jueves, 3 de diciembre de 2020

Miserables pequeñitos

 

Miserables pequeñitos

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Mi coche nuevo duerme en la calle al igual que el 90% de los coches en mi ciudad. Pago religiosamente al Ayuntamiento una bonita cantidad por aparcar en mi zona de residencia, -tampoco es que sea gratis la cosa- y contenta estoy de no tener que ir al quinto pino a dejar el auto. Pero ayer por la mañana me encontré con un “regalito” inesperado al descubrir que habían rayado la carrocería con algo punzante: puerta trasera y puerta delantera, el completo. Un rayón de unos dos metros y 300€ como mínimo.

Cuando lo descubrí todavía estaba calentito el estropicio, había ese polvillo que suelta la pintura cuando se le hacen cosquillas a lo bestia, por ejemplo con una llave o similar. Mi auto es tirando a grande; largo y ancho y a veces me cuesta entrar o salir de él si, por atenerme al espacio que marcan las líneas pintadas en el suelo de un aparcamiento en batería, queda algo “apretado” con el vehículo de al lado. No sé si la culpa es del Ayuntamiento por querer aprovechar al máximo el espacio disponible o de los fabricantes que hacen  coches que parecen tanquetas. Yo me apaño con el trozo de suelo que me corresponde.

Quizás, he pensado, al del coche de al lado le he molestado u obligado a “meter tripa” para entrar, mea culpa; pienso en qué he podido hacer mal YO antes de ponerme a blasfemar en arameo en mitad de la calle. Quizás he topado con alguien que acaba de descubrir que su pareja le pone los cuernos y además tiene ardor de estómago y ha pensado: “¡Que se joda el imbécil del coche naranja! ¡Se va a enterar de quién soy yo!” Y raaassssssssssss… desde atrás hasta delante de un tirón, mira que le ha tenido que dar dentera….

Así que, una vez más y ante los zarandeos de esta vida, me veo en la disyuntiva de cabrearme como una mona o entristecerme y ponerme en modo Zen. Lo que menos daño me haga, pienso; así que decido “que todas las desgracias sean así” y arranco mi precioso (todavía) FY y me largo a la punta del monte de enfrente de mi casa a soltar energía negativa caminando con mis bastones, respirar a pleno pulmón y pensar en lo rico que estará el marmitako que he dejado preparado para la comida.

No es la primera vez que esto me ocurre; hace tres meses, con el coche recién salido del horno me “firmaron” las dos puertas delanteras con muy poca gracia grafitera. Mala leche en estado puro. Como esa gente que arranca retrovisores, vuelca papeleras en el suelo, patea bolsas de basura, estropea el espejo del ascensor o arranca las tapas de los buzones del portal.

Pequeños miserables, infelices silenciosos y escondidos en este mundo también infeliz que lo es porque lo hemos hecho así entre todos. Callados y ocultos con su miseria patética en el bolsillo, serán seguramente los que descargan su frustración vital sobre el más débil: una mujer sola, un anciano indefenso, un subordinado asustado, un chaval diferente…o un coche nuevo aparcado en la calle.

No me lo he tomado como algo personal puesto que no tengo enemigos. ¿Para qué los querría…? Y digo que no me lo tomo como personal porque rechazo de plano cargar con la frustración ajena sobre mis espaldas y que acabe abatiéndome con su peso.

Nada tiene que ver conmigo la ira, la rabia, la desesperación o la envidia de quien la vomita sobre el prójimo en vez de esparcir bálsamo en su propio corazón y ponerse en paz consigo mismo. ¡Qué le vamos a hacer! Lo que sí (casi) agradezco es no haber pillado in fraganti al “decorador de coches nuevos” que anda por el barrio. Soy capaz de tomar distancia de los hechos y aplacar mi reacción a base de capas de filosofía, pero en caliente no sé yo si no me hubiera puesto en plan Gorgona y hubiera acabado en Urgencias. Yo, que seguramente soy la más débil.

Felices los felices.

LaAlquimista

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