viernes, 5 de junio de 2015

La última noche que pasé contigo


Cuando alguien cercano fallece súbitamente, al comunicársenos la noticia, es casi imposible dejar de decir algo así como: “!pero si ayer mismo estuve con él (o con ella)!” como si fuéramos nosotros el fiel de la balanza de la existencia ajena. Ya sé que es un lugar común, una frase hecha, un desahogo ante la impotencia que provoca la desaparición definitiva de una persona, pero no por ello menos recurrente.

Los amores mueren igual que los seres que los albergan y no somos conscientes de cuán poco tiempo nos queda a su lado, queremos creer que nunca nos han de faltar o que todavía estarán ahí aun cuando no les hagamos los honores que se merecen, como si no los necesitáramos…

La última noche que pasé contigo tú no sabías que era la última, no quise que lo supieras. Por venganza hacia todas las noches que no viniste o por despecho de todas las mañanas en que te fuiste sin mirar atrás, o quizás porque no sabía cómo decirte que ya mis sueños no los compartiría nunca más con el deslavazado espectro de amor que me ofreciste durante tanto tiempo en el que yo, aferrada a mis propios deseos y a ajenos temores, no fui capaz de dejar de pronunciar tu nombre por lo menos una vez al mes, coincidiendo con la luna sobre mi ventana.

También tuve yo mi última noche creyendo que era sólo a ti a quien castigaba…



Esta mañana me he acordado del cuento aquel de la mujer que guardaba en un baúl un sari con hilos de oro “para cuando hubiera una buena ocasión”; y del marido que vistió con él el cadáver de su esposa…

¡Cuántas buenas “ocasiones” dejamos pasar en la vida… para vestir nuestras mejores galas o, simplemente, amar!

En fin.

LaAlquimista

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