martes, 23 de febrero de 2016

Yo me aburro lo normal




Cuando salgo a primera hora de la mañana –rutina contradictoria para una prejubilada como yo- para que mi perro vacíe su vejiga y olisquee las micciones de medio barrio canino, me suelo encontrar con personajes que jamás antes habían caído en mi radio de acción.

Observo y no siempre callo, porque a fin de cuentas es agradable hablar con la gente y socializarse un poco.

Ayer llovía tanto –a todas horas- que no pude salir del perímetro de soportales que circunda el edificio que alberga la piel que habito y Elur, pertrechado con su abrigo/impermeable con capucha, tampoco estaba por la labor de explorar otros territorios; así que nos limitamos a dar “la vuelta al ruedo” un par de veces. Y en estas estaba cuando me crucé con un señor (jubilado a todas luces) que, andando a paso más que ligero, iba y venía, iba y venía… haciendo kilómetros bajo los arkupes. A la tercera vez que me vino de frente, le sonreí y le dije: “¿qué, llevas ya muchos “largos” a la piscina?”.

El buen hombre, lejos de sorprenderse por mi intromisión en su pequeño cross particular, se paró y, sonriendo también, pegó la hebra conmigo.

Entre unas cosas y otras –y mientras caminábamos juntos a paso ligero, Elur un poco cabreado porque no podía hocicar a gusto- hablamos de la huelga que va a convocar Rajoy, de la patochada del jurado popular, de Garzón y su culebrón y arreglamos el panorama internacional en veinte minutos escasos. Me preguntó por mi vida y, al informarle de mi condición de prejubilada, se me quedó mirando fijamente y me espetó: “Pues ahora te tendrás que aburrir un montón, ¿no?, con tanto tiempo libre…”

Era más que evidente que el buen hombre estaba proyectando sobre mi persona un extendido prejuicio (y espero que no fuera su situación personal) –como hacemos casi todos con demasiada frecuencia- y no me apeteció darle “un corte” explicándole que no sé de dónde sacaba yo antes tiempo para trabajar con la cantidad de cosas que hago ahora, así que me limité a sonreirle afectuosamente y decirle con boquita de piñón: “no, yo me aburro lo normal…” y parece que le gustó la frasecilla y se quedó conforme con mi respuesta.

Durante muchos años había yo pensado que “sólo se aburren los tontos”, pero ahora me doy cuenta de que era en mis apreciaciones demasiado poco generosa con las personas que no han tenido la suerte de buscar dentro de sí mismas y encontrar ese don, esa pasión, ese gusto por ciertas cosas que ofrece la vida que están ahí, esperando, latentes y sin fecha de caducidad, a que simplemente les dediquemos nuestra atención.

Es un lugar común pensar que la gente que ha terminado –para los restos- su jornada laboral se aburre miserablemente y se dedica a contemplar las obras desde detrás de la valla. Eso es tan tonto como decir que la juventud se aburre tanto que todos los fines de semana va a los mismos sitios, con la misma gente, a emborracharse con la misma música y el mismo alcohol de quemar.

En realidad, yo no me aburro nada de nada, porque cuando decido no tener nada que hacer… me dedico a hacer nada y… ¡lo bien que me lo paso…!

En fin.

Laalquimista

Por si alguien quiere contactar:



http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50


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