jueves, 17 de diciembre de 2020

Emociones enjauladas

 

Emociones enjauladas

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Estoy visionando por segunda vez la serie “The Crown”, ese culebrón basado en hechos reales que es todo un compendio de insensateces y despropósitos perpetrados por el bien de una institución que parece no terminar de autofagocitarse, aunque ya sepamos que el tiempo en la Historia no se cuenta por años sino por siglos, década arriba década abajo.

En esta segunda ronda puedo detenerme en los detalles del guion de cada personaje; detalles que imagino exagerados para hacerlos más apetecibles (nada hay que le guste más al ser humano que cotillear y husmear en la vida del  prójimo) Pero si hay algo que me está chirriando desde el minuto uno del capítulo 1 es la capacidad de represión de los sentimientos y emociones de la que hacen gala los protagonistas, muy en su papel de enlace entre su Dios y los pobres humanos.

Son brutales en su actitud hasta la náusea, sobre todo los personajes femeninos que adolecen de una falta de empatía que espanta al más pintado; en algunos momentos rondan la psicopatía por su alejamiento del mundo e indiferencia ante los sentimientos de los demás. (Léase tanto el pueblo llano como sus propios familiares). Pero a lo que voy.

Suele ser bastante habitual confundir emociones con sentimientos por la costumbre de utilizar el lenguaje llamando a dos cosas distintas por el mismo nombre. Pongamos que un sentimiento es una disposición del ánimo y una emoción una alteración del mismo; como tener sentimiento de amor hacia alguien pero experimentar la emoción de la ira si nos hace algo que nos enfada. Los sentimientos pueden ser buenos o malos y las emociones positivas o negativas. A elegir.

Se reprimen los sentimientos por la incapacidad para expresarlos inducida, aprendida o impuesta; como el niño que no quiere jugar en el patio de la escuela porque ha pasado la polio y sus piernas no le responden. Y se reprimen las emociones por lo que todos conocemos como “educación social y heteropatriarcal”. A saber: “Los hombres no lloran”, “No es correcto que una señorita ría a carcajadas”, “Domina tus impulsos”, “Que nadie te vea triste”, “No seas cobarde” o “Te aguantas aunque te dé asco”. Y así se pudren dentro la tristeza y la alegría, la ira y la rabia, el miedo y el asco.

Imagino que las emociones reprimidas son como aguas estancadas, deseosas de encontrar una escapatoria para su cauce. Pero como toda agua estancada, se pudre y como todo lo que se pudre huele mal y ese hedor es difícil de disimular y más difícil aún de soportar, sobre todo para quien lo lleva consigo como parte de su personalidad.

Reprimimos las emociones porque la sociedad nos empuja en ese sentido ya que si no fuera así nos convertiríamos en seres humanos AUTÉNTICOS, en vez de estos personajes enmascarados que ocultan lo que de verdad sienten en su corazón. Y así no hay manera de entenderse; ni siquiera hay manera de amarse. Y pasa lo que pasa, que se llenan los ambulatorios de personas infelices que piden ayuda a alguien con bata blanca que sólo debería estar para arreglar las enfermedades del cuerpo; las del alma son de otra “especialidad”.

Los de la serie sobre la corona británica son el peor ejemplo y a la vez el mejor ejemplo ilustradísimo. No les imitemos, por favor. Por cierto que mueren varios de ellos de cáncer de pulmón y siguen fumando hasta el momento final. Beben como esponjas y se revientan el hígado; para compensarse a sí mismos tratan a los perros y a los caballos con una amorosa delicadeza que descartan para con los humanos que les rodean. Y lo peor de todo: actúan delante de los servidores domésticos como si fueran invisibles o formaran parte del decorado. Hielo por las venas les corre. Y no solamente en la ficción según cuentan.

Reflexiono sobre todo esto y me sonrío pensando en cuándo veremos en este país la serie equivalente con el peculiar toque surrealista-patrio. Yo propongo que les encarguen el guion a Alex de la Iglesia y Almodóvar y que la produzca Telecinco. Así nos distraemos todos y guardamos en el cajón de los trapos viejos los sentimientos encontrados y las emociones que rompen los cauces: el miedo y la ira.

Felices los felices.

LaAlquimista

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