martes, 22 de marzo de 2016

Mis oraciones de antes de dormir



Olvidado para siempre el tiempo en que rezaba cada noche de rodillas –literal- cuatro tonterías sin sentido antes de meterme a la cama, -sin sentido alguno pero quien ha podido destruir en su memoria inconsciente aquel famoso Jesusito de mi vida eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, tómalo tuyo es mío no-, olvidadas y desaprendidas tantas oraciones que martillearon mi infancia, la pila de agua bendita que mi tía-abuela rellenaba con tesón y que estaba encima de mi cama y de la que sustraía líquido para mis persignaciones cotidianas, y arrancado de mi conciencia de una vez por todas el escapulario que me metían por debajo de la camiseta -al que tenía que dar besos por la mañana y por la noche-, abrazando el misalito Regina que era mi más preciado bien o así me lo hicieron saber para que venerara las estampitas de Santa Rita y el Sagrado Corazón sangrante de Jesús y las llagas de otros mártires o protomártires. Queriendo olvidar, pero cómo… aquellos años en que, viviendo con mis abuelos, nos hincábamos –mi abuelo, mi abuela, mi tía-abuela y yo- de rodillas a la hora nefasta del rosario para demostrar ante el Dios que todo lo veía y que nos miraba en aquellos momentos que éramos buenos cristianos merecedores de un lugar a la diestra (que luego supe que significaba derecha pero que pensaba que era algún sitio especialmente divertido) del Padre, tanto rezar desde niña como un plan de pensiones para la eternidad, con lo cigarra que yo he sido, y me convencieron -o quizás no me dejaron otra opción- de que los rezos y la práctica religiosa eran imprescindibles para mi evolución de niña a persona humana pasando por “ente cristiano” tal y como mandaban los preceptos que se seguían en mi familia a rajatabla para satisfacción de los mayores y turbación de los menores, como era mi caso.

¿Cómo desprenderse de aquel diluvio de novenas, jaculatorias, y del nefasto con Dios me acuesto con Dios me levanto con la Virgen Maria y el Espíritu Santo?

Mi madre dice que me invento cosas y yo digo que ella se ha olvidado ya de cómo favoreció la educación de su hija hace más de cincuenta años.

El rosario de plástico marrón de diario y el rosario de nácar azulado (más falso que otra cosa, el nácar, digo) de los días de fiesta. El velo negro para cubrir mis cabellos, el sencillo para el colegio, el redondito con bodoques para ir a misa con mis padres los domingos cuando niña, mantilla semi-larga al cumplir los once años. El misal  lleno de estampas de santos, de recordatorios de la primera comunión, de cromos de colores con imágenes de Bernadette o los niños de Fátima. Y la estampa con la foto del Papa de Roma –entre Juan XXIII y Pablo VI- con la oración que había que repetir cada día en la misa del colegio. Misa diaria antes de comer, rosario antes de ir a casa, más primeros viernes, exposición del Santísimo, novenas diversas y excursiones a Lourdes-Txiki. (“¡Pero si ya he rezado el rosario en el colegio!”. “No importa. En casa también”)

Sin contar el ritual de la confesión semanal de pecados inventados “Padre me acuso de haber desobedecido a mis papás, de pelearme con mis hermanitas, de dar malas contestaciones y de decir mentiras”. Pues nada, ahí que me iban las avemarías de penitencia de un enunciado aprendido, más bien inducido por quien velaba por la pureza de mi alma virginal y me “dictaba” los pecadillos (veniales, eso sí) de los que me tenía que “acusar” y “sentirme culpable”. Vigilaban más la pureza de mi alma que la de mi ropa interior…

En realidad yo quería escribir sobre otra cosa y he comenzado con esta digresión de recuerdos religiosos y ya ni sé cómo voy a poder enlazar con el hilo inicial… ¡Ah, sí!

Mis oraciones de antes de dormir. Cada noche, cuando apago la luz y poso la cabeza en la almohada, en esos segundos previos al abandono de la mente y el cuerpo en los brazos de mi espíritu que hará con ellos lo que quiera, doy gracias por TRES cosas buenas que me hayan ocurrido en ese día. A veces ocurren cosas importantes que me reafirman la fe en el ser humano. Otros días son pequeñas minucias que me reconfortan el corazón. A veces tengo que rebuscar… pero siempre las encuentro.

Por fin.

LaAlquimista

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