miércoles, 10 de junio de 2015

La música amansa a las fieras...o casi


Este es uno de los aforismos más famosos que he dejado de escuchar en los últimos tiempos; quizás porque cada vez hay menos zoos o porque la gente utiliza otros sistemas para apaciguar sus “rugidos” interiores. Cuando uno está sobrepasado de energía acumulada –estrés le dicen, cuando le deberían de llamar cansancio a secas- es preciso encontrar la válvula de escape personal para aliviar la tensión excesiva y entonces entra en juego la imaginación –o la falta de imaginación- del ser humano para conseguir tal estado.

Algunas personas utilizan el ejercicio físico como desahogo a esa fatiga vital: correr unos kilómetros echando el bofe –esfuerzo cardiovascular que no es beneficioso para todos- o nadarse veinte piscinas sin sacar la cabeza del agua o pillar la bici y tratar de emular a Bahamontes un domingo por la mañana o pasarse dos horas gritando desaforadamente y castigando neuronas un domingo por la tarde. La “fiera” queda amansada. Más o menos.

Luego están –y son legión- los que la intentan adormecer o simplemente matar de aburrimiento esgrimiendo el mando a distancia como si de una varita mágica se tratase; mal sistema. La “fiera” se aletarga, protegiéndose de la agresión digital y luego vuelve a surgir, recargadas las pilas de la inquina, con mayor virulencia en su próximo ataque. Mal sistema.



Pero algunos utilizamos el método “de toda la vida” para proporcionar a nuestro espíritu un espacio de paz necesario para seguir afrontando los inconvenientes de la vida en sociedad en general y de la vida familiar en particular; inconvenientes, por otra parte, comunes a todos los mortales y de los que no se libra nadie en absoluto.

La música. Clásica, por supuesto. Y, si es posible, barroca. Ayer el dulce caramelo lo degusté con el Giardino Armonico de la mano de su genial Giovanni Antonini. No es la flauta mágica de Mozart, pero sí que es mágica, porque la Suite en La Menor para flauta de Telemann es una delicatessen capaz de diluir en pocos minutos cualquier tipo de cansancio físico o mental.

El espíritu comienza a dejarse llevar, confiado y contento, por los senderos llenos de luz que descubreo Antonini. Después de tan digno “hors d’oeuvre” no podía faltar “el dios”: Bach, siempre Bach.

Concierto de Brandeburgo nº 3 en Sol Mayor BWV 1048 Allegro y suspiros, nº 5 en Re Mayor BWV 1050 Presto y paz interior y el remate glorioso del Nº 4 en Sol Mayor BWV 1049 Allegro, Andante y Presto para terminar el masaje neuronal y alcanzar el pequeño “nirvana” emocional que todos deberíamos disfrutar por lo menos una vez cada cierto tiempo.

Mi “fiera” se ha dejado “amansar” por la música y he llenado el espíritu y corazón de algo muy parecido a la paz. De vuelta a la vida, ésta parece mucho más hermosa y el mundo…un poco menos feo.

En fin.

LaAlquimista

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