jueves, 25 de junio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.-
Días 1 al 3.
El solsticio de verano me pilla en "mi otro mar", que no es otro que el maravilloso Mediterráneo, en un antiguo pueblecito de pescadores reconvertido en segunda vivienda de maños, navarros y vascos. Con la "nueva normalidad" a cuestas y justo el primer día en que abrieron "las puertas de los toriles" agarré mi viejo y querido coche rojo y enfilé la ruta que va de mar a mar. Carretera general, respetando limitaciones y disfrutando del paisaje a ritmo del silencio o de alguna de Police. Sola, qué sola voy esta vez; sin un solo corazón que me acompañe (de dos o cuatro patas), con mis arreos de pintar, de leer y de escribir, los bastones de nordic walking y un montón de sueños que no sé de dónde salen a estas alturas de la película. Quinientos kilómetros sin adelantar más que a un par de camiones: la ruta semi-desierta, era domingo, pero a pesar de todo no me lo esperaba. Gasolinera: agua fría y lavabos en la calle, poco más. El fantasma del apocalipsis zombi flotando en el aire y el miedo, más aún.
Nadie me espera en el piso familiar, desierto, lleno de la melancolía del invierno y con la nostalgia en el mismo sitio en que la dejé en septiembre del año pasado, cuando volvimos asustados Elur y yo a Donostia con el sobresalto de sus últimos momentos de vida. Todo me recuerda a él, el único ser vivo que me ha emocionado con su recuerdo. Trajín de limpieza, orden y compras en el Esclat. El cuerpo aguanta después de un buen chapuzón en la piscina de la comunidad. No hay nadie de fuera, tan sólo los que pasan el invierno a pie de playa y de silencio acogedor o estremecedor, según el ánimo. Aquí tengo un despertador de pajarillos: sus trinos me saludan y me invitan a VIVIR así que, justo con un té caliente en el estómago, me voy a la playa al punto de la mañana: toda para mí. Kilómetros hacia la derecha y hacia la izquierda. Gaviotas madrugadoras y los runners de siempre. Qué daño hace la arena en los pies débiles de la ciudad pisando piedrecillas que me hacen un lifting a la brava en las plantas de los pies y...en el ánimo. Y el agua, a pesar de todo, fresca tirando a fría, honor y gloria a las chicarronas del norte que nadan como patos pero chapotean como niñas.
Dos días yendo y viniendo de la playa al jardín, del jardín a la terraza y de la rica comida a la cama. Dormir como si no hubiera un mañana. La víspera de San Juan llega como un pariente pobre al calendario de la desescalada, sin hogueras, ni verbena, pero con los odiados petardos. Me preparo para cenar una tosta de salmón marinado y una coca salada. La botella de cava, helada. Es mi noche de San Juan. Tengo que quemar algo urgentemente...¿y quién no?
Bona nit, gabon, buenas noches, Y felices los felices.
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