaños en la torre de los pendientes que me hace descubrir al mejor Murakami, profundo e iluminado, escudriñador impenitente del alma humana y sus oscuros vericuetos. Lectura agradecida al escritor y a mi amiga Alicia.                                                                                                                                        8/10

“Corazón de Ulises” de Javier Reverte (1999) (Relectura) Un paseo por la Grecia clásica de las islas del Egeo. Culturizando al personal a la vez que entreteniéndolo.                                              8/10

“El rey al desnudo” de Ernesto Ekaizer. (2021) Historia de un fraude. Todos los sumarios que ponen al descubierto la avaricia de un “irresponsable legal” con inmenso poder. Pillado de la biblioteca y devuelto sin acabar por hastío.                                                                                             7/10

“La anguila” de Paula Bonet. (2021) Otra mujer atrapada en las redes de la araña abusadora. Hombre maduro vs muchacha inmadura. La esclavitud intelectual con erotismo de gasolinera. (Lo que lee mi hija treintañera)                                                                                                                          7/10

“La visión de Malintzin” de Kyra Galván Haro. (2021) La gesta de Hernán Cortés contada por su intérprete indígena y amante. No es oro todo lo que quieren que reluzca.                                   7/10

 “Una libertad luminosa” de T.C. Boyle (2019) LSD y sus comienzos, drogas experimentales…El largo camino desde los años 60 hasta los días dolorosos (en cuanto a adicción) del presente. Informativo, didáctico y lleno de curiosidades. (Gentileza de quien tiene muchos libros y los comparte)                                                                                                                                                          7/10

“Strangeland” de Tracey Emin. (2005) Autobiografía sórdida de una artista famosísima. ¿Cuánto más dolor…mejor creación? Lo pongo en duda. Aportación de mi hija la artista que me da a conocer cosas interesantes.                                                                                                                                           6/10

Lecturas con peso específico: para abandonarse a ellas en cuerpo y alma y aprender.

“El placer de contemplar” de Joaquín Araújo (2015)  Reflexiones en silencio interior. La naturaleza al desnudo en el alma.  Un pequeño auto regalo que necesitaba.                                    8/10

“El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable”. De Nassim Taleb (2008) Ensayo. Para conocer, reflexionar y aprender que todo es caos aunque queramos controlarlo. Lleno de inteligentísimas paradojas, es un ensayo enjundioso y actual. (Gracias al “Comando Chardonnay” que se esfuerza por elevar el nivel.)                                                                                                             8/10

“El álbum de los días claros” de Txema García Paredes (2021) Poemario. Poemas para todos los días, poesía para que brillen las rutinas, pensamientos y reflexiones desde el corazón. Un pequeño lujo al alcance de cualquiera. Fotografías, pensamientos y buena vibra. Es una agenda 2022 para vivir con sentido. (Auto regalo porque sí)                                                                             8/10

Lecturas atragantadas: (que pretendían ser interesantes y que no he podido llevar a buen puerto)

“Maestras del engaño” de Tori Telfer (2021) Historias de farsates, mujeres tramposas a lo largo de los tiempos. Poco entretenido, poco exhaustivo. Página 50 y a correr. ——————————–

La puntuación es fruto de una opinión personal que no tiene más valor que el que uno le quiera dar…

Felices los felices (Y los que leemos…mucho más )

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