jueves, 10 de diciembre de 2020

Familia hoy: Misión Imposible

 

Familia hoy: misión imposible

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Este escrito me sale de las entretelas en forma de pataleta, de desahogo que me pide el cuerpo porque si no, reviento. La pena es que no voy a contar nada que no se sepa ni voy a aportar soluciones; más que nada porque no me pagan por resolver los problemas que han causado otros, entendiéndose “otros” por las penosas políticas en cuanto a educación y oportunidades con que nos han enfangado los gobiernos de la nación mientras, confiados, nos tomábamos nuestras cañas en el bar.

En mi familia de origen fuimos, (mis padres y abuelos) muy tradicionales. Se quería lo mejor para todos… incluso para los hijos. Mi padre se curró su papel de suministrador de dinero y de las comodidades que exigían mujer y cuatro hijas trabajando pluriempleado durante toda su vida. Se empeñó en que su prole tuviera estudios “para que no tengáis que depender de un marido” –decía, en plan feminista, qué bien lo hiciste, papá-.

Con esos mimbres educacionales la siguiente generación reprodujo el esquema: es decir, hemos trabajado como burras para que nuestros hijos vivan mejor que nosotras y…ahí hemos pinchado en hueso.

No pararía de contar si tuviera que enumerar la cantidad de hijos de los de mi generación que después de haberse preparado convenientemente, han tenido que emigrar, sí, EMIGRAR, como en los años cincuenta a Alemania, buscando las oportunidades que esta nación moderna del siglo XXI no ofrece a los ciudadanos en edad de producir.

Se han tenido que ir lejos, ilusionados y fuertes, sabiendo que dejaban atrás a la familia y amigos pero también sabiendo que si se quedaban,  su frustración no tendría límites. En este país hay muy pocas cosas a las que se les ponga límites, por eso campan libres el latrocinio, la corrupción, la estulticia, la mendacidad y la incompetencia… 

Profesionales todos ellos –nuestros hijos- más que bien preparados, se tuvieron que poner el pasaporte por montera “en busca de la oportunidad perdida” y no van a volver, no quieren volver porque han aprendido que no hay que dar un paso atrás ni para tomar impulso.

Formarán una nueva familia; lo harán, porque la que dejaron atrás ya no sirve más que para alimentar la hoguera de la nostalgia. Si acaso intentarán volver a reunirse en esas fechas en las que se echa en falta las kokotxas de la amatxo o sale a relucir la dosis anual de morriña que exige el calendario y la tradición.

“Mi buena suerte” –como la de tantas madres y padres de mi quinta-, es que mis dos hijas son profesionales entregadas y reconocidas que colaboran en proyectos de gran valor intrínseco: una en labores sociales y la otra en labores culturales. “Mi mala suerte” es que mis hijas no pudieron encontrar en el país que les dio su primer pasaporte las oportunidades necesarias para desarrollarse digna y satisfactoriamente, y allá están ellas, cada una en una punta del mapamundi en la órbita feliz de su sueño alcanzado.

Mil veces hemos hablado de que volverían si aquí se reconociera y apoyara la labor de los profesionales como se reconoce en otros países, pero me temo que yo no lo voy a ver con estos ojos que se comerán los gusanos.

“País de emigrantes, familias desestructuradas”. No me dejan ya ser madre, ni abuela…ni tan siquiera suegra como no sea por video conferencia, con mensajitos por el móvil o a través de las RRSS.

Y pienso si esto acabará algún día para que nuestros hijos, ellos a su vez, no se vean abocados al mismo engaño, a la misma pena de ver cómo sus hijos –los que tengan en el futuro- tengan que alejarse de sus familias buscando un lugar donde poder comer, crecer y vivir con dignidad. Aunque agradezco que hayan podido ir en avión y no hayan tenido que escaparse en patera…

Felices los felices.

LaAlquimista

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