lunes, 7 de marzo de 2016

Tercer Acuerdo. "No hagas suposiciones"



Magnífico Tercer Acuerdo de la filosofía tolteca que desarrolla Miguel Angel Ruiz en su libro “Los cuatro acuerdos”.

En realidad la mayoría de nuestros pensamientos están dirigidos a elucubrar sobre las cosas y las personas y a dar rienda suelta a la suposición en todos sus ámbitos y posibilidades. Esta afirmación no es gratuita, desgraciadamente. No solamente hablo por lo que tengo comprobado en mi persona sino que en mi vida cotidiana, en el pasado y en el presente, me he visto afectada de forma notoria por las “suposiciones” de los demás que, creyendo que tengo una bola de cristal para leerles el pensamiento, han actuado conmigo de forma poco positiva, reproduciendo una vez más mi propia forma de pensar y actuar. De ahí la inquietud por modificar este esquema erróneo. Como en un círculo –más o menos vicioso- en el que todos estamos enredados en una trama tejida a base de los “yo suponía que”.

¡En cuántas ocasiones hemos hecho una montaña de un grano de arena dejando que nuestra mente se envenene con suposiciones infundadas que lo único que reflejaban era nuestro miedo interior!

¡Cuántas veces nos habremos “comido el coco” pensando en todo lo malo que podía ocurrirnos tan sólo por no recurrir a la sencilla opción de preguntar las cosas! Pero no preguntamos porque tenemos miedo de las respuestas o porque las anticipamos –en nuestra calenturienta imaginación- y de esa forma callamos y perdemos una partida que ni tan siquiera nos hemos aprestado a jugar.

Si no suena el teléfono cuando lo estamos esperando, hacemos la gratuita y perniciosa suposición del: “ya no le intereso”, “es una persona egoísta” o “lo hace para fastidiarme”. Inclumplimos el 2º Acuerdo (No tomes nada personalmente) y caemos en el error de hacer suposiciones haciéndonos un daño gratuito. Tan sencillo como agarrar el teléfono nosotros y preguntar. Quizás entonces descubramos que esa persona estaba enferma o con una sobrecarga de trabajo considerable o, simplemente, con el teléfono estropeado.

Pero hemos “inventado” en nuestra confusa mente toda una historia para responder a preguntas mal formuladas.

Demasiadas veces “suponemos” que nuestra pareja o los seres cercanos “tienen que saber” lo que nosotros necesitamos o deseamos y, si no nos es ofrecido, caemos en el desánimo, cuando no en el enfado. “¿Por qué no se da cuenta de que lo que necesito es esto?” –pensamos-, y damos por supuesto que esa información clarísima para nosotros también tiene que serlo para la otra persona que, evidentemente, no puede leernos el pensamiento.

Siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas. Estamos delegando la responsabilidad de conocer nuestras necesidades o deseos en otras personas, como proyección de una inestabilidad interna que no sabemos cómo manejar.

Ejemplos hay a montones. Hace poco me llamó un amigo para invitarme a comer un día domingo. Pero lo hizo el mismo día, con poca antelación y, como desbarataba los planes de soledad tranquila que yo deseaba, “supuse” que le molestaría una negativa por mi parte, así que le dije que “no me encontraba bien”. Alarmado, mi amigo me preguntó que qué me ocurría y yo, no sabiendo qué responder sin mentir (otra vez) “supuse” que se iba a preocupar en exceso por mí, así que le contesté un poco crípticamente que “necesitaba estar sola”.

Lógicamente me corroía por dentro el runrún de no haber sido clara ni sincera, de no haber sido capaz de agradecer su invitación con sencillez y explicarle que tenía otros planes. Mi propia inseguridad se la trasladé a él haciéndole sentir mal…!O eso supuse yo! Así que, ese mismo día por la tarde, le llamé para darle -tarde y mal- la explicación que le podía haber dado en su momento. Mi amigo, sin ocultar su sorpresa, me dijo que había hecho mal en hacer suposiciones sobre cómo iba a tomárselo él puesto que no le provocó ninguna incomodidad mi negativa aunque sí mi malestar. Obviamente, comprendí que me había portado estúpidamente.

También he padecido este “exceso de suposición” como arma en mi contra cuando el silencio o la indiferencia ajena me han golpeado por que “los demás” habían hecho suposiciones infundadas sobre mi persona. El caso más ruinosamente doloroso lo padecí con un hombre que me gustaba más que mucho y quien, después de una primera cita agradable y placentera para ambos, no volvió a llamarme en varias semanas. Esperando su llamada no sabía si haría bien llamándole yo –por aquello de que a los hombres no les gusta que les agobien, prefieren casi siempre ser ellos los que tomen las iniciativas y las mujeres estamos –demasiadas veces- abocadas a mordernos las uñas esperando a que suene el teléfono. Como me acordaba de él y de los buenos momentos compartidos, acabé llamándole yo. Su alegría fue manifiesta al escuchar mi voz, no disimuló en absoluto. Así que me dio pie para preguntarle directamente que, si tanto se alegraba de escucharme, por qué no había llamado él en todo ese tiempo…

Me dijo que como le había dicho que tenía “muchos amigos” supuso que estaría “muy solicitada” y no tendría tiempo libre para salir con él.

A lo que yo contesté que no me había dado la oportunidad de decirle que sí ni que no porque no me había vuelto a llamar. Pero él adujo que para qué me iba a llamar si lo más probable es que yo le hubiera dicho que “estaba muy ocupada”, creando una imagen de mi persona absolutamente alejada de la realidad, ya que –como le aclaré- son muchas las tardes y las noches que paso en soledad conmigo misma con toda la tranquilidad del mundo. Pero él insistía en que yo había marcado pautas al decirle que era una mujer “no-dependiente”, así que no me llamó para evitar incomodarme o un posible rechazo.


Como tenemos miedo de pedir una aclaración, hacemos suposiciones y creemos que son ciertas; después las defendemos e intentamos que sea el otro el que no tenga razón.

Su respuesta me supo a cuerno quemado porque me demostró que era una persona insegura de sí misma y que había proyectado hacia afuera (hacia mí) sus temores y sus miedos. No volvimos a encontrarnos nunca más.

Pero no es más sencillo cuando ya se tiene una pareja, porque en muchísimas ocasiones damos por supuesto que nuestra pareja sabe lo que pensamos y que no es preciso que le digamos lo que queremos. Toda esta suposición para echarle luego en cara que no ha hecho lo que nosotros esperábamos y reprocharle que “no piensa en nosotros o no nos conoce en absoluto”. ¡Como si los demás pudiesen leer nuestra mente! ¡Como si nosotros pudiésemos leer la mente de los demás!

La mala comunicación entre las personas se nutre de las suposiciones; es más cómodo y menos arriesgado “suponer” lo que el otro quiere, piensa o desea que preguntar arriesgándonos a conocer algo que igual nos incomoda. Así que callamos y seguimos haciendo suposiciones…

También hay que hablar de las personas malintencionadas que toman decisiones que sólo competen a uno mismo y se escudan detrás de un “no te he consultado porque he supuesto que…” quitándote el derecho que te correspondía.

¡Menudo trabajo de Hércules nos queda por hacer!

En fin.

LaAlquimista

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